EL ADIÓS BAJO UNA LUZ SABIA
Publicado en Feb 23, 2018
EL ADIÓS BAJO UNA LUZ SABIA. A mis HIJOS, con la ESPERANZA de que se alejen del MAL El mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella. Jesucristo (4 AC-30). EL ADIÓS BAJO UNA LUZ SABIA. Dicen que hay una línea que separa el bien del mal, yo la crucé, no sé muy bien cuándo, ni porqué, pero una mañana me desperté agotada, como con resaca después de una gran noche de fiesta, y ya el Sol no volvió a brillar igual para mí, ya no me marcó las horas del alba, ya no vi como amanecía a través de la ventana de mi guardilla desordenada, pero perfectamente decorada, ya nada relucía, como cuando eres sanamente amada. Quizás la muerte de mi padre fue lo que desembocó mi paso a ser una mujer real, dejando atrás la calma que da el no temer nada, porque ni los murciélagos parecían tan peligrosos como para esconderte de la noche, y de lo que trae aparejada. Esa mañana tomé mi café, por supuesto reposado en un cazo de fina porcelana, y mientras saboreaba su aroma, su textura e incluso su perfecta mezcla africana, admiraba mi nuevo cuadro, pensando que estaba en otra etapa artística, donde abandoné el color para centrarme en el gris, y en todas sus tonalidades. Entonces subí los hombros: era suficiente para pintar una escena, que parecía un poco macabra, aunque llena de señales, si es que con el tiempo algo adivinaba. Me bañé, me gustaba ese aroma a lavanda que me dejaba mi pastilla de jabón, casi terminada, y sin mucho dinero para comprarla, para poder satisfacer mis caprichos, que aunque no caros, molestaban a quien no tenía bastante con su vaga vida no saciada. Me vestí formalmente. Antonio, mi jefe y amigo, quería presentarme a unos colegas suyos, quería introducirme en su sabio mundo, porque era la hija que nunca tuvo y, según él, poseía todas las cualidades para llegar a lo más alto: los conocimientos para tener conversaciones inteligentes entre los hombres, y la belleza para ser admirada por las mujeres; una mezcla muy amarga, por provocar incluso rabia, pero él no se daba cuenta de que algo me faltaba: la fuerza para conseguir sola, lo que otras y otros alcanzaban teniendo menos valor, desarrollando las artes a las que me dedicaba. Era pintora y escultora, a veces hacía exposiciones, y cuando lo necesitaba daba clases de arte tanto a niños en la escuela, como a mujeres adultas acaudaladas, pero diariamente trabajaba en el taller de Antonio, esculpiendo para sus creaciones como arquitecto. Todo eso me hacían sentir orgullosa, y me daban la posibilidad de no depender de nadie, en estos tiempos donde para la mujer todo era un gran esfuerzo. Antonio me trataba de una forma delicada, como si aún no hubiera crecido, creo que no pensaba que hacía mucho que los hombres entraban en mi cama, y que no era para dormir vestidos, más bien descalzos y sin mucho trapo que los tapara. Yo le dejaba hacer, me faltaba la protección de un padre, y desde que me contrató, me creí parte de su familia, pues era anciano, y no le quedaba a su lado ni una sobrina, el motivo por el que se aferraba tanto a su trabajo, a pesar de tener edad para descansar en el sofá escuchando la radio. Tenía esa pasión: crear cosas bonitas y sabias, porque no solo era belleza lo que se contemplaba en cada pared que realizaba, había sabiduría e incluso nostalgia, pero todas tenían un sello inconfundible, el de un GAUDÍ lleno de Genialidad para desarrollarlas. Se refugiaba en eso, en construir maravillas para personas atesoradas, porque el Ayuntamiento no lo quería, pues no miraba en gastos para poder crearlas. El amor lo encontraba en la Religión, como la mayoría de las personas que tienen un alma solitaria; así que gracias a esas dos cosas, se encontraba con ganas para tirar del taller donde muchos trabajábamos, aprendiendo de un sabio, que a sus discípulos los tenía ensimismados con tanto arte, hasta en una simple ventana. Me llamo Sofía, pero él me llamaba Sofi, con una pronunciación francesa, según decía porque me daba la suficiente clase para ser la fina pintora que el admiraría cuando solo pudiera pasear por La Rambla. Me gustaba, me hacía sentirme importante, y por una persona que admiraba, no se le podía pedir más a un jefe, que me dio la posibilidad de crecer debajo de sus faldas. También tenía la sensación de que no acababa ahí todo, que me quería mostrar algún secreto que se me escapaba, pero como tenía la madurez para saber esperar las cosas, no daba prisas, porque intuía que no era algo material escondido en una caja. Y cuando soltaba alguna frase, sin llegar a mencionar realmente lo que pasaba, le dejaba que se desahogara, sin forzar a que me contase las cosas a las que él, en sus pocos ratos libres, yo imaginaba que se dedicaba. Esa mañana cogí, como siempre, mi bicicleta, una rutina que debía dejar si quería llegar a ser una señorita elegante, con aires de mujer francesa refinada, pero aún me sentía joven, tenía veintidós para ser exactos, no era una vieja cascarrabias. El taller estaba solo a un par de manzanas, y cuando fui a quitarle el candado a mi transporte, alguien me empujó suavemente, más bien para que lo identificara. Era Dámaso, mi otro gran amigo, quien incluso me dedicaba canciones cuando las programaba en la radio algunas madrugadas, y que yo, de vez en cuando, escuchaba mientras tomaba mi café, otra de mis pasiones, que me sacaba de las sábanas, limpias y bien planchadas, aún no debían de ser mi lecho de muerte, solo donde pasaba las noches, a veces sola, y otras muy bien acompañada. Dámaso tenía prometida, y la pobre no se quejaba, llevaban años en esa misma situación porque él no tenía ganas de desposarla, y ella callaba por temor a no encontrar a nadie con quien pasear los días de fiesta y las tardes soleadas. A pesar de eso, yo sabía que le gustaba, lo decía de una manera oculta a través de la radio; pero era un buen hombre, jamás abandonaría a Eloísa, que así se llamaba, la quería, aunque no era la mujer mala por la que él podría perder la cabeza, no la casa, porque si algo tenía Eloísa, era una buena mansión cuando su padre muriera, creo que ella por eso rezaba, para así atrapar a Dámaso, de una forma cruel, pero llena de gracia. Era un poco bohemio, pero se acostumbró a la rutina de la ciudad donde creció, y nunca abandonó porque vivía cómodo, y eso trae muchas cosas, entre ellas, dejar atrás las aventuras para encontrar lo que el alma ansía cada mañana, pero era su vida, y a ella se aferraba. Me ayudó a quitar el candado, y mientras me dio un beso a escondidas, porque una vez compartimos la cama. No fue una locura, estuvo llena de sentimientos, no los suficientes para dejar a Eloísa, pero le dio derechos para hacer alguna travesura sexual, si no había cerca ningún cotilla que su plan estropeara. Siempre bromeaba diciendo que quería repetir, y aunque él me gustaba, sabía que no era su tipo de mujer, demasiado liberal como para aguantarle todo lo que le diera la gana. Eso a mí no me frenaba, sí a él, porque le hacía pensar que una noche fue suficiente para saciar la curiosidad de conocer mi cuerpo, que tantas veces, y de forma muy sutil, tocaba. Me preguntó si iba al taller, y le pedí que un día me llevara en el coche que lo vi pasear una madrugada, aclaró que no era suyo, pero quizás se las ingeniase para llevarme antes de lo que pensaba. Le puse la mano en el pecho, mientras le daba otro beso en la cara, no quería enamorarme de una causa perdida, pero eso no eliminaba que, de vez en cuando, tuviese momentos de debilidad, y quisiese oler su cuello mientras me quitaba. Me monté en la bicicleta, volviendo a la tierra porque debía ir al taller, y que no se me notase nada. Mi papel en el terreno laboral era más estricto que el de cualquier hombre, había cosas que no me las podía permitir, como el que me vieran enamorada, y pudiera distraerme al crear cosas, que aunque solo copiaba, debían estar hechas con exactitud, como si no pudieran ser mejoradas. Llegué un poco tarde, se cruzó por mi camino un tranvía y un grupo de estudiantes, pero no fue lo suficiente como para que algo me reprocharan. Estaba trabajando en unas rejas para La Casa Figueras, casi siempre me ordenaba que las hiciera con puntas afiladas, según él para proteger su obra de los vándalos, que no respetan nada, pero éstas eran exageradamente finas, simplemente con tocarlas podría sangrar hasta la más dura entraña, y casi me asusté cuando apareció el artista exigiendo que las limase bien , que no hubiera ninguna redondeada. Me puse inmediatamente a trabajar con ellas, aunque no llevase la ropa adecuada, y mis cualidades como escultora exigieran una obra un poco más refinada, aunque cuando las veía casi acabadas, me daba cuenta que nada de lo que hacía carecía de esa particular belleza tan valorada. Y recordé unas frases que leí en un periódico, era de Lloyd, decían que “ Todo gran arquitecto, era un gran poeta. Debía ser gran intérprete original de su tiempo, de sus días, de su época…” y aunque viviésemos una Dictadura, cuando algo malo se tramaba, algo importante se destruía, por lo que protegía su obra como una gran fortaleza, para no ser invadida por el enemigo, que no ama el arte, solo la riqueza. Estaba claro que en este Mundo ganaba el más fuerte, y quien no tenía músculo para pisar al que se cruzase en su camino, debía ser el más inteligente. Pasaron las horas, y no se veía claro el final de aquello, eran muchos metros lo que rodeaban la casa, pero cuando paramos para el almuerzo, se acercó Antonio pidiéndome que fuera a su despacho después de comer, había venido un Conde con su hijo, para hablar de un proyecto sobre su urbanización privada, que llevaría su nombre Güell, quería que hiciera unos bocetos de un Dragón, y de otros mosaicos para algunos bancos. Fui sin haber tomado ni un bocado, parecía importante, no debía demorarme más. Entré, llamando primero a la puerta, y con mi carboncillo en la mano, totalmente dispuesta. Me presentaron, me besaron la mano,¡ que gesto tan hermoso, y con tanto significado!, eso pensé al mirarlos. Me sentí totalmente observada, como si no fuera un pequeño dibujo lo que buscaban de mí. Quería impresionarles, pero estaba tan nerviosa, que no sabía cómo iba a salir. Así que me senté de una forma femenina, cruzando las piernas, mostrando mis zapatos, quizás con un poco de polvo por el trabajo, pero bonitos para gustar al invitado. Hablaron entre ellos de lo que realmente buscaban uno del otro, de cómo terminar lo que quedaba de trabajo, unas pinceladas, porque como vivía allí, le daba tiempo a examinar lo que le parecía imperfecto para su genial cerebro. El hijo del Conde no me decía nada, solo miraba mi ojos, y por su puesto mi pelo cobrizo, como si no lo hubiese visto con anterioridad en lo que era prácticamente mi otra casa. Se acercó para observar qué era lo que dibujaba, y cuando descubrió la fuerza del Dragón, quedó asombrado y me felicitó. Advertí que la imaginación era de Gaudí, que yo solo estaba copiando lo que me había mostrado, entonces, cuando me rozó, sentí algo, no sé si temor, pero no fue un simple gesto de aprobación. Bajé la mirada, no era tímida, pero mi valor sucumbía a la presión, y es así como me sentía, observada y presionada, como si me estuvieran examinando para algo que no sabía adivinar, por lo que me bastó un gesto de Antonio para querer irme. Se pusieron a hablar de dinero, y pensé que era el momento de empezar a comer, me advirtieron que no era necesario que me marchara, pero quería hacerlo, quería salir de las cuatro paredes que me tenían casi aprisionada, así que con un adiós cordial, atravesé la puerta, mientras ellos bajaban la cabeza, como aprobando mi marcha. Fui a tomar mi aperitivo, y aún estaba asustada, aún creía que había pasado una prueba, sin saber muy bien en lo que consistía, ni en lo que provocaría mi aceptación por dos hombres con arrogancia. Comí despacio, como me enseñó mi madre, pero que a veces, con tantas prisas se me olvidaba, solo cuando estaba concentrada, me daba por contar los bocados, para saciarme bien y no perder una figura, aún muy deseada. En pocos minutos volví al trabajo, hasta se me escapó alguna lágrima, me sentía rara, y solo la rutina me devolvió la tranquilidad de las horas que se hacen largas. Miraba el despacho, y en una de esas ojeadas, salieron por la puerta, buscándome con la mirada, y asintiendo sin saber qué significaba. Antonio sonrió a lo lejos, y los acompañó a la puerta, parecía una escena normal, pero mi interior me decía que era extraña. Mi jefe volvió a su despacho, pero antes me dirigió una sonrisa pícara y descabellada. Y sin darme cuenta terminó mi jornada laboral, que era un poco más pequeña que la de los restantes hombres, porque estaba un poco consentida, se suponía que tenía más valor, ya que le servía para más cosas que para tallar una muralla. Volví a mi casa, con la bicicleta en la mano, quería pasear y comprar alguna fruta para cenar sano. Era casi de noche, el cielo tenía esa luz que deja casi todo en penumbras, pero que también te da la posibilidad de ver lo que hay frente a tu cara. Decidí que el paseo fuese más largo, lo había pasado mal, y no tenía a nadie que esperase en casa. Pasé por diferentes calles, que identificaba por el olor de los talleres de los artesanos, porque cada una pertenecía a un gremio, siendo el de la alfarería el que más me gustaba, aunque no había hecho nada aún con el barro, pero quería crear algo pronto y con mis manos. Casi todo estaba oscuro, me dio miedo saber lo que debe pensar un niño perdido en la noche, y aunque hacía tiempo que dejé la infancia, a veces me gustaba recordarla, me hacía sentir querida en la distancia. No tenía mucha familia, pero aún me quedaba mi madre, que a pesar de no vivir muy lejos, la echaba de menos las noches donde ni la Luna acompaña, solo había que coger un tranvía, pero que larga era la distancia, cuando quieres espontáneamente un abrazo, de quien realmente te quiere, sin pedir nada. Vivía a las afueras, yo en medio del tumulto, aunque de prostitutas estuviera rodeada, y cuando me subía encima de las pisadas que dejaron cuando hicieron la acera de La Rambla, intentaba imaginar cómo se sentirían al ser siempre abrazadas por personas extrañas. Me ponía encima de las huellas, cerraba los ojos, y dejaba que mi imaginación generase un cuadro, que llamaría “ Las Sabinas de la Rambla”, porque más de una querría que se las llevasen de ese lugar, y tener una propia casa. Aunque repetía la escena de intentar encarnarme en una de ellas, pisando cada marca, no tenía clara la imagen de lo que sería mi obra maestra, y que no debía estropear por hacerla cuando aún no estaba claro cómo desarrollarla. Pasé por debajo del Puente del Arzobispo, que tenía una calavera en medio, como marcando algún desastre o alguna batalla, y cuando miré arriba para poder contemplarla, me empujaron dos hombre con espada y capa blanca, con una cruz roja pintada en la espalda. Mi pelo se soltó, dejándose caer hasta la cintura, que rozaba. Uno de ellos se giró, creo que le llamó la atención como se desenredaba, y yo no le di mayor importancia, sabía que en las grandes Mansiones había todo tipo de fiestas, todo tipo de trampas, para entretener a quien no sabe cómo gastarse las pesetas, fácilmente ganadas. No quería estropearles nada, así que recogí la bicicleta, que se había caído, mientras seguía una mirada clavándoseme en la espalda. El más alto me pidió disculpas, entonces le miré la cara, era muy hombre, muy varonil, no muy bien afeitado, moreno, con largos brazos, y a pesar de su color de pelo, no parecía de mi misma raza; algo no cuadraba, no pegaba ir disfrazado a esas horas cuando no es fin de semana, pensé que algo tramaban, y cuando me giré para preguntarles donde iban así vestidos, desaparecieron en la noche, donde todo el mundo esconde hasta sus zancadas. No me entretuve más, fui directamente a casa, necesitaba otro de mis baños, y así poder calmar los nervios que tenía al sentir cosas malas, porque si una cualidad femenina tenía desarrollada, era la intuición, que jamás me fallaba. Puse la radio, a veces Dámaso leía relatos o poesías, no sabía los días exactos, pero cuando los escuchaba en la cama, lo imaginaba tocándome el pelo, y dándome uno de sus besos, que por ahora me bastaban. Cerré los ojos escuchando su voz a lo lejos, como contándome un cuento hasta que llegase la calma, y así fue, me adentré en un sueño muy profundo, pero también aterrador, porque el Dragón cobró vida y peleaba con demonios que querían acechar mi cama, quizás fuese un sueño de colegiala, pero me puse a temblar cuando veía como salía fuego de su boca, y con él todo aniquilaba, mientras yo aparecía asustada encima de mi cama, temiendo que los demonios me cogiesen, pero también que el fuego llegara a mis sábanas. Me desperté aún de madrugada, cansada pero sin ganas de volver a cerrar los ojos, así que puse otra vez mi café, a veces los posos me decían alguna adivinanza, o yo los creía leer, a pesar de no haber sido enseñada. Abrí las ventanas, fue un sueño tonto, pero me altero la calma. Me senté encima del baúl que tenía debajo de ellas, y mientras observaba el cielo con sus estrellas, que todas conocía porque me lo mostraron cuando casi ni andaba, respiré profundamente contándolas, hasta encontrar la paz que en ese momento necesitaba. Estaba como asustada, como si presintiese que llegaba algo, y no sabía que era de lo que se trataba. Así permanecí unos minutos, y cuando estaba empezando a pensar si debía pintar hasta que amaneciera y me relajara, vi como mi cuadro tenía una mancha roja, sin recordar haber dado esa pincelada. Aún no significaba nada, solo había unas cuantas figuras grises, y no tenía claro que iba a hacer con la acuarela encargada, porque era eso, un encargo para un amigo de Antonio, del que no sabía nada, solo que era importante, que no debía fallar al cobrar por la obra, aún indeterminada. No sabía si sería un paisaje, aunque lo que me parecía de lejos eran hombres, pero con capa, y entonces recordé lo que vi esa noche, no quise darle mayor importancia, pero si fue el momento en el que decidí de que trataría el cuadro: serían caballeros medievales, y alguna leyenda representarían, si es que sabía crearla, no tenía claro si de amor, como la de Tristán e Isolda, o de guerra, como la de Arturo y su Mesa, pero de lo que no había duda: era que llevarían capa y espada, símbolos que recordé al ver a esos hombres bajo un puente, que una calavera tenía presidiendo el paso bajo los ladrillos que unían dos calles catalanas. Mientras sorbía mi café, empecé a dibujar el cuadro en mi mente: una reunión de dichos hombres, un tribunal detrás de unas sillas fuertes y una mesa de madera, una mujer hermosa en medio, y dentro de una habitación de un castillo. Creí que le podría gustar al futuro propietario, era un cuadro masculino, pero con un poco de sensualidad, porque pintaría a la mujer desnuda, para que pudieran admirar la feminidad, que sin comprenderla, no dejaban de amarla. Mientras llegué a esa conclusión, amaneció y todo me dolía, como si realmente hubiera sido atacada por El Dragón, esta vez solo me lavé la cara y me vestí, otra vez formalmente, porque sabía que el encuentro de ayer en su despacho era solo el primero. Trabajaría menos cómoda, pero me sentiría más segura a la hora de ser presentada. No tenía mucha ropa, pero si era cara, porque hacía tiempo que dejé atrás el apañarme con lo que pudiera servirme, tanto fuera como dentro de mi otra casa, había decidido cuidar mi aspecto, que era la mejor carta de presentación para una mujer, sola, pero con valor para defenderse de las garras, así que no ocultaba mi tímida belleza, más bien intentaba resaltarla, además quería casarme y tener hijos, aunque no estaba obsesionada por cazar a uno que me hiciera ama de casa, tenía cualidades que hacían que eso no fuese lo más importante, pero sin excluirlo, porque quería un hogar, no era agradable volver a una casa vacía, aunque fuera bonita la estancia. Fui al taller, como cada día, a excepción de los fines de semana. Esta vez lo hice andando, dejé mi bicicleta atada, porque me creé ilusiones de que quizás alguien a la vuelta me llevara a casa. Llegué la última, como siempre, pero era una costumbre implantada que a nadie molestaba. Antonio me pidió que dejara la reja, y que pintase en Dragón del tamaño real, para saber cuántas piedras necesitaría para hacerlo perfecto. Me dijo que hoy venía muy guapa, y si me había interesado el hijo del Conde, porque a él le parecía muy buen partido, y de gustos finos como los míos. Me ruboricé, no quería que se me notara, me había parecido apuesto, pero un poco más joven que yo, y quizás eso haría que no le interesara. Advirtió que volverían, subí los hombros, haciendo como que no me importara. Se marchó, pero antes me dijo que les había causado una buena impresión, y que no podía imaginar lo que eso significaba. Intenté no pensar más en el encuentro, pero tuve claro que mantendría bien mis faldas. Y decidí que a la salida cogería el tranvía “ el quince”, como así lo llamaban , para ir a ver a mi madre, y abrazarme a sus enaguas, necesitaba algo de seguridad, y ella, como casi todas, me la daba. No podía marcharme sin tener al dichoso Dragón terminado, por lo menos la figura real que tendría, por lo visto quizás también me tocase esculpirlo, y la verdad, no me hacía gracia. Sabía que solo existían en las leyendas, y que en mi sueño me defendía, pero llevaba fuego en su boca, y eso, incluso sin querer, daña. No comí nada, pero acabé mi trabajo diario, que era más duro que de las otras semanas, y marché a ver a mi madre, para luego descansar bien todo el fin de semana. Fui a coger directamente el tranvía número 46, y pagué mis quince céntimos, de ahí su nombre, me bajé en la plaza de Urquinaona, y desde allí fui a pie hasta su casa. Era muy sencilla, pero me gustaba, porque estaba llena de calor, y era donde pasé mi bonita infancia. Llamé a la puerta, y se abrió sola, con el primer golpe. La regañé porque la situación en España no era como antes, había ladrones hasta debajo de las ventanas. Ella sonrió, y me dijo que no me enfadara, simplemente sabía que era yo, y que la abrió antes de sentarse, pues su rodillas le fallaban. Me agaché y le di un beso, ella me abrazó, como amando a un niño pequeño, para ella era eso, y más si no me casaba, pues estaba preocupada, porque todo era mucho más fácil si tenía un buen hombre en casa. Yo asentía cuando lo repetía, pero le avisaba que no lo había conocido, que ninguno bueno me había llevado a dar un paseo, que todos otra cosa buscaban, así que reprimí mis lágrimas, porque aunque era feliz, echaba de menos dormir acompañada. Se dio cuenta de que me volvía a poner triste, y me pellizcó el brazo, como diciendo que parara, entonces me preguntó por mi trabajo, si estaba contenta con mi nuevo jefe, y quería saber cómo me trataba. Le contesté la verdad, que parecía como un Cuento de Hadas, y que si todo iba bien, no me importaría continuar toda la vida trabajando para Antonio, pero, como casi siempre, mencionó unas sabias palabras: “ la vida que le queda es corta, recuerda sus canas, pero no habrá mejor currículum, porque no todo el mundo puede estar al lado de un genio, y aprender lo que a los libros se les escapa. No te preocupes del futuro, eso cambia por nada, vive tu presente como si no hubiera un mañana.” Entonces fuimos a la cocina, y sacó su caja de hierbas, había pertenecido a mis abuelas, y algún día sería mía, cuando tuviera tiempo de aprender cómo utilizarlas, no me había interesado todavía, pero según mi madre, los intereses con las edades cambian. Me dio, en un frasco pequeño de cristal, la medicina que a veces necesitaba, tenía pesadillas desde chica, quizás por algo que no recordaba, pero que a veces se repetían mucho, y me angustiaban. Me preguntó si habían sido constantes, le contesté que desde meses solo una, la de la noche pasada, me dio el bote, y me dijo que tuviera cuidado al utilizarla, que no abusase, porque todo es peligroso en exceso, incluso una planta. Asentí, y me lo guardé en mi pecho, el que heredé de su figura ya estropeada, y mientras tomamos café con pastas, me contaba cosa de su infancia, porque había vivido en un pueblo, y parecía que estaba muy lejos en la época, a pesar de no estar tan lejos en la distancia; me reía mientras me contaba como aprendió a nadar, y como se tumbaba” A La Luz de las Luciérnagas” cuando anochecía en el pantano cerca de su casa. Me habló del Castillo casi abandonado donde jugaba, me prometió que algún día iríamos para que conociese esa belleza que da la luz animal, y a la vez su calma. Se me pasó el tiempo rápido, incluso anocheció, me pidió que no volviera sola a casa, que durmiera con ella, así podría abrazarla, creí que sería una buena idea, que podría levantarme temprano, y arreglarme antes de ir al trabajo, para que no pareciese que había dormido en casa de un hombre, y por eso volvía con la misma ropa y enaguas. Pasé la noche abrazada a Sabina, a mi madre, porque así se llamaba, según me contó me puso Sofía para seguir con la tradición de utilizar