Despus del sexo.
Publicado en Oct 30, 2017
Me defino como una mujer de carácter, decidida, moderna y muy independiente y en mis cuarenta me he llegado a convencer que los apetitos de la carne, cuando son alimentados con una adecuada frecuencia, se obtiene un conveniente beneficio capaz de nutrir de manera perfecta nuestra sanidad mental. En cualquier caso, de ningún modo siento pertenecer a aquellas que al buscar una satisfacción sexual no son capaces de discriminar a nadie; ya que, después de todo, una debe tener en alta estima su propia dignidad.
No obstante, en esta oportunidad, la cual voy a relatar a continuación, mi perfil sufrió un tropiezo. Fue una tarde de un viernes, saliendo de la oficina en la que trabajaba, junto a dos compañeras con quienes resolvimos ir al pub y conversar mientras nos deleitábamos unos tragos. El lugar y el ambiente poseían un matiz de camaradería y no fue extraño que continuáramos la charla junto a tres varones que se nos sumaron y a los que recién veníamos conociendo. De ningún modo voy a dar demasiadas vueltas por las ramas para sembrar detalles con esta historia, por lo que iré rápidamente al meollo. La influencia de varias copas de martinis, la cautivante seducción de Juan Pablo, el más apuesto de los tres galanes que nos acompañaban, y, probablemente algún insistente deseo pendiente por mi parte, me llevaron a enredarme con él entre unas sedosas sábanas blancas de uno de los moteles del centro. En resumen fueron algunas horas plenas, adornadas con pormenores un tanto desenfadados, pero entretenidos y culminadas con un par de buenos e intensos orgasmos que justificaron completamente el intenso ejercicio realizado por ambos. Al cabo de un rato, Inevitablemente se estableció una pausa en nuestras acciones, la que yo quise aprovechar para renovar mi aliento, pero Juan Pablo, al parecer, aun tenía reservados algunos bríos y volviéndose hacia mi desnudo cuerpo, cubrió uno de mis pechos con su mano e intentó besarme en la boca. Ambos estábamos completamente sudados y, en consecuencia, expelíamos cierto hedor propio de tales circunstancias, lejano a la categoría de aromáticos, lo que sin ninguna duda, producía una cierta incomodidad. Aparte, el desagradable hálito alcohólico que provenía del interior de su boca, golpeó de manera indolente mi juicio y terminó por extinguir de forma definitiva el frenesí que había reinado en nuestras últimas y delirantes horas. La pasión había muerto. Alejé rápidamente mi cara de su boca y procurando mostrarle un rasgo de deferencia, retiré su mano de mi seno. Perdóname, cariño, pero se nos ha pasado la hora y, de verdad, debo irme –le manifesté de modo resuelto; al tiempo que con un ágil salto abandoné la cama y raudamente busqué la pieza de baño, ansiosa de refugiarme bajo una reconfortante ducha de agua fresca y dar por finalizada aquella loca aventura. Cuando posteriormente me alejé de Juan Pablo, tras la despedida, me quedó atravesada en la garganta una incómoda sensación que inmediatamente pude distinguir; no era con precisión un arrepentimiento, más bien fue una frustración. Recliné la cabeza en el respaldo del asiento del taxi que me llevaba a casa, hacia mi verdadero ambiente, y pensé: “No es muy difícil comprender cuál es la diferencia entre tener sexo y hacer el amor”. _______________________________
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