Crystal home
Publicado en Dec 22, 2017
Aún recuerdo la primera vez que estuve aquí. Se siente lejana, mas incierto es el tiempo. Un hogar de cristal, con habitaciones intrincadamente interconectadas, con mucho que ver y un apuro oprimente. Aquella vez sabíamos perfectamente que, en cualquier momento, la familia que habitaba tan fascinante hogar llegaría, sin saber de nuestra presencia, y no sería, por así decirlo, cómodo.
Esta vez era mi propia familia la que me acompañaba, en la difícil tarea de usurpar este hogar nuevamente. No es que buscase algo, no pretendía adueñarme de nada. No pretendía, tampoco, enseñarle a mi familia algo que no conocieran ya. Era solo que aquel lugar me parecía tan profundamente natural e interesante, que no podía perder la oportunidad de revisitarlo. Pasillos curvos daban a habitaciones llenas de recuerdos, de caricias, de vida. Aparentaba habitar ahí un músico con una colección de guitarras de lo más estéticamente armoniosas, de pureza delicada, como aquellos objetos que, al simple contacto con la vista, inspiran amor y respeto. Me pareció incluso sentir la presencia de un maravilloso piano de cola, pero es sabido que en un contexto tal la memoria es frágil, y los sueños se olvidan pronto, de no contarse. Y nunca tuve a quién contárselo. Una habitación femenina y ordenada revelaba una existencia contrapuesta, una que lentamente se apagaba por los rigores de sueños sofocados por una realidad paralela. Una de números y letras ajenas a la humanidad natural de una tierra ocultada. Una lejana al resto de la familia y que la desentonaba y entristecía. El tiempo apremió y no me fue posible ver el destino de tan pobre, pero hermoso ser. Sin duda aquella era una familia grande. Grandes niños, grandes padres. Pude sentir en mis pulmones la esencia verdadera y hermosa de una pareja llena de esfuerzo, de amor por su sangre. Llegué incluso a preguntarme por qué no podía verlos, estando tan seguro de que ellos estaban aún allí. No tuve oportunidad de pronunciar palabra. El espectáculo era tan sobrecogedor, que ellas sólo estorbarían una situación de tal magnitud. Aún así, tranquilo estaba, pues guié a mi familia y sé que ellos vieron, con mis ojos, lo mismo que yo. Apresurado, dejé aquel hogar de cristal, consciente de que jamás volvería y que tantas preguntas quedaban sin respuesta, al menos de momento. Mirando hacia atrás, me parece correcto asumir que abandoné a mi familia allí. Nunca les extrañé, pero aquel sentimiento de soledad no me abandonó ni me engañó más. Sé también que fue su voluntad, y les comprendo y agradezco. Sin embargo… En mi camino por la ciudad, perdido me encontré en un comercio del más variado tipo. Cosas que jamás pensé que tendrían precio, las vi en cantidad y al por mayor. Lentamente fui comprendiendo cuál realidad me esperaba, sin saber de ella aún lo más mínimo. Fue el inicio del fin del ciclo. En la inercia de mi caminar, me vi avanzando por una escalera mecánica. Me es difícil especificar si subía o bajaba, en ese lugar ambas direcciones eran prácticamente lo mismo. Al llegar al otro extremo, alguien me abrazó delicada pero interesadamente. Lo pude sentir tan claramente, que dudo incluso que aquel sujeto intentase ocultarlo, y el contexto sólo lo evidenciaba aún más. Arropándome con una manta, mas sin aparentar frio, el extraño me guió, mientras me aconsejaba sobre cosas que jamás comprendí y que nunca quise comprender. La consciencia de mi posición fue lo único que me hizo guardar un humilde silencio. El saber que no sabría ni tendría cómo saber qué ocurría, dónde estaba y hacía dónde iba. Hacia dónde íbamos. Pacientemente se ganó mi atención, y le permití mostrarme el lugar. Siempre desconfiando, creyendo más en lo que no me decía, fue que pude hacerme una idea de qué era todo ello. Aún así, tengo la convicción de que jamás llegué a comprender qué ocurría, ni