Canon
Publicado en Jan 16, 2018
Canon
El pasillo olía como a lágrimas. Era humedad, mas por tantos años de tristeza, parecía que las paredes se hubieran impregnado de las chilladeras. La condenada a muerte pensó que era el llanto de las almas que intercedían por ella, pues en aquél lúgubre trayecto a la silla eléctrica, el misticismo era su única salvación. La prisionera paró, resistió el leve empujón de su custodio, hizo changuitos con los dedos, dijo –Capitán, mi último deseo es una canción. ¿Podría usted cantarla hasta que muera? Se lo suplico. —¿Qué canción?—. Respondió, secamente. —La cantaba mi madre. Sólo es una estrofa. –Sus dedos ya estaban rojos y blanquizcos por la presión de su enredo. – ¡No voy a hacer el ridículo!–. Con un fuerte empellón la hizo caminar. Tras unos pasos, la prisionera se detuvo. Inició su canto: “Cuando no haya mañana, al Sol y a la Luna por igual temerás. Canta y rezaré, reza y cantaré, todo como un regreso a casa verás.” El policía arremetió –¡cállate, ya vamos a llegar! ¡Deja de llorar y camina! Tú mataste a esas niñas. ¡Te mereces la peor de las muertes! ¡No te resistas! ¡Ya sólo son unos pocos metros! ¡Compañeros, ayúdenme a meter a esta mujer a la freidora! La mujer continuó su canto: –Cuando no haya mañana, al Sol y a la Luna por igual temerás. -¡Asegúrenla a la silla eléctrica!–. Y el capitán añadió –¡Y no la amordacen. Es su última voluntad! Un subalterno recomendó –pero Capitán, todos los testigos quieren que calle, incluidos los padres de la niña que asfixió esa niñera psicópata. Le pondré la mordaza; luego, la capucha. –¡Haz lo que quieras! –El capitán se dirigió a inspeccionar el cuarto del switch. Una vez ahí, el oficial le alcanzó y confirmó –¡todo listo para la ejecución, Capitán! A través de la capucha, su canto se oyó –Cuando no haya mañana, al Sol y a la Luna por igual temerás... –El capitán dirigió una mirada a su oficial y asintió complacido. El canto incrementó su intensidad –Canta y rezaré, reza y cantaré. Los presentes, iracundos, gritaron –¡cantaremos y bailaremos sobre tus cenizas!–. El oficial miró al Capitán con miedo. El superior le dijo –yo soy el responsable y no tú. No tienes nada de qué preocuparte. Hiciste lo que quisiste porque yo te lo ordené. La condenada continuó – …todo como un regreso a casa verás. Los insultos a la cantante y a los oficiales por no amordazarla aceleraron el proceso. El Capitán dio la orden –¡Oficial, haga pasar corriente y acabemos con este griterío! II Una hora después, ya sólo quedaban los policías y el cadáver. El Capitán dio las últimas órdenes: –Compañeros, buen trabajo. Ya despedidos todos los testigos, sólo les queda despachar al bulto–. Mas el Capitán vio que el oficial estaba pálido. Ordenó con intensidad –¡Coja ese maldito cuerpo y llévelo con Don Pancho, para que lo entierre! –Capitán, perdone, castígueme, pero no voy a tocar a ese cadáver —contestó aterrado. A punto de estallar, el Capitán tomó un tiempo para tranquilizarse, antes de decir –¿por qué? ¿Qué hace a esta criminal tan especial y diferente de los demás? –Que nunca paró su canto, mi Señor Capitán–. Tímidamente respondió. –¿Y? –su líder increpó. Con la vista en el suelo, el oficial aseguró –¡eso era imposible! Debajo de la capucha… ¡su boca siempre estuvo amordazada! —¡Quiten la capucha!—. Gritó el capitán, mientras veía con ojos entornados al oficial. Al revisar el fuerte vendaje en la boca de la difunta, el Capitán comentó, como si las palabras se le escaparan por sus labios –Reza y cantaré… Su canto, rezos; su rezo, cantos. El aroma del pasillo… llantos.
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Battaglia
Un gusto conocerte.
Saludos,
Battaglia
Luis Alejandro Rodrguez Sotres
Este cuento estuvo inspirado en la historia de una conocida que por ser esquizofrénica mató a su hija con unas tijeras. La historia está basada en el protocolo de pena capital Que Stephen Kong plasmó en la “milla verde”