EL DIARIO SIN NOMBRE
Publicado en Nov 04, 2017
EL DIARIO SIN NOMBRE Aborrezco mi trabajo... todos los días repito la misma agotadora rutina, baño a los enfermos imposibilitados, peino a las ancianas dementes que creen que sus esposos luego del naufragio encallarán sus naves en el puerto y correrán deseosos a amarlas, visto a los ancianos decrépitos que aún creen ganar la guerra cuando la batalla por la vida están a punto de perderla, vigilo que los más peligrosos no agredan a los demás pacientes cuando aquellos a los que protejo de otros parecen estar ya muertos en vida, mas hoy ocurrió algo diferente, un tipo encantador llegó al psiquiátrico, su rostro reflejaba el mayor de los tormentos padecidos pero sus ojos, claros como el firmamento de la mañana de Domingo hacían una combinación magistral del cielo y el infierno en un solo espacio, su voz, melodiosa como el canto de esos bellos coros angélicos de la iglesia del pueblo, anunciaban desgracia por causa de una tal que desgració su vida llevándose todo cuanto él amaba... no la conocí pero sentí odiarla, como era posible que a un hombre tan bueno como el señor Galván le hiciesen pasar por tantas penurias. Estoy segura que él no está loco, solo que su realidad es incomprensible a la realidad de la estúpida monotonía que tiene a tantos atrapado y que incluso a mí me tenía cautiva hasta el día de hoy. Mientras le suministraba sus medicamentos me miró con ojos de tristeza, de deseo, de amor, de sexo, de desesperación, de morbo. Estoy perturbada ante sus encantos, pero es un paciente más, no puedo verlo con otros ojos, aunque juro que si demuestro que no está loco, posiblemente lo invite a cenar, mi madre aprobó que le invitara cuando saliera del sanatorio, ella y mi gato son los únicos que han visto en mis ojos el deseo ardiente y la pasión desbordada que ese hombre ha despertado en mi... deseo tanto verle mañana... Diario de Helena Moreno Pdta. Mi madre dice que ya es hora que tenga un esposo he hijos, solo que desde mi última experiencia amorosa no tengo fe en el amor, pero, con el señor Galván la conexión ha sido inmediata, una semana más y creo que lo estaré amando más que al traidor que jugó con mis sentimientos... EL DIARIO SIN NOMBRE II Maldito presumido, se atreve a compararme con esa desgraciada inmoral asesina de infantes, para mí que esa mujer era una bruja, y encantó a mi príncipe haciéndole célibe aunque haya sido el mismo quien la asesinó, hoy me perfumé más de la cuenta, pinte mi rostro con el maquillaje de mi mamá y a escondidas hurté el vestido con el cual me bautizó, además me coloqué la ropa interior que no tiene remiendos y guardé en el bolsillo del vestido unas tijeras para cortarle un mechón de pelo y entregárselo a la vieja Azucena para que realice un amarre de amor eterno que me haga morir con él para siempre en el mar de quejidos de placer y dolor que solo él puede proporcionarle a mi cuerpo estéril a causa del rechazo de las caricias y besos de mi antiguo amor. Llegué al psiquiátrico y ahí estaba, viendo hacia el corredor en forma de largo y estrecho callejón que comunica al sótano. Permanecía inmóvil, como si un demonio le poseyera y lo hubiese convertido en un inanimado sin más expresión que el dolor y la desesperación en sus ojos. Mientras veía hacia el corredor, me quede extasiada contemplándolo, de estatura media, ojos color cielo, pero de un brillo similar al fuego del infierno calcinante, su boca era como las rosas que mi madre cada mañana cortaba del jardín para adornar la mesa de centro de la sala, su piel, morena como la canela que le daba sabor a la amarga agua de panela que mi madre me preparaba antes de ir a la escuela, sus manos eran tan grandes que seguramente de una sola caricia podía hacerme entrar en éxtasis pues con una sola de ellas sería capaz de cubrir cada rincón de mi cuerpo, sus brazos y piernas, aunque amarradas por la camisa de fuerza que le aprisionaba, se podían percibir como fornidos y gruesos troncos de roble, de aquellos que servían de leña en las noches de