Woman
Publicado en Oct 05, 2017
Tiemblan mis manos debajo de tu falda como la primera vez que te roce la piel. Recuerdo como me aferraba a tus caderas sin ni si quiera controlarlo aquella noche en la que me besaste bajo su manto estrellado. Te miro con más deseo que de costumbre porque ahora sé que lo que realmente se ama no puede verse. Ni tocarse. Ni olerse. Quizás las mejores cosas de la vida solo puedan sentirse y ya con eso basta. Mi cuerpo se retuerce en un escalofrío infinito cada segundo que te ríes contra mi boca y yo, más torpe cada vez, me cuelo entre los huecos que deja entrever tu ropa para explorar lo que nadie ve. Tu voz me susurra al oído algo que apenas oigo pero me estremezco solo de sentir tu respiración tan cerca. Sé de tus manías y tus miedos y las sudo poco a poco en el balancear pausado de tu pecho contra el mío, hasta que no queda nada más que unas ganas tremendas de hacerme tuya. Nunca he mirado a nadie así, como un preso a la libertad, como un marinero al mar, como simplemente yo lo hago contigo, sin necesidad de metáforas. Cuando ríes podría tocar el cielo sin ni si quiera esforzarme, pero es que ni tú sabes de la magia que exhalas en cada carcajada. Mi vida se ha vuelto un remolino constante en el que vuelvo a ti para sentirme en casa. Mi felicidad la resumes tú en un abrazo y en tu 'quédate un poquito más'. Si me concedieran un deseo te soplaría toda la vida para que siempre que abriera los ojos, tú estuvieras ahí haciéndote realidad.
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