EL GOLPE DEL TRUENO
Publicado en Jan 15, 2018
EL GOLPE DEL TRUENO
Esa noche de apagón, la ciudad se enfrentaba a una tormenta eléctrica. Ahí, exactamente al mismo tiempo, nacieron Joaquín y Alberta. Los inexorables truenos atravesaron las lujosas paredes en que se hallaba la recién nacida Alberta; la hicieron llorar y gritar. En una zona pobre de la ciudad, Joaquín, aún cubierto de líquido amniótico, había sido dado por muerto. Su madre iba a tirarlo a un lote baldío, pero en el mismo instante que lloró y gritó Alberta, lo hizo Joaquín. A partir de ese momento su madre lo cuidó. Como dos almas gemelas, siempre comunicadas, ésa sería la primera vez que Alberta salvaba a Joaquín. Ocho años después, Alberta vio cómo Joaquín defendía a un nido y a sus polluelos de las pedradas lanzadas por unos adolescentes. Cuando las piedras empezaron a caer sobre él, Alberta pidió a su padre que lo socorriera. Aún no lo conocía, y ya era la segunda vez que lo salvaba. Días después de su boda, la joven Alberta encontró en su pórtico a Joaquín, guareciéndose de la lluvia. Compasiva, le invitó a su cochera, hasta que pasara el aguacero. Al prender la luz y verse ambos a los ojos, el golpe del enamoramiento los aturdió. En silencio, evitaban sus miradas, sin saber que compartían la misma ansiedad, ante la misma pregunta: “¿existirá el amor a primera vista?” Alberta vio que Joaquín tenía un polluelo en el brazo. El joven le dijo que lo encontró en una acera, junto a su nido destruido. Parecía muerto, mas luchaba por revivirlo. Le frotaba su pechito, le hablaba, le buscaba sus latidos. Alberta quiso abrazar y consolar al compasivo joven. Cuando se acercó para hacerlo, un trueno ensordecedor estremeció el lugar, e hizo que el polluelo diera un brinquito y comenzara a piar. Testigos de aquella victoria de la vida, una inmensa felicidad irrumpió en sus corazones con la fuerza de un relámpago. La alegría los sacudió igual que el miedo por el trueno, que la tristeza por el polluelo caído o que el súbito amor. Inmerso en aquel tornado de emociones, Joaquín no pudo contenerse: ¡con un brazo cogió fuertemente a la muchacha por la cintura y la besó, intensamente, en la mejilla! Alberta sintió un fuego en su rostro y una corriente eléctrica en todo su cuerpo. Sin embargo, apartó al joven con gritos y manos, pues los sentimientos involucrados le carcomían: el de una gran culpa, alimentada por un amor tan intenso como espontáneo. Pensaba: “¡Esto es ridículo! ¡Es imposible que sienta esto!” Alberta le pidió que se marchara. Joaquín prometió volver a verla. Ella le dijo que era imposible; que tenía mucho trabajo, que no confiaba en extraños, que saldría de viaje y, por la insistencia del mismo Joaquín, dijo lo que no deseaba confesar… que estaba recién casada. Joaquín, ahogado por la tristeza, sin palabras salió del garaje. A unas cuadras de la casa de Alberta, el muchacho miró al polluelo que llevaba entre brazo y tórax. Ya no se movía. En su pecho, Joaquín… llevaba a un ser muerto.
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luis jos
Luisjo.-