frió. Decidí acercarme a él, no le aplicaría ningún medicamento, quería inyectarle pasión y deseo de vivir y amarme, coloqué una silla frente a él, me senté en sinónimo de sumisión a su poderío masculino, pues él estaba de pie, recostado como un galán provinciano en una de las columnas del salón. Le miré fijamente y antes de que yo pudiese pronunciar alguna palabra me dijo - SE PARECE USTED TANTO A LUCRECIA... Y sin mediar palabra se soltó de la camisa de fuerza y corriendo hacia la cocina se robó una taza de café humeante que era para el director del manicomio, y sin mediar palabra dejo caer sobre mis piernas el café hirviendo, de repente empezó a lamerlo insaciablemente mientras lo acompañaba de besos apasionados... el dolor que sentí al haberme quemado con el café se fundió en el deseo indómito que padecía en ese instante, confundiéndose el calor de la quemada con el calor que desprendía mi cuerpo ardiente y sediento de él. Mi asombro pudo camuflar el placer que sentí ante su acto erótico, de inmediato 4 enfermeros hombres le neutralizaron, yo grité que no le lastimaran, pero los hombres lo patearon y rompieron en su cabeza la taza vacía de café, y a rastras lo llevaron al sótano, lugar donde encierran a los pacientes que se comportan mal. Me examinaron y no encontraron ninguna lesión, más la enfermera al revisar mi ropa interior encontró fluidos corporales en ella, todo el mundo creyó que era saliva del señor Galván, pero en realidad había sido yo, pues la pasión se apoderó de mi he hizo que me descontrolara ferozmente, me dieron la tarde libre, más de camino a casa, recordé que en realidad el señor Galván no me lamió a mí, sino a Lucrecia, representada en mí, odié a esa desdichada, así que antes de cruzar la esquina donde debo bajar del bus para llegar a casa, quise ir al cementerio a maldecir a la degenerada, y como era una bruja lo mejor era quemar sus restos para así lograr liberara del hechizo a mi amado y yo pudiese estar con él para siempre... Diario de Helena Moreno. Parte I del segundo relato EL DIARIO SIN NOMBRE III Profesor Lugano ¿Que sintió cuando vio a "Lucrecia" La vi llegar de nuevo al siguiente día del café. Sé que quería sacarme de ese inmundo lugar, sentí como vibró cuando lamia el café en sus piernas, así como en antaño lo hacía cuando la luz del amanecer nos despertaba del letargo del sueño para indicarnos que era hora de amarnos apasionadamente y hacer de nuestro lecho una obra de arte viviente, pero, ¿porque no me saca pronto de aquí? ¿Acaso estaba esperando que nuestro hijo regrese de jugar con la muerte? ¿posiblemente estaba buscando una casa en arriendo similar a nuestro antiguo palacio de fantasía?, mientras tanto me resigné a esperarla, verla vestida de enfermera me hizo recordar cuando antes de quedar preñada, trabajaba en la sala de partos del hospital, una noche, ebrios de pasión y de alcohol, acompañados por una densa capa de humo de cigarrillo, me dijo que si llegábamos a tener un bebé seria ella misma quien se realizaría el parto, estaba loca, ¿cómo se le pudo ocurrir tal barbaridad? pero era esa locura la que me ataba a ella y la que hizo que la enviase al infierno, aunque ahora, al recordar cuando volvió, no tenía miedo, porque no solo llegaba para sacarme del callejón sin nombre, sino también de este asqueroso lugar. Profesor Lugano ¿cuénteme que paso aquel día? La vi cruzar por el pasillo, mientras intentaba rascarme la espalda pues al estar prisionero de esa maldita camisa de fuerza es imposible, escuché que discutía con algunos enfermeros, diciéndoles que yo era su paciente y que no intervinieran en su trabajo, los hombres cansados de oírle, le dejaron entrar... y cerrando la puerta estrepitosamente, no sin antes colocarle candado se abalanzó hacia donde yo estaba y comenzó a besarme, e intentaba desabrochar la camisa de fuerza, me sentía vulnerable, creí que había regresado para matarme, así que apenas me soltó la agarre del cuello y lanzándola contra uno de los muros de la habitación comencé a asfixiarla, pero para