CON CARIÑO, JEREMÍAS M. AÑAGO.
Publicado en Aug 28, 2017
CON CARIÑO, JEREMÍAS M. AÑAGO. Tras días sin dormir, Jeremías fue informado por el capitán del barco en el que se encontraba, que iban a mandar a un muchacho de regreso a Castilla como informante del progreso del viaje al Nuevo Mundo y que además la tripulación aprovecharía para mandar cartas a sus seres queridos, ya que el Rey informó de su decisión tan abruptamente que muchos no tuvieron oportunidad de despedirse. Jeremías intentado guardar la calma y verse lo más propio posible, ya que su nuevo título nobiliario le exigía cierto comportamiento, camino rápido a su alcoba y se sentó en el pequeño escritorio. Sujetó la pluma, la entintó y con una sonrisa de oreja a oreja se puso a escribir lo que pensó que nunca diría. A Ducado de Alburquerque, Reino de Castilla . 15 de mayo de 1565, Amada Señora Elena: He querido escribiros desde mi partida al Nuevo Mundo. Por lo que han dicho los nobles de la corte, es un lugar lleno de riquezas y bellezas. Tras mi reunión en la corte de Castilla con el Rey Felipe II, días después de nuestro último encuentro, me ha mandado como Capitán del nuevo territorio de Yucatán. Su majestad ha decidido que era propio de mí tarea supervisar estas tierras. Sin embargo, la Capitanía está donde el Cristo perdió la alpargata y todo fue tan raudo que no me ha dado tiempo de ir a verla, yo hubiese corrido a informaros mi propuesta pero el Rey me lo ha impedido, él es tan prudente que prefirió tener alguien de confianza en sus nuevos territorios lo antes posible. Agradezco a Dios la oportunidad de mandar a un criado de regreso a Castilla con esta carta. He de deciros que no he llegado al Nuevo Mundo, apenas estamos a dos días de haber salido de España por lo que creo y espero que esta carta llegará a tiempo para que usted la lea y no vaya a pensar que la he abandonado ni olvidado. Os pido no llore por mí ausencia y, en lugar de ello, pido que piense en tomar esta opción que le voy a decir en lo que queda de este escrito. Yo he pedido a su padre, el Duque de Alburquerque, su mano. Él me ha dicho que usted tiene que decir que si para que él me dé el honor de regaládmela como mi amada esposa. Usted me ha dado la oportunidad de cortejarla durante mi estancia en su ducado y le pido me deje decirle esto mediante cartas: Yo la he llegado a amar y no puedo dejar de pensar en usted. Por amor a mi patria y a Dios he tenido que marcharme sin importar los riesgos consecuentes. Pero no tema de mi muerte o desaparición ya que con mi puesto tengo mucha protección, tampoco tema del gran océano que nos separará y venid a vivir conmigo. Le juro por Dios, aunque sea un pecado, que yo la protegeré con mi poder y la haré sentirse la Señora más importante del Nuevo Mundo. Espero escuchar de usted cuando arribe a mi destino. Si usted me permite, le mando la carta con cariño, Jeremías M. Añago Cerró la carta y le dio un beso deseando que su amada lo correspondiera. Después de veinte días más en ese gran barco, el 4 de Junio, llegó a Yucatán y fue recibido por los nobles del área. Casi un mes después de su arribo ya estaba instalado y ejerciendo su función lo mejor que podía aunque no tuviera una Audiencia y tuviera que moverse de sus tierras vecinas muy seguido a juntarse con las Audiencias de Guatemala o de México. Fue entonces que llegó un nuevo cargamento de España y además de eso un gran saco de correspondencia para todos los nobles y personas que habían llegado con Jeremías. Unas cinco cartas eran para él, una del diputado del rey otras de su familia pero hubo una que le llamó más la atención, una que tenía una letra muy fina que decía: “Elena de Alburquerque”. El Capitán muy emocionado la abrió y le tomó segundos en terminar y tener sus ojos llenos de lágrimas. A Capitanía de Yucatán. 