La eterna nada de la luz
Publicado en Nov 19, 2017
Son pocos los que son luz.
Pocos los que eternamente brillan. Eternamente viven. Viven, y nunca mueren. Polvo de estrellas, sin color. Cuerpo y carne, de nulo sabor. Somos todo lo mismo. Y al final, olemos los mismos colores que emana la cuerda de un violín. Pero nadie puede oler eternamente, el tiempo de las papilas gustativas. Hay un eterno, que no se entiende. Hay un presente, que tuvo que ser futuro para transitar al pasado. Como aura que poseen aquellos que son más vida y luz, que tierra y muerte. La luz solo alumbra, cuando su totalidad no puede olvidar su oscura pureza. Y aparece regalando su brillo cuando todos aman ver el destello que ilumina al pozo de su oscura esencia. No existen las huellas, los pasos, ni el camino a andar. No existe lo alto, lo bajo, ni lo extenso. Existe la luz que abarca toda la realidad de vida, para llegar a nuestra existencia y volverse creación que no olvida la oscuridad en la que adormecía. Estar vivo es existir más tiempo, si se ha muerto. La vida no se la vive, cuando no extraña la muerte. El que vive esta vida pensando en sí mismo, ya estaba muerto desde el sepelio de su nacer. Uno cree en la vida, si logra ver bellos ojos abiertos, que en un instante previo yacían en el apago. La luz que sale de ellos, nos envuelve y nos torna ciegos. Es el matiz que no podemos contemplar, pero se fusiona con nuestra aura transparente. El amor es una igualdad. Una mitad que nos da vida y nos da la muerte; en el presente que encuentra sentido cuando el futuro y pasado son la mezcla que no vuelve gris, el juntar de el blanco con el negro. Amamos, lo que nos da vida e igualdad. Pero más que nada, lo que nos inspira hacer eterna a la vida. Hay pocas personas, que nunca crecen. Porque su grandeza, vivirá para nosotros por siempre así. Esas son las personas, que pocas veces se encuentran. No las vemos mucho, pero siempre están ahí. Como un recuerdo que pierde el poder de recordar. Las cosas no fueron, ni van a cambiar. Han sido siempre iguales, en el destino que brinda el descanso a nuestra fe. Lo que más rápido nos alcanza, es lo que más distante palpita nuestro atrapar. La luz no la vemos, porque somos la luz de la oscuridad. La luz no nos puede ver, porque avanza hacia la oscuridad de su luz. Solo puede brillar en la eternidad, aquel que ha perdido su luz, y la dedica en su totalidad a iluminar el vacío de el resto, para encontrar la eternidad que por siempre ha ganado la carrera a la luz, y a todo lo que nos envuelve y nos hace ser creación, vida y existencia; pero al final, la razón solo conquista su misión, en el momento que nada en la verdad, y vuela en la existencia, del camino de la vida que no necesita acto ni razón de ser, para serlo todo en la nada que desconoce su eterno. La realidad no es lo que se ve, ni llega a ser cercano a lo que se cree. La realidad encuentra el punto medio, cuando la caída no encuentra precipicio. Cuando la luz puede encontrar oscuridad, y la oscuridad a lo gris. Pero el momento que se vive, logra ser real. Porque no existe el espacio y el tiempo. Existe el momento adecuado, que logra hacer al gris lo blanco que iguala la esencia que carece el ciego que aun no ha alcanzado ver por el hoyo de la oscuridad.
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juan carlos reyes cruz