mi sorpresa empezó a gemir y a quitarse el uniforme, y en un instante quedo semidesnuda mientras arañaba mi espalda desnuda, descubierta de todo tipo de prenda, los dos desnudos, yo intentando matarla y ella deseando que mediante el dolor y la angustia llegase a un alto grado de placer, reflejaban la escena más dantesca e delirante jamás vista, amor y odio en un solo momento, dos fuerzas que aparentemente se repelen pero que se necesitan mutuamente para sobrevivir. Mientras le ahorcaba, vi que su cuerpo empezó a tornarse rojizo y de su boca, salían gemidos que se encendían y apagaban con forme imprimía mi fuerza en su cuello, de repente reaccioné, y golpeándole en la cara la aparte de mi vista. Rápidamente se reincorporó, no sin antes arrastrarse como una serpiente hacia donde yo estaba, ardía en pasión pero... ella no era Lucrecia, la decencia de mi Lucrecia se convirtió en la lujuria de ese extraño ser que desconocía, no podía ser mi musa, mi tormento, mi paraíso, era un simple recuerdo de una baja pasión, esa misma baja pasión que me llevó a cometer los peores actos... mientras me lamia me dijo... - Que no me recuerdas, Horacio, soy yo, Helena, la mujer que sería capaz de darte de nuevo toda la felicidad que esa te robó, yo estoy aquí para que nos amemos por siempre, recuerda cuan felices fuimos en nuestro romance inicial y aunque ella me apartó de ti, pronto te diste cuenta que ella no era tu verdadero amor, sino yo, yo soy tu principio y tu fin, soy todo lo que tienes y lo que tendrás, mi vida te pertenece enteramente y tu vida es de mi propiedad... somos esclavos de nuestra pasión y de nuestra lascivia. Y como si se tratara de un retroceso, recordé mi furtivo romance con ella, mas, por su culpa, Lucrecia decidió matar a nuestro hijo, la deslealtad y la infidelidad de mi parte hicieron que ella matara a nuestro retoño, mas ese crío, es culpable que yo matara a Lucrecia... me enceguecí. De inmediato le grité - Tu y el que sería mi heredero son los culpables, la llama de la pasión fue el infierno que calcinó a mi bella Lucrecia, pero aunque son culpables, debo reconocer que te busqué, al ver a mi Lucrecia Hinchada por culpa de ese engendro, busqué tus brazos, tus besos, tu cuerpo... ¿porque regresas ahora disfrazada de ella?... ¿quieres enloquecerme? Ella, abrazándome me dijo - Amor, yo no soy Lucrecia, ni le personifico, nunca lo he sido, esa simplemente llegó a tu vida para separarnos, pero nuestros destinos estaban ya configurados para estar juntos siempre... y tú no mataste a nadie, en realidad fui yo quien la mató... no fue nuestra pasión fogosa quien le mató, fui yo quien con veneno le maté, eres inocente, yo hice lo impensado... matar a mi hermana para estar contigo por siempre... En mi asombro no podía comprender lo que me decía, así que de nuevo me atacó con más verborragia extraída de su mente enferma. - Lucrecia, con o sin tu puñalada, hubiese muerto, el venenos de la vieja Azucena le estaba matando poco a poco, mas, como quería que ella sintiera que significa que te roben a tu primer y único amor, pensé en desgraciar su mismísimo cadáver, pues al igual que estas cenizas, así quedó mi corazón a causa de tu ingratitud... pero yo te perdono, vámonos, es tiempo de amarnos eternamente... Y entregándome un puñado de cenizas me las hizo tragar, mientras me ataba con la camisa de fuerza, el asombro me dejó inmóvil. Mientras ese polvo bajaba por mi garganta caí inconsciente a merced de esa desquiciada, que, preparatoriamente era el vivo reflejo de la locura que el amor produce en los hombres... Fragmento del libro del profesor Tobías Lugano "desentrañando al monstruo sin nombre" - Capitulo III, CONVERSANDO CON LA BESTIA, Universidad de Colombia, seminario sobre el amor como posible origen del mal, 2001 EL DIARIO SIN NOMBRE IV Sin embargo, antes de llegar al cementerio, busqué a la vieja Azucena, ella además de bruja es prostituta, así que sabía que la encontraría en la calle real donde antes trabajé, no disfrutaba mi trabajo, pero era una necesidad, después