Sintona
Publicado en Aug 03, 2017
Eliana comenzaba a preparar la cena. Dejó todo listo para armar esos sándwich de vacuno que tanto le gustaban, y tanta fama le traían, pero volvió a su habitación para ir a buscar el queso, que siempre se le quedaba ahí después de alguna resaca.
Al llegar a ella, inmediatamente se percató de algo extraño. Había un cierto olor, una cierta esencia de que algo no andaba bien en el ambiente. Lentamente, aquel olor cambiaba de gris, a un negro profundo y tenebroso. Como cuando algo recién ha comenzado a podrirse, pero aún no está muerto. Aún no es el fin. Con extrañeza también, observó en sus paredes cosas inusuales. Ciertas manchas, muy sutiles en su coloración, pero extensas en tamaño, aparecían en ellas, y se alargaban hasta cielo y suelo. De pronto creyó oír, como desde la profundidad de su mente, un atisbo de algo similar a un grito. Un grito ahogado, de espanto, de dolor y terror. Le costaba concentrarse en lo que ocurría a su alrededor, si su mente no la dejaba tranquila. Pronto descubrió que no sólo era su mente. Al hacerse más intensos los gritos, las manchas y la sensación de horror, se dio cuenta que todo aquello provenía de la cocina. Al principio dudó mucho, tenía un profundo temor de lo que vendría. De alguna forma comprendía qué estaba pasando, aún si el impacto repentino de aquella situación le impedía reaccionar de acuerdo a su pensar. Mientras se acercaba, más crecían sus ganas de salir corriendo. Ya sus ojos comenzaban a desorbitarse. Pero ya no podía detenerse , caminaba como empujada por otro cuerpo, hacia aquel destino que parecía fatal. Los gritos ya eran ensordecedores, le invadían la mente y las entrañas. Desesperada, miraba a su alrededor y veía cómo su casa ya no era su casa, si no un galpón oscuro y pestilente, donde extrañas personas con vestiduras plásticas, parecían emanar de sus manos esos gritos. Les cubría un manto de muerte y perversión, y se veían cada vez más cerca. Al fin, atinó a gritar. Al principio le costó controlar su garganta, pero después de unos intentos pudo al fin gritar. O eso pensó, en un principio. Lo que comenzó como grito, lentamente fue transformándose en un mugir lastimoso y horrible. Sin entender qué había pasado, pero con profunda sospecha de lo que vendría, se encontró al fin con aquel salvaje extraño, ese verdugo creador de muerte, y sintió con un dolor que jamás conoció, cómo su vida lentamente se apagaba. Una vorágine de pánico, dolor y muerte fue su última imagen de aquel tan horrible mundo. Cuando llegó a la cocina, queso en mano, y después de cortar un apetitoso filete, mientras armaba su sándwich, un sentimiento de empatía le invadió por un pequeño instante. Al morderlo, todo sentimiento había desaparecido.
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