nombres que empezasen con la S, y a mí la verdad me gustaba, porque me hacía tener algo de ella siempre que firmaba. Dormí tranquila, como si no tuviera nada que reprochar a la vida, como si estuviera en paz si llegase el adiós, aunque yo no quisiese ni pensar que eso podría pasar, y me abracé a su espalda, en vez de a la almohada, y mientras escuchaba su suave respiración, imaginé cosas bonitas en la cama. Pensé que sentía orgullosa de mí, no por ganar dinero, sino porque realizaba aquello que me gustaba, que aunque me costó, logré dejar las clases particulares para dedicarme a crear, lo que más me llenaba. Pensé que era una lástima que mi padre no estuviera, pero había tenido la posibilidad de haberlo conocido, y de sentir la seguridad por haber sido querida, tan importante cuando estás creciendo, y hay mucha maldad fuera de casa. Así que concluí que era afortunada, pero que no debía perder más el tiempo, debía crear mi propio Hogar, para sentirme más amada, y poder enseñar todo lo que mi madre me decía con cada cuento, con cada palabra. Pensaba en Dámaso, pero siempre creí que si hacías un mal para conseguir tu bien, alguna desgracia traería ser egoísta y dañar, a pesar de los buenos sentimientos hacia la persona amada. Así que decidí no quedarme atrapada, mirar hacia adelante y dar oportunidad a quien realmente quisiera entrar de una forma sana en mi cama. Cerré los ojos, dormí en calma, con los sonidos de la noche que entraban por la ventana. Me despertó el reloj, mi madre ya no estaba en la cama, y como si supiese la hora a la que había pensado marcharme, tenía todo preparado en la cocina, hasta el almuerzo de esa mañana. Me vestí, cogí mi medicina, y una nueva pastilla de jabón, ella las hacía, no le costaba nada. Me despidió en la puerta, no marchándose hasta no ver ni la sombra de mi alma, mientras me sentía valorada, y así todo cambiaba. Volví a coger el tranvía, me senté, saqué un pequeño cuaderno que siempre llevaba, para hacer un boceto de mi proyecto personal, pero los vaivenes no me dejaban hacer nada. Se me cayó el lápiz, y un hombre con sombrero me lo cogió, cuando fue a dármelo le reconocí, era el hombre de la capa. Durante un momento pensé mal, demasiadas coincidencias, pero cuando se volvió sin darle mayor importancia, me entró el deseo de conocerlo, quería saber que había detrás de esa curiosa indumentaria, difícilmente descifrable en un tren, pero fácilmente si lograba quedar para un café. Me puse de pie a su lado, cada vez más pegada, hasta que hice que se volviera, y me dejase paso, lo que rehusé, porque no era mi parada. Entonces pareció que adivinó mi intención y sonrió, preguntándome como me llamaba, contesté con la misma pregunta, y él quitándose el sombrero pronunció el suyo: Hugo, pensé “hasta el nombre tiene historia con trama”. Me dijo que era su siguiente parada, mi cara cambió, y acariciando mi mano ocupada, dijo:” ya te encontraré, si es que vales dibujando en las paradas”. Se bajó sin mirar atrás, y me dio pena que todo quedase ahí, ya tenía ganas de ese café y de más cháchara. Entonces decidí que si tenía que coger todos los días ese tranvía, buscaría tiempo, aunque no me sobrara. Todo lo demás lo hice mecánicamente, era Viernes y deseaba el fin de semana, trabajé en la reja, perfeccioné el Dragón, y la sonrisa de mi cara no se quitaba. Antonio se dio cuenta, pero no decía nada, solo un rato antes de mi hora, me gritó: “ ya puedes marchar a casa”. Y no desperdicié la oportunidad, me fui directamente al tranvía, no paré en casa. Lo cogí dos veces, con los ojos abiertos, esperando que llegara, pero no ocurrió nada. Volví a casa triste, pero no rendida, mañana repetiría el camino, también al día siguiente, todos los que fueran necesarios hasta encontrarlo, y tomar ese café, para que me explicara, porque si algo tenía claro, es que un MISTERIO ocultaba. Llegué a casa, no tarde, y puse la radio. Dámaso estaba hablando, y me dedicó una de las canciones, diciendo:” ésta es para Sofía, una amiga dulce, que me ha gustado conocer, aunque muchas cosas nos separan”. Me ruboricé, porque no sé cómo se atrevía a decir esas palabras, sabiendo que Eloísa seguro que lo escuchaba. Entonces pensé que no era tonto, seguro que ella no podría oír esa frase dedicada. Y bailé, o al menos seguí el ritmo de la música mientras me desnudaba, incluso me tocaba el pecho pensando que era él quien me acariciaba, pero dejé rápidamente de hacerlo, no tenía cortinas en las ventanas, y aunque no había vecinos curiosos, siempre hay alguno aburrido que inventase lo que le pareciese escandaloso, aunque no hubiera maldad en la imagen que reflejaba. Desde fuera se podría pensar que Dámaso estaba jugando a dos bandas, pero no era así, todo estaba claro, todos sabíamos cuál era nuestro papel, a pesar de algunas lágrimas, y la verdad, me gustaba pasar tiempo con él, dentro y fuera de la cama, aunque sabía que no debía despistarme, que debía crear mi propio Hogar, no pasar a ser la segunda de la carrera, perdida desde la salida, así que dejé de bailar, y decidí comenzar el cuadro, ya que el tema estaba determinado, y no había mucho tiempo para acabarlo. Estaba un poco cansada, no por el trabajo físico, sino por la excitación que trajo una simple capa con un nombre bonito, que yo quería llegar a conocer, porque algo de emoción traería a mi estancia. Me puse una bata de terciopelo azul larga, un poco estropeada, con la que solía pintar, porque me era cómoda y sensual, para no perder la feminidad al pintar a la muchacha. No necesitaba una modelo, había visto muchos cuerpos desnudos, sabría cómo pintarla, pero empezaría por el lugar, por los ladrillos vistos, por las sillas y la mesa robustas, casi como que las recordaba, y rápidamente cogí la tabla de colores, porque aunque el gris sería el que dominara, tenía que utilizar otros para poder dibujar al menos bien las caras. Se me olvidó comer, pero tenía el almuerzo preparado por mi madre, así que decidí esperar y cenar eso, tranquila, cuando no hubiera nada que esperar, solo la Luna y las estrellas que la rodeaban. Cuando no veía bien, dejé todo apartado, y me di ese preciado baño, antes de la cena, y de los relámpagos, porque parecía que iba a empezar una tormenta, me asusté, aunque en el fondo me gustaba dormir escuchando la lluvia golpear el suelo de la calle mojada. Cené despacio, me supo muy rico, porque a pesar de saber cocinar, aún no la ganaba con el dominio de las aves y las patatas. Y sin mucha demora, me metí en la cama, escuché los rayos, el agua, olí la tierra húmeda, y descansé tranquila, como cuando a un niño nada le preocupa, ni le altera la calma. No sé las horas que descansé, pero me desperté cuando mi cuerpo se estiró por el largo letargo, parecía que había cogido fuerzas para algo, que no descubrí hasta muchos meses pasados. La mañana era clara, parecía que no escondía nada, y aunque las calles estaban mojadas, no había que coger el paraguas. El mío era muy bonito, me lo regaló una amiga de mi madre, Pilar, que había viajado a Italia, tenía el mango con una piedra rosa, la tela era por dentro del mismo color pero más apagado, y marrón por fuera, quizás no he sido precisa al describirlo, pero todos cuando lo veían lo tocaban, como admirando algo. Yo lo sacaba un poco asustada, porque es lo que tiene poseer algo hermoso, trae la envidia, y con ella, el posible hurto si me despistaba. Pero quería lucirlo, quería que me vieran guapa, y eso ayudaría, si volvía a ver a Hugo, para que me mirase aunque fuera por lo que llevaba. Pero ese no sería el día, aunque si me coloqué mi mejor sombrero, con alguna margarita. Cogí la cesta de la compra, de mimbre hecha por mí, sencilla pero fuerte, porque iba a comprar carne, frutas y verdura, algo de peso llevaría. Primero me pasé por un improvisado mercado, compré mis frutas preferidas, entre ellas peras maduras, y luego cuando salí a por la carne, poca cosa para que no se estropeara, vi a lo lejos a Antonio, era fácil de reconocer por su barba y pelo desaliñado, porque a pesar de su dinero, iba vestido muy modestamente, incluso con algún remiendo, parecía que había hecho voto de pobreza, pero él llevaba los trajes con tanta elegancia, que lo diferenciaba mucho de cualquier mendigo. Estaba un poco sordo, así que decidí acercarme para saludarlo, no quería un escándalo, porque era discreto, ni siquiera había fotos suyas por Barcelona, casi nadie sabía quién era. Andaba despacio, pero con el tumulto de las personas me era difícil acercarme. Cuando quise darme cuenta estaba cerca de Carrer de la Portaferrissa, allí estaban, en el número once, las Figuras Masónicas que todo el mundo conocía: Los dos niños con el triángulo, llana, regla y compás. No sabía muy bien el significado, solo una relación con la Santísima Trinidad, y que según los rumores del pueblo, era un lugar de reunión por los Masones de la ciudad. Entonces decidí permanecer escondida, para que no me descubriese, y lo vi entrar, con prisas, con una carpeta en la mano, limpiándose la frente con un pañuelo, y descansando en la puerta, aunque había pasado el umbral. Entonces, me sorprendí más, llegó un hombre arrogante en el paso, con sombrero, casi sin afeitar: era Hugo, y lo saludó. Le ayudó a subir el escalón, y ambos se perdieron dentro. Se suponía que no tenía la mayor importancia, pues en Barcelona todo hombre, con un poco de dinero y con un poco de poder, se conocía, aunque fuera de habladas. Pero me extrañó tanto el encuentro, el lugar, la hora tan temprana, como no ocultando nada, que tuve que dejar la bolsa en el suelo, y respirar tranquila, para aparentar que no había visto nada. Descansé apoyada en una esquina, mi intención era seguirlos para ver que hacían a la salida, si volvían juntos a casa, pero esperé más de una hora, y un guardia se acercó preguntándome si era algo lo que necesitaba. Le dije que estaba un poco mareada, y era cierto, me había abrigado demasiado después de la húmeda noche, no me di cuenta que hacía calor para llevar abrigo. Entonces decidí marcharme, comprar la carne, y hacer como si no hubiera visto nada. El Lunes intentaría disimular, pero algo dentro de mí decía que una cosa ocultaban, quizás fuese una reunión de hombres que querían hablar de política o de cualquier cosa masculina, quizás fuese solo un club social, y las habladurías solo eran eso: palabras con mala idea de personas aburridas en sus casas; pero mi intuición me decía, que no era algo banal el encuentro de dos hombres fuertes, aunque de diferente forma, en ese lugar peculiar, donde no todo el mundo llama para pasar a la charla. Volví a casa, me deshice de la ropa, y me volví a poner la bata sin nada debajo, con la que además de cómoda, me hacía sentir sexy y guapa. Había parado a comprar la carne, decidí comer antes de seguir con el trabajo. Me hice un filete de ternera con sal, romero y tomillo, el aceite era del bueno, del casi verde como la aceituna de donde era sacado. Me supo a gloria, no lo acompañé con nada, cuidaba mi figura, tenía que conseguir muchas cosas antes de ser demasiado madura para no gustar a los que siempre gustaban. Durante un tiempo quise ser vegetariana, pero tuve una anemia muy fuerte, lo que me hizo cuidar mi alimentación de una forma más común, pero según los médicos, más sana. Tenía tabaco en casa, no me gustaba fumar, pero después de mi pera, me apeteció un momento de relax con un cigarro. Sabía cómo encenderlo, aunque nunca lo había hecho en público, no era femenino, pero como tenía el que Dámaso se dejó después de su noche apasionada, quise que me inspirara para poder dibujar algo que no fuera muy normal, para que le diera valor a mis pinceladas. Lo encendí, me di cuenta que no era solo tabaco, que algo tenía porque me llegué a marear, aunque de una forma muy relajante, como casi me separase de mi alma, y entonces me tumbé en el sofá durante minutos, quizás horas, no recuerdo el tiempo que pasé casi levitando sin almohada. Me incorporé con dolor de cuello, aún relajada, puse la radio, no estaba Dámaso, pero faltaba poco para su entrada, y me puse a dibujar los ladrillos de la habitación, porque de ellos estaba rodeado el cuadro, los hacía mejor que nunca, rápidamente, como si me faltase tiempo para la siguiente pincelada. Mis manos parecían que trabajaban solas, que no necesitaban el esfuerzo de mi mente para crear, y dejé que actuasen de una forma rara, casi sin ser consciente de qué era lo que dibujaba, solo reconocí la Estrella de David presidiendo la sala, donde se mezclaban los símbolos femeninos y masculino, creando una señal religiosa, que más tarde me enteré que a los Masones les caracterizaba, pero mi mente la pintó sin conocimientos, como por arte de magia. Empezó a hablar Dámaso en la radio, pidió disculpas por el retraso, pero había llegado una última noticia. Habían encontrado un hombre muerto en la orillas del mar, cerca del puerto. No se conocía su identidad, solo la edad aproximada, sus características físicas, y un gran cinturón ceñido a su cadera, como si hubiera llevado una espada, advirtió que si alguien sabía de alguna desaparición, debía ponerse en contacto con la policía. Me impresionó la noticia, se acercara a esa escena que dibujaba, pero me sentía tan agotada, que decidí hacerme uno de mis cafés y escuchar algunas de las canciones que mi amigo ponía para darnos alegría las tardes, aunque no fueran soleadas. Puse el cazo, quedaría para mañana, olía tan bien que hasta el mareo se convertía en éxtasis, ya que casi volvía a levitar. Dámaso empezó a hablar, estaba leyendo uno de sus relatos, lo había dedicado a las mujeres que estaban en su vida, y me senté en el sofá, también de terciopelo, a oír, por si algo me decía. Pronunció con voz seria el título, dejando claro qué era lo que deseaba en su acomodada vida. MI GEISHA Vivía entre mis libros y papeles, pues un simple tendero era, con quien podías pasar el tiempo si buscabas alguna quimera Trabajaba de Lunes a Sábados, tiempo suficiente para hacer que mi imaginación creciera, entre las de los grandes genios, que de vez en cuando yo leyera Dormía solo, quizás algún animal de la calle entrase en mi casa al dejar la ventana abierta, pues era verano, y hacía calor en Chueca Un Martes, como el acompañante del náufrago de las modernas islas griegas, empecé un libro sobre las Geishas Esa artista poco conocida, que se confunden con prostituta, si es que no sabes entablar una conversación culta como esa muñeca Y al ser esa estación, no me molestarían con torpezas, pudiendo descubrir su mundo, un mundo donde el respeto llena los rincones del recibidor al verlas El mayor valor, su humildad, no había ser inferior ni superior al que no hacer una reverencia Y su más elevado problema era su belleza, esa asiática donde la rareza se mezcla con la delicadeza Donde no cabe imperfección en un maquillaje que borraba hasta las desgana si es que el nuevo personaje no atrajera En un minuto de lectura empezó a volar mi mente, como cuando era niño y me leían cuentos de algún príncipe que luchaba por su princesa Y en solo un breve instante estaba a su lado, con mi sencilla apariencia, pero recibido por una gran dama que me hacía sentir el más perfecto ser en la Tierra Me dirigió hacia una habitación con sus pies pequeños, reducidos por un zueco de madera Y cuando se descalzó vi su miembro de tamaño como el de una niña, que quizás no creciera No sé porque levanté la mirada, quizás por volver a ver su sonrisa, que no dejaba que la despidiera Y nos sentamos juntos, yo observaba su kimono, con cuello ya blanco, no rojo como las que empiezan Descubrí un aroma tranquilo, como sus movimientos en cada minuto que yo allí estuviera Y comprendí que solo podía captar ese olor por los baños calientes que como veterana se metiera Me sentí FELIZ porque pude comprender que dejó la servidumbre, y el agua fría para refrescar sus pechos pequeños, pero de la más bella diosa que Zeus dejó en Asia al visitar esa Tierra Y volví a entender porque se desea conocer a tan distinguida dama, que aunque disfrazada, mostraba su alma como la más ingenua de las muchachas de esa cueva Me sirvió el té, un ritual, que en vez de excitarme, me producía tanto placer que quería dormir bajo esa bella tela Y saboreé con mi paladar todo lo que ella me sirviera, porque mi único propósito era besar esa nuca que con una “w” se vistiera Me dejé hacer, mientras observaba su corazón rojo en los labios que me hablaban con sutileza Y descubrí ese Mundo de Paz, que me llevaría al Amor, porque quizás querría salir de esa elegante taberna Le rocé la mano mientras me servía otro elixir, pero me prohibió tocarla, ya que no era el trato, pues es su elección, y yo iba vestido con ropa harapienta Agaché la cabeza, debía ser más sutil, no era una dama cualquiera Decidí tener una conversación inteligente, pues era de merecer todo tipo de atención esa elegante mujer que de finos modales llenaba su destreza Y busqué dentro de mí, donde pude llegar, una escena de amor de los libros que leía en las tardes serenas en mi tienda Y descubrí que nada se asemejaba ante tanta perfección, por lo que decidí buscar en los cuadros que alguna escena hermosa advirtiera Di con el que a todos gusta, con el “El Beso”, e imagine rodearla bajo el color de su kimono, esa piel blanca, casi pura como la de una virgen aun no deshecha Suspiré fuerte, agarrando la taza para controlar mis impulsos, que ella solo despierta Y conté como dicen que se debe hacer cuando no quieres ninguna torpeza Seguimos con rituales, que la verdad, me estaban enseñando la templanza que falta cuando un hombre se excita y no hay ninguna gana de comenzar a obligar, aunque quisiera Todo fue lento, con calma, creo que la prisa se quedó fuera, donde los coches pasaban, y ahí solo había maderas limpias, donde se podría descansar si nada entorpeciera Cerré los ojos, volví a contar, como las brujas, pero sin saber que era lo que dejaba atrás al imaginar rozar la más grande curva perversa Y el olor a limpio me desconcentró, quien fuera su mentora la había hecho la más astuta de las hipnotizadoras de esa particular trena Porque me tenía enamorado sin haberme mirado a los ojos, ni tocado por una de sus blancas mano, que rozaba torpemente cuando se dejaba caer alguna gota a conciencia Cerré los ojos, para comprobar al abrirlos que mi sueño permanecía a mi lado, a pesar de despertar cuando mi jefe me interrumpiera Y pude ver el Paraíso, al descubrir que mi vida se había convertido en una bonita ilusión, que apartaría el aburrimiento de no poder compartir mi sabiduría, porque no había quien la entendiera Sonó el timbre, quise matar a quien me destruía tan grata estampa, cogí hasta un pisapapeles para darle en la cabeza Pero era Miriam, mi adorada e inalcanzable amiga, que se asemejaba a la dulzura de mi quimera Solté el objeto con la sutileza aprendida por mi Geisha, conversamos como lo hacíamos cuando éramos jóvenes, y no tenía hijos que interrumpiesen a mi amada y antigua compañera Entonces comprendí que el Mundo está lleno de Geishas, a las que les hace falta una conversación para descubrir una belleza escondida, no en un kimono, pero sí por una dura y diaria batalla encubierta Al anochecer cerré la puerta, ya ni recordaba la sensación de bienestar dado por aquella especie de sirvienta Pero al llegar a mi casa, a pesar del calor, de no haber limpiado en una semana En un rincón estaba un gato, mirando la limpia mesa, como enseñándome algo que quería que descubriera Y apareció un vaso de cristal fino con té helado, junto a una flor que hacía una bonita referencia Entonces pensé, es otra de MIS GEISHAS, la vecina, que quizás no brillaba porque maquillaje no llevaba, pero me mimaba como lo hacía ella, quien inundaría todas mis solitarias noches cuando cerrara los ojos y soñara con La Luna despierta Después de oír los versos se me quedó el café frío, no sabía que escribiera tan bien, no sabía que tuviera esa sensibilidad detrás de su ruda apariencia, pero negué con la cabeza, no debía gustarme más, debía desecharlo de mi cabeza, porque si algo estaba claro, era que en la época en la que vivía los hombres tenían dueñas, y que Eloísa, como mucho, me lo dejaría alguna noche suelta, así que apagué la radio, no quería que me diera la buenas noches, que es lo que hacía muchas veces, creo que para no perderme por si quería diversión alguna vez que se aburriera, porque si algo tenía ella, es frialdad para llevarlo por el buen camino, pero no la pasión para volverlo loco unos segundos. Suspiré y me fui a la cama, recordando la limonada que le hice una noche cuando vino, antes de saber que nos gustábamos en la cama. El Domingo lo pasé tranquila, lo solía utilizar para arreglar la casa, y para quedar con alguna amiga aún no casada, que cada vez eran menos, pero más sabias. Solíamos pasear por La Rambla, comprar cosas antiguas en los puestos, no caras, porque el dinero no sobraba, pero si nos permitía algún capricho para apagar la falta de cariño, y el desorden emocional que da la soledad de la casa. Ese Domingo fue uno normal, no pinté, solo lo dediqué a mi aseo personal y al de mi casa, a pasear con Adela, y a cocinar con calma. No puse la radio, no quería más sorpresas, me estaba enamorando saber que además de hacer el amor bien, escribía con sentimientos, y era una causa perdida, así que debía quitarlo de mi cabeza, aunque mi cuerpo me decía por qué no alguna noche perversa. El Lunes fui al trabajo en bicicleta, me despeinaba y así le gustaba el pelo a Antonio, incluso lo esculpió alguna vez, porque decía que era un símbolo de libertad para la mujer llevarlo suelto y sin peinar, dándole un aspecto algo salvaje, algo que no se dominaba, y que nos hacía menos vulnerables. Así que cuando llegué al taller, me lo solté del todo, mis rizos volaron libremente, y yo estaba como más agresiva, no sé porque lo hice, pero dio resultado, todos me miraron, incluso con respeto, no con bromas desagradables, sino como diciendo: cuidado. Antonio me miró de lejos, sonrió, y me dejó tranquila con el Dragón, y con sus piedrecitas. Leopoldo, Leo para todos nosotros, miraba de una forma extraña, trabajaba como delineante, aunque también se dedicaba un poco a todo lo que se necesitara. Era un poco extraño, no hablaba, pero si acusaba, tenía un gran ego, quería como ser el mismo genio que Antonio, cuando no sabía ni siquiera hacer unos buenos cimientos. Ese día me miró mal, sabía que no le gustaba el trato que me daba nuestro jefe, quería ser su discípulo preferido, y no llevaba bien ser el segundo, pero ese día lo vi como más enfadado, quizás mi pelo le asustó, porque me dio más fuerza, y me di cuenta que no dejaba de observarme, de desearme mal con la mirada, creo que ese día le entraron definitivamente los celos, y no hay cosas más mala. Me di cuenta, y me recogí el pelo, mientras Antonio asentía, como diciendo no presumas delante de los que carecen, así que recogí mi cabellera, y continué con el trabajo, pero Leo no quitaba su mirada de la mía, porque tenía mejor posición, ya que dibujaba en una gran mesa en las alturas, donde nos podía observar, amenazando si alguien se le interponía, por lo menos eso pensé cuando pasaban las horas, y dedicaba más su atención a mi pelo, que a los dibujos que tenía que hacer para el siguiente desconocido proyecto. Antes de marcharme comentaron que la Urbanización Privada en la que vivía Antonio, se convertiría en un Parque, pues tenía demasiados asiduos y llamaba mucho la atención, y habían preferido que fuera visitado por las personas, era lo que se demandaba, olvidando lo privado, que quizás requería algo menos elaborado y austero para no llamar la curiosidad del pueblo. El Conde volvería, pero no quería que se le diera mayor importancia a sus visitas, creo que porque hablaban de más cosas que de las cornisas, y como no era una mujer curiosa, solo para lo concerniente a mí, lo demás pertenecía a otros, la intimidad la respetaba, y más cuando había personas importantes relacionadas con cualquier secreto. Ese Lunes no ocurrió nada más, solo que empecé a ver a Leo como un posible enemigo, y me daba pena, porque después de todo el tiempo que pasábamos juntos, no habría ninguna amistad, solo habría rivalidad, cuando ni siquiera trabajábamos en lo mismo, o quizás había algo más que se me escapaba, y no sabía adivinar por unas simples malas miradas. Cogí mi bicicleta para marchar a casa, pero me di un paseo antes, la noche era clara, era temprano pero oscurecía, y me daba la paz para relajarme antes de llegar a lo que se llama humilde morada. Tuve un pensamiento travieso, no sabía si volver a fumar para acabar pronto con la obra, ya que cogía velocidad, o esperar a ver a Dámaso para que me explicase qué clase de tabaco utilizaba. Pasee por toda Barcelona, con velocidad, habían pocas personas, ya que las tiendas estaban la mayoría cerradas. Caminé cerca de la Iglesia de Santa Ana, y vi entrar por la puerta trasera a muchos hombres con esa misma capa, junto a una espada. Si era un grupo nuevo, no eran muy discretos, y si eran antiguos, no comprendía porque no escondían su peculiar indumentaria, porque llamar la atención hace que