que la malagradecida de Lucrecia se robó a mi hombre no me quedo más remedio que ahogar mi despecho y lascivia de fauna en celo con diversos hombres, sin embargo, adquirí una mala reputación entre las rameras de aquella calle pues yo no cobraba por mis servicios y los dueños de las casas de helenocidio se peleaban para que mi nombre saliera de la boca de los anunciantes de las más prestigiosas remontadoras de eyaculaciones, sin embargo, como no ponía precio a mi arte de amar, era selectiva con los machos que intentaban acceder a mi monte de Venus, y solo aquellos que tuviesen el color y la profundidad de mi amado Horacio en sus ojos, podrían obtener mis favores pasionales. Ahora, tener que regresar a ese lugar me llenaba de temor, pues posiblemente mis antiguas rivales creerían que su “la reina de la noche” regresaba a desequilibrar sus finanzas y la hogaza de pan con la cual saciaban el hambre de los mocosos mugrientos y barrigones de parásitos engendrados de desenfreno y descontrol en su servicios, pero yo llegaba ahora como una decente enfermera, no como la vagabunda promiscua de antes, era toda una dama, una verdadera mujer, a veces pensaba que en mi lugar debería estar la infeliz de mi hermana, ella era más hermosa que yo, tal vez por su fatídica belleza mi destino era el de mendigar el amor de Horacio hasta que me perteneciera. Llegué a la calle real, las mujeres comentaban sobre mi presencia, pero nadie se atrevía a zarandear mi camino, vi a Constanza, que se quedó tuerta por una pelea que tuvo conmigo, o Lorenza quien era coja pues uno de sus clientes no quiso pagarle y le atropelló con su automóvil, vi a Margarita asediada por cinco borrachos, y a Leonor y María quienes solo le prestaban atención a mujeres que llegaban a encontrar lo que en casa carecían, me aproximé hasta donde estaba Azucena, una anciana de unos sesenta y cinco años, pero con aspecto de una veinteañera fogosa, sus labios ordinariamente pintados de rojo, parecían la sangre seca de un borracho que la noche anterior fue asesinado por la bruja, era una mujer de temer, pero ella siempre me trató como su hija, incluso creo que me trató mejor que mi madre, ella consentía a esa como si solo ella le hubiese echo tener dolor de entrañas tras parirla, pero igual, yo terminé quedándome con mi madre y ella con mi hombre, ella perdió a mi madre, pero ni ese dolor que ella sintió se compara con el que me hizo padecer a mí. Me saludo con un trago ordinario fabricado artesanalmente, me dijo que al beberlo quedaba protegida de todo tipo de maleficio que por la mirada las demás intentaran impregnarme, me preguntó por el manojo de cabello de Horacio pero, le respondí que no pude cortarlo de su divina cabeza, mas quería que me ayudara a desenterrar el cadáver de Lucrecia, ella se estremeció pues aunque estaba acostumbrada a profanar tumbas, nunca había ayudado a que un familiar profanase la tumba de quien fuese su hermana, sin embargo, y aunque no me ayudó me indicó como debía desenterrar el cadáver, primero debía retirar 66 puñadas de tierra de la parte inferior de la tumba, luego 66 puñadas de tierra del lado izquierdo, luego la misma cantidad de tierra del lado derecho y por último la misma cantidad en la parte superior, luego debía realizar alrededor un circulo de sal y regar “aguamala” en el centro de la tumba y pintar con el dedo un pentagrama, tuve que comprarle el “aguamala” yo sabía hacerla pero los materiales son difíciles de conseguir, era necesario mezclar extractos de plantas narcóticas con algunas entrañas de cerdo y gato, ella se bañaba con esa agua para que ningún mal le atacara, con esa mis agua debía yo impregnarme para que frio del muerto no me enfermara y para que narcotizar al único celador del panteón. Apenas recibí todos estos consejos me dirigí al cementerio y ahí estaba el anciano que cuidaba del camposanto, en seguida se me acercó para prohibirme la entrada la entrada, pero, aquella sustancia era tan fuerte que lo tumbó de inmediato, mas tras la caída se golpeó la cabeza y empezó