La viajera
Publicado en Jan 18, 2018
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La viajera, anciana, caminaba dormida. Despertó por la bulla de un grupo que regateaba los productos de un yerbero ambulante. Se acercaba al gentío, hasta que la distrajo el vuelo de una mariposa inmensa. Exclamó –¡una de las mariposas mágicas! ¿Hermana, en qué te posarás para impregnar tu maravilloso aroma? ¡Deja tu olor en los objetos para inflamar mi curiosidad! ¡Intensifica la belleza, las emociones, el interés!–. Luego, pensó: “¡Qué tristeza!, nadie puede verlas ni oler los aromas que dejan. Si no vivieran enfrascados en sus problemas, compartirían mi felicidad: mis mariposas.” 
El vuelo de aquellos gusanos alados es tan caótico como pedacitos de celofán entregados a la fuerza del viento; sin embargo, no son tan vulnerables... El enorme ejemplar se posó en la frente de un vago asqueroso y borracho. En esa cabeza las gotas de sudor acarreaban piojos agonizantes, las costras de mugre se desquebrajaban, los granos hacían erupción y las llagas manaban pus sanguinolienta. Por temor al golondrino, la anciana observó a la distancia al insecto. El balanceo del alcohólico paró. ¡Súbitamente, se vino abajo por un ataque epiléptico! La cabeza de aquella hecatombe humana golpeó repetidamente la banqueta, pero aun así, la mariposa no se movió.
Entonces, el yerbero gritó –¡silencio todos!, les demostraré por qué mis productos tienen estos precios--. Sacó un costalito y espolvoreó un polvo gris sobre ambos seres. Así, paró el ataque del vago, pero mató a la mariposa e inmediatamente la metió dentro de otro costalito. Todos los clientes gritaron “¡milagro!, ¡magia!” El vago abandonó el lugar, cabizbajo. La vieja se llenó de dudas, pero temió hablar con el indigente. Decidió esperar a que el curandero pudiera darle una explicación. Fue ya entrada la noche cuando el yerbero se quedó solo. La viejilla se le acercó tímidamente. La vetusta mujer preguntó qué había echado sobre aquel hombre. El chamán respondió –Polvo de la Apatía, una sustancia que anestesia el alma. Con este efecto elimino toda emoción, dejando un cuerpo robotizado. Como los ataques epilépticos suelen darse tras estados de ansiedad, puedo diagnosticar que disminuirán las convulsiones de aquél asqueroso.
–¿Mataste a esa bella mariposa? --preguntó la anciana.
El chamán urbano contestó –¡ni modo! El polvo de la apatía es el extracto de las alas de Mariposas de la Pasión–. 
Al escuchar tal barbaridad, la débil anciana se arrojó sobre el curandero para golpearlo con toda su fuerza, mientras gritaba innumerables ofensas.
El maldito, sujetando los débiles puños, dijo –tranquilízate, tú eres de las pocas personas que todavía ven las mariposas. La mayor parte de la gente está demasiado absorta en sí misma como para observarlas. Considérate dotada, pues cuando utilices el poder que nos da usar el polvo, te volverás una cazadora de mariposas y así tu don te dará frutos. La anciana gritó –¡Qué estupideces dices?
Basta una sola ingesta de mi anodino polvo, para que mis pacientes pierdan la depresión y la ansiedad, sin peligro de causar adicciones o efectos secundarios y sin menguar sus capacidades intelectuales o físicas. Es impresionante lo que pueden lograr estimulados sólo por las necesidades fisiológicas, la imitación y la rutina. Los celos, las envidias, los corazones rotos, ¡todo eso es ya parte del pasado!
Agotada, la anciana se encontraba tirada en el suelo, pellizcándole las piernas, pues ya no tenía fuerzas para pegar. En esa posición tan bochornosa, el yerbero le dijo que estaba demasiado enamorada de la vida y que por eso era un peligro para su empresa. El brujo sacó un costalito y le echó Polvo de la Apatía. El enojo cesó, así que la apasionada octogenaria dejó de pelear. Reinició su caminata sólo por inercia, pues ya no le importaba nada a su alrededor.
TODO su mundo estaba como desenfocado. Ninguna de esas polillas psicodélicas
aparecían para guiarla sin descanso.
La ancianilla caminó una semana sin salir de esa ciudad. Sin darse cuenta de nada, se tropezaba, se resbalaba y se golpeaba con TODO. En aquél estado, sólo percibió al mundo como un tedioso trayecto de obstáculos invisibles y dolorosos. Caviló día y noche en el porqué de sus desgracias. Concluyó que la culpa recaía en su rutina, por lo tanto, después de años de caminar sin descanso, nuestra dulce ancianita decidió sentarse a esperar la muerte. Pasaron horas, días, meses, estaciones. Estuvo sentada en la misma banca del parque. ¡Increíble! unas ardillas hicieron un nido en su regazo y aún así no le sorprendió aquella maravilla. Mas un día...
¡Un día algo por fin llamó su atención! El vago, rascando su pelo enmarañado, pasó justo frente a ella. Sin miedos, sin emociones, la robotizada vieja lo abrazó para olfatear su frente, pues su constante búsqueda, al fin de cuentas, era una rutina que la alegró antes de ser afectada por los polvos. Sólo percibió el olor a cebo asqueroso. El pordiosero respondió abrazándola con toda su fuerza, y le dijo –¡no me suelte! ¡Nadie me ha abrazado como usted!
Fue entonces que la parte incomprensible de este relato ocurrió: El efecto de la anestesia emocional sucumbió. La dulce mujer recuperó el calorcito en sus mejillas, la saliva de su antojo interminable y el repapaloteo de las mariposas en el estómago.
La viejita abrazó y cubrió de besos la frente del mendigo. Las mariposas aparecieron espontáneamente. Una estaba sobre la frente del vago y las demás distribuidas sobre las frentes de todos los habitantes de esa gran ciudad.

El vago hoy en día ya se baña. Trabaja, ofreciendo sus servicios de puerta en puerta sin pedir nada a cambio; aunque claro, la gente agradecida –la mayoría–, le da dinero, comida o ropa. La anciana reinició su caminata, en la que asegura ver más mariposas que nunca, pues ya no se distrae pensando en ella misma. El yerbero puso su franquicia de tiendas, pero perdió el don de ver las mariposas, pues no soportó la tentación de espolvorearse el polvo.
Esta historia es contada por la ancianita en los parques. Siempre termina con un comentario así: 
“Niños míos, no voy a explicarles la belleza de las mariposas mágicas, porque sólo por su propia humildad y compasión pueden llegar a verlas en cada pedacito de Mundo que les rodea.”
Yo nunca he visto las mentadas mariposas ni quiero verlas. En fin… lo bueno del Mundo es que cada quien ve lo que quiere ver.

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Foto del autor Luis Alejandro Rodrguez Sotres
Textos Publicados: 30
Miembro desde: Jan 15, 2018
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Descripción

Sobre nunca rendirse. Vivir para ser feliz sin prejuicios y con valores

Palabras Clave: Optimismo vejez Alegra humildad

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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