se vuelva todo público, y más en España. Imaginé que era alguna novedad, pero me entró la duda, y decidí ir a la Biblioteca para buscar algo de esa indumentaria. Aún quedaba media hora para que cerrasen, me daría tiempo si la del mostrador me ayudaba. Dejé mi bicicleta sin atar, me arriesgué a pesar que era por la noche cuando pasan las cosas malas, y con la ayuda de la bibliotecaria, busqué la referencia a esa capa blanca con la cruz roja en el centro, como señalando su emblema o escudo de armas. Y descubrí a los primeros nueve Caballeros Templarios, a su fundador Hugo de Payns, y a Jacques de Moley, último gran Maestre de la Torre del Temple, quien dio vida a la orden Masónica. Pude ver como su indumentaria se asemejaba a esa capa, junto a la espada, también supe cuáles eran sus votos: Pobreza, Castidad, Obediencia y Humildad, que luchaban por Dios, y por ellos se les perdonaba los pecados, que renunciaban a todo tanto material como espiritual o sentimental, por la unión a esta lucha tan abstracta. Eran invencibles, de Honor incalculable por la defensa de la Cristiandad, solo obedecían al Papa, no al Rey, ni a ningún Conde o Señor cercano a donde durmieses, pues alguien les cedió un Castillo para que allí viviesen. La Cruz Roja simbolizaba la sangre de Cristo, y nunca buscarán a mujer viuda, ni amiga, ni virgen, para sus pequeñas travesuras; apagaron las luces, no pude leer más. Pregunté si podía llevarme el libro, me lo negaron, era de los antiguos, solo había derecho a leerlo dentro del edificio. Lo devolví y tuve claro que regresaría, me interesaba, no solo por el cuadro, sino por lo que mi Hugo tramaba vestido de blanco, y porque si a Antonio lo conocía, quizás ese era el secreto que tenía tan bien guardado. Volví a casa aturdida, sorprendida, y un poco asustada, porque si algo me habían dado mis años de vida, era que las asociaciones secretas, muchos MISTERIOS guardan, y algunos buenos y otros quizás rocen la maldad clara, pero quería conocer lo que se tramaba, lo que quizás para unos ojos inocentes pasasen desapercibidos, y para otros era solo una ropa un poco rara. Até mi bicicleta, subí a mi buhardilla casi volando, un poco asustada, y cuando llegué, vi el cuadro con la mancha roja que no se quitaba, me dio hasta miedo lo que estaba pasando, porque parecía que no controlaba nada. Me di un rápido baño, me dormí sin poner la radio, no estaba preparada para el amor, después de tanta trama. Y volvieron las pesadillas, de dragones, de hombres con capa, y de misteriosas espadas, recordé que el fundador también se llamaba Hugo, y que su figura no era de un hombre sencillo, sino de un hombre con muchos hombros para guardar batallas. Pasé toda la noche moviéndome en la cama, no pude relajarme, parecía que había descubierto algo, y aunque una parte de mí decía que debía dejarlo, otra me pedía que descubriera que estaban tramando, porque si algo tenía un artista, era la curiosidad para hacer una mejor obra cada año. Cuando amanecía fue cuando puse la radio, parecía que Dámaso no tenía vida, siempre estaba allí, como evitando a Eloísa, y a su familia, que era un poco pesada con los hombres de la casa, como si al formar parte de ella, ya no tuvieran vida fuera de sus trincheras, creo que por eso no salía de allí, se evadía, e incluso coqueteaba, porque estaba segura de que no era solo a mí a quien dedicaba las palabras, y entonces antes de que introdujera uno de sus relatos, advirtió que él era el más salvaje gato: EL GATO FIEL Dormía, como siempre, bajo la ventana. La brisa del mar solo me rozaba al pasar por encima antes de rodear la casa. Cada mañana amanecía aturdida y despeinada, como si hubiera hecho el amor con un animal salvaje, que por su belleza era capaz de consumir mi alma. Y entonces acaricié a mi fiel gato que, como siempre, a los pies de mi cama me esperaba para lamer mi mano cuando su cabeza yo la rozaba. Me sentía enamorada sin saber de quién, pues ni siquiera el más guapo de la clase me hacía temblar, ya que mi corazón por otro latía, aunque desconocía el nombre, su apodo y su semblante. Solo una cosa comprendía por los rasguños bajo mi vientre, y era que él hacía que todo lo cruel que vivía se convirtiera en cenizas, ya que todo lo derretía por su ira o por su talante. Esa noche era Luna Llena, la que decían que era cuando el lobo sale, las muchachas parecían alteradas como si fuera a llegar un príncipe que las desposase, y yo solo pensaba que quería despertar como la noche pasada: llena y radiante. Oscureció, puse el despertador a media noche, y cerré los ojos sintiéndome deseada a pesar de desconocer a dicho galante. Sonreí al gato que a mis pies descansaba, era callejero pero desde que llegué, cada anochecer, me protegía de los misterios de la noche, y cuando dije “buenas noches” una sombra con cuerpo parecido a un Centauro me puso las piernas arriba en sus hombros para besar mi ser que vivía para ser tragado, ya caí sin apretar las piernas para luchar contra el mal que tanto atrae al deseo humano, y con una sola mano me puso a cuatro patas, me penetro con su miembro viril, con movimientos del animal que su parte inferior dominaba a la cabeza humana que veía delante, y ya mareada me dejé hacer porque creí que era un ritual, pues tanto goce no era natural para un hombre. Después de verme débil me giró, y con su lengua ya usada mis pechos mordió hasta que salió sangre, aunque no dolían, erectos aparecían como adorando a tal tipo de amante. No sabía si era sufrimiento o pasión por lo que mi corazón latía, me sentía drogada mientras la música del despertador me hizo abrir ojos aunque no tuviera fuerzas ni para reconocer al cantante. Entonces vi esa Sombra a los pies de mi cama donde estaba mi gato cada Luna para aliviar el miedo que trae la noche. No podía gritar para echarle, me desmayé en la cama; y cuando el sol daba en la ventana me incorporé desnuda y amada junto a mi gato, que ronroneo mirándome con ojos brillantes, delatando al amante que me hacía ser mujer como jamás antes… Me incorporé de la cama, no sé cómo se había atrevido a leer eso por la radio, en los tiempos en los que estábamos, supongo que como era de noche, creería que solo lo iba a escuchar yo, y cualquiera de sus otras amantes, todas tontas pensando que eran las únicas en recibir un apasionado saludo, cuando quizás fuese para el grupo. Me levanté, no tenía ganas de pintar, aunque parecía que el cuadro había avanzado por sí solo, los ladrillos tenían como más vida, supongo que no los vi bien por el atontamiento que tenía al dibujarlos. Hice mi rutina diaria, la que todos tienen, y más si trabajan, recordando que no debía olvidar el tranvía, pero decidí que lo cogería a la misma hora cuando me lo encontré, pues quizás esa fuera su costumbre. Salí a la puerta, y surgió otra sorpresa. Había una cesta con una gata persa, con un lazo rosa, y una nota : “ La curiosidad mató al Gato”, firmado tu apasionado felino, Dámaso. No analicé las palabras, solo cogí la cesta con mi gata dormida, a la que llamaría Tina, y la puse cerca de mi cama, sería mi primer bebe, mi primer amor incondicional a quien mimar, y besar cuando no hay nadie en la cama. Me ilusioné, creo que me hacía falta, por lo menos para dar esos gestos de amor cuando lo necesitaba. Decidí ,a la salida del trabajo, comprar las cosas que le hacían falta, por un momento se me olvidó tanta espada, tenía una especie de bebe en casa, y ya quería volver para cuidarlo y darle su leche, porque no creía que otra cosa tomara. Cuando bajé las escaleras, antes de salir a la calle, recordé a Dámaso, ese día decidí que sería mi amante, no quería que se convirtiera en algo ocasional, quería disfrutar de él aunque solo fuera eso: otra, pero es lo que tiene ser un verdadero hombre, con gratos modales, poder elegir noche y mujer, sin necesidad de visitar los prostíbulos, como a los otros que un sombrero los esconde. Supuse que haría por verme, no se habría tomado tantas molestias, si quería dejar todo aquí. Si había sido parte de la dedicatoria de la radio, si me había comprado una mascota, y si había dejado una extraña nota, no iba a decirme un simple adiós cuando me viera por la calle. Tardé un poco en comprender que hay muchos tipos de relaciones, que las hay seguras y aparentes, que las hay apasionadas, casuales, e indecentes, y que las había verdaderas, pero sin nada que las atase. No sabía cuál sería la relación que tendríamos, pero si tenía claro que no acabó esa noche, si tenía que esperar a alguien con quien compartir mi vida, porque sabía que no sería con él, lo haría pero viviendo, y no a escondidas detrás de una ventana, sino sintiendo amor, que si algo bonito se creó, fue el poder gozar demostrando que hay algo dentro del corazón. Esa mañana hubo una sorpresa en el trabajo, cuando llegué: el Dragón estaba estropeado, no mucho, pero si lo suficiente para que su creador supiera que alguien se había tomado la molestia de hacerme perder horas de trabajo. Miré a Leo, no levantó la cabeza, pero estaba como orgulloso, como si quisiese dejar claro que era quien mandaba en todos los que estábamos abajo. No podía acusarle, aunque tuviera una leve sonrisa mientras dibujaba los planos. Suspiré e intenté remediar el trabajo, me ocuparía todo el día con suerte, pero no iba a decir nada, sería como empezar una guerra, y quizás yo no fuera la que ganara. Si volvía a pasar, entonces, empezaría a jugar mis cartas. Llegó la hora de la salida, no me dio tiempo a arreglarlo, pero Antonio no se dio cuenta, aunque me vio nerviosa, y me pidió serenidad en el trabajo. Cuando iba paseando a mi casa, no sabía si dirigirme a la Biblioteca otra vez, porque disponía de esa media hora aproximadamente para leer más cosas de la Torre del Temple. Estaba un poco hundida, porque no me gustaban las malas experiencias, y más con lo contenta que estaba allí trabajando. Así que decidí distraerme, y me puse a leer más cosas sobre Hugo y sus amigos, que por ahora para mí, eran simples hombres que parecían valientes. Me enteré que los Templarios eran grandes usureros, que adquirieron gran riqueza y con ella gran poder, que tenían muchos símbolos que los caracterizaban, pero uno de ellos era un caballo con dos jinetes, y me enteré de su final, que todo lo tiene. El Rey Felipe IV , para salvar sus deudas, decidió acusarlos de herejía, y quedarse con todo su dinero. Para ello los torturaron hasta que reconociesen cosas inexistentes, algunos dijeron que adoraban la cabeza de San Juan Bautista, otros que adoraban a una Diosa Baphomet, en vez de a Cristo, otros simplemente afirmaban lo que le pedían que hicieran, porque la tortura era cruel, y así el Rey saldó con las riquezas de otros, sus deudas. Pero lo más curioso que cuenta la leyenda era que los Templarios Franceses, antes de ser capturados, dijeron el lugar secreto su tesoro en un pergamino gravado con cobre, que se escondió en Escocia, en la Capilla Rosslyn. La Historia narra que ese Tesoro quizás fuesen Joyas, otros el Santo Grial, otros Secretos de la vida de Jesucristo, que destruiría la Iglesia, pero que hoy en día, a pesar de haber excavado en sus cámaras secretas, no se había conseguido averiguar nada sobre esa Bella Leyenda. También me dijo dos cosas importantes el libro, que los Masones eran los Templarios modernos, y que el nombre de la Diosa, a la que se supone que veneraban, era Sophía, sabiduría en Griego, creadora del Mundo, reencarnada en el cuerpo de María Magdalena, con quien tuvo descendencia Cristo, y que el tesoro del Santo Grial, consistía solo en la Sangre Real que se forjó con la unión de dos seres superiores. Supuse que su pecado, aunque no fuera cierto, consistía en rezar a una mujer y no al único Dios, y a su hijo, aunque según relataban, era que la devoción hacia una posible descendencia, la que acabaría con el Catolicismo. Y volvieron a apagar las luces, y con ella EL MISTERIO, pero volvería, porque me distraía, e incluso ahuyentaba los miedos, por lo menos las pesadillas en mi cama, con bajo techo. Solo sonreí al pensar que llevaba el nombre de la Diosa, aunque mi madre dejó atrás las leyendas, solo lo utilizó por su fonética, su significado y por la primera letra, para seguir con la tradición de su casa, existente desde que las únicas luces de sus apacibles noches, eran las de las amadas Luciérnagas. Volví a casa un poco excitada, como sabiendo que todo podía ocurrir, porque si esos Templarios habían vuelto, una guerra empezaría, si su vida se centraba en una lucha, siempre están motivadas por alguna codicia. Di de comer a mi nueva inquilina, vi cómo me lo agradecía con algún beso, como ellos sabían darlo, y que también son caricias, con lametazos y con algún bocadito, sin apretar a quien le cobija, la dejé dormí porque aún era cachorro, era lo que quería. Esa noche, después del baño y de ponerme mi bata para pintar un poco, aunque estaba cansada, me tomé mi medicina. Me hice una especie de té, y la eché para no soñar ni con monstruos, ni con hombres con capa. La tomé despacio, creo que ya no me hacía nada, porque llevaba muchos años bebiéndola, y aunque me reconfortaba, pues me daba una relajación inicial en el cuerpo que ni el agua superaba, no me quitaba las pesadillas, que era lo que realmente molestaba. Fui a pintar, y no podía, me costaba trabajo, quizás eche demasiado, así que solté mi bata a los pies de mi cama, y esa noche dormí desnuda, no hacía ni frío ni calor, pero no tenía fuerzas ni para sacar el camisón. Conservaba los que mi abuela me había hecho de crochet, parecían buenos, finos, con clase, a pesar de algún remiendo. No pude ni quitar la colcha de la cama, caí rendida, como drogada, definitivamente había echado demasiado. Y mientras estaba como luchando por no dormirme, porque daba la sensación de que no despertaría, de repente, sin saber cómo, me adentré dentro del cuadro, era la misma sala, pero yo llevaba los ojos tapados por una venda, mientras todos con la capa y con las espadas me rodeaban ante un tribunal sentado en las sillas y mesa que yo pintaría, porque en mi cabeza rondaban. Hacía un juramento, que no llegué ni a memorizar, ni a recordar, tomé en una copa de madera un agua purificada, repitiendo que la aceptaba porque era una persona libre y tenía integridad, me rodearon con el fuego de unas velas, que olí, repitiendo otras frases que ellos a la vez decían, y que yo no llegaba a distinguir, porque hacían ruido con sus espadas, hasta que se pusieron la mano en el corazón mientras me señalaban con el arma, y entonces solo reconocí una frase : “ aceptaré la Ley del Silencio, bajo los Principios de Igualdad, Libertad, y Fraternidad”, y recibí una bofetada como advirtiendo que ya estaba dentro, para que no se me olvidase el momento, me pidieron que me pusiera en cruz en el suelo hasta que otro miembro viniera por mí. Cuando me quité mi bata de terciopelo, e iban a ver mi cuerpo, me desperté sudando, como si hubiera hecho todo ese ritual muy cerca de algún gran fuego. Estaba desnuda, pero no sola, porque mi gata surgió de la nada para darme consuelo. Y tuve claro que la medicina me dormía, pero no me aliviaba de las pesadillas, se lo diría a mi madre, quizás había que cambiar de hierbas, porque ésta había sido, no muy desagradable en la imagen, pero si inquietante. Había que levantarse, debía ir al trabajo, pero antes daría de comer a mi gata, con el biberón entre los pechos, aunque ya le compré un poco de pienso, no era tan pequeña, y yo pasaba el día fuera, tendría hambre hasta la hora de la cena, debía aprender sola a comerlo. También quería que llegaran las cinco para visitar la Biblioteca, porque ahora leería algo de los Masones, ya que a los otros la Historia los destruyó. Quizás estaba siendo muy pesada en el edificio, pero bueno era público, aunque yo siempre tuviera la sensación de molestar, cuando ni siquiera era vista por la hemeroteca. El día en el trabajo fue normal, aun teniendo que arreglar el estropicio de Leo, pero como más conforme, era mujer y querida por el Rey de ese pequeño reino, habría envidias hasta por los caballeros con poderes, así que seguí con mi trabajo, intentando pensar que no volvería a pasar, porque cuando miraba de una forma disimulada a Leo, él seguía trabajando con sus papeles, dibujando el proyecto que no sabía en qué consistiría, ni quien le haría los adornos en el techo. Terminé cansada, pero cogí mi bicicleta, y como iba arreglada, no le importaba a la Bibliotecaria que llegara a un poco a deshora a su especie de casa. Esa tarde pasó algo extraño, cuando me vio entrar y di mi carnet, me dijo” lee lo que tengas que leer, pero no vengas más, porque no gusta tu interés en conocer cosas de hombres”, quise iniciar una conversación, quise saber cuáles eran mis posibles enemigos, pero no me dieron pie a nada, se metió en la sala que tenía a sus espaldas, me indicó donde estaba el libro de la Masonería, y me dio las gracias de forma educada, advirtiéndome el horario en el que cerrarían las puertas, y las salas. Tardé en encontrar el libro, pero quería leer quien era Hugo, no me atrevía a preguntar a Antonio, era mi jefe, no había que molestar a quien me manda. Lo cogí, estaba como escondido, metido hacia dentro, como ocultando su carátula, donde aparecía, por supuesto, la capa y la espada. Me senté en esas sillas de madera dura, con bajo respaldo, y con la luz que daba a la mesa, ya estropeada. Y me interesó todo lo que leí, parecía muy poético, incluso para una mujer que se había convertido en un ser un poco frío, porque la soledad hacía que olvidases los sentimientos. Describían a la Masonería como una Orden secreta de carácter filantrópico y filosófico, siendo su principal búsqueda la Verdad y el fomento del Desarrollo Intelectual y Moral, basada en la creación de una sociedad más justa y perfecta. Hablaban de una ceremonia de bienvenida, que me recordó un poco a mi especie de pesadilla, se mencionaba como los más importantes: Los Ritos de la Perfección y el Escocés, que era el aceptado. También hablaba de que sus miembros solo eran masculinos, por lo que no podía ser una premonición, ni una adivinanza. Quizás los anteriores libros me dieron alguna señal de qué era lo que pasaba. Hablaba que había grados dentro de la Orden, y que tenían un gran poder, pues sus miembros eran personas inteligentes, y solían tener cargos importantes en la sociedad. Sus principios eran cogidos de la Revolución Francesa: Igualdad, Libertad, y Fraternidad, bajo un mensaje de Paz, Solidaridad, Humanismo, Universalismo, y aunque la religión era tomada en cuenta, sus miembros eran libres de elegir cualquiera, como de no elegir ninguna, aunque se establecía el desarrollo de la espiritualidad, porque no iban contra las religiones, pero sí contra quienes quisiesen imponerlas, solo obedecían una Ley Moral, porque eran hombres sinceros y con una cualidad imprescindible: El Honor. El único requisito era que fueran Hombres totalmente Libres, con lazos fraternales para tratar temas de interés importante para la sociedad en la que vivían. Todos ayudaban a sus miembros, pero si alguno traicionaba, todos se vengarían. Tenían la perfección por el gusto, de ahí también que contasen con artistas, porque era la esencia, el fin y el objeto de su unión. De todas las ciencias la principal para ellos era la Arquitectura, pues era la más útil y antigua, porque con ella el ser humano se podía defender de las injurias del aire, de la inestabilidad de las olas y del furor de los hombres. Nunca lo había pensado, pero no se equivocaban, porque a pesar de la belleza que tenían todas las ramas artísticas, ésta era una unión de muchas, y la más necesaria para una buena vida. Además de todo aquello, la principal característica de los Masones: era la unión de culturas y civilizaciones, a través de sus miembros tan diferentes, donde predominaba la clase media, pero había Grandes Maestres con cargos políticos, que hacían temer al menos fuerte. Se apagaron las luces, fue suficiente, cerré el libro, lo coloqué subiéndome en un taburete, y cuando recogí mi carnet, lo cogí de encima del mostrador con otra nota de despedida y una flor. Estaba pasando algo, porque aunque no es muy bueno ser una persona curiosa en determinados asuntos, tampoco era tan importante leer un libro, que no estaba prohibido. Me fui con la idea de no volver en meses, de todas formas ya sabía mucho de esa moderna Orden del Temple, de mi futuro y nuevo amigo Hugo, porque si algo era, es ser insistente, y si Dámaso no me quería para pasear cuando todo el mundo nos viese, quizás él me llevara a algún parque, a besarme sin que mencionara que habían ojos no inocentes. Volví a casa con la bicicleta en la mano, tranquila, no me había dado miedo la nota, ni la advertencia, pensaba que se trataban de hombres cono Honor, como decían las páginas del libro, no hacían daño sin motivo, y supuse que lo único que querían era intimidad para sus asuntos, como cualquier asociación secreta, tanto legal como la más gamberra. Pero me gustó saber que significaba todo lo que había visto y soñado, que me ayudaría a pintar mejor mi cuadro, y desde luego respetaría lo mandado, porque si Antonio era parte de todo, no quería molestar a quien era mi maestro, eso y porque al no ser cosas de mujeres, se me quedaba lejos. Llegué al portal, até mi bicicleta a la farola y por un momento me asusté al sentir como me sujetaban las caderas y la apoyaban en la entrepierna. Me volví para dar un golpe, pero era Dámaso, quien vino a pasar la esperada noche. Subimos a casa, le di la leche a mi bebe hambriento, porque había comido poco pienso, mientras me hablaba de la radio, y de que le habían propuesto escribir historias para las noches de los Sábados, para tener más audiencia, porque las que había leído habían gustado. Me preguntó si también a mí, que alguna frase me dirigía, a pesar de los posibles problemas, y yo subí los hombros, porque sabía que esta noche tendría fiesta, pero que al día siguiente, se levantaría cuando estuviera dormida, y no diría lo que una dama espera. Me fui al cuarto, y llené la bañera, era grande y lo miré diciendo que se metiera. No todo el mundo puede disponer de una, y menos todos los días que no fueran cuaresma. Se desnudó mientras lo observaba, estaba excitado, y me entraron ganas de acariciar al menos sus piernas, pero me contuve, quise darle un momento de placer, porque quería que me explicara eso del gato, era lista, también traviesa, y si quería que me dijera algo, tenía que relajarlo, no al terminar el acto, cuando ya había conseguido lo que quisiera, tenía que ser antes, para que no quisiese crear mal ambiente, y vivir la noche loca de amor que nos gustaba, a pesar de las malas lenguas. Se metió, el agua estaba caliente, y le dio reacción, sonreí, y me arrodillé para untarle jabón. Y como pensé, se relajó, a pesar de seguir excitado bajo la espuma que se creó. Le acaricié todo el cuerpo, lo bañé como a un niño pequeño, pero no de con brusquedad para quitar la suciedad, sino con suavidad para que quisiese amar sin parar mi cuerpo, y entonces, sin pensarlo mucho, entre vestida al baño. Se rió, y quiso quitarme todo lo que llevaba puesto, pero no le dejé, solo me desabroché la blusa, para que viera mi gran pecho, y justo cuando lo tocaba, cuando yo acariciaba su miembro, le pregunté por el gato, y todo cambió en un momento. Dejó de tocarme, incluso se le bajó su deseo, y me dijo que dejase de preguntar, que cuidase a mi especie de primer bebe, y que amase a su dueño. Me besó, y ya no hubo nada que temer, todo fue un buen sexo, porque como ya dije, si algo tenía Dámaso, es saber hacer las cosas bien, y más con su cuerpo. Pocos lo podían ganar, pero había otros terrenos sin explorar, que él hacía con su legal mujer, y yo los tenía vacíos, así que quizás ganase quien llenase más huecos, porque ya sabía que mi guerra estaba perdida, y más cuando había una buena casa por medio. Hicimos el amor en el agua, lo hicimos en las sabanas mojados por en medio, y cuando amaneció me dejó como siempre, dormida plácidamente, sin ningún MISTERIO descubierto, eso sí, dejó un cigarro a la mitad, que decidí aprovechar si el fin de semana estaba lenta para pintar mi ritual, ya conocido y viejo. Me hice la dormida, había que reconocer que mientras estaba con él no tenía ninguna pesadilla, que me sentía segura, e incluso querida, pero lo que no quería era quedarme ahí, escondida, quería salir y disfrutar de la vida en pareja, si es que aprovechaba la posibilidad que viniera. Me levanté después de él, no me dio ni un beso, supongo que no quería despertarme, pero hacía tiempo que lo estaba, dormí pero nerviosa por estar acompañada, así que cuando el sol entró por la ventana, me hizo abrir los ojos, y cerrarlos al descubrí tanta claridad en la mañana. Limpie, aún había agua por la casa, di el biberón a mi bebe, y tomé mi café con tostadas. Me apoyé en el baúl de la ventana, y empecé a pensar qué era lo que iba a hacer cuando saliera del trabajo, porque la Biblioteca ya estaba abandonada. Suspiré y recordé al Dragón, aún me quedaba para reparar el daño, así que quizás me quedase hasta tarde para avanzar en otros