de ella a salir borbotones de sangre negruzca y coagulada, sin importarme su estado, me dirigí a la tumba y comencé a realizar el procedimiento, la oscuridad me aparaba y las tinieblas me acompañaban en mi oscura misión, el cielo y el infierno no me impedirían conseguir el amor de Horacio, era capaz de descender al averno y enfrentarme con Lucifer y ascender a lo alto del firmamento y retar al mismísimo Dios con tal de obtener el cariño de mi amado, cuando terminé todo el procedimiento, bastaron unas diez remociones de tierra con la pala, para lograr ver su sarcófago, la madera estaba podrida así que no era difícil abrir la tapa, cuando descubrí el ataúd, se veía su esqueleto y algunos huesos aun contenían restos de carne, pero su cabello estaba intacto, me llené de rabia y patee su cruz maldiciéndola por haber destruido mi vida, en bolsas negras deposité su cadáver, pero ahora tenía que pensar en cómo llenar el cajón vacío, así que me dirigí donde el anciano que aun respiraba y arrastrándole le lancé a la fosa y sellando nuevamente el aposento mortuorio volví a dejar todo como estaba para retirarme con el paquete macabro de nuevo a casa… Parecía una mujer de dolores caminando por el callejón, los ebrios creían que era la muerte y se lanzaban rogando que les perdonara la vida, que no pringarían a nadie más de blenorragia, que asistirían a la iglesia y confesarían sus culpas, así como prometieron dar su sueldo a su esposa e hijos y no a las mujeres de mala vida, de mi boca salía una vaga sonrisa que en vez de tranquilizarles les atemorizaba aún más. Cuando abrí la puerta de mi casa, mi madre como siempre me estaba esperando sentada junto al borde de la puerta de mi habitación, el gato ronroneo pero con el olor fétido de las bolsas salió raudo a esconderse en el tejado, sentí la mirada de mi madre tan fría como el clima de aquella terrible noche, pero sin decirle nada entré a mi cuarto para revisar mi gran tesoro. Saque la cabeza con la abundante cabellera y una mano, lo demás lo volví a depositar en las bolsas y dirigiéndome al patio procedí a quemar los despojos restantes, llevé a mi madre al patio para que viese la función, de paso me vengaba de ella, como no puede caminar no le quedó de otra que dejarse guiar y disfrutar del calor y olor infernal que desprendía el fuego al contacto con el cadáver, pero para mi sorpresa ella no lloró, sino que sentí que de su maxilar se marcó una sonrisa, la misma que sonrisa que expresé a esos ebrios dementes, al amanecer me bañe, tome mi negruzco y amargo café mañanero, besé a mi madre en la cabeza y le deje la cabeza a mi gato para que jugara con ella, por supuesto que el cabello del cráneo, lo retiré y durante el resto de la noche fabriqué una peluca, pues algo que adoraba Horacio de Lucrecia era su cabello, así que decidí raparme el cabello para reemplazarlo por la frondosa y enmarañada cabellera. Salí de casa rumbo al hospital psiquiátrico, esta vez no dejaría que el amor se me escapara por segunda vez, Horacio seria mío y por fin, juntos, en compañía de mi madre y mi gato cenaríamos en casa una deliciosa barbacoa cocinada con el humo de la fogata de nuestro amor y de los restos de mi muy amada hermana. Pdta. Por supuesto que a mi querido Horacio le llevaría un regalo para que de una vez por todas se diera cuenta que yo no era Lucrecia pero que podía llegar a amarme tanto o más que la amó a ella… debía tragarse sus cenizas remojadas con “Aguamala” estas cenizas era de la mano, pues fue mediante esta parte del cuerpo que se traspasaron y juraron amor eterno Diario de Helena Moreno Parte II del segundo relato
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Iramesoj le ogam
Lo que siente Helena Moreno no es amor, pues el amor de verdad no consiste en manipular a alguien con hechizos para poseerlo. A su vez, el señor Galván tampoco amaba a Lucrecia, pues no la hubiera matado. Estos personajes confunden el amor con sus deseos egoistas...por desgracia es algo que ocurre en la vida real.
Un saludo
Ricardo
Ricardo
Ricardo