la magnitud de lo que escuchaba y veía. Todo pasaba tan rápido que, para cuando estaba dispuesto a decidir, ya todo estaba resuelto. Y así, le permití acompañarme un tiempo. Asumo que se cansó de mi evidente lejanía con él y distancia con sus palabras, pues de un momento a otro desapareció tanto él, como su manta y su voz. Nunca le extrañé. Pero sólo estuve nuevamente. Admirando el extraño paisaje, logré divisar una colina muy pronunciada, que se alzaba desde la calle y por encima de la ciudad. Pequeña, no permitía más de dos personas sobre su llamativa cima. Sobre ella, me extrañó divisar a una vieja amiga, que al tiempo se percató de mi presencia. Sonriendo al verme, me señaló una escalera de madera que caía desde donde estaba. En silencio y con la mente en blanco, subí por ella hasta llegar a la cima, y después de darnos un abrazo y una palabra de buena crianza, nos sentamos a admirar el paisaje conversando. Como siempre, no tuve mucho que decir, pero le permití entretenerse contándome su vida. A veces realmente interesado, a veces con un bostezo en los ojos, le escuché con atención y le contesté desde lo que sentía, lo único real que alguna vez tuve. No siempre pareció complacida con ellos, mas era el único lenguaje que conocía en aquel entonces. Cada vez se me fue haciendo más evidente la diferencia de caminos, al punto en que ninguno se dio cuenta en qué momento ya no estuvimos más. No recuerdo despedidas ni buenos deseos, sólo un ominoso y oscuro silencio, luego de un ruido tan profundo. Al encontrarme sólo en la colina, tonto me sentí al observar la ciudad a mis pies. Tontos, sordos los sentí a ellos, a quienes no podía siquiera ver. Las sombras se alargaban y mezclaban entre sí, en una danza obscena que, en el tiempo, se volvió una masa irreconocible. Y sin embargo, en ella encontré un espejo. Atemorizado, volví la mirada hacia el sol del crepúsculo, y aquella abrazadora soledad se escondió dentro de mi. Llamado por el Sol, descendí por la escalera hasta llegar a la calle. Al poner un pie en el asfalto, una canción lo envolvió todo. Era un canto invasor y deprimente, y aún cerrando mis oídos, podía escuchar la tortuosa melodía. Pronto comprendí que era el Sol quien me hablaba, y le rogué un momento de silencio para aprender su lengua, y poder responder a su llamado. De pronto, el canto del Sol fue reemplazado por voces. Las más altas voces que jamás escuché. Las menos interesantes, también. Absentas de contenido, sólo eran interferencia para mi. Sentí la necesidad de acallarlas, pero me vi sobrepasado por su peso. Definitivamente no era tan fuerte aún como creía serlo. Entonces fue que decidí continuar mi camino de otra forma. Y así fue que, cada vez más claramente, escuché aquel llamado en lo profundo del firmamento. Nunca he vuelto a ver el Sol, pero su presencia me es más cierta que nunca. La soledad, que alguna vez fue todo mi concepto de realidad, lentamente se vuelve un sueño dentro de un sueño. Y partículas y espíritu se mezclan como sombras al atardecer, buscando lo perdido y hallado tantas veces, lo que nunca sobra pues lo es todo. Aún recuerdo cómo comenzó todo. Aún le voy encontrando nuevos sentidos, y por cada respuesta hay una pregunta. Una aventura fascinante de la cual, al menos por ahora, no quiero despertar. Sé que aquellas voces que escuché tan huecas un día, tendrán la razón por convicción u omisión. Que cada estrella que sigue a la mía, es un guía entregando direcciones. Y sin importar a dónde me lleven, el camino es uno y nada podrá cambiarlo. Y al ver la Luna, me dejo llevar de vez en cuando por sus mareas, pues sé que ellas ocultan una tierra interior sin calles, ni colinas, ni escaleras. Una tierra hueca en la cual persiste toda la vida. Un hogar de cristal al cual poder, al fin, habitar.
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luis jos
Luisjo.
Carlo Biondi