trabajos. Bajé despacio, estaba tranquila, y cuando cogí mi bicicleta había otra nota con su letra diciendo: “ Ahora todo ha comenzado, porque lo que siento cuando te hago el amor, no sé si me lo merezco”. No debía hacer caso a sus palabras, me decía cuando la terminé de leer:” es un zalamero, y seguro que a todas les escribe para estar bien tranquilo cuando visitara el lecho”. Pero la verdad, me gustó, me ruboricé, y me la escondí en el pecho, más tarde la guardaría en una caja donde tenía mis recuerdos, pero si algo debía hacer, era olvidarlo por el momento, volvía al trabajo, donde quizás una guerra me esperase, si es que ganaba en las artes, pero si algo quería en ese momento, era disfrutar de mi sosiego, así que, intentaría trabajar tranquila, olvidando los malos modos de Leo. Llegué temprano al taller, todos se sorprendieron, me puse con el Dragón, hoy lo terminaría, ni siquiera me había traído almuerzo. No podía dejar que una obra me quitase tanto tiempo, porque me lo restaba para aprender otros trucos, casi de magia, por mi gran maestre experto. Leo me dirigió la mirada, incluso una sonrisa, que no supe interpretar, porque temía sus gestos, como a los demonios con rabia. Ya dije que era un hombre extraño, todos no lo apreciaban, pero si respetaban, es lo que pasa cuando no eres bueno en algo pero si tienes la maldad suficiente para defender lo que haces, aunque cualquiera te ganara en talento. Estaban con el próximo proyecto, y la verdad la curiosidad cada vez me era más grande. Vi a Antonio como hablaba con él, como incluso le preguntaba, y me pensaba si habría que tallar algo o pintar alguna pared, o cualquier cosa que supiera que lo haría bien. Antonio nos echó una mirada mientras trabajábamos, aún continuaban con las rejas, y cogió su maleta. Ninguno preguntó a donde iba, era extraño que abandonase el taller a horas laborables, siempre quería controlarlo todo, y seguir trabajando con su gran obra maestra: “La Sagrada Familia”, una Catedral perfecta. No era ese el proyecto que permanecía oculto, o quizás no conocía porque era una mujer, y no quería que chismoteara con personas en las tiendas. Cuando cerró las puertas, uno de mis compañeros aclaró que iba a la Iglesia de Sant Felip Neri, que lo estaban pintando, o retocando, porque dos de los lienzos que allí estaban tenían su cara, no sabían cómo habían conseguido que se ofreciese a eso, porque, como dije, no se hacía ni fotografías, supongo que era por alguna obra de caridad, si no él se quedaría quieto. Entonces subí a ver a Leo, actué como si no hubiera hecho nada con el Dragón, porque tenía claro que había sido él, no tenía otro rival, ni en el barrio, me acerqué para ver si podía distinguir en sus planos de que obra se trataba, lo que tenían en secreto ambos. Con la excusa de pedirle una regla grande para mi trabajo, pude distinguir un edificio sencillo, sin muchas redondeces, como a él le gustaban, parecía una casa como las de antaño, con una azotea un poco peculiar, pero nada modernista, como solía dibujar Antonio, aunque tendría claro que su orientación no habría cambiado, utilizaría la de Este- Oeste, como siempre hacía, según él por un motivo: la perfección que escondía. Vi también en uno de los papeles la fachada, con una estrella de Cinco puntas encima de cinco columnas, parecida a la de mi cuadro, entonces recordé que el número Cinco era el Número Masón por excelencia, y pensé que quizás algún templo construirían, pero algo no estaba claro, porque a pesar de que Leo era eficiente, no era un hombre muy inteligente, me extrañaba que le contase algún secreto de un Gran Maestre, quizás me confundiese, y tuviese más valor, el que yo veía como un simple sirviente. Me estaba liando, mi madre diría que era por leer lo que no se debe, pero cogí la regla, cuando el me la ofreció, y me miró como diciendo:” para de curiosear mi mesa de trabajo”. Había una libreta al lado, supuse que era de Antonio, si pudiera echarle un vistazo, sabría todo lo que escondían y porque se quedaba a horas donde ni la luz le dejaba ver ni los trazos. Me entró la picardía femenina, y eso que me estaban advirtiendo que a veces por eso se mata, pero estaba tan cerca de algo, que me costaba trabajo no participar en la trama. Pusieron la radio, volvieron a decir lo del cuerpo encontrado muerto, que aún no se había identificado, parecía extranjero, pero sus ropas eran de Barcelona, y su calzado. Leo levantó la cabeza, suspiró y siguió trabajando. Yo continué con el Dragón, y no quise hacer mucho caso, porque si ya había un muerto de por medio, quizás estaba más tranquila hasta cosiendo, que también sabía hacer algo. Antonio llegó después de la hora del almuerzo, y echó un vistazo a todo lo que estábamos haciendo, entonces se encerró en su despacho, yo creo que para continuar con la maqueta de la catedral que estaban haciendo, porque tenía capacidad para llevar más de una cosas adelante, e incluso de esculpir si lo quería bien hecho. Pasó el día sin más grandes acontecimientos, sabía que no me dejarían ver más de ese proyecto, y por fin terminé el Dragón, ya habría más mosaicos que pintar, aunque fueran solo el comienzo. Cogí mi bicicleta, llegué pronto a casa, y decidí ir al Tranvía porque a mi madre solo la veía en días de fiesta. Me subí me senté esperando a Hugo, porque a pesar de que Dámaso cubría todas mis necesidades, no saciaba mi vida entera, donde además de sola, estaba revuelta. Guardé el ticket en el bolso, y esperé a que me llevara de vuelta, tenía una intuición, era de noche, seguro que ese hombre escogía a mujeres para tomar alguna copa, aunque fuera dura para la garganta y las tripas, si están sueltas. No ocurrió nada, y fui por La Rambla para ver si algo me inspiraba, para ver a mis Sabinas por allí revueltas; les puse el nombre de mi madre, porque además de ser a quien más quería, también era un nombre perfecto por la Historia que guardaba, también de hombres armados y mujeres bellas, casi prometidas. Paseé tranquila, el miedo lo superé de pequeña, y cuando dejé a un lado un prostíbulo, entonces vi como entraba, con su porte y su barba mal puesta, vi como soltaba su sombrero en el perchero, como hacían otros para tapar su cara, y así no tener problemas, ni conyugales, ni con las sirvientas, aunque él no ocultó nada, más bien dejó que se le viera. Yo seguí mirando por la ventana, me molestó un poco cuando descubrí a unas cuantas que venían a saludarlo, parecían que les daba igual las monedas, bastaba su arrogancia, que hasta en la cama la llevaría para impresionar con su otra arma, que seducía a las más hambrientas, aunque no estaba claro cuál era la más afilada, y la más guerrera. Seguí mirando por la ventana, pero se escondieron detrás de un diván, no dejaban ver que era lo que hacían, aunque eran dos las que jugaban con la chaqueta, que se movía por una esquina no cubierta. Rápidamente me quité cuando una se dio cuenta, y cogió la cortina para echarla, para quitar a los curiosos de la puerta. Seguí mi camino, pero estaba contenta, mi intuición no me había fallado, lo había visto, y ya sabía dos sitios por donde se movía, faltaba su casa, que era la mejor herramienta, porque podría cruzarme con él, y quedar para ese inicial café, que tanto me daría si es que sabía quitar el polvo de los trucos de la seducción de un hombre con experiencia. No era el momento de esperar, porque quizás pasase la noche con las demás vampiresas, así que fui a casa, a descansar, y a creer otra vez en mi intuición para aprovechar las horas muertas. Llegué rápidamente, sin descansar, tenía ganas de ponerme la bata. Por un momento pensé como no me molestaba que un hombre que me atraía visitase un prostíbulo, pero es que pensaba que guardaba muchas cosas en esa cabeza, y la curiosidad manda más que su entrepierna. Subí un poco cansada, y me senté, lo primero, en el sofá mirando las estrellas, vi como una se apagaba dirigiéndose a la Tierra, entonces pedí un deseo: hacer una obra maestra, porque si algo tenía claro, es que era más importante que tener compañía, porque la vida me enseñó que fallaba tarde o temprano, que era mejor tener algo de lo que sentirme orgullosa, mientras estuviera en este planeta, porque ya había derramado muchas lágrimas por personas a quienes había querido de diferente forma y en diferentes guerras; quizás algún día dijese que había merecido la espera, pero como dudaba, por el momento prefería mi obra maestra. Vi aparecer las nubes, vi la lluvia como caía lenta, y entonces fui al cuarto para ponerme el camisón, y descansar con la radio, con Dámaso, recordándome que allí estaba. Había música, por lo que bailé mientras me lo ponía, y en una de las vueltas pude ver el cigarro, me quedé quieta, se me había olvidado preguntar qué tenía, pero si quería pintar bien pensé que lo necesitaría, porque era mi principal herramienta, y además nunca se sabía cuál sería la obra perfecta. Cogí el cenicero, lo llevé a la cocina, y mientras tiraba la ceniza, aproveché para guardarlo entre el tabaco de pipa que siempre tenía, para los invitados, que graciosamente nunca venían. El sueño fue tranquilo, sin pesadillas, supongo que Dámaso me había relajado lo suficiente para un par de días. Pensé en Hugo, con quien dormiría, pero si había ido a esas horas a buscar compañía, lo más seguro que no tuviese mujer en casa que lo esperase a la cena, sería más fácil mi aventura. A veces sentía que traicionaba a Dámaso, pero otras veces pensaba que él ni se enteraría, seguiría con la vida apasionada que vivía. Al día siguiente era festivo, por lo que no habría que ir al Taller, podría pintar tranquila, me hubiera hecho falta comprar algo de comida, pero me las apañaría, es lo que tiene vivir sola, poder tomar lo que te apetezca, sin tener que cocinar una gran comida. Me desperté temprano, mi cuerpo estaba satisfecho hasta en las también débiles rodillas. Me hice el desayuno, con mi café afrodisiaco para pintar despierta lo- que quería. Iba a intentarlo sin el tabaco, no era una costumbre de señoritas, así que con la taza terminada, me coloqué delante del cuadro, sin saber muy bien por donde continuaría. Ya estaba el escenario montado, solo lo completarían la mesa y las sillas, así que sin dudar ni un momento, coloqué el pincel debajo de la estrella, que digo yo que algo significaría. Las iba a hacer fuertes, hechas por un gran ebanista, y con algún adorno medieval, porque ahí empezó mi conquista. Pinté tranquila, no me salía con la facilidad que da el tener algo que provocase no solo una sonrisa, así que cogí el tabaco, lo fumé tranquila, saboree su aroma, pues lo tenía, y me iba adentrando en un éxtasis que creaba hasta la más singular pantomima. Sin darme cuenta, en mi imaginación ya estaban construidas la mesa y las sillas, por lo que cogí el pincel, con la pintura característica, y las hice con rapidez, con la singularidad de ser un genio entre comillas. Una vez hechas, una vez orgullosa de lo que había pintado, aunque las piernas casi ni me sostenían, me volví a sentar en el sofá, tirando la tabla de las pinturas, era como que no podía más, que el esfuerzo había sido demasiado para mi mente, y me senté con las piernas abiertas, nada femenina, como destrozada por haber hecho algo, como un trabajo forzado, cuando no estuve ni quince minutos delante del cuadro, y ahí entró el desmayo, relajante pero temeroso, porque pensaba que en alguna ocasión de esas no despertaría, que el Dragón me llevaría con su rabo. Pasé el día ahí sentada, ni tenía fuerzas para tumbarme y descansar mejor las rodillas. Entonces mi gata, que ya había madurado, porque sabía comer sola en solo un par de días, me lamió la cara, yo creo que preocupada, porque parecía que no respondía. Me incorporé con dolor en los huesos, como si me hubieran dado una gran paliza, y pensé por un momento, no volver a fumar ese tabaco, me destruía, aunque me elevase a las alturas de los grandes artistas. Fui a la cocina, bebí mucha agua, estaba sedienta después de tanto sueño sin medir el tiempo que transcurría, y entonces vi que había pasado el día ahí sentada, sin comer, sin beber, sin haber hecho nada más, y exclame´:” ese tabaco es peor que mi medicina”. No debía olvidar, cuando viera a Dámaso, preguntarle qué llevaba, porque parecía peligroso, y no volvería a correr más riesgos vaya que la siguiente vez no lo contase, aun sabiendo que pasaría, porque miré mi cuadro, y estaba perfecto, casi no pude comprender porque no pintaba así sin tomar esa especie de pipa, porque eran mis manos, mi mente, mi talento, no pensaba que esa mezcla de hierbas crease lo que quizás mi corazón escondía, pero algo pasaba, algo con él salía de mis cualidades, que solas no podían. Negué con la cabeza, porque en mi interior sabía que no era bueno, porque no solo dormía después de tomarlo, sino que mi cuerpo quedaba extenuado, sin poder superar fácilmente, durante un momento, la vida. Y era mi único cuerpo, el que debía cuidar y mimar, para poder realizar muchas cosas, porque eso de vivir al límite solo trae como consecuencia una asesina caída, así que dejaría su elixir, más temeroso que la rutina de todos los días. Tenía que crear una familia, pero me había dado cuenta que el ser inteligente e independiente, no les gustaba a los hombres, porque dudaban de que pudieran llevar siempre la batuta. Cerré los ojos y desterré la idea, aún me quedaba mucha vida, y si mi cuerpo lo permitía, porque mientras hay vida hay esperanza para crear todo lo que el ego necesita; nunca es tarde para una buena dicha… Los restantes días pasaron con normalidad, sin acontecimientos, ni buenos ni malos, quizás fuese un acierto, porque si los cotilleos que hay que contar llevan aparejada la maldad de alguna astucia, quizás fuera mejor pensar que el silencio fuese una victoria de las ninfas. Decidí ir a ver a mi madre, ya llevaba días sin verla, así que aproveché mi descanso del fin de semana para las compras, y para que me dieran algún mimo, que siempre se necesitan. Cogí el tranvía con los ojos abiertos, pero sería mucha coincidencia verlo una tercera vez de una forma tan seguida, así que decidí relajarme, disfrutar del pequeño viaje, pero en el que me daba tiempo soñar despierta, que era una de mis travesuras muy queridas. Llegué temprano, le llevé algún churro, le gustaba pero sin mucho aceite que le pudiera manchar la blusa. Me abrió la puerta casi de rodillas, y me dijo que las tenía peor, que le habían dicho que ya mismo no la sujetarían. Me asusté, pero no había problema, vendría a casa, y así sola no dormiría. No se lo dije, porque ella no quería, le pasaba como a mí, tenía la sensación de molestar, quizás por no haber sido muy querida, pero ya la convencería. Nos sentamos en el balcón, hacía buen día, y charlamos sobre el barrio, sobre las tenderas, las vecinas y las mendigas, que también había. Y entonces, en uno de esos silencios que se dan en las buenas compañías, donde no había que disimular ser simpática, ni que tenías una buena conversación porque eras una linda señorita. Mi madre me cogió la mano, y con voz dulce dijo que tenía que contarme una Historia parecida a los Cuentos de Hadas, pero que realmente había existido en nuestras vidas, sentí amor en su mirada, a la vez que ternura, pero también dijo que para eso había tiempo, que solo debía saber, por si algo pasase, que la Historia estaba contada en una novela, que estaba en su baúl del ajuar que me hizo, por si le ocurría algo antes de ese día, y que dentro de la novela aprendería lo más importante de las hierbas, que para llevar una vida sana , era un deber saber utilizarlas, sobre todo para evitar desdichas. Ella intentaría apuntarlas todas en una libreta, que podría utilizar más fácilmente, junto algunas recetas, tanto de plantas como de comida, mañana mismo empezaría a hacerla, y así estar tranquila por haberme enseñado su sabiduría, pues desde pequeña solo quise pintar, pero ahora era el momento de aprender más cosas de la vida, porque si algo te enseñan los años, es que el conocimiento, además de sabiduría, te da la experiencia para poder defenderte de las adversidades, que aparecerán, porque no pasarás todos los días con una sonrisa. Acabó pidiéndome una caricia, no era el momento de decirle que hiciera la maleta, ya vendría pronto a por ella, sin avisar, y sin demora. Nos tomamos los churros, y reímos recordando la torpeza de mi padre cuando quería arreglar algo de la casa, se creía un gran chapucero, y era simplemente un buen escribano, pero sin saber mucho utilizar el martillo y los clavos. Recogí los platos, y nos quedamos sentadas al fresco, hacía muy buen día, y había que disfrutarlo, no mencioné nada sobre la curiosidad de sus palabras, como dije, era adulta, sabía esperar a que el otro se decidiera a contar sus secretos, las prisas las dejé con las coletas. Le preparé la comida, me pidió que me marchara antes, porque quería escuchar tranquila la novela de la radio, y que yo la despistaría, así que eso hice, cogí mi sombrero y mi sombrilla, porque ya siempre iba bien vestida, y bajé las escaleras, contenta porque algún secreto tenía de familia, eso me daba más rango, aunque fuera una tontería, pero me gustaba saber que algún día sabría más de mis antepasados, por si había algún noble de los que presumir cuando había reunión de señoritas, iba a pocas, pero debía asistir a las del barrio, una vez al año, para que me presentasen a hombres y yo elegir, porque había bailes y también algún ponche con el que sacar las risas. El Lunes regresé al trabajo, no pinté mucho ese fin de semana, no sé si por pereza o porque no estaba muy inspirada, pero me relajé lo suficiente para empezar bien la semana. El Dragón estaba acabado, por lo que fui al despacho para saber a qué me dedicaría, no me apetecía seguir con las rejas, aunque pareciese que cobraban vida. Llamé a la puerta, y me pidió que pasara, me estaba esperando. Da igual lo temprano que fueras, él siempre estaba allí sentado, creo que dormía en el diván que tenía debajo de la ventana, que aunque no fuera cómodo, era suficiente para un anciano con mucho orgullo para el trabajo. Me enseñó su maqueta de la Catedral que estaban haciendo, era: el sueño de cualquier arquitecto. Me mostró una de las fachadas, la del Nacimiento, en la que en una especie de cueva se desarrollaba el Misterio de la Coronación de la Virgen, arrodillada, colocada de perfil, para no dar la espalda a los visitantes que la contemplan, todo estaba pensado. Y entonces, me puso el brazo rodeándome los hombros, y me dijo:” primero píntalo con las medidas adecuadas, en aquella pared puedes hacerlo, aunque sea con una tiza, y luego empezaremos a esculpirla, ve tallando las figuras, yo haré la perfección de los detalles, pero aligérame el trabajo como siempre sabes”. Me entusiasmó el proyecto, suena mal decirlo, pero ese si estaba a mi altura, era buena en mi trabajo, lo sabía, y además él lo valoraba, poco más se le puede pedir a la vida. Me fui directamente a la pared, y cogí la tiza, tenía la fotografía en mi cerebro, otra cualidad que callaba, a pesar de ser conocida. Y empecé a dibujar, sin prisas, casi rezando por la obra que haría. Se me pasó el tiempo rápidamente, descansaba en el almuerzo, mirando el despacho porque pensaba que subiría a echarle otro vistazo para que no se me olvidara ni una pincelada de alguna barriga. Me sacudí el polvo de la falda, y fui sin saber qué había pasado a mis espaldas, si estaba dentro o se había marchado a por alguna tinta. Llamé a la puerta, y no fue casualidad, fue una sorpresa, porque sabía que se conocían. Allí estaba Hugo con él charlando, fumando en una pipa. Me ruboricé porque pensé que se acordaría de mi atrevimiento en el tranvía, y él simplemente se volvió y dijo:” lo ves cómo te encontraría”, entonces Antonio nos presentó, y yo le di un solo beso en la cara, es lo que espontáneamente me salió, porque me era familiar, y algo me decía que lo quería entre mis sábanas. Entonces me asombré de nuevo al decir Antonio que él fue quien encargó el cuadro, que había confiado en mi gusto para desarrollarlo, porque conocía mi trabajo en el taller, aunque no lo hubiera visto antes merodeando. No supe cómo reaccionar, parecía que todo estaba como planeado: el encuentro, el tema del cuadro, su posición, mi curiosidad, mi deseo, su coqueteo…pero decidí estar despierta y volver a la realidad, para meterlo en mi cama, para conseguir que conmigo paseara, y para que me dijera cosas de su indumentaria. Durante un momento pensé que sería un Gran Maestre, dentro de la Orden de los Masones, pero dudaba cuál sería entonces el papel de Antonio, por edad sabría más que él, aunque tuviera alguna cana en la barba. Bueno, quizás los dos tuvieran uno importante, y apostaba que el de Hugo sería el más valiente. Me preguntó cómo iba el cuadro, no sabía si me lo había dicho mi jefe, pero era para el salón de su casa, que lo visitaban gente con pudientes, y seguro que sería una buena publicidad para más creaciones. Me puse nerviosa, lo primero que pensé es que necesitaría más tabaco de Dámaso, que debía hacerlo bien, y que fumándolo me daba el placer de la genialidad escondida en mi interior, y que no sacaba si no era con esa pequeña ayuda que despertaba al subconsciente. Hugo se volvió a sentar, por lo visto tenía temas que tratar, donde mi presencia no era muy bien recibida, pero estaba como hipnotizada por su arrogancia, por la fuerza en sus palabras, que me hacían temblar las rodillas, que heredé de mi madre, y por eso a veces me fallaban. Entonces dije el motivo por el que había subido al despacho, y me señaló la maqueta, pidiéndome que tuviera cuidado. La observé despacio, no se me había escapado nada, pero seguí temblando, tenía que quedar con él, no podía dejar escapar la oportunidad, y quizás, con un poco de sobresalto, le pregunté si quería subir a mi casa, más tarde, a la salida del trabajo, para ver cómo iba el cuadro, porque aunque confiaba en mi gusto, siempre era bueno conocer en lo que estaba trabajando. Apartó la pipa de su boca, y dijo que a las cinco vendría, aunque sin coche de caballos, sonreí, y le comenté que daríamos un paseo, que hacía bueno y no estaba lejos, le pondría algo de beber, quizás algún café con pastas o si él lo prefería un coñac, o cualquier otro alcohol que le gustase, si es que tenía. Asintió, y me pidió que me marchara, tenía que hablar con Antonio, no disponía de mucho tiempo para concretar cosas, que le disculpara. Subí los hombros, y le advertí que también debía continuar con mi trabajo, mientras Antonio sonreía, se dio cuenta que esta visita me gustó más que la del Conde, quizás fuera menos fina, pero más prometedora, por lo menos a simple vista. Fue en ese momento cuando decidí que quería comenzar mi nueva aventura, no dejaría a Dámaso, él jamás interrumpía, y porque además, le quería. Fui al aseo para quitarme el polvo de la tiza, y lavarme la cara, lo hice despacio, como si me estuviera arreglando para una cita, lo que era, pero me faltaban muchas pinturas para arreglar la vestimenta, me peiné como pude y me miré al espejo satisfecha, porque sabía que era joven, y no necesitaba nada más para cualquier escena. Después salí, estaba en la acera de enfrente, por lo menos era puntual, pensé mientras sonreía acercándome, y rápidamente le di otro beso, pegando mi vientre a su deseo viviente. Estábamos debajo de una de las farolas hechas por Antonio, de esas de diferentes brazos, y con coronación, ésta dedicada al comercio, pensé que quizás debía ser porque le vendería el cuadro, pero aún quedaba todo por hacer, solo tenía el comienzo, que aunque bueno, no se apreciaba el valor, que le explicaría a una corta distancia, para darle otra clase de beso. Me agarró de la cintura para que empezáramos a andar, percibí el reflejo que nos rodeaba de la farola, entonces pensé que quizás era el motivo por el que a los Masones se les llamaba Hijos de la Luz, quizás de una luz sabia, que habría tomado vida con el brillo de las farolas de Antonio Gaudí, el más erudito de los talentos, y el padre de los Maestres de esos Templos. Caminamos despacio, no cogidos de la mano, pero si cerca, muy cerca, nos rozábamos continuamente, sin que pudiera pasar nada por medio. Mientras hablaba, pensé que había sido demasiado atrevida llevándolo a casa, pero se suponía que teníamos amigos en común y que era un hombre con Honor, aunque con arrogancia, que no acabaría en las cloacas. Subimos las escaleras, aún no me cansaba, a él el último piso le costó trabajo porque creo que la treintena estaba dejando, y que no se cuidaba mucho, como le pasaba a Dámaso. Me quité el sombrero cuando pasamos, dejé mi bolso en la entrada, donde él puso sus restantes cosas, y rápidamente le enseñé el cuadro, era poco lo dibujado, pero de gran validez, y gustaba porque prometía, porque dejaba que la imaginación hiciera el mayor trabajo. Él señaló la Estrella, y le expliqué lo que había pensado, sonrió asintiendo, diciendo que le había atraído mucho el tema, y que lo iba a enmarcar con paños de oro, como los de antaño, si es que realmente mereciese la pena. Contesté que si algo hacía bien, era pintar, que quizás era un