2 de Junio de 1565. Mi tambien amado Jeremías: Se que me he tardado ya un tiempo en contestar pero estaba arreglando mis pensamientos y mi ser para usted. No sabe cuánto me he alegrado de leer sus palabras, el corazón se me ha acelerado tanto que sentía que se me salía del pecho, se lo digo de esta manera y os pido que no piense de manera inapropiada. Mediante este medio dejadme deciros que es un placer y un honor que usted me vea con ojos de amor y me de la gran oferta de ser su esposa. He reflexionado lo que me me ha dicho y he decidido tomar el primer barco que encuentre y llegar a su Capitanía donde espero sus brazos abiertos. En estos momentos mis acompañantes están empacando todas mis pertenencias y me están preparando para ir a dar el último paseo al Ducado de mi padre, he de informaros que él está lleno de felicidad porque usted, gran Jeremías, ha procedido con su propuesta. Esta carta llegará unos días antes de mi arribo por lo que os pido no se altere por su hogar, una vez casados yo me preocupare y haré que los criados lo tengan a la altura de un señor tan noble con lo es usted. Con cariño, Elena de Alburquerque. Jeremías se limpio el agua que salía de sus ojos por felicidad y puso la carta a un lado. Calculó que su amada llegaría máximo una semana más tarde, más o menos el 25 de Junio. Le ordenó a sus empleados que arreglaran un cuarto a lado del suyo ya que ellos todavía no estaban casados y no era propio de una dama como ella, durmiese en el mismo cuarto que él. A otros empleados los mando a buscar flores, un hermoso y un refinado vestido blanco y demás artículos para la boda que sabía que Elena se merecía. Todos los días tenía a un muchacho en el muelle vigilando cualquier barco de clase alta que viera aproximándose a la costa. Un día el mar estaba vacio, dos, tres, cuatro y cinco días pasaron y todo seguía igual. Jeremías se preguntaba dónde estaba la persona que le iba a dar un futuro lleno de felicidad, esa persona que le iba a dar herederos saludables y nunca lo iba a dejar solo. Recordaba los momentos que pasaron juntos en el Ducado. Todas esas miradas y risas, el día que la vió corriendo mientras jugaba con sus hermanos menores en uno de los jardínes. Se acordó cuando le robó un beso, tras un largo paseo en caballo. Pasaron semanas hasta el 15 de Julio, cuando llegó el siguiente cargamento y nueva correspondencia al puerto de Yucatán. No había rastro de su amada, solo una carta del Duque de Alburquerque. A Capitanía de Yucatán 20 de Junio de 1565. Estimado Capitán General de Yucatán: Señor Añago, necesito informaros de algo que ha pasado mientras mi queridísima hija Elena iba a encontraros en el Nuevo Mundo. Ella ilusionada empacó todas sus pertenencia y se retiró con sus damas acompañantes de mi Hogar. Su madre y yo la llevamos a ver al Rey donde él les había dado a vosotros el permiso de casaros en el Nuevo Mundo. Ella había partido del muelle lo suficiente para encontrarse a la mitad de su viaje cuando nos enteramos de un infortunio. Es mi deber informaros que Elena falleció tras una tormenta en el océano Atlántico , o siquiera eso es lo que nos han informado. Dejadme deciros cuánto lamento nuestra pérdida, una pérdida tan flébil que me ha secado los ojos. Sigo sin creer que esto ha pasado, mi esposa y yo hemos mandado a buscar los restos de la embarcación que trasladaba a mi hija al Nuevo Mundo pero no se encuentra nada. Los Nobles de la Casa de Contratación de Sevilla y el Rey afirman que ese barco nunca zarpó, no hay pérdida de suministros ni faltan embarcaciones en sus cuentas. La desesperación que me inunda es inaudita, yo vi con mis propios ojos a mi hija irse, ni mi misma posición me da el derecho de dudar la palabra del Rey. Espero solemnemente que usted pueda hacer algo ante esta desgracia, Duque de Alburquerque. La desgracia que inundó a Jeremías lo dejo en rodillas llorándole a la carta, haciendo que la tinta se corriera y las palabras fueran más y más borrosas. Podía escuchar los pedazos de su corazón cayendo al suelo y sentía como el alma se le salía del cuerpo. Cada sollozo era una parte de él escapando de su ser. Llegó a su cuarto y dejó todo su peso caer a su cama. No podía creer que la muerte de una mujer le afectara tanto, pero claro, era la mujer que amaba. Con toda la fuerza de su pasado se levantó y se sentó en su pupitre. A Corte Real de Castilla, 15 de julio 1565. Mi noble Monarca, Mi amada, aquella mujer de tez blanca, cabellera café y ojos verdes llamada