Tú no amas a nadie sino a ti misma:
Lo ví en el fondo de tus ojos marinos.
Atraviesas la calle y los espejos
en el vórtice de un ego vanidoso.
Caminas adyacente a lagos y sepulcros
con tu corazón recio de corola marchita.
Llena de glamour y de coquetería
te has ornamentado al extremo.
Eres belleza pálida que sobresale
e indignidad cínica y calculadora.
Te confabulas con el levante inquisitivo
en una entereza que se me antoja casi frívola.
Tu madura inmadurez te hace casi insoportable
y tienes tus costumbres y destrezas.
Eres la reina de los témpanos silentes
la que sólo habla de amor cuando lo necesita.
Eres vaguedad de otrora y aún energía
que se adelanta a su eterno ocaso.
No puedes huir de las navajas del tiempo
porque el tiempo borra las caras y los nombres.
Huyes de las conversaciones amigables
que te propone mi alma sin histeria.
Eres herida espesa en mi memoria
que tratas a mis afectos con desidia.
Te gustan los viejos y las apariencias
y los tinglados lujosos y remotos.
Yo soy sólo un obrero de lo virgen
que ordeno el lenguaje en una rima.
Mas no te culpo: somos lo que somos
porque venimos de diferentes parajes.
A ti que te embadurnas entre lienzos
y eres del linaje de las metáforas.
Te entrego todas las rosas muertas
y el silencio de tu amarga insensatez.