poco desastre para todo, pero no para el arte que salía de mis manos. Entonces le pregunté qué era lo que quería tomar, contestó que un café, estaba un poco cansado, había sido un día duro, y quería saborearlo. Le acaricié la mano, y mientras hablábamos de Antonio, de sus despistes de la edad, de su valor como hombre y lo esclavo que era para su trabajo, le dije que quería refrescarme un poco, mientras el café reposaba, que solo sería unos segundos mientras se relajaba mirando el cuadro, por si se le ocurría algo que le gustase que pusiera, aunque fuera en una esquina o en la parte del reverso que quisiera. Me señaló el cuarto con la mano, para que fuera, y eso hice, fui a asearme mejor, por si acaso. Tardé un par de minutos, y me puse, no mi mejor vestido, pero si el que me pareció más acorde para el momento, menos ceñido, pero más fácil de quitar. Lo tenía todo muy claro, y eso fue lo malo, porque las personas son diferentes y más si llevan muchos años de relaciones, sabiendo actuar según el caso. Puse el café con algunas pastas, le gustaron, las hacía yo, y me salían ricas, a pesar de no utilizar la mejor harina, aún todo era escaso. Estábamos relajados, y reíamos por todo, aunque no fuera muy gracioso, cumplíamos con eso de ser la primera visita a la casa, pero mi imprudencia me hizo errar: le pregunté por la capa y por la espada, con la excusa del cuadro. Y con una simple frase lo dejó todo claro:” Soy un hombre de palabra, no te diré nada aunque lleves una bonita falda”. Agaché la cabeza, porque inmediatamente se levantó enfadado. Pedí disculpas, advirtiendo que fue una curiosidad por pintar mejor, pero que ya estaba olvidado. Él sonrió, pero advirtió que debía marcharse, como me había comentado, estaba muy cansado. Casi gritó que le había gustado mucho la casa, y que estaba convencido que algún día volvería más relajado, para ver cómo iba su cuadro. Se levantó y fue hasta la entrada para coger todo lo que llevaba, entonces me incorporé, no antes por si se arrepentía. Le ayudé a ponerse el abrigo, y cuando abrió la puerta, me quedé quieta, esperando, él simplemente me dio un beso en la mejilla, le hizo una caricia a Tina que estaba debajo, y cerró la puerta, sin decir ni un adiós, ni me ha encantado tu trabajo. Me senté en mi sillón, estaba claro que ese tema no lo debía sacar, fui tonta porque ya leí que era una asociación secreta, y quería que me contase en unos minutos hasta sus recuerdos recogidos desde hacía muchos años. Suspiré, no volvería a pasar, y por lo menos una vez más nos veríamos, cuando le diera el cuadro, no iba a llevar la voz cantante, él no me dejaría, así que debía esperar que mi deseo se realizase, que le gustase, y que intentase besarme, ya le haría ver yo con mis labios, que merecía la pena también besar más abajo. Dormí bien, me había tomado mi remedio, y esa noche hizo efecto, descansé relajada, sin nada que me interrumpiera el sueño, pero algo de mí estaba como ardiente en deseo. Hice el ritual de la mañana, porque al final todo acaba en eso, y cuando salí por la puerta estaba esperando Dámaso, con unas flores, y a él no hacía falta pedirle un beso. Me dijo que había salido pronto de la radio, que últimamente tenía más cuidado, porque Eloísa estaba rabiosa de celos, así que intentaba no animarlos, vaya que con la tontería tuviesen algún mal encuentro. Me cogió en brazos, parecía su esposa recién casada, porque atravesé el umbral con gran alegría y deseo, me echó sobre la cama, y me hizo el amor, con mimo y pasión, como solo él sabía hacerlo. Primero me desnudó, dijo que quería ver mi cuerpo, que hacía que no veía uno tan perfecto. Le di lo que quería, hasta absorbí su sexo, y cuando los dos terminamos de amarnos, nos dimos la vuelta, como diciendo :”ya está todo alcanzado”, pero que raro me parecía todo, porque aunque lo quería, aunque me hacía gemir de deseo, una parte de mí me decía, que al doblar la esquina quizás estuviera con mi amiga, porque, como dije, era un zalamero para conseguir sexo. Creo que Eloísa no le convencía para eso, solo para tener una buena reputación, tan necesaria en estos tiempos. Èl se giró para abrazarme, para amarme un poco, no era egoísta en los movimientos, y también me preguntó qué era lo que me pasaba, porque veía que no estaba como días anteriores, gustosa de haber merecido ese buen sexo. Le dije que nada, que solo era una tontería, y que me debía marchar que llegaría tarde al trabajo, y que aunque no era puntual, tampoco quería que me regañasen. Entonces sonrió y dijo, sal tú primero, pero espérame en la esquina, no llegarás tarde, te llevaré en el coche de tus sueños. Le abracé emocionada y agradecida, no me había montado en ninguno, y la verdad es que quería. Me arreglé, fui a la entrada para volverme a poner bien el sombrero, y entonces vi su pitillera, llena de cigarrillos, de esos que casi me matan, pero crean un genio. Hice mal, pero quería impresionar a Hugo, así que no lo dudé, se la quité del abrigo, salí por la puerta, pero antes de bajar, la escondí en uno de los ladrillos que estaban huecos, así si me registraba, no encontraría al culpable del delito, no reconocía en lo que me estaba convirtiendo, pero no quise pararme mucho a pensar, y bajé corriendo. Dámaso tardó mucho, me dijo que no encontraba su pitillera, que era importante porque en sus cigarrillos lleva una medicina encubierta, me pidió que si la veía por la casa, que por favor se la diera, que eran difíciles de conseguir, y sus dolores solo se quitaban con ellos. Me asusté y le pregunté qué era lo que le pasaba, me miro dulcemente, y me dijo:” nada que por el momento debas saber, ni tú, ni nadie que quiero”. Entonces pensé que quizás se estaba muriendo, y que por eso evitaba los compromisos, pero me parecía cruel que dejara así a Eloísa, que aunque tonta, me parecía solo eso, no creía que fuera mala, ni cruel en los sentimientos. Me subió al coche a empujones y fui contenta al taller tarde, pero diría la verdad a Antonio, ya dije que me consentía como a una sobrina que se quiere y mima, pero tampoco abusaba con falsas excusas, ni se ausentaba, cumplía con lo que me era impuesto, quizás no era muy formal en horarios, pero superaba el diseño. El viaje lo hice emocionada, me dijo que era un regalo por los buenos momentos, que se lo había pedido a un amigo porque sabía que me gustaría poner ahí mi trasero. Cuando paró en la puerta, tuvimos más juegos, y pensé que muy enfermo no debía de estar, cuando su miembro estaba siempre dispuesto. Me quité como pude sus manos de encima, y me acicalé un poco para llegar con un adecuado atuendo, para que no pensasen que era por sexo mi retraso, el más grande desde hacía tiempo. Antes de marcharse me repitió que mirase por la casa lo de la pitillera, y que me lo agradecería con un apasionado beso, sonreí pero sintiéndome mal, porque sabía que le quitaba algo necesario, pero no me atrevía a pedírselo, era solo para pintar mejor, no por una necesidad, así que fui delincuente sin realmente quererlo. Estaba convencida de que conseguiría más, si algo tenía era amigos, y no siempre de los buenos, supuse que no sería un acto adecuado quitarle la pitillera, pero tampoco cruel porque encontraría pronto consuelo en otros cigarros. Me justifiqué, como se hace cuando realizas un acto de malo, para que la conciencia se quede tranquila, porque el ser humano es egoísta hasta mintiéndose a uno mismo en los calabozos que la mente crea por los remordimientos. El día pasó sin grandes acontecimientos, trabajé en el Nacimiento, pero aún quedaba mucho para que se vieran las figuras, y aún más la corona del anunciamiento. Leo seguía con sus cosas, con sus bocetos, no trabajaba para los proyectos de Antonio, era sobre ese Templo, porque no preguntaba nada, solo miraba la libreta, y de vez en cuando consultaba con palabras bajas a su Jefe y compañero, porque se había ganado su confianza, al no hablar ni de su casa, ni de su mujer, ni de su perro. Nadie sabía nada de él, concluí que quizás fue lo que le gustó a Antonio, su discreción en la vida, porque estaba claro que no fue su talento, y por un momento sentí envidia, quizás nunca alcanzase ningún grado en la relación, solo el de una mujer joven que protegía por amor, aunque no hubiera sexo. Pasé cerca de la mesa de Leo, y tapó el centro del plano con otra hoja blanca, no pude ver si había avanzado. Durante un momento pensé en olvidarlo, mi curiosidad femenina sabía que lo dejaría un par de días, pero más adelante querría verlo; se lo pediría como regalo de cumpleaños, si es que algo me ofrecía Antonio, como otros años. Quizás me exponía a algún desencuentro, pero debía intentar las cosas, para satisfacer mi ego. Terminó el día, y la verdad había avanzado bastante, me felicitaron, aunque quedaban meses para terminar los remates. Subí a casa contenta, besé a mi Tina como si fuera una princesa, y le di un biberón, ya solo en ocasiones, porque aprendió pronto a buscar entre los cajones. Me senté con mi sándwich y mi zumo de naranja, lo que solía cenar cuando no había ganas de preparar nada, y así relajada, mirando el cuadro, me di cuenta que la nota de la Biblioteca tenía la letra parecida a la que me dejó Dámaso. Rápidamente, con la cena a la mitad, fui a coger la caja donde guardaba los recuerdos, y las comparé: la letra era la misma, no había duda, así que sentada en la cama, dude un rato. Si Dámaso había dejado ese papel, era porque quizás los conocía, o porque pertenecía a ellos, o porque ocultaban algo. Entonces si que tuve claro que le preguntaría, porque tenía mucha confianza, sabía hasta los lunares que tenía en su cuerpo. Volví a guardar las notas, y pensé en llamarlo a la radio, pero recordé a Eloísa, y decidí que ya vendría a por su sexo barato, me enfadé al pensar eso, pero a veces me sentía así, porque estaba escondida en un cuarto, aunque él me daba el cariño, que siempre es tan necesario. Me fui al sofá a terminar de cenar, y puse la radio, entonces tuve suerte porque estaba a punto de volver a leer una de sus poesía, y la verdad que todas un mensaje tenían, por lo menos eso es lo que interpretaba desde que lo hicimos por primera vez en la cama. Subí el volumen y me dirigió otras palabras:” esta poesía la creé esta mañana, no es por mi futura mujer ( rió), sino por lo que se hace por unos celos infundados: LA VIUDA NEGRA Saboreo el café en su boca Acaricio el vello de la armadura, la que siempre utilizaba para disfrazar la calma Mientras se deshace de mí enredándome en las sábanas para no retrasar la rutina diaria Sigo oliendo la almohada Y hago el amor con el hombre de mis sueños, con el hombre con el que habla una mujer abnegada Él enciende el cigarrillo casi provocando una llama, casi provocando la distancia y la arrogancia, ya que un hombre es duro hasta debajo de una manta Mientras sigo apretando su fuerte brazo, sin dejarle ir, a pesar de su demoniaca mirada Con una dulzura camuflada, me da la caricia de la mañana, la caricia que hace que coja fuerzas al recordar que la soledad fue una historia pasada Llegó la luz y se prepara para hacer parte de su vida donde yo no entraba Y con pasión le doy mi beso de despedida, porque siempre volvía antes de las ocho, cuando la cena adelantaba Cerré los ojos, ya no estaba Tomé mis pastillas, mi elixir de la juventud para el dolor de una bella enferma por los desprecios de quien la acompañaba Empecé a soñar con el reencuentro, con vernos desnudos al pie de la cama, con la mágica noche que disimula las imperfecciones cuando despierta la pasión entre un hombre y la mujer amada Entonces recordé la posible visita a la hora del almuerzo, a sabiendas que se volvería a deshacer de mí, aunque sucumbiera al pedirle mi cuerpo guerra todas las noches de luna llena Lo imaginé desnudo, sentí dolor con esa pequeña ausencia, lo quería cerca, a mis pies, adorándome a pesar de su frecuente desgana Marché hacia su camuflado nido, mi rabia ya dañaba Y mientras me observaba a través de la ventana, yo sujetaba fuerte el paraguas, mi espada, con la mirada perdida provocada por su ignorancia Seguía el dolor y el camino crucé porque quería hacerle el amor por doquier, para que no se olvidara que era yo quien le esperaba en casa, era yo quien dejé todo por él, y quien le acicalaba los pantalones que enseñaba Subí al despacho, y una joven mujer abrió la puerta, mi dolor crecía, no quería que compartiera el tiempo con una princesa Mientras se sorprendía de mi sombra ya instalada, rápidamente me tomó de la mano, y con la elegancia que le caracterizaba, me subió al elevador dándole al botón para facilitar la marcha El dolor aumentó, no soportaba el vacío de mi sexo, quería atarme a él, quería morir si él a otra abrazaba Me encontré con la desesperación, no aguantaba la opresión en el pecho, la que él no sentía cuando después de hacerme mujer cada mañana, se despedía con una adiós sin mirarme a la cara Entendía su egoísmo, era hombre, la comprensión no era lo que le caracterizaba Pero debía aprender quien era su ama, que se acabaron las ninfas, y que mi cuerpo necesitaba fundirse con el suyo en cada sol del amanecer de mi vida atormentada Mientras sufría, él se miraba al espejo, seguro de su fuerza, de su virilidad y de mi idolatrada amenaza Creo que se sentía un apuesto Guerrero, como si supiera que la misma batalla se repetía en cada estación, con la amante que eligiera para su apasionada cama Y cuanto más lo pensaba, más lo amaba, más aparecía el dolor, y más me avisaba que algo malo traería querer poseer un ser que no se compra ni en las más escondidas subastas Seguí frente a la ventana, y una niebla apareció ocultando su silueta. Mi imaginación la dibujaba, me dolía el vientre de deseo, de una pasión que cada vez quería ser más saciada Bajó y volvió a cogerme la mano para llevarme a la parada de taxis. Chirriaron unas vías, tuve una reacción improvisada, lo empujé hacia el tranvía: mi repentina daga Se acabó el dolor, sonreía mientras lo miraba pintado de rojo, del color de la pasión, e intuí entonces como se despedía el amor para pasar a ser nostalgia Él ya descansaba de mis ardientes premoniciones, pero yo me impuse la peor al dejar de sufrir por amor para hacerlo por la temida soledad, por lo que me convertí al ser una insegura amante que cree perder lo que para ella era seguro en su cama, porque eso la muerte trae segura cuando es insegura la que pierde la batalla A pesar de los años, sigo llorando, contándole a las que me visitan en las mazmorras lo orgullosa que estaba de morir sabiendo que no amaría a otra, sin entender que no era amor sino delito, que por eso duermo sola, porque se acabó el sentir, ya había cruzado la línea de lo bonito, donde la dominación no se convertía en el principal arma No comprendí que en el fondo no conocía el amor, que fue solo dolor lo que rodeaba una relación no deseada, que acabó con la vida y la belleza que trae respetar lo que el corazón capta Y mientras el amor terminaba, llevé una vida agonizante al no presentir la realidad que me trajo el pecado mortal, porque dicha soledad ya no se marchaba, porque nadie querría amar a una viuda negra, quien de un recuerdo se alimentaba al oler la almohada, al tocar su propio cuerpo, creyendo que era él quien la amaba… Terminé de cenar, y casi me atraganto. Supe el significado de esa poesía, aunque hubiera disimulado, era porque Eloísa quizás sospechase algo, y la veía capaz de hacer mucho más que daño, es decir, que la veía capaz de matar por algún desengaño. Estaba un poco obsesionada con él, todo el mundo en el barrio me lo decía, pero yo no hacía mucho caso, mi corazón, aunque travieso, no pensaba en la maldad de las personas por conseguir algo deseado. No estaba acostumbrada al fracaso, pero si venía, lloraría, como se hace en las películas y en la radio, pero no mataría a un ser amado, aunque no me quisiese llevar a su lado. Entonces me acordé de unas palabras de mi madre, que me decían que las personas son muy diferentes, y que no se podía esperar las reacciones que una tendría, porque lo que ellos sentían era muy distinto hasta en los barrios altos, cada persona es un mundo por descubrir, y a veces te llevas muchos sobresaltos, porque abres una caja, y aunque no fuera de pandora, siempre llevan tormentas, aunque reluzcan y brillen hasta por debajo. Solo esperaba que Dámaso tuviera más cuidado, porque no lo quería perder, pero tampoco quería que sufriera algún daño, y si era capaz de poco, lo mismo aumentaba con la pasada de los años, vaya que creyese que alguien le iba a quitar a su prometido, desde antaño. Me tomé la medicina, la dosis adecuada, y me fui a la cama, excitada, pero tranquila porque si había sido avisada, era porque no nos veríamos en tiempo, sería cauteloso para el siguiente encuentro. Me dio pena pensar que no me abrazaría, que aquí termino mi buen sexo, pero cerré los ojos y mientras mi gata se apoyaba en mi pecho, ronroneando e incluso gimiendo, me quedé dormida durante mucho tiempo, con la radio encendida, con la ventana abierta, y con la brisa de la noche rozando mis caderas, ya libres como el viento. Los días transcurrieron sin grandes acontecimientos, y el Sábado me desperté dispuesta a adelantar mucho el cuadro. Lo primero que hice, después de saludar a mi gata, fue ir a por la pitillera, me sentía mal, pero lo excusaba con que era un daño necesario. La puse en mi escritorio, se suponía que no se debía abrir, ni para coger un lápiz, ni un papel, aunque estuviese pintado. Fui a hacer la compra de la semana, con la sombrilla que me dio una buena mujer, que con el paso del tiempo, no perdía belleza, había adquirido valor, como pasa con todo, hasta con lo malvado. Llovía, pero no lo suficiente como para ponerme mucho abrigo, y antes de comprar algunas pinturas para mi cuadro, paseé por La Rambla, sin imaginar ningún atentado, porque si algo tenía Barcelona, era la capacidad de recibir al necesitado. Una ingenuidad, es lo que tiene no ser malo. Entré en la tienda, compré lo imprescindible, y cuando salí vi a Dámaso, no lo iría a buscar, paseaba con su prometida, y ella parecía lucir algo, no estaba claro si el vestido de flores pequeñas y oscuras, porque no era primavera, o lo que llevaba en el brazo: su amado. Iban sonriendo, parecían felices, incluso creí que era un paseo romántico, pero cuando se volvieron para cruzar, y yo estaba en frente, todo cambió sin mencionar un algo. Nos cruzamos y el levantó el sombrero, ella puso el rostro con orgullo, como diciendo esto en mío, no es tu amigo, porque más que otra cosa eso era, alguien en el que se podía confiar, aunque compartiéramos más que un cruce de manos. Y cuando dejó el sombrero en la cabeza, justo cuando pasé al lado, rozó la mano donde llevaba la compra, con discreción y con el cariño deseado. En ese momento supe, que todo había acabado, que seguiría con su vida de eterno prometido, y que quizás dentro de años, si todo seguía igual para ambos, se atrevería a acercarse, pero no antes, aunque me hubiera dejado notas y un gato, estaba claro que no podía despistarse, porque ella perdonaría todo, pero no un desengaño, y si temiese que la iban a dejar, acabaría con la vergüenza, aunque también fuera con el esclavo. Llegué a casa desilusionada, con la cabeza baja, como si hubiera hecho algo malo, pero vi mi cuadro, mi cúmulo de esperanzas, y por supuesto mi sexual intercambio, porque pensaba que una vez terminado, Hugo admiraría mi talento, y querría jugar con lo que llevo dentro, aunque fuera solo por la curiosidad del desconcierto de las señales de dentro del marco. Comí calamares en salsa de tomates, pimientos, cebollas, laurel, pimienta y sal, fáciles de hacer, saciando mi apetito, pero sin ser pesados. Me senté en el sofá con el café en la mano, que me tomé de un sorbo para mirar los posos, a ver si me decían algo, y si vi unas sombras por los lados, no sé porque recordé el cuerpo sin vida encontrado, quizás tendría que ver con los no presentados, porque si llevaba espada en estos años, es que a alguna reunión había ido, y no a hablar de lo pasado. Abrí la pitillera de plata, no quería darle más importancia, ni curiosear donde no me llamaban, pero sabía que tenía algún significado, quise relajarme algo, y después de dejar la taza sobre la mesa, saboreé esa especie de tabaco. Di las primeras caladas fuertes, como absorbiendo todo lo que llevaba, tenía que pintar bien el cuadro, y justo a la tercera caí rendida en mi sofá sin recordar el instante en el que lo había apagado. Tuve pesadillas de leyendas, con dragones, caballeros sin princesas, era bastante sangre la que se derramaba a mi vera, y cuando uno de ellos iba a cortar una cabeza, me desperté sudando, con dos kilos menos, y con temblores en los bajos. No me encontraba bien, pero eso lo sabía desde el primer momento, lo que debía de comprobar: era si me daba ese talento para pintar el cuadro, para mi nuevo amante, que aunque él no lo sabía, sería mi amuleto, porque no había nada mejor para llevar puesto debajo del brazo. Cogí la tabla de las pinturas, y comencé a dibujar a los hombres, todos apuestos, a ella la pintaría la última, porque no sabía si quizás guardara algún secreto. Había decidido empezar por el tribunal, que constaría de tres personas: Antonio, Hugo y Dámaso, los hombres de mi vida, que me habían dado algo sin ellos saberlo. Así que debía tener cuidado con la postura en que los pondría, porque todos querrían ser el más valioso para este corazón tan humano. En medio estaría Antonio, como el presidente del acontecimiento, y a cada lado uno, a la derecha Dámaso y a la izquierda Hugo, no sé porque los coloqué así, quizás por la tendencia política que creía que tenían, pero esa fue mi elección, sin saber muy bien el motivo de tal dardo. Desabroché un poco mi bata, para estar más cómoda, y aún con el sudor frío en el cuerpo, empecé a pintar a Antonio, como Rey del reino. Seguía sudando, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo, pero no paraba de crear con mis manos, con todo lo que llevaba conseguir un premio, porque si lo iban a ver muchas personas, eso traería mucho más que un beso. Los terminé cuando ya era de noche, cuando no había suficiente luz para seguir haciéndolo, pero me había dado tiempo, en unos cuantos minutos, a crear un Tribunal, con un Crucifijo en medio. Acabé abatida, con sueño, como si hubiera participado en una gran batalla, en vez de haber estado relajada creando arte con un poco de MISTERIO. Me fui a la cama, porque pensé que ahora vendría el clímax, después del sufrimiento. Y con todo puesto, con la pintura pegada en las manos, me metí entre las sábanas para ver que le pasaba a mi cuerpo, pero no le pasó nada, solo se relajó largo tiempo, tanto que llegó el Lunes sin saberlo, y cuando llamaron a la puerta para saber porque no había ido al trabajo, la abrí sin saber muy bien qué era lo que había pasado, pero tenía muy mal aspecto. Vino Leo, no preocupado, sino porque su trabajo no requería tanto esfuerzo, y era más fácil que él faltara, a quitar los que trabajaban con los hierros. Me dijo que tenía mala cara, lo primero que se me ocurrió era decir que había tenido unas fiebres muy altas, y que por eso me había ausentado, pero que ahora mismo me lavaba, e iba para allá para continuar con el nacimiento. Él se tomó la libertad de decirme que me tomara el día libre para recuperarme y tomar algo caliente, que debía mejorar, que no pensaba que pudiera continuar el trabajo con mi cansancio, e hice caso, no por las fiebres, sino porque me faltaban fuerzas hasta para mejorar mi atuendo, se marchó sonriendo, porque eso le hacía mejor trabajador, como si fuera a ganar un premio, que quizás fuera cierto y yo no sabía, pero no era lo que me importaba en ese momento, quería meterme otra vez en la cama, quería descansar sin saber muy bien el motivo de porque ese consuelo, y eso sí, puse antes el despertador para que me sonara a tiempo. El Martes no era un día bonito para nada, pero debía recuperar no solo las horas perdidas, sino la confianza de mi jefe y de mis compañeros, porque si empiezas a fallar, todos cogerán algo como excusa para dañar mi talento, pues hace tiempo que aprendí que la envidia lleva aparejada una astucia para derribar a quien te da tanto miedo por su trabajo, por su talento, por su aspecto o por su conocimiento. Me lavé la cara, me quité la pintura de las manos, bebí un poco de agua, me deshice de la bata, que debía ser lavada, y me metí en la cama, que no olía como debía, pero no había fuerzas para cambiar las sábanas, así que me puse en postura fetal, como protegiéndome de algo sin saberlo, y recé, que hacía tiempo que no lo hacía, pero necesitaba ayuda sin saber para qué, pensé que era el momento, y me dormí tranquila, sin entender muy bien qué era lo que le había pasado a mi cuerpo. Me desperté un poco más recuperada, pero aún con cansancio metido en los huesos, pensé no volver a fumar, pero cuando miré mi cuadro, cuando vi el gran talento, decidí tener cuidado, y no dejar que me venciera el sueño, aún creía que podía con todo, hasta con la droga que tenían esos cigarros sueltos, porque estaba claro que no era tabaco, que lo que me