Un, dos, tres por m
Publicado en Jan 21, 2018
Un, dos, tres por mí
Tres días escondiéndome de mis señores padres, y aún no saben que ESTOY AQUÍ, en casa. ¡Tengo que aguantar más!... Las cuatro de la mañana. Debo comer poco para que no sospechen. ¡Ya está mi foto en el bote de leche! Me imagino que han de pensar: “¡Pobre Miguelito, debimos comprarle su cuatrimoto! ¡Ahora debe estar en el Cielo, viendo lo malos que somos!” ¡Qué buen castigo les estoy dando! Ayer, mientras mi Señora Madre hacía llamadas para buscarme, yo la espiaba por la ventana del jardín; Señor Padre entró muy nervioso: –¡Amor, nuestros compadres murieron! ¡Chocaron!... Madre, sin dejar de barrer el suelo, interrumpió asustada: – ¿También murió Juliancito, el hijo del compadre con quien Usted compartió la infancia? Padre, aclaró: –No, el niño no iba en el coche. Por el momento está con el vividor de su abuelo Don Julián, en casa de mi madre–. Luego, añadió el comentario que siempre se cuela cuando habla del novio de la abuela: –¡Mi padre debió correr a ese pseudochofer, a ese don Julián que también era casado! Padre, quien miraba una foto mía, dijo: –Cuidaremos al huérfano. Es nuestra obligación ante la sociedad. Desde el momento en que Mi Señor Padre tomó la decisión de cuidar al tal Juliancito, detesto aún más a ese naco cara de chicle. Juliancito viene hoy a mi casa. Seguro dormirá en mi cuarto. ¡En mi cuarto! ¡Ahí tengo mis juegos de video! Más vale que me ponga a jugar, ahora que puedo. ¡Mugre nivel, sin sonido no se siente! ¡Sonó el timbre! Corro al tapanco y me asomo por la ventana. ¡Ya es medio día! ¡Es ese niño! ¡Que coma caca! No, perdón, está huerfanito. Voy a espiarlos. Desde esta ventana no escucho bien lo que dicen, pero me basta con que Madre le haya dicho –tú serás como un hijo para nosotros –. ¿Quién se cree ese mocoso? ¡Me voy al baúl a dormir! ¡Nadie me quiere! Por eso lloro en la soledad de este baúl feo, viejo y negro. ¡Pero no importa, les demostraré que puedo vivir sin ellos! Me volveré astronauta, haré mucho dinero y compraré mi moto. ¡Seré el astronauta-motociclista del baúl! Qué sueño tengo... ¡Ay, qué rico es dormir bien! Bajaré a espiarlo. Junto a la cama del piojoso, parece más menso que cuando está despierto. Me acerco y le soplo levemente en la oreja. Se retuerce como gusano. Ja, ja, ja. ¡Mugroso! ¡Jugó con mis juguetes y los dejó desordenados! ¡Antes de irme los romperé todos! Me los llevo al baño, para no despertar a este toto con el ruido de la destrucción. ¡Qué gritos tan feos me han despertado! Al abrir la tapa del baúl, escucho la regañiza que le dan mis señores padres a Juliancito. Asegura no haber rompido nada, mas no le creen al muerto de hambre. Ya son las dos de la mañana. ¿Ya se habrán ido a dormir? ¡Ya me duele el estómago de tanto esperar! Voy a comer algo de la cocina. ¡Estuvieron ricos los sándwiches! Tras la puerta de mi cuarto oigo llantos. Me animo y la abro con cautela. Con la poca luz de la ventana, distingo la silueta de Juliancito, y la de la almohada que usa para ahogar sus gritos. Le dice a la Virgen que se ha quedado solo y que desea morir. A Dios le pide una señal. ¡Carambas! ¡Hice rechinar la puerta por accidente! –¿Quién es? –pregunta Juliancito, mientras descubre su rostro. Me quedo paralizado y con el corazón acelerado. –¿Eres un angelito? No sé qué contestar. Sin embargo, se me escapa un maldito “SÍ”. ¿Me vas a llevar al cielo? –dice Julián. ¡Va a prender la lámpara del buró! Le digo –¡No la prendas, pues los ángeles nos desaparecemos con la luz!