Elena hija del gran Duque de Alburquerque, fue hace un tiempo a pediros la bendición para que nos pudiésemos casar en la Capitanía General de Yucatán. Usted, como aquel gran Rey que yo conozco, nos la dió. Mi señora nunca arribó a mis aposentos, ya ha pasado un mes y apenas me he enterado que su barco se ha hundido. Le ruego, gran Señor Mío, que me ayude a investigar a fondo este terrible infortunio. Capitán General de Yucatán, Jeremías M. Añago. El Rey leyó la carta y se preocupó por aquel noble que era valiente y de mucha utilidad, además era su amigo y por ello le había otorgado el honor de ser Capitán. No era la primera carta que recibía hablando de esa mujer ya que el Duque le había mandado como cinco y el Monarca no sabía cómo ayudar, ya que había muchas más cosas pasando en el mundo. Le encargó a su Diputado buscar todo lo que pudiese saber que lo llevara a una respuesta concisa y así el Diputado, la mano derecha del Rey, tomó su caballo y fue directo al puerto con los Capitanes de los barcos y ver si alguien sabía que había ocurrido. -Yo no vi zarpar el barco que os menciona, supongo que salió después de la hora de comer cuando mi turno acaba- le contestó uno de los encargados del muelle. -Dejadme deciros, señor mío, yo lo vi, hasta cargue el barco pero no era mi trabajo documentarlo.- contestó alguien más. -La señora era muy bonita, si la ví en el muelle pero nunca ví que se subiese a algún barco- Todas las respuestas no llevaban al Diputado a ningun lado. A lo lejos, un apitán escucho todas las preguntas y respuestas que se hicieron en el muelle ese día. - ¿Es usted el diputado del Rey?- Dijo, a lo que el diputado asintió.- Yo ví partir el barco con la mujer que os comenta, mi amigo era el capitán en el barco y no hace mucho me llegó una carta de Brasil- Dijo. -El rey protege su palabra señor, os pido que me acompañe a la corte- Después de un unos minutos de hablar con el Rey, todo se había aclarado. A Capitanía General de Yucatán, 20 de julio de 1565 Capitán Añago, Le he dado la tarea a mi diputado de investigar y descubrir cada segundo de la travesía de su señora al Nuevo Mundo. Por este medio os informo que la embarcación donde se encontraba Elena de Albuquerque naufragó pero fue rescatada por una embarcación portuguesa y se encuentran Refugiados en algún sector de Brasil. Os ordeno no buscarla ya que es territorio de Portugal y si entra deliberadamente puede costaros caro. He mandado a mi Embajador a la Corte Portuguesa a que manden a los refugiados a Méjico y así vosotros se encontrareis en nuestras tierras, delo por hecho. Ahora lo dejo a sus manos y le pido le informe al Duque de Albuquerque cuando estéis juntos ya que yo tengo muchos más problemas que resolver. Le deseo que pueda comunicarse con el Embajador y que todo concluya en buenaventura para usted, Rey Felipe II de España. Las esperanzas y los deseos lo tenía en las nubes, el hecho de que hubiera la pequeña posibilidad de que tras varios meses de estar perdida en el universo, su amada siguiera viva y con ansias de desposarse con él. Movió cielo, mar y tierra hasta que por fin logro obtener una carta del Embajador que decía que los refugiados que habían sido rescatados por una embarcación portuguesa, tras haber naufragado por días flotando en restos del barco en el que iban, se encontraban siendo trasladados a la Ciudad de México. Tomó el primer carruaje que estuviera listo y lo más rápido que pudo se dirigió a buscar si su amada se encontraba con los refugiados. Mientras todos los refugiados bajaban de los carruajes en los que venían, Jeremías se movía como loco de un lado a otro buscando desesperadamente a la mujer de sus sueños. Vio como el viento movía una cabellera de tono café, corrió y volvió a la persona de tal cabellera. Sus ojos se cruzaron y se llenaron de lágrimas , ella se lanzó a él abrazándolo y el, como respuesta, la rodeó con sus brazos. Tras una larga espera, de más de tres meses, sentían que podían respirar y Elena se sentía segura de una vez por todas. Estaba en su hogar.
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Enrique Gonzlez Matas
Un buen abrazo.
Sarah Alexander Katz