hacía casi morir por acercarme a ser un genio, era algo malo para mi cuerpo. Decidí ir a ver a mi madre a la salida, no había ido el Domingo, como siempre prometía, le diría que fue por lo mismo, aunque tonta no era, y como todas las madres quizás descubriera mi fea apariencia, porque había adelgazado muy rápido, tenía temblor en las manos, que me preocupaba, vaya que no pudiera esculpir, y era mi sustento, no unas cuantas obras sueltas. Me tomé el café, no miré los posos, no quería ver nada que me distrajera, tenía que estar concentrada para tener contento a Antonio, no le podía fallar, había creído en mí, cuando había muchos candidatos para entrar en esa escuela. Desayuné bastante, pensé que los temblores se debían a la falta de alimento en mi cabeza, pues desde el Sábado no había tomado ni pan, ni galletas. Me sentó bien, me di el baño necesario, porque ya no olía como recordaba en mi memoria de mujer coqueta, y antes de salir por la puerta, lavé mi bata, alimenté a mi gata, y cogí las suficientes fuerzas para ir a trabajar recuperada, de lo que había ocurrido, que no tenía claro si merecía la pena. Llegué temprano, había puesto el despertador de madrugada, para que me diera tiempo a hacer todo lo que necesitaba. Se sorprendieron y Antonio bajó a preguntarme cómo estaba, le pedí disculpas, prometiendo que volvería a pasar, que no sabía que fiebres había tenido, pero que se habían marchado, él contestó que tenía mala cara, y que estaba más delgada. Me preocupé, no quería que se me notara nada, así que aumentaría mi comida para suplir el esfuerzo al pintar, y era porque lo necesitaba, quería impresionar a Hugo, ya no tenía visitas en la cama, y cuando estás sola, eso al menos algo te calma. Subimos a ver la maqueta, para enseñarme todos los cambios y avances que había hecho en la Catedral, estaba perfecta, era lo que le faltaba a mi ciudad para que la admirasen nada más visitarla, y verla. Le pedí si me podía ausentar, quería continuar con la escultura, mi intención era terminarla pronto para poder seguir haciendo cosas para ella, porque yo no la había creado, pero si quería formar parte de aquello, de su obra maestra, pues estaba claro que lo consiguió, que había dado un antes y un después a todo lo hecho, y que debía darse prisa en seguir con la construcción, porque quizás no le quedase mucho tiempo, otra intuición, mala pero con buenos deseos. Pasaron las horas ,como siempre, rápidamente, supongo que porque estaba cómoda trabajando, y después de que hubieran pasado treinta minutos del momento de salir, decidí marcharme, ya compensaría mis horas perdidas, pero poco a poco, sin prisas. Fui a coger el tranvía, tenía ganas de ver a mi madre, a Sabina, aunque mi cuerpo estaba cansado de tanto tallar, casi sin descanso y sin visitas, que interrumpían pero aliviaban los brazos de alguna herida. Llegué sin avisar, y llamé a la puerta, quise darle una sorpresa, pero ella, y sus adivinanzas, sabían que llegaba, y tenía la cena preparada en el balcón, porque hacía una tarde sin brisa. Había en medio una flor, pero cuando me habló para pedirme dulcemente mi explicación de la ausencia del Domingo, lo primero que exclamó fue que tenía muy mal aspecto, que estaba mucho más delgada en poco tiempo. Le aclaré que estaba trabajando mucho en el taller y en el cuadro, entonces me lo recriminó, advirtiendo que lo más importante era la salud, a lo que asentí, con miedo a seguir con los cigarros. Me senté en la mesa, y comí deprisa porque los temblores comenzaban, aún suponía que por falta de comida. Me miró sorprendida, porque devoraba, cuando ella siempre comía más, y supuse que ya lo sabría. Fui a la cocina a fregar los platos, me preguntó qué era lo que me pasaba, entonces le chillé golpeando con el estropajo. Se asustó, era mi madre, no entendí como pude hablarle así, entonces ella solo preguntó: ¿ dónde está mi dulce Sofí?. Agaché la cabeza, derramándose algunas lágrimas, pero convencida de que lo que hacía era lo adecuado para conseguir mis objetivos, que no eran caros, o eso pensé sin saber los resultados. Cuando terminé no quise entretenerme más, y le di un beso, mientras me seguía mirando, como intentando ver qué sucedía para ese cambio, mientras ocultaba mi mirada para que no adivinara nada. Me dijo que fuera a cenar todas las noches, que me hacía falta comer bien, y que estaba segura que no probaba bocado cuando llegaba del taller por el cansancio. Le dije que no me venía bien, que el Domingo comería con ella otra vez, y que traería los pestiños que le gustaban, porque le recordaban a algo. Asintió con la cabeza, pero a la vez negó algo. La dejé sentada al lado de la radio, me fui molesta por mi comportamiento, y sobre todo porque me faltó el abrazo. Cogí el tranvía, no estaba pensando en Hugo, tenía claro cuando lo volvería a ver, y no sería por otro encontronazo, sería en el taller o en mi casa por lo del cuadro, las coincidencias no se repiten, a no ser que lleven algo raro al lado. Llegué a casa y mi gata me dio mimos que necesitaba, me sentía como si estuviera haciendo algo mal, y solo fumaba para pintar mejor un cuadro, no sabía el daño que podía provocar eso, cuando nadie era ni rozado. Me puse mi bata recién limpia, cogí un trozo de pan, como queriendo recuperar rápidamente los kilos que me faltaban y miré por la ventana, a las estrellas y a la Luna, que algo me dirían para estar más tranquila hasta que llegara la madrugada. Tomé mi medicina, y dormí como hacía muchos años, sin miedo, sin pesadillas, pero con temores a no poder pintar otro buen cuadro, sin la ayuda de los cigarros. El Viernes llegó rápido, más cuando coges la rutina y estás entretenida sin llantos, me despedí de todos casi con un abrazo, como si no los fuera a ver, como si hubiese más de dos días hasta el nuevo encuentro, y Leo desde arriba sonreía con rabia, como si le molestase que estuviera contenta en mi trabajo. Pero eso no fue lo malo, lo malo llegó cuando salí por la puerta, y frente a ella estaba Eloísa, quien se acercó, me quedé sin palabras, también sin pasos. Y cuando estaba al lado, me cogió del brazo, empezamos a pasear sin yo tener claro qué era lo que quería, si era un buen plan andar tan pegadas, casi de la mano. Entonces dijo el discurso esperado:” bueno ya sabes que sé quién eres, que no soy ninguna de tus admiradoras de cuadros, que no quiero que me enseñes a pintar, ni que me hagas un retrato. Quiero que dejes en paz a Dámaso, es mi prometido y el año que viene nos casaremos, no deseo ningún percance hasta que llegue el momento, lo llevo esperando desde que era muy joven, y no me vas a estropear ningún acto”. Contesté con voz apagada que solo éramos amigos porque amábamos el arte, que aunque de diferente forma, se relacionaban porque como dijo Leonardo “pintar es poesía muda, la poesía pintura ciega”, y de esas cosas hablábamos, ya que el escribía y yo pintaba cuadros. No sé de donde saqué esa inventiva, pero fui rápida al intentar tener algo en común, que no fuera unos buenos sentimientos bajo las sábanas de mi cuarto. Ella me miró incrédula, y aclaró que vio como subía a mi casa con flores, y no quiso ver más porque le dolió el corazón como a un anciano. Le quise convencer que era mi cumpleaños, que subió a ver un cuadro que estaba encargado, para que hablase de él porque tenía un tema muy interesante para la radio. Me apretó el brazo, y casi chilló en medio de la calle, que no lo volviera a ver, que era suyo, y que no iba a consentir ningún tropiezo después de tantos años. Entonces asentí, le dije que no se preocupara, que estaba enamorada de otra persona, aunque me doliese reconocer que era porque no había posibilidades con quien amas de veras, también le aclaré que si sufría porque nos veíamos, aunque solo fuera como amigos, que no volvería a pasar, que sabía respetar el amor ajeno. Me sentí hipócrita, pero no quería una escena, y además no iba a reconocerle nada, porque no había nada detrás del sexo, aunque fuera en mi cama. Se separó, y me advirtió con la mirada diciendo ni un café, ni un cigarro…y se marchó recta, sin mirar atrás, ya había advertido todo en pocas palabras. Me quedé quieta, sin pensar mucho en lo que había pasado, y a pesar de todo lo que había dicho, de todo el miedo que pasé a un posible escándalo, deseé volverlo a ver para volver amarlo, aunque me daba miedo esa mujer, capaz de todo por tener a un hombre al lado. Me dio pena pensar que era incapaz de dejarla por no hacerla daño, pero me daba pavor pensar que estaba prisionero por temores que no se deben tener cuando hay respeto por el ser humano. Suspiré, miré hacia los lados, y esperaba verlo una sola vez más para darle un abrazo, para preguntarle por las notas, y para que supiera que podía volver si tenía cuidado, si lo necesitaba, para salir de la cárcel de las garras de una mujer mala como las de antaño. Aceleré el paso, quería llegar pronto a casa, y lo peor de todo, para fumarme uno de sus cigarros, sabía que caería abatida, pero necesitaba descansar, mañana no había que ir a trabajar, agaché la mirada porque me estaba aficionando, y no quedaban muchos, tenía que dividirlos bien para acabar aún mejor el cuadro, pero esa noche lo necesitaba, el corazón se me iba a salir, mis pisadas eran rápidas, y mis miedos afloraban por temer otro mal encontronazo. Llegué a casa aún acelerada, pero desnudándome por la escalera, quería ponerme mi bata, y dejar atrás las reprimendas, durante un momento pensé en mi madre, lo que le molestaría si supiera todas las cosas malas que estaba haciendo, y todo lo hacía por mejorar sin saber los perjuicios que eso acarrea. Quería mejorar en mi soledad, por lo que Dámaso me lo rellenaba, aunque fueran horas muertas, aunque estuviera medio casado, y aunque no estuviera bien para las alcahuetas. Quería mejorar en mis cuadros, y por eso le quité la pitillera, no le hacía falta, pensaba, y me ayudará a impresionar a Hugo, y así meterlo en mi cama, y con suerte de ahí no saliera. Todo estaba justificado, todo tenía una explicación buena, aunque para mi madre no sirviera, para ella era más fácil esperar, como lo llevaba haciendo parte de su vida en la Tierra, sin saber muy bien qué, pero sin meterse en las guerras, porque a veces se pierde, y no solo la honra, sino también la casa, si es que no puedes llevar dinero a la que la gobierna. Abrí la puerta casi desnuda, preparé mi baño de una forma especial porque me iba a fumar el cigarro en el agua, para ver si se me quitaba la mancha roja que tenía en la nalga, que había aparecido de repente, una vez que en el cuadro no había quedado nada. Sabía que quedaría extenuada, pero lo suficientemente relajada para no pensar en nada. Y ya desnuda en la buhardilla, miré las paredes, eran todas blancas en el salón, menos la de la cocina, que estaba pegada, y que pinté de verde para diferenciarlas, las de mi cuarto eran burdeos, y la del baño azul, le quise dar colorido, porque creí que me daba alegría, que todo era aburrido en el taller, quería algo de vida en el sitio donde dormía. Miré mi cuadro, iba muy bien, ya quedaba menos, seguiría con el suelo de baldosas blancas y negras, como las de un tablero de ajedrez, y luego con los restantes hombres, que ahí tardaría, porque pintaría bastantes, quizás los mismos que las piezas del juego, aunque no estaba segura, ya lo decidiría, y luego pintaría a la mujer, entonces no sé porque pensé que sería yo, que dibujaría mi cuerpo, sin saber porque saqué esa conclusión, pero me vi con mi bata de terciopelo que se arrastraba por el suelo, como si llevara una cola, como si fuera medio vestida para una ceremonia, sin perder parte de mi esencia. Los hombros y la espalda los llevaría descubiertos, la bata abierta, y no dejaría nada para la imaginación, quizás me pintara de lado, para que se viera mi pecho, y así dar sensualidad al cuadro, que la necesitaba entre tanto hombre vestidos para guerrear entre ellos. Me gustó la decisión, aunque aún tendría que pensar hacia qué lado miraría, no sabía si sería al de Dámaso o al de Hugo. Ellos estaban fácilmente reconocibles, pero mi imagen no sería tan clara, como para dejar pistas a Hugo, debía ser un poco dura, a los hombres, aunque digan mucho, no les gustan las fáciles, les gusta que haya un poco de MISTERIO entre su pierna y el cabello, que quizás bese cuando ambos quieren consuelos. Toqué el agua con la mano para ver la temperatura, y estaba perfecta, esperaba que no se quedase pronto fría. Puse la pitillera y las cerillas cerca, en un taburete donde tenía revistas de moda y algunas velas. Las encendí, quería una grata velada, aunque no fuera en la cama, me metí en el agua perfumada, porque no olía bien, a pesar de ir lavada, parecía que desde que fumaba mi olor corporal había cambiado, junto a mis pupilas, que estaban más despiertas, pero también más cerradas. No le di mucha importancia, para mí era un periodo de transición hasta conseguir acabar mi obra, que parecía bastante buena para que a Hugo le gustase y así acercarme a él, aunque mantenía muy bien las distancias, supongo que en el fondo era cuestión de tiempo, porque las mujeres siempre consiguen a los hombres, aunque ellos creyesen que eran los que seleccionaban, no había nada como una mujer encaprichada, ya que no había mujeres feas, solo vagas para no sacarse provecho, y no había hombre que se resistiese al embrujo de una mujer que sabe gustar junto a un sutil atrezo. Hice una pequeña ahogadilla en el agua, me mojé mi pelo, que parecía más rojo por la droga fumada, sonreí al pensarlo, supongo que me sentía más liberada, sin presiones, solo las que yo me buscaba. A mi subconsciente le parecía que todo era nuevo, aunque algunas cosas me desagradaran. Me sequé las manos, y encendí el cigarro, ya quedaban menos, pero los suficientes para conseguir lo que quería. Cerré los ojos, di dos caladas seguidas, y bailé en la sala que mi cabeza construía. En cuestión de segundos, cuando eche el humo, éste se transformó en el Dragón que siempre me perseguía, pero no podía levantarme para estropearle la figura, vi como abría la boca como si quisiera comerme, y casi lo conseguía, pero caí en un sueño tan profundo, donde ni él aparecía. No sé el tiempo que estuve metida en la bañera, pero las manos estaban arrugadas y mi pechos empequeñecidos, porque el agua estaba fría. Fue mi gata, al frotarse en mi cabeza, quien hizo que despertara, agotada pero con fuerzas para salir de donde ya helaba hasta las ideas, que se suponía que ahora salían. Me sequé con una toalla, que coloqué alrededor de mi cuerpo, quería que respirase bien por si al pintar volviera a sudar, porque algo quizás no saliese como desearía. Me dirigí al salón, a por el caballete, si algún vecino me viera así, no molestaría porque estaban tapadas hasta las rodillas. Puse la radio, había música, cogí las pinturas, y como dije, me dispuse a pintar el suelo, sin necesidad de contar cuantos cuadrados cabrían, ya los haría más pequeños por la perspectiva. Este acto no requería mucha imaginación, ni arte, pero sí simetría, y no hizo falta ninguna regla, los pinté rápidamente, como sabiendo cual era el número de las tablillas donde se suponen que jugarían. Terminé rápidamente, como si lo hubiera hecho toda la vida, no sudé, ni quedé exhausta, solo un pequeño temblor en las manos que hacían que no pudiera continuar con los Caballeros Templarios. Justo cuando me senté en el sofá, cuando miraba mi cuadro en la distancia, un poco maravillada de lo bien que me había salido el suelo de la sala, empezaron a dar el noticiario, primero hablaron de la situación política, bueno más bien era propaganda política, y luego dieron los sucesos, ahí fue cuando vino la curiosidad, junto a la sorpresa de la policía: el cuerpo encontrado había desaparecido como por arte de magia, así que para identificarlo solo había una foto en la comisaría, en la parte de desaparecidos, por si alguien lo reconocía, y ayudaba a saber qué era lo que estaba pasando, por si se trataba de algo más que un asesinato de un hombre, que quizás fuera extranjero, pero también humano. Pidieron a las personas que tuvieran alguna pista, se dirigieran a la policía para acabar con este asunto, que no parecía simple porque habían pocas pistas, y ahora ni el cuerpo del delito, que tanto dice si van a apareciendo las pruebas requeridas. Me asombré bastante, pero estaba en otra historia mi cabeza, hasta sonreía, no porque fuera mala, sino porque mi éxtasis me invadía. Me tumbé solo con la toalla en el sofá, no había prisa para nada, ni para comer, aunque no hubiera probado bocado desde la una. Me desperté a la mañana siguiente, pero por poco, como siempre por mi gata, que como la descuidaba era quien se acordaba que le pusiera el pienso, o la leche, pero que pudiera comer porque ella no tenía la culpa, que bastante fue con dejar los biberones de forma rápida. Le puse su comida, no había tiempo para más, ni para mi café y menos para una tostada con mantequilla, así que me dirigí al taller, que aunque tarde, no era una hora desmedida. Llegué, todos me miraron, no por la hora, sino porque parecía desaliñada, no me dio tiempo a arreglarme con las prisas. Además no sé cómo la ropa me había quedado grande, y bastante para el poco tiempo que me había descuidado en la comida. Saludé a Antonio de lejos, y me miró sin mayor importancia, seguía admirando la maqueta, ya casi terminada. Era el verdadero dueño de ese perfecto edificio, aunque no hubiera pagado ni un ladrillo, pero sin su talento nada de lo puesto hubiese cobrado vida, se puede poseer cosas, pero nunca a personas, porque más tarde o temprano, sabrán cómo ganarse la vida. Seguí con mi obra, seguí con el arte, que era lo que más amaba, aunque necesitase caricias, y justo cuando iba a hacer las manos, entonces, me desmayé cayendo redonda al suelo, haciéndome una bolita. No recuerdo qué pasó en esos minutos, solo que desperté con los pies cogidos en alto por uno de los obreros que parecía que de eso entendía, y mientras me abanicaba Leo con una de sus sonrisas. Estaba sudando, con la blusa desabrochada, y con la falda un poco subida. Antonio me miraba preocupado, porque no sabía que le estaba pasando a su discípula favorita. Me incorporé como pude, explicando que no había desayunado y que por eso seguro que había caído, porque a veces necesitaba azúcar. Todos se fueron separando, para dejarme que me diera más el aire, Leo se quitó y se fue directamente a su mesa, sin darme ninguna atención, más las que necesité en esas horas como muerta. Antonio se agachó, y pidió que todos volvieran a su trabajo, que estaba todo más o menos controlado, uno de ellos me dio una chocolatina, y mientras me la tomaba, me preguntó qué era lo que me pasaba, porque mi aspecto se había estropeado mucho, que seguía siendo guapa, pero que estaba muy delgada, que se había fijado que mis manos a veces temblaban, y que era viejo para saber que algo ocurría, y que esperaba que no fuera grave, porque me quería. Subí los hombros, y solo dije que me había descuidado con la comida, que no tenía apetito, pero que iría al médico para que me dijera que era lo que pasaba. Me dio un beso en la cabeza, y dijo con voz dulce que me cuidara, que nada como uno para conocer su cuerpo, y los MISTERIOS que a veces guarda. Sonreí porque creí que pensaba que estaba embarazada, pero me sentí mal, porque de la chica joven, sana y buena que conoció, ya no quedaba casi nada, había aprendido a mentir de una manera muy sabia, y todo por un cuadro o por la admiración que quería del que lo comprara. Después de la chocolatina me sentí bastante mejor, continué con mi trabajo, pero sin que Leo me quitase la mirada de vez en cuando, y sin que me dejaran de preguntar cómo estaba cuando había pasado un rato. Fui a comer temprano, iría al bar de la esquina, pediría un bocadillo como solía hacer cuando no llevaba el almuerzo de casa, o cuando me apetecía dar grandes bocados, porque lo que había llevado era poco para el cansancio. Ese día me lo pedí de calamares, estaba un poco harta de los embutidos y de la carne. Me supo bien, luego pedí un café, que aunque no tuviera los posos que podía leer, si me reconfortaría para continuar con el manto, que era lo a lo que quizás más se vería. Volví tranquila, casi sin recordar que me había desmayado, sonriendo y sin olvidar que no tenía un hombre a mi lado, ni padre, ni marido, ni ancianos, así que no debía descuidar mi trabajo, no debía dejar de aprender, y de mantener los ojos abiertos por si algún pájaro quisiese adueñarse de mi trabajo. En ese momento entré y miré a Leo, que aunque jamás recibía una comunicación con su mirada, sabía que lo estaba observando y no dejaba de tener esa sonrisa, que casi delataba que era el menos esclavo, y al que debía observar, por si algún error volvía a ver en lo que a mí concernía. Cuando llegó la hora de la salida, quien menos lo esperaba, me llamó, Leo chilló advirtiendo que si no iba a ir al médico, que al menos fuera a la herboristería del Rey, allí había muchos remedios. Me pareció buena idea, y di un paseo para no sentirme encerrada entre tanta madera, llegué antes de que cerrasen las puertas. Era una tienda muy bonita, llena de botes de porcelana inglesa con hierbas dentro y con su nombre fuera, recordé la caja de mi madre. En ese momento creí que se enfadaría por no recurrir a ella, por no contarle lo que me pasaba, pero era mi madre, se preocuparía, y solo necesitaba algo que me diera fuerzas, que me lo tomaría con el café, para evitar caerme en alguna esquina. Le expliqué al encargado que simplemente tenía mucho estrés, que comía poco y que no tenía energía, por lo que al mirarme me preguntó si dormía bien, y le dije que como una muerta. No le daba importancia a lo que me provocaba la droga, porque creía que solo era cuestión de días dejar de tomarla. Me dio un bote parecido al que me daba mi madre, pero más grande, me pidió que, si podía, lo tomara dos veces al día, pero nunca por la noche porque no podría dormir bien. Le pagué y le di las gracias, con eso tiraría el tiempo que me quedaba. Llegué a casa, y esta vez sí, le hice una fiesta a mi gata, que la pobre no se quejaba de nada, y siempre venía a saludarme, creo que era porque me había convertido en su única compañía, y es lo que pasa cuando nadie te ama, te agarras a lo que tienes en casa, aunque no sea lo más bueno, ni para una gata. Me relajé algo, y decidí comer, aunque no tuviera ganas, tenía fruta en la casa. Puse la radio por si decían algo del cadáver, parecía una historia de una novela negra, pero peor porque si era real, y estaba todo tan cercano, quizás no estuviera a salvo. Había pasado el noticiario, últimamente no hablaban nada más que de política, ya que la etapa llegaba a su fin, y siempre había un comienzo y un final para todo, solo hay que saberlo esperar, y es lo malo cuando careces de paciencia, o estas sufriendo. Había música, no hablaba Dámaso. Y mientras oía la melodía, mi conciencia respiraba tranquilidad, porque sabía con quien se casaría, pero era mi amigo, y quien me hacía sentir por un momento querida. No sabía si estaba callado, como castigado de su prometida, hasta que dijo : la siguiente canción es para una amiga, para mi Sofía…y cantaron la Zarzamora, como si fuera yo la protagonista, pero realmente no me parecía. No sabía cómo se atrevía a llamarme por mi nombre, pero tenía claro que era porque Eloísa no atendía, así que escuché la canción tranquila, intentando leer un mensaje que no entendía, porque no era una seductora, solo había quitado unas pocas camisas, y siempre había sido la elegida. Terminó la canción, y tenía mi mejor sonrisa, pues si aún me dedicaba alguna, era porque algún día vendría, y yo quería. Tenía que preguntarme muchas cosas, como los de las notas, y ver si algo más sabía, porque era, al fin y al cabo, un periodista. Pero ya podía dormir tranquila, después de tomarme mi medicina, porque estaba claro que esa puerta hoy no pasaría. Supuse que en el futuro no seriamos marido y mujer, pero tendría a un buen amigo, con el que sincerarme si es que lo necesitaba, porque no todo se cuenta a una madre, aunque ella todo lo sabía. Era tan buena, sin haber hecho nada malo, que como iba a contarle mis travesuras, se preocuparía, se sentiría fracasada por haber escogido esta vida, y porque igual que ahora se sentía orgullosa de mí, todo eso, si le contara mis pecados, cambiaría. Así que Dámaso para eso me servía, para tener un hombro para contarle mis desdichas cuando no salían las cosas como una quería. Me tumbé de lado mirando las estrellas, la Osa Mayor, era la que más relucía, y contándolas volví al sueño, que no tranquilo, pero esta vez alguien me protegía, porque escuchaba la radio de fondo, y su voz me relajaba porque a mi lado casi lo sentía. Esa mañana cuando llegué al taller, había una sorpresa, Leo no estaba, y por lo general, era quien abría las cortinas, llegaba antes que Antonio, si esa noche allí no dormía. No dije nada, pero pasadas las doce, al ver que no volvía, le pregunté a un compañero, porque no estaba en su mesa, contestó que había empezado la obra a la que se dedicaba en secreto, y que quizás