–. ¿Qué estupidez dije? ¡Me van a descubrir! ¡De un brinco, se hinca sobre la cama y me suplica que lo lleve al Cielo! Me asegura que desea irse con sus padres, y que no le importa si la muerte duele. Se me hace un nudo en la garganta. No sé qué decirle. Ya llevo un buen rato aquí parado, mientras él llora. Me acerco y pongo mi mano sobre su hombro. Me dice que no recuerda haber hecho algo malo, y si lo hizo, que se arrepiente. Me pide que le diga qué hizo mal. ¡Qué hago? –¿Ángel, has hablado con mis padres? –me dice Juliancito. –Sí–. Respondo a lo loco. –¡Qué te dijeron? –Que te quieren mucho, y que siempre estarán contigo, sin importar lo que hagas. –¿Van a venir a verme?–. ¡Me coge de los brazos! –Julián, te ven siempre. –¿En este momento los puedes ver?–. ¡Me entierra las uñas! –No. –¿Entonces, cómo sabes que me ven siempre? –(…) –¡Contesta, Ángel, dime!–. ¡Me soltó! Retrocedo, lentamente, para alejarme de Juliancito. A pesar de que sólo le veo como una montañita de sombras silenciosas y temblorosas a punto del derrumbe, siento su súplica en la oscuridad. ¡Escapo! Cierro la puerta del tapanco y entro al baúl. ¿Me habrá seguido? Tengo la boca pastosa. ¡Cómo me deslumbra la luz del Sol al abrir la tapa del baúl! Voy a la azotea para bañarme con el agua del tinaco y luego haré del baño. ¡Chin! ¡Ya no tengo bolsas para la popó! ¡Qué rico es mojarse en un día soleado! Al asomarme para ver el jardín, veo que Juliancito, con ladrillos, ha formado letras en las que se lee “ESTOY AQUÍ”. Llora al pie de su letrero. Soy un tonto por haber roto los juguetes: ¡un idiota! Después de dos horas pintando, no me acaba de gustar el rinoceronte. Tal vez si hago el hocico más corto… ¡Oigo una patrulla! Me encanta verlas, pues vienen a dar informes de mi búsqueda. ¡Soy re bueno para esto! Al asomarme, veo que la acompaña un camioncito blanco. ¿Qué pasa? De la casa sacan una camilla con una bolsa negra, como las de los programas de detectives: ¡donde transportan los cadáveres! Bajo las escaleras a toda velocidad. ¡Que no sea mi mamá la de la bolsa, que no sea mi mamá! Llego hasta los vehículos. Veo, aliviado, que mis padres lloran abrazados. A pesar de que estoy a unos pasos de ellos, no se han dado cuenta que ESTOY AQUÍ. Veo la formación de ladrillos, veo el pequeño bulto negro en la camioneta, veo que le escurren unas gotitas de sangre. ¡Juliancito dijo que no le importaba si la muerte dolía!. Yo le dije que sus padres estarían con él… ¡sin importar lo que hiciera! ¡Por último pidió ayuda a su estúpido ángel! ¡Lo abandoné! Me siento miserable. Comienzo a llorar con desesperación. Mi mamá, al notar que ESTOY AQUÍ, me da de nalgadas –¡hay, madre, me duele!–, pellizcos –¡ya no más! ¡No me pegue!–, y pescozones –¡eso sí me duele!–. Ella nunca me había… ni siquiera gritado. Yo grito –¡perdón, no fue mi intención!–, mas sigo recibiendo golpes y gritos. . . Los tengo bien merecidos. Cuando se cansa de pegar y gritar, les digo: –Señora Madre, Señor Padre, los quiero mucho. ¿Podrán perdonarme?–. Me abrazan fuertemente y lloran aún más, pidiéndome perdón. No entiendo. El abrazo me duele por los golpes antes recibidos, mas no quiero que me suelten. Veo los ladrillos. Los reacomodaré. Mañana desde el Cielo leerán: “ESTAMOS AQUÍ”.
Página 1 / 1
|
Lucy Reyes
Me gusta el estilo del relato, es claro y despierta interés desde el principio hasta el final.
Felicitaciones
Cordial saludo.