reminiscencia navidea
Publicado en Jan 04, 2018
Por primera vez no había regalos debajo del pino, tampoco púas que recoger. En su lugar una suerte de ramas plastificadas sostenían las bolas a una distancia escasa al suelo Algunas eran de cristal otras de un material indefinible. Por lo demás, el espumillón se encargaba de tapar las bajezas de su descaro.
Las lágrimas, seducidas por nuestro encuentro, fingieron ser fluidas y sinceras, no cejaban en su empeño por hallar surco resbaladizo. Ellos, mi familia, no querían repetírselo, el abuelo ya se había despachado suficiente en ausencia de su mujer, y con cualquier rastro de sonrisa en la mesa. La Navidad, ¡qué regalo para el recuerdo! Pero no era allí donde yo portaba mis pensamientos, aunque allí cavilara, deshaciendo el poco tiempo restante, sobre si hubo siquiera un ápice de verdad digna de relatar. Salí de mi ensimismamiento, necesitaba respirar. Me disculpé y corrí hacia la sala de estar. –¿ A dónde vas?- Gritó papá. Allí una única ventana alumbraba un espacio ocupado por un juego de visillo y sillón. Me acerqué y miré a través del cristal, por encima de los edificios de ladrillo rojo. Una estrella se pavoneaba torcida, con uno de sus picos mirándonos inquisitivamente . No tenía palabras para ella ni para el resto. Sola, luz marcada en el cielo negro, se desprendía de despojos y paseaba libre de la misma manera que los ornamentos sin vida se adherían al pino sin olor, pues de su misma condición se hacían fieles, durante un mes, quizá más, dependiendo de cada casa… Siempre me gustaron las mañanas, incluso ésas que aún despierto crees entender por qué un chaval grita mientras su novia disimula los sollozos con una manga, justo debajo de sus ojos. Ésas en las que individuos que todo y nada tienen en común se reúnen en torno a los cafés más madrugadores.
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Mara Vallejo D.-
Nunca dejes de escribir!!! ( Vale?)
María