había ido a ver cómo se realizaba, aunque como digo, no sabía ni como se sujetaba una cornisa. El despacho de Antonio estaba cerrado, de todas formas iba a echar el ojo a la maqueta, y saber mejor como iban las manos de los demás, porque las de la Virgen estaban hechas casi a medida. Llame a la puerta, y me abrió Hugo, una gran sorpresa, no comprendía qué tenía que hablar tanto con Antonio, pero su visita me daba la excusa para ganar la próxima batalla, si volviera a mi casa, que aunque poco arreglada, no se daría cuenta si me besaba en la boca, pintada de rojo como hacían las viciosas damas que siempre veía en La Rambla, así le quitaría el vicio si se dejaba engatusar por una nueva y diferente ama. Me pidió que me sentara, y lo hice contenta, Antonio sonreía porque se había dado cuenta. Me dijo que esperaba que el cuadro siguiera tan bien como cuando lo vio, le pedí que volviera a mi casa, que había avanzado mucho, y pensaba que en dos tardes más libres estaría listo, por lo menos solo quedarían los arreglos, pero el cuadro estaría terminado. Me felicitó, porque cuanto antes lo tuviera, antes podría adornar su salón, y así presumir de amiga artista con quienes fueran. Preguntó por el precio, le dije que aún no lo había pensado, pero que sería económico, pues él me agradaba y me serviría de publicidad. Me advirtió que era nuevo en Barcelona, pero que tenía buenos contactos, que seguro que a más de uno le gustaría mirarlo. Me pidió que lo firmara por delante, y que se viera bien mi nombre: Sofí, para que recordaran quien lo había pintado. Le haría caso. Entonces, después de un silencio, me acerqué a la maqueta, Antonio me siguió y hablamos de la forma en que debían estar los demás situados, de la perspectiva y de más detalles que sería aburrido nombrarlos. Me iba a marchar, pero me acerqué a su oído, y le dije que me esperase fuera, que quería mostrarle en mi casa todo lo que había avanzado, sonrió por mi sutileza, sabía leer la mirada, y más cuando era deseo lo que lleva. Me dijo que haría como la otra vez, que me esperaría fuera a las cinco, y que esta vez tomaría un coñac para que ardieran las telas, me tocó el pelo y me besó en la boca delante de Antonio, no me importó, me avisaba de la dulce pelea. Fui puntual, como pasa cuando te interesa algo en la vida, no pierdes el tiempo con nada. Me esperó en la misma farola, pero no con el mismo cigarro. Subió el sombrero al verme, y anduvimos cogidos de la mano, algo natural, porque estaba claro que nos gustábamos. Lo único extraño era que cuando me encontraba a alguien, se ocultaba, y eso no me gustaba, porque si le importaba que conmigo le vieran, era porque tampoco tenía buenas intenciones en la cama. Negué con la cabeza, y suspiré, pero quería estar con él, Dámaso ya me había dejado de una forma clara, aunque dudase de que fuera a tirar definitivamente la toalla, para pasar unas horas conmigo entre las sábanas. No iba a despistarme, iba a centrarme en lo que tenía cogido de la mano, no para que no se me escapase, sino para que sintiera algo de mí hasta que llegáramos a la paja para hacer el amor con agrado. Subimos despacio, haciendo bromas y riéndonos, dude si me quedaba coñac, pero sería lo de menos, seguro que encontraba algo. Dejamos los abrigos en la entrada, en el perchero, junto a los sombreros, y le dije que pasara a mi humilde morada, pero que amaba porque era mi reino particular, donde creía que nadie entraba. Me dispuse a enseñarle por segunda vez la cocina, para explicarle donde guardaba los licores, y en ese momento, cuando le di la espalda, me introdujo su mano por encima de la falda, me había quedado grande, y aunque tuviera una gran palmada, cupo en ella para llegar hasta donde la mujer solamente se relaja, cuando lo acaricias sabiendo que hay guardado en sus otras nalgas. El otro brazo lo tenía rodeándome los hombros, como no dejando que me moviera, como queriendo que desde el primer momento disfrutara, y ya estaba rendida a lo que da saber tocar y acariciar a una mujer madura. Lo hicimos en el suelo, en el sofá y terminamos en la cama, no había sentimientos, pero si hubo orgasmo por desear lo que palpaba. Cuando terminó, yo estaba casi igual de extenuada que con mis cigarros, no podía moverme, me acercó a su pecho, y dormí durante mucho tiempo. No estaba contenta, quizás fue un poco agresivo, pero derrotó mi cuerpo, y aunque fue diferente que con Dámaso, también gocé como hacía tiempo. Al despertar no estaba, se había marchado, también sin darme un beso, solo quedaban unos cuantos cabellos en la almohada. Miré alrededor, no había nada diferente, y entonces descubrí dinero en la mesita de noche, me enfadé, pensaba que también era otra que cobraba por horas, pero había una nota advirtiendo que era un adelanto para el cuadro, lo había ojeado, y le había gustado mucho porque prometía más de lo que imaginaba, más que lo que me decían los sueños, también me pidió que comprara comida, se había sorprendido al abrir los armarios de la cocina. Cerré otra vez los ojos, y olí la almohada, quería saber si podía conseguir alguna esencia del encuentro, y descubrí un aroma que se alejaba mucho al de un hombre que había hecho el amor con fuerza y ganas. Era agradable, pero diferente a los que reconocía en el taller después de mucho esfuerzo, me gustaba y por ese aroma, ya sabría reconocerlo, porque mi olfato era tan ágil, como mis manos cuando trabajaban en el cuadro. Concluí que lo que me dieron en la herboristería era bueno, porque me había permitido trabajar bien aunque mi corazón latía más deprisa de lo normal, o desde hacía algún tiempo. Tenía mi medicina que lo amansaría para llegar al sueño, aunque algo me decía que lo que estaba haciendo no era bueno: activarme artificialmente por el día, y provocar una relajación por la noche, demasiado cambio para lograr lo que no podía ni con un gran esfuerzo, así que quizás lo consultaría si veía que algo le pasaba a mi cuerpo. Esa noche dormí tranquila, como hacía tiempo, no sé si fue por el sexo o por los medicamentos, pero llegué a otra especie de climax, al poder descansar sin dragones, ni monstruos que me enturbiaran el sueño. El día siguiente fue uno monótono, y a la salida del trabajo decidí darme un paseo por el barrio Judio, aquí llamado Call, y ver si algo me inspiraba para mi siguiente obra, porque por el camino vería muchos cerezos y escucharía pájaros cantando, alguna idea me daría para el próximo encargo, al que estaba haciendo, no le quedaba mucho, quizás un par de días, solo necesitaba disponer de tiempo seguido, nada que me interrumpiera al crear lo que para alguno fuera una especie de ensayo. Se me hizo de noche, y cuando volvía a casa me di cuenta de que me había dejado las llaves en el Taller, porque en el bolso no estaban, y no escuché que se cayeran, ni nada que se asemejara. Entonces corrí cuanto pude, esperaba que Leo estuviera, porque también era el último que se marchaba, llamé a la puerta, estaba cerrada, tardaron en abrir, pero insistí porque veía luz en el despacho de Gaudí. Me abrió la empleada de la limpieza, venía ese día cuando nadie estaba, no lo recordaba. Le pregunté si había alguien, y dijo que se encontraba el Jefe, que creía que estaba meditando o rezando, porque sabía que era devoto de San Antón de Alejandría, quien ella suponía que le inspiraba. Miré por la ventana, si estaba muy concentrado, lo dejaría, no quería molestarle cuando descansaba. Estaba sobre el diván, con los ojos abiertos pero en blanco, casi levitaba, miré durante unos minutos, no se movía, me preocupé hasta que por fin movió un brazo para apoyarlo en la cabeza, demostrando algo de agilidad en sus articulaciones, aunque seguía quizás en su mundo imaginario. Me di media vuelta, y me dispuse a buscar las llaves por donde había dejado el bolso esa mañana. No vi nada, ni sombra de que allí hubiesen estado, así que no perdí más tiempo y me dispuse a coger el tranvía para recoger las que mi madre tenía, además quería dormir en mi casa, ella, que todo lo sabía, si me seguía observando, estaba segura que adivinaría qué era lo que me pasaba. Al salir vi una luz tenue en la ventana del sótano, desde fuera casi no se notaba, si es que no sabías donde estaba, pero mi curiosidad gano a la prudencia, y me agaché, entonces vi una escena que intenté borrar, nada más dejar atrás la ventana. Vi muchas capas, burdeos, con capucha, con una Cruz rodeada de Rosas en su espalda, sujetando velas en vez de espadas, no iban vestidos, no tapaban nada, en medio había una especie de altar, y una mujer atada, la cual gemía como si gozase, y sin aún haber sido tocada. Vi como uno de ellos se subía encima de ella, mientras otro echaba agua de una copa tallada, o eso me parecía porque no distinguía bien nada. Entonces cuando uno estaba encima del cuerpo esclavo, el improvisado amante se quitó la capa, y creí reconocer a Hugo, porque me miró cuando grité al sorprenderme por la estampa. Entonces, el que tenía la copa, se aproximó a la ventana, era Antonio, no lo podía creer, porque lo dejé arriba mientras levitaba. Se puso frente a mí, y echó agua a los cristales, volviéndolos opacos, ya no pude ver nada. Me marché corriendo, no entendía muy bien lo que había visto, pero no me gustaba, si trataban así a una mujer, no sabía cómo podría ser yo utilizada. Por el camino, antes de coger el tranvía, reconocí las Rosas y la Cruz en el libro de la Biblioteca, era algo sobre el emblema de esa nueva capa, algo de una Orden, creo recordar que se llamaba Rosacruz, pero no iba a investigar nada, iba a olvidarlo todo, porque tenía la sensación de que lo descubierto, no debía salir de esas cuatro paredes, así que me prometí a mí misma que ignoraría el rugir de la mujer, y el goce de los que la rodeaban. Llegué a casa de mi madre cuando las diez no habían dado, con la mente en blanco, como siempre me esperaba con las llaves en la mano, ya ni le preguntaba porque adivinaba lo que me pasaba, eso lo dejé de hacer hacía años, solo que a veces me molestaba, porque a todo el mundo le gusta tener algo guardado, pero era tan cálida, siempre escuchando más que hablando, que no me podía enfadar con quien todo me lo había dado. Le dije que no me entretenía, tenía un largo camino hasta llegar a casa, pero de repente mi corazón parecía que se paraba. Me puso una silla, y me pidió que me sentara. No tenía muchas ganas de sermones de madres preocupadas, pero mi cuerpo decía que parase, que me hacía falta. Me pidió que cenara con ella, aunque me fuera tarde a casa, si no quería pasar la noche en sus sábanas. Yo no podía hablar, algo me pasaba, mi corazón lo mismo se aceleraba que se frenaba, y entonces me puse blanca, no sé si por el nuevo descubrimiento o porque mi cuerpo estaba destrozado de los esfuerzos. Ella rápidamente cogió un trapo con agua, y me lo puso en la frente, pero yo no mejoraba, me caí de la silla y ya solo recuerdo estar en la cama, con un médico examinándome, y preguntando a mi madre qué era lo que tomaba. Abrí los ojos un poco, y para no tener que hablar, seguí haciéndome la desmayada, entonces solo escuché decirle a mi madre, quien esta vez no sabía nada, porque pensaba que lo que tomaría siempre sería por ella consultada, que estaba forzando mi cuerpo con medicinas no recomendadas, ella dijo que la hierba que me daba, era para descansar, no creía que fuera el motivo de mi cintura tan delgada. El médico advirtió que mi corazón parecía forzado, y nada regular para mi edad temprana, que fuera lo que estaba tomando debía de parar, porque quizás la próxima vez no hubiera como aliviarlo. Le dio unas gotas a mi madre, para que descansara, y tomase durante unos días, luego fuera a verle a su clínica. Yo seguía con los ojos cerrados, mi madre lloraba, no sabía cómo había pasado, le comentó que se daba cuenta de mi estado, pero que nunca pensó que fuera tan grave. Entonces el médico le advirtió que lo que para un cuerpo es solo un poco de remedio con agua, para otros podía ser veneno, porque cada uno reaccionaba de forma diferente a lo que no era natural para el esqueleto. Mi madre asintió y me dio un beso, decidí hacerme la dormida, y levantarme temprano para que no me dijera nada, que ya habría tiempo, solo me quedaba unas cuantas pinceladas, intentaría solo tomar un cigarro más y acabar el cuadro, las hierbas de la tienda ya estaban dejadas, comería mejor, y todo volvería a la normalidad en un par de semanas. Me di la vuelta, mientras mi madre me tocaba la cabeza, con cariño, a pesar de lo que estaba descubriendo. Y creo que las dos rezamos, a ese Dios que consuela, y que por ahora nos había salvado. A la mañana siguiente cogí las llaves, me levanté temprano, me arreglaría en mi casa, no podía perder más tiempo, tenía cosas importantes que acabar, me habían comentado que Hugo era amigo de pintores como Ramón Casas e Isidre Nonell, entre otros, así que sería el salto al cielo, aunque el trampolín estuviera situado en el infierno. Me había prometido que fumaría solo ese cigarro, que con eso se acababa todo el desorden que había descubierto, tanto en mi casa como en mi cuerpo. Que volvería a ser la joven refinada de otros tiempos, a la que quizás llamaran “ La nueva Sofí”, porque el pelo empezaría a llevarlo suelto, dándome un toque diferente a las pintoras de mis tiempos. Cuando abrí la puerta para salir de la casa de mi madre, ella se levantó rápidamente, casi la engaño, pero no pude, quizás por el crujido de las maderas del suelo. Me preguntó que a donde iba, le dije que a trabajar, que no podía perder el tiempo, entonces me aclaró que teníamos que hablar tranquilamente, sin prisas, ni excusas, que fuera el Domingo y que me haría panecillos con leche, para que engordara. Le dije que sí, mientras me acercaba para darle un beso, ya juntas me cogió la mano, pidió que no fuera hoy al trabajo, negué con la cabeza, advirtiéndole que ya habría mejores tiempos, que me encontraba bien, que lo de ayer ya pasó, pero que le prometía que haría caso al médico. No me dejó marcharme sin darme un abrazo, suspirando, preocupada, y cerré la puerta sin mirar su cara, porque sabría que la engañaba. Me maree en el tranvía, pero había que sacar fuerzas hasta de las costillas, que a veces parecían abiertas. Me peiné y recogí el pelo, lo que más delata si no estás arreglada, y entonces fui dando un paseo, compré un dulce en la pastelería de la esquina, dejé la bicicleta bien atada, y me marché por otras calles, quería entrar al taller despejada, porque los rumores corren, más que el taxi que hay en la plaza. No sé si fue suerte, o simplemente el destino, que me jugaba una buena pasada, pero no muy lejos de donde trabajaba había una obra, casi terminada, con su estrella de David en medio de la fachada, y allí, con un casco, estaba Leo, a quien no le gustó que me acercara. Fui amable, parecía que no iba a ser necesario pelear por una guerra no empezada, de lo que me alegré, pues nunca se sabe quién sería el vencedor, o si merecía la pena las heridas de las batallas. Primero se hizo el despistado, no queriéndome saludar, hasta que me puse a su lado, y solo dijo que me pusiera protección en la cabeza. Le pregunté si ésta era la casa en la que estaba trabajando con Antonio, dijo que sí, pero no quería más conversación. Le pedí permiso para verla, a la vez que le pregunté si debería hacer algo dentro de ella, contestó subiendo los hombros. Pasé el umbral de la puerta, y había un gran recibidor, con una pequeña fuente, que con su sonido haría que todo fuera más relajado en las noches desveladas, y al fondo una gran pared blanca, en ese momento pensé que sería la pared ideal para mis Sabinas de La Rambla, pero me quité rápidamente la idea de la cabeza, y seguí mirando la casa. Tenía tres plantas, el sótano, que también tenía la posibilidad de estar habitado, la de la fachada, y otra superior, que tenía como otra entrada. La primera era como una casa de huéspedes, llenada de habitaciones independientes, con unos pocos aseos para compartir. En el sótano estaba la cocina y varios salones, pedí subir a la primera planta, y no me dejaron, es más, me invitaron a que me marchara. Fuera estaba Leo, con su cara extraña, le dije que si era una pensión o algo parecido, y me dijo que era un Pau, mientras asentía con la mirada. No sabía muy bien qué era eso, pero tenía claro que se trataba de una casa de hospedaje, porque era demasiado fría para una vivienda normal, ni los ricos quieren tanta distancia entre la cocina y la vida ordinaria. Se me hizo tarde, me despedí de Leo de una forma amable, aunque él no me mirase ni a la cara para decirme que tuviera un bonito y corto viaje, aunque si quieres viajar, la imaginación es el mejor y más seguro transporte. Fui tranquila, ya se sabía que la puntualidad no era mi fuerte, y cuando atravesé la puerta sin saber muy bien lo que me encontraría, solo vi a Antonio esperándome. Me dijo que fuera a su despacho, me quité el abrigo y demás útiles inservibles, me senté en el diván porque no estaba muy fuerte, temía que me volviera a desmayar, aunque me hacía la fuerte. Me dijo que había hablado con mi madre, y que le había contado todo. Pensaba que debía descansar al menos una semana, y que siguiera las recomendaciones del médico, me reincorporaría cuando todo hubiera pasado, cuando no tuviera que pelear por mantenerme de pie frente a la estatua. Agaché la cabeza, no estaba bien para trabajar tantas horas seguidas, e hice caso, bueno no del todo, le dije que me marcharía un par de días, que los uniría al fin de semana, y que esperaba que la semana que viene todo fuera agua pasada. Me dijo que no tuviera prisa, que él me esperaba, que nadie podría sustituirme, pues era su mejor artista, hasta para pintar una simple casa. Se sentó frente a su maqueta, seguía trabajando en ella, era muy perfeccionista, y a esa aún le quedaba. Salí por la puerta un poco más contenta, pero me faltó un beso, siempre hacen falta, y cuando pasé por la mesa de Leo vi su libreta, no pude resistirme a la tentación de saber qué era lo que había en la primera planta, la ojeé como pude, solo descubrí detalles de su decoración, ningún plano, ni nada que me la enseñara, supongo que esos estaban guardados, no lo dejaría de una forma que pudieran ser tan fácilmente copiados, es más, me sorprendí de que la libreta estuviera puesta de una forma tan clara, o bien se había despistado, porque también era humano, o no le importaba, porque no harían nada de lo que ahí se pintaba. Uno de los obreros, me saludó de lejos, el que me dijo que Leo habría ido a empezar la casa, y yo me extrañé, ahora estaba más claro, solo iba a mirar las últimas pinceladas, para eso si servía, para sacar los defectos de los otros, pero no para crear nada. Me acerqué a mi amigo, y antes de marcharme, le dije: “la casa secreta está casi terminada”. Sonrió, como sabiéndolo, y me preguntó qué era lo que me pasaba, contesté que se trataba de unas fiebres, que seguro que para el Lunes se habrían curado. Me estrechó la mano, y me pidió que me cuidara porque allí hacía falta. Asentí, y me marché, sin pensar que sería la última vez que visitaría el taller, por lo menos para hablar de la tala. Me costó subir los escalones de la casa, realmente estaba débil, y debía comprar comida, casi no había nada, pero decidí que hoy me apañaría con lo que fuese, incluso con la de la gata si fuera necesario, aunque sabía que no sería lo que tocara, que siempre había algo de legumbres, aunque no llevaran una rica salsa. Saludé a Tina, me hacía gracia como había crecido casi sola, como había salido espabilada, está claro que el espíritu de supervivencia está en todo ser hambriento de algo. La cogí en brazos y la puse entre mis pechos, para que volviese a ser un bebé necesitado, pero supuse que sería una buena idea darle amor a quien vive en tu casa, e incluso si alguna noche duerme en tu cama. Cuando se cansó o pasó calor de estar acurrucada, me tumbé en la cama vestida, sabiendo que lo que necesitaba era ordenar un poco la estancia, y comer porque estaba cada vez más delgada. Una vez echada, no pude levantarme, dormí como hacía semanas que lo necesitaba, sin hierbas, sin drogas, solo con lo que la naturaleza de mi cuerpo demandaba. El tiempo que pasé en la cama, no lo recuerdo, no sabía muy bien si fue un día entero o unas horas hasta que oscureció, solo sé que me incorporé de la cama un poco asustada, sin saber muy bien qué era lo que pasaba, pero mi cuerpo pedía un baño, y al menos una tostada. Cuando terminé, miré el reloj del salón para saber en el mundo en el que estaba, aún quedaba para las ocho, así que después de secarme en la toalla, decidí salir a la calle y comprar todo lo que necesitaba. Miré en mi caja de latón el dinero que tenía ahorrado, porque no iba a cobrar lo mismo si no trabajaba, así que decidí actuar deprisa, y a pesar de quedarme todo holgado, iba vestida como una señorita, como mi madre me había enseñado. Compré pan, carne, la pescadería cerraba por las tardes, y tampoco quería que se me pusiera malo, además la comida de cuchara era la que resucitaba al más desamparado, ahora tenía tiempo para cocinar despacio. No llevaba mucho peso, pero si tenía lo necesario, y como estaba descansada, decidí mirar escaparates, porque era como un sueño despierta, ver lo que deseabas ponerte para estar más guapa, el instante en el que obtienes lo que tanto has ansiado como mujer, no como pintora de cuadros. Torcí una esquina, y como si lo hubiera planeado, estaba Dámaso, nos quedamos quietos, sin saber qué decir, solo nos miramos, al cabo de unos segundos sin que reaccionáramos, decidí dar el primer paso y marcharme, ya estaba todo hablado. Me cogió del brazo cuando lo pasé, y entonces dijo que lo sentía, me quedó claro, pero que temía más problemas si seguía viéndome, creía que lo había dicho por la radio, que no era porque sus sentimientos hubieran cambiado, porque a veces se dejan de hacer cosas por amor, y no solo por la que llevas de la mano. Le miré con pena, porque no sabía si realmente sería feliz al lado de esa fiera, pero suponía que, como muchas veces pasa, era a quien estaba acostumbrado. Asentí, y cuando me solté el brazo para marcharme, me acordé de las notas, y fui yo quien le cogí el brazo diciendo:” solo una cosa,¿ por qué me dejaste esa nota en la Biblioteca, es que quizás debería temer algo?”