DE RATONES Y HOMBRES
Publicado en Sep 03, 2017
DE RATONES Y HOMBRES
Ni el mismo John Steinbeck debió de ser consciente de la impresión que marcó su obra. Tampoco los cientos de alumnos que leen la novela a diario en las escuelas americanas. Una historia acerca de la amistad y el vasto precio de su contenido. Quizá, no es seguro, algunos encontremos en aquellas líneas un espacio recóndito y rodeado de zarzas para creer en el ser humano. Lo pretencioso de esta carta pugna seriamente con la sensibilidad, pues el objeto de la misma no es urdir un ensayo sobre el literato ni regodearme escribiendo de literatura contemporánea. Dos sucesos con los que, sin quererlo, he tropezado esta semana, y que para mí son dignos de mención, me han llevado a recordar a aquellas personas que aún leen las Cartas al Director. Éstas, plasmadas en una única hoja, pueden parecer intervenciones rutinarias, incluso hay quien las considere exclusivamente reforzadoras de una la línea ideológica. Puede que sí, puede que no, un contingente irremediable. En cualquier caso, tras haber recibido la gratitud de dos personas (ellos son los sucesos) y el respeto por opiniones como la mía y el resto de ciudadanos escritores en este espacio, me siento orgulloso, no de mi persona, sino de las bases que sustentan la opinión y son altavoces del pueblo. Vivimos una era de escasez lingüística, y lo que es peor, adolecida de buenas palabras, en donde el misil informativo prima sobre las pequeñas aportaciones de los héroes anónimos, los que pican piedra y recogen montones. Ya es hora de que nuestras incursiones verbales no queden relegadas a conversaciones de bar. Que salten al papel, que emborronen de tinta el soporte que únicamente convierte la voz en algo tangible y veraz. Es ésta, una simple razón como cualquier otra, la que me ha hecho volcarme sobre el ordenador una vez más. Ánimos para todo aquel que conserve un ápice de interés por conocernos a nosotros, y a la sociedad que configuramos, porque, a pesar de que el verbo destile debilidad, no es irreductible, y hallará razones todos los días para expresar lo que otros no tienen ganas o simplemente dejan para otra ocasión. Que no quede faro sin luz ni astillas sin arder. Leamos, escribamos y compartamos, no como doctrina ni dogma trasnochado, sino como lanzadera de ideas y juicios, aunque sean reprobables, pues en la reprobación duerme la crítica de otro individuo disconforme, y por lo tanto real. Sorteemos el miedo que tuvieron los protagonistas tras elegir la vida. Ni es frágil ni se quiebra con tanta facilidad como aparenta. El Diario sigue vivo y nosotros con él.
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