¿Estrellita, dónde estás?

No puedo evitar llorar y pedirte perdón al verme aquí esta noche. ¿Cómo pude burlarme de ti cuando venías a este cerro a cantarle a la estrella que elegiste para tu difunto padre? Hacía gala de mi sarcasmo cuando decías que él te respondía, intensificando su luz. A pesar de verte llorar o reír de alegría, de oírte cantar con tanto sentimiento y belleza, de que deseaba abrazarte y decirte que soy el hombre más afortunado del Mundo, preferí reírme de tu fe y echarte en cara que era pura autosugestión, pues nunca percibí cambio alguno en el titilar. 
Los dos años que estuve a tu lado son los únicos que me importan; sin embargo, no tuve la humildad para convertirme en el compañero que tu felicidad exigía. 
Una semana después de aquel trágico día en que perdiste la vida vine en busca de la estrella de tu padre… ¡ya no estaba! Fui a la universidad para confirmar la pérdida. El astrónomo me felicitó: “¡Has sido el primero en reconocer que la luz de la extinta Z-Carpio ha dejado de llegar hasta nosotros!” 
Amor, tú sabes lo orgulloso que soy, aun así me puse a llorar frente a toda esa gente. Sólo pensaba que aquella estrella se extinguió contigo, cual si ya no tuviera razón de existir.

Ahora estoy acá, hablándole al cielo, esperando tu respuesta. Me debato entre mi razón que es la vasta negrura del espacio, y mi amor por ti que es esa pequeñita estrella que me guía.