. Entonces se giró del todo, habló tranquilo, seguro y aclarando:” no sabes quién soy realmente, y como confío en ti después de tantos besos dados, te contaré el motivo de mi causa, aunque quizás por venganza, señales a un desarmado. Mi nombre es familiar, somos muchos, aunque utilicemos diferentes seudónimos, y uno de mis tíos es el General Dámaso Berenguer, quien además de interesarse por el mundo castrense, también le importa en el que estamos. Sabes que vivimos en una Dictadura debilitada, eso hace que haya muchas personas interesadas en un nuevo cambio político en España, y quien provoca el nuevo resurgir de los Países son los intelectuales, en Barcelona hay muchos dentro de la Masonería, con quienes a veces charlo en su Logia ( término que alude al espacio físico donde se reúnen sus miembros , llamados hermanos ) por ser periodista, para dar noticias a mi tío de lo que estén tramando. En unas de esas conversaciones, me hablaron de ti, de una forma insistente, y pensé que era mejor que te mantuvieras a salvo, porque en las guerras siempre hay perdedores, y tú no estás en ningún bando para que te defiendan porque, como te dije, la curiosidad mató al gato. Creo que con eso te queda explicado todo, porque imagino que sabes que escribí la nota por la letra, no fue la única que dejé en tu puerta: una torpeza, pues no pensé en tu inteligencia”. Entonces sin estar sorprendida, cuando él no volvió a mencionar palabra, me di la media vuelta, y marché a casa. Fue una despedida fría, la verdad siempre pensé que volvería a entrar en mi cama cuando estuvieran las aguas mansas, pero no sería así, porque como todo, esto también finalizaba. Aunque los buenos sentimientos que dejó en mi corazón, me hacía tener la esperanza de que si alguna vez llamase a mi puerta, la abriría con ganas, porque quizás, solo quizás, entonces, sería mejor momento para amarnos sin dañar nada. Caminé despacio, abrí la puerta de la casa, y una vez sentada en el sofá miré el cuadro, sin saber muy bien qué era lo que había pasado mientras lo pintaba. Había cambiado todo, hasta mi cara, porque estaba como hinchada y a la vez delgada, pero lo observé, y estaba orgullosa de lo que me había salido mientras estaba drogada, porque llegué a la conclusión de que quizás fuese opio lo que tomaba, porque sabía que calmaba muchos dolores, y Dámaso era listo para pelear hasta con la guadaña. Me dejé la puerta abierta sin querer, y me levanté a cerrarla, cuando di el golpe sabía que con él la historia de amor que tuve, o creí tener, terminó, cerré los ojos, suspiré y pensé que cuando una puerta se cierra, se puede abrir una ventana, y es lo que hice, para que entrase el fresco y me espabilara, por el momento dejaría de pensar en Dámaso, en los Masones y en su espada, porque habían enturbiado un poco mi vida, y no de una forma sana. Fui al dormitorio en busca de mi bata, me hacía sentir más confortable en mi propia casa. Una vez que me deshice de la ropa, miré mi cuerpo en el espejo, no quedaba nada de esa chica saludable que a todos ensimismaba, había pasado a ser una especie de enferma, que a todos daba lástima, un cambio de papeles que no eran los más apropiados para una dama, porque una vez que te señalan, ya poco puedes hacer para quitarte la mancha, y la de la nalga estaba cada vez más viva, un tono más que la noche pasada. Toqué mis huesos, mi señal de que algo malo pasaba, y cerré los ojos otra vez, porque no era sano lo que miraba. Coloqué la ropa y la compra, ahora tenía que hacer algo saludable, y quizás dejar de darme pena por no llevar la vida a la que estaba acostumbrada, donde decidía cuando comía y cuando me acostaba, algo banal, pero ya ni eso dominaba. Cené despacio, saboreando cada bocado, y vi en la mesa auxiliar la pitillera, la que me hacía daño, dejé el plato en la mesa, solo quedaban dos, con uno bastaría para acabar el cuadro, y luego el otro lo tiraría, porque todo estaría terminado. Un engaño porque no acaban fácilmente las malas cosas, cuando está todo casi destrozado. La cerré y cogí el pincel porque quería rematar algunas cosas del cuadro, estaba casi perfecto, pero siempre había algo que mejorar, y yo estaba para eso. Cogí mi paleta, y me disponía a dar más color a unos labios, cuando mi mano no dejó de temblar, siendo imposible arreglar algo, porque si tenía claro una cosa, es que no haría nada por estropearlo, quería seguir pintando, pero por si eso no volvía a pasar, quería que ese fuese mi mejor cuadro, y estaba casi acabado. Solté la tabla con los pinceles, me senté en el sofá, no quería ni pensar que ya no podría pintar nada, porque había comido y no era la debilidad del cuerpo lo que hacía temblar las manos, que para mí eran sagradas. Puse la cabeza entre las piernas y lloré, sin saber muy bien lo que pasaba, pero algo me decía que debía acabar con esta historia, que parecía que traería muchas desgracias. Después de un largo rato, fui a dormir a la cama, hice un ritual como antes lo solía practicar: me lavé la cara y las manos, me eché crema, me cepillé los dientes, como me habían enseñado, para terminar de peinarme ese pelo rojo que tantas cosas atrajo. Puse mi bata a los pies de la cama, doblada con esmero y recato, recogí el pelo en una trenza, abrí la ventana, me dispuse a dormir desnuda, para que el aire me rozara, y limpiara también mi cuerpo de todas las cosas malas. Dicen que el agua lo sana todo, pero quizás a mí eso no me bastaba, y recordé lo que se decía en los pueblos, que había incluso que utilizar la Magia, para ver si se iba la mala racha. Dormí otra vez relajada, sin hierbas, sin plantas, solo lo que mi cuerpo pidió, aunque me desperté de madrugada cuando mi gata me lamió, porque supongo que algún cariño también hacía falta, llevaba sola mucho tiempo, aunque estuviéramos en la misma morada, y si algo tengo claro, es que a pesar de mi torpeza al cuidarla, de mis ausencias, de mi mal aspecto, a pesar de todo, ella me quería, quizás porque la alimentaba, o quizás solo porque veía cosas en mí que no se ve en una simple ojeada, lo importante es que me despertó con un gesto de amor cuando me hacía falta, porque si algo saben hacer los animales, es suplir un te quiero de quien ya no va ni a visitarla. A la mañana siguiente puse la radio, ya no esperaba nada de Dámaso, pero me entretendría mientras me decidía si era hoy o no cuando iba a terminar mi encargo. Mi cuerpo estaba más cansado de lo habitual, lo achaqué a lo que me estaba pasando, pero notaba una desgana en todo, que rozaba lo extraño. Escuché la voz de mi amigo, y me despistó en lo que estaba pensando, lo nuestro había terminado, pero sabía que si fuese necesario, él me diría algo, no me abandonaría, no me daría de lado, porque quizás había preguntado demasiado, pues vivíamos en tiempos no de guerra, pero tampoco en los que te dan el pan sin nada a cambio. Su voz era ronca, y la verdad, me llegaba a excitar recordando lo pasado, porque con Hugo fue algo diferente, algo salvaje y sexual, que también me hizo llegar al orgasmo, pero Dámaso me hacía sentirme querida, y aunque fuera parte de su Harem, yo me creía la preferida para dar algunos sinceros abrazos. Y de repente mencionó un breve relato, que no llevaría ningún mensaje oculto, pero me enseñó que en la vida era importante la constancia y el trabajo para llegar a algo, porque lo que se consigue rápidamente, se desvanece cuando canta el gallo… LA CONSTANTE PACIENCIA. Anna salía de su casa hacia el colegio, como cada mañana. No era una alumna más, era “La maestra”, una mujer sin marido, como mandaba la época, una mujer culta, de delicados modales, de vestidos baratos pero con clase. A las siete, cogía el tren hacia París, la ciudad que siempre daba amor, y una vez acomodada cogía su pequeño libro, que constantemente leía porque quería aprenderse las poesías que un antiguo buen amigo escribió, sin hacer caso a las críticas. Vestía de rojo, como el cancán que nunca se atrevió a ver en las noches donde frente a algún salón dormía, si perdía el tren hacia su sencilla mansión, sin ni siquiera cortinas. Sonreía soñando sin ansiar nada, solo soñaba mirando el paisaje, las nubes, que con sus figuras animaban las fantasías. Y así, con cada amanecer de los días que no son fines de semana, sembró un pequeño paraíso que durante unas horas alimentaba. Pasaron meses, años, y era feliz con esa extravagancia temprana. Hasta que sin saber cómo, quizás por la constancia, una mujer mayor, ya que ella los treinta rondaba, le toco la mano para que despertara, le dio una dirección, una caricia, y una sola palabra” encantada”. Y Anna emocionada, no sabía si aún soñaba, leyó la dirección y asombrada vio que se trataba de las señas de “La Sorbonne”. Sobresalta le gritó a la mujer, dejando a un lado la educación que daba, “¿para qué?”, a lo que contestó “ A dar clases a señoritas refinadas”.”¿ Por qué?”. Y sonriendo, bajo una de sus nubes, contestó:” porque te observaba, y aunque para todo el tren hayas pasado desapercibida, para mí, que era quien sabía valorar tu raza, siempre brillaste, incluso debajo de esas ropas tan usadas…” Seguía sentada en el sofá, seguía mirando el cuadro, y puse mis manos a la altura de los hombros, para ver si temblaban. Lo hacían, y no lo comprendía, porque comía bien, descansaba, no había nada que dejase de hacer para que eso desapareciera, porque me hacían falta unas manos perfectas para pintar y terminar mi cuadro. Miré la pitillera, y después del relato, no me parecía prudente forzar nada, y menos con algo que no era ni prestado. Me levanté del sofá, y me dispuse arreglar la casa, le hacía falta, incluso más que a mis manos. Empecé por barrer, luego continué con el polvo y los cristales, para terminar fregando, no era una limpieza profunda solo dejar el habitáculo arreglado para que Tina y una servidora pudieran estar relajadas. Terminé casi a la hora de comer, no me daba tiempo ir al mercado a comprar pescado fresco, y pensé que incluso mejor porque debía empezar ahorrar en algo. Comí unos garbanzos con espinacas, con sal, ajo y azafrán, buenas para el cansancio, y luego me tumbé otra vez, para ver que hacía por la tarde, si continuar con el cuadro, o bajar a darme un paseo, porque quizás me inspirase más que el cigarro. Desperté a eso de las cinco, no tenía nada decidido, pero me apetecía arreglarme algo, llevaba días con ropas de diario, quería sentirme guapa y presumir, que también es necesario para una mujer femenina, aunque no tenga un hombre al lado. Bajé las escaleras recta, como imitando a una Princesa, quien sabe lo que diría ese libro que mi madre tenía guardado, sonreí al pensar en esa tontería, pero dio humor a un tarde sin muchos compromisos acordados. No sabía si ir a la obra, quizás pudiera meterme en el piso de arriba sin que nadie me viera, pero debía dejar ya las travesuras, debía estar tranquila y seguir mi rutina, si quería volver al taller para crear algo, aunque para eso mis manos debían volver a ser las que eran, blancas, firmes y a la vez delicadas, debían ser las manos de una artista segura en su trabajo, porque había que pagar muchas deudas, así que respiré tranquila, me repetía que eso se pasaría en un par de días cuando tuviera todo terminado y ordenado, que quizás estaba impaciente por darle el cuadro a Hugo, que a la vez que atracción, me había creado algún MISTERIO, y no sabía si sería descubierto, pero, como todo, había que intentarlo. Llegué a la panadería de la esquina, no era una clienta muy asidua, pero me conocían desde hacía años. Le pedí una barra de pan, si tenía que engordar, eso sería lo necesario, y al darme la vuelta escuché como dos alcahuetas decían: “ ha perdido mucho peso, dicen que está enferma, pero no se sabe a ciencia cierta si es físico o es por los remordimientos de algún pecado, ya que todas sabemos que lleva a hombres a su casa con mucho descaro”. Me molestó mucho, cuando estás débil, también estas sensible y más por comentarios malos, al pagar se me cayó el dinero de las manos, lo dejé en el suelo, no quería que me vieran llorar por un cotilleo vago, así que subí a casa, intentado dejar todo lo malo abajo, y lo primero en lo que pensé, fue en fumar ese maldito cigarro, porque creía que le daría vida a mis manos, dormiría un poco y olvidaría todo lo que un dolor lleva aparejado. Conté los escalones, nunca antes lo había hecho, no sé qué significaba, solo lo vi como una rutina por el aburrimiento de no crear ni la nada. Entré en casa, solté la compra en la cocina, me desnudé, cogí un trozo de pan, y puse la pitillera y las cerillas, junto al cenicero delante de mis ojos, mientras comía con grandes bocados. Tenía como remordimientos, antes lo había fumado sin saber muy bien cuáles eran las consecuencias, pero ahora lo tenía todo claro: me invadiría un frenesí, me despertaría sudando y con escalofrío, mi temperatura corporal bajaría, se contrarían las pupilas, y me dolería el pecho, que a veces parecía que eso se había instalado .Quizás mi casa se transformaría en otra menos real, pero me ayudaría a acabar el cuadro, lo había decidido, sería la última vez que haría algo malo, porque estaba claro que a pesar de volver la estabilidad en mis manos, mi cuerpo se consumía, y mi aspecto era muy desmejorado. Acabé el pan, me limpié la boca, y entonces fue cuando descubrí que me había enganchado, porque el sudor empezó antes de que saliera humo por la boca, era un sudor helado, como de deseo de algo, negué con la cabeza, porque estaba claro, sería como un último trago. Lo encendí, y sentí descanso, respiré profundamente, y fue en mi segunda calada cuando mis manos dejaron de temblar, sonreí porque poco a poco todo iba cogiendo forma, todo iba siendo logrado. Me tumbé en el sofá, esperando mi éxtasis, mi futuro más cercano, y mientras me desmayaba, apagué el cigarro, me dio tiempo, aún era consciente de hacer lo necesario. Y ya me invadió el frenesí deseado, casi levitaba a pesar de notar el corazón como estallado; no sé el tiempo que estuve así, pero fue el necesario, el que me dio capacidad para crear, que aunque no fuera algo irreal, me daba la facilidad para no dudar ni en un sayo. Cogí mi tabla de colores, la necesitaría, iba a terminarlo, iba a pintar a las piezas del ajedrez y a mí desnuda, con la cola, tanto de mi pelo, como de la ropa que me cubría, aunque se viera la figura de lado. No sabía que número de hombres debía crear con su capa y con su espada, pero salió bien, como se suponía que era acordado, y cuando me dispuse a pintarme, entonces me di cuenta que me había pintado mirando a Hugo, mi subconsciente pensó que Dámaso ya era parte de mi pasado, ya nada se impondría entre el futuro y un recuerdo bonito, que terminó porque siempre gana la Ley del más fuerte, y Eloísa llevaba una cruel arma en sus dientes afilados. Me sentí sin fuerzas, estaba casi terminado, solo me quedaba algunas pinceladas en la capa y en cabellos, para que tuvieran más vida al ser admirado, pero mi cuerpo dijo basta, y caí al suelo, con los colores en la mano, sin darme tiempo a observar mi obra en la distancia para determinar los detalles necesarios, y que siempre hacen falta, aunque lo creas finalizado. Amaneció, y me dio el sol en la cara, despertando así hasta al más borracho. Entonces pude descubrir que mi gata, estuvo toda la noche a mi lado, en el suelo, pero casi acurrucada en mi costado. No me despertó, sabía que descansaba y que era algo necesario, a pesar de que fuera en el suelo, y que estuviera manchado, porque vomité dormida, y no había nadie para limpiarlo. Fue lo primero que hice, porque había un olor nefasto, y aunque no había muchas fuerzas, las sacaría si fuera necesario del armario. Mi gata me seguía por la casa, incluso cuando fui al baño, me lavé un poco, intentando olvidar como había llegado a esta situación, que esperaba que no me hubiera perjudicado, quedaba poco para recupera mi cuerpo, a veces tan deseado, ahora solo quedaban los huesos, así que volví a cerrar los ojos intentando pensar, que aún valía, y no solo para el necesitado. Eché mi bata a lavar, estaba manchada, y no por haber pintado el cuadro, así que me dediqué a acicalar la estancia, y mi pelo desaliñado. Una vez que desayuné pan tostado, me atreví a mirarlo, antes solo eché un par de ojeadas, porque no conseguía fijar la vista, vaya que sin que hubiera sido consciente, lo hubiera estropeado, porque conseguía recordar que estaba orgullosa, antes de caer al suelo, pero no conseguía dar por sentado que era bueno, porque cabía la duda de que la imaginación dada por el cigarro, hubiese creado una obra no real, descubierta cuando hubieran pasado los efectos, y mis sentidos volvieran a la cruda realidad, para unos ojos despiertos, no drogados. Me vestí para la ocasión, por si debía salir corriendo a tirarlo, y cuando me puse delaten de él, con los ojos cerrado, conté, sin saber muy bien otra vez por qué, pero esperé a llegar a cien para abrir y ver lo que había creado. Sonreí, para mí había merecido la pena tener los huesos señalados, dormir a destiempo, e incluso robar a mi amado. Estaba orgullosa, había podido crear lo que mi imaginación pensó que era lo perfecto para impresionar al nuevo amante, porque cuando te gusta repites, aunque te siente más cualquier bocado. No había muchos colores, era la mayoría gris, solo un poco de rojo en los labios, en la cruz de la capa y el azul en mi bata con cola, que casi no tapaba nada, y me había pintado sensual, con caderas, con pecho, nada de huesos, ni en las costillas, porque no era Eva en el Paraíso, sino Sofía con Masones a las puertas para ser recibida. Tampoco me atraía tanto compartir conversaciones de hombres, pero si me hubiera gustado escucharlas, no por aprender nada, sino por la curiosidad que a toda mujer nos delata. Estaban la mesa con los tres hombres de mi vida sentados, pero sobresaliendo la espalda de las sillas, porque fue bueno el ebanista quien las había creado. Conté por si había puesto todas las piezas del ajedrez, y si estaba bien los cuadros del tablero imaginario. Todo estaba perfectamente creado, en sintonía, con un arte que salió de mis manos, que aunque habían inventado una escena, había sido con un tema perfecto para el interesado. Así me gustaba a mí crear, tener solo una idea y después, poco a poco, que la obra crease vida propia, sin tener muy claro lo siguiente que iba a ser pintado. Por ahora salía bien, todos los encargos habían gustado, porque incluso alguno había utilizado el sabor de los colores, para que los sentidos estuvieran contentos con lo que había entregado. No sabía muy bien cuando se lo daría a Hugo, ni en que marco debería entregarlo, no tenía claro si sería lujoso, o quizás ni siquiera llevase nada por los lados. Había tenido sexo con él, pero no conocía su verdadera personalidad, aunque me había demostrado seriedad, cordura, caballerosidad, prudencia, pero todo lo perdía cuando metía su mano en la falda, ahí otro surgía: desenfadado, alegre, cercano, casi pareciendo ser parte de mi vida, a pesar de haberlo visto solo un par de veces, antes de que su espada entrase en mi otro costado. Después de que se me pasase la excitación del cuadro, de estar contenta por lo que había creado, olvidando lo que había utilizado, y que tantas consecuencias me trajo, decidí que esa mañana me acercaría al taller para avisar a Antonio de que estaba terminado, que solo debía decirme lo que haría con él, porque estaba impaciente por ver a Hugo, en hacer el amor otra vez, segura del acto, porque le pasaba como a mi gata, no le importaba mucho mi aspecto, sino el talento o mi compañía, que algo bueno le daba, por lo menos un momento de placer, que no todo el mundo sabe ofrecer, porque hay muchos pecados que lo apartan. Fui directamente al taller, miré mi bicicleta, que seguía atada, y llena de polvo, pero aún no tenía fuerzas para esa trama, esa aventura la dejaría para cuando, por lo menos, pudiera hacer bien la cama. Llegué temprano, y todos se sorprendieron, no por que llevase el pelo suelto, sino porque les habían comentado que tardaría en volver, por lo menos hasta que mi cuerpo se hubiese recuperado. Saludé a todos desde la distancia, le dirigí una cariñosa mirada a Leo, que por supuesto no contestó, pero no importaba, estaba contenta de estar entre ellos. Llamé a la puerta de Antonio, y me recibió con un beso, me miró dándome una vuelta, y me dijo que aunque tenía mejor aspecto y una cara un poco sonrojada, no me había recuperado, y menos aún mi corazón, después de ese aviso que mi madre le describió. Me advirtió que no volviera hasta que no me quedase bien la falda, pues a pesar de ser hombre y anciano, se había dado cuenta que no era de mi talla. Me mostró la maqueta, y lo sentí feliz, porque se ama todo lo que creas, aunque no llegue a la inteligencia de otros que te rodean. Hablamos un poco de cosas que habían pasado en Barcelona, que aunque de poca importancia, ayudaban a tener una conversación buena. Y en unos de esos silencios, cuando todo estaba calmado, le comenté que mi encargo estaba terminado, que solo tenía que decirme el día y la hora en el que debía entregarlo. Me sonrió, y con MISTERIO me dijo, que el dueño haría por recogerlo, no hacía falta avisarle, porque si alguna cualidad tenía, era saber cómo hacer sus siguientes movimientos. No entendí muy bien esas frases, pero di por sentado que Hugo vendría a mi casa, y lo que rápidamente pensé era que debía tenerla arreglada. Ya comentamos cosas de la Sagrada Familia, detalles que se escapaban a la vista, y me dijo que mi coronación me estaba esperando. Le di un beso cariñoso, junto a un abrazo, y me despedí porque se suponía que esperaba visita, y no quería faltar por si llegaba a escondidas. Subí los escalones de la casa, quería ver si todo estaría más o menos bien para cuando viniera mi ocasional amante, que a mi mente también atrajo, más que al cuerpo apasionado. La puerta estaba abierta, y en la mecedora del salón estaba Hugo sentado, “ no has tardado mucho, pero me ha dado tiempo de prepararte el baño, y la comida se está haciendo. Desnúdate, metete en el agua, ya hablaremos mientras tanto”. No sé porque obedecí, no sé porque no le expliqué primero que mi cuadro estaba terminado, que podía llevárselo. Lo que hice fue quitarme la ropa, tirándola en el suelo, mientras él me miraba con agrado. Se levantó, pensé que para tocar mi pecho, que estaban erizados, pero no, simplemente fue para cerrar la puerta, porque con la sorpresa la había dejado abierta. Me cogió la mano, y me metió, después de levantarme en brazos, en el agua, que había perfumado con flores blancas, Y me soltó en el agua despacio, como si me fuera a hundir, cuando casi mi cuerpo no tapaba. Me lavó con un paño que tenía colgado a los pies, lo hizo suavemente, provocando, me lavó el cuello, porque el pelo lo recogió a un lado, me amó despacio. Soltó agua desde arriba en mi boca, como queriendo que la abriera, y utilizó su otra mano, que introdujo en mi sexo, y ya solo recuerdo otro orgasmo. Terminó cuando me vio casi dormida, y se sentó en la cama contemplando. Suspiré, y con mi propio sonido me desperté de ese nuevo letargo. Nos miramos durante un largo rato, casi tocándonos sin rozar ni un vello del brazo, y sentí amor o dolor, porque a veces no se diferenciaban, si es que amas demasiado. Se quitó la chaqueta, la corbata, y se desabrochó algunos botones. Se descalzó, sin quitarse los pantalones del todo, e igual que me había introducido en el agua, me sacó colocándome en la cama mojada. Hizo el amor como antes, de una forma fría y rápida, pero aun así volví a llegar a ese clímax, que no da hacer el amor, pero sí un buen sexo. Se subió los pantalones, y me dejó en la cama. Se me había olvidado el cuadro, la recompensa que llevaba, y que me hacía falta. No importaba, casi me había pagado por darme placer cuando hace falta, cuando nada importa más que lo que hay debajo de las faldas. Me dio un beso en el vientre, sin decir palabra, y sin aún saber muy bien lo que eso significaba. No sé el tiempo que pasé en la cama, pero cuando me incorporé era de noche, aunque a una hora temprana, había descansado, y entonces si pensé en el fuego de la comida que dejó haciendo, y me levanté desnuda para ver qué pasaba. Quizás fue una premonición, o la intuición que la mujer lleva siempre atada, pero a pesar de estar todo bien, de que la comida estaba caliente, aunque no había nada que la calentara, yo sentía que algo iba a pasar, o había pasado, pero no sabía dar las correctas coordenadas. Miré por la ventana desnuda, era como que nada me importaba, me sentía feliz, desinhibida, nada me podía dañar porque había quien me protegía la espalda. Y entonces mi gata saltó al poyete de la ventana, haciendo que despertara. La cogí en brazos y le di la protección que necesitaba, había estado tan sola, a pesar de haber estado acompañada. Le puse leche en una taza, y había decidido darle mis sobras de la comida, para que disfrutara, se portaba muy bien, como sabiendo que al menos si no dañas, hacen que te quieran en la casa, aunque no participes en nada. Olía a algo agradable, a las flores mencionadas, y me puse mi bata para comer, pues desnuda no era un plan que me gustara. Me había hecho un guiso de carne, con especies, y mucha salsa, que tomé de una forma prudente, porque el estómago hacía tiempo que no estaba acostumbrado a tanta martingala. Al terminar, antes de recoger la cocina, a pesar de estar muy ordenada, me senté en el sofá al lado de Tina, intentando pensar cual sería la siguiente obra que debía pintar, para tener entretenida el alma. Miraba mi cuadro con orgullo, y recordé que no le había preguntado si le gustaba, cuando se lo llevaría, o cuando querría tomar otro café de madrugada. Pero algo de mi ser sabía, que volvería, que aquí no habían terminado sus ganas, porque si algo me había quedado claro, es que el amor lo hacía con casi dolor, pero también con la pasión que da saber que a ambos nos gustaba. Fui a dar un beso a Tina, y vi la pitillera encima del baúl cerca de la ventana, sabía que quedaba un cigarro, pero había prometido que ese sobraba, que lo tiraría, porque ya no lo necesitaba, ya no intentaría impresionar a nadie cuando pintara, así que podría hacerlo despacio, con mimo, aunque dudase que la genialidad fuera de esa forma encontrada. Cerré los ojos sin meditar nada, pero mi lado malvado me decía, que quizás me mereciese levitar una vez más, como despedida de todo lo que había pasado. Además no tenía que ir a trabajar, mi corazón estaba casi recuperado, y mañana podría estar todo el día en la cama si lo necesitara, aunque algunos pensasen que era tirar un día a la basura, sin darle oportunidad de ofrecerme nada, ni un rayo de Sol, ni un reflejo de la Luna mansa, ni ninguna otra sencilla maravilla, pero que cuando eres anciana echas en falta. Así que sin muchas dudas, cogí el cigarro, sería definitivamente el último, nada iba a pasar, y después llegaría la calma, necesitaba decirle adiós a quien me había dado tanto para crear lo que realmente necesitaba, o eso quería pensar yo, para engañarme de todo malo que me pasaba cuando lo fumaba. Lo encendí, e inhalé como si no hubiera un mañana, note como el humo llegaba a mi interior, y como afectaba a mi cerebro, sin que a él llegara. Expulsé el humo, y temí que el Dragón apareciese otra vez, y que con él me llevara, así que inmediatamente dejé el cigarro en el cenicero para que se terminara, me dio ese miedo del delincuente que hace las cosas por necesidad, no por querer poseer lo que no tiene. Suspiré, sentí remordimientos porque había casi incumplido una promesa, y dicen que eso trae mal agüero, aunque yo en eso no creyera, pero decidí estar tranquila, disfrutar de todo lo que tenía dentro de la puerta, de mi hogar y de mi cama. Y marché por la puerta, iría a dar un paseo, antes de que las tiendas cerraran para que el mareo de la calada desapareciera, a lo mejor visitaría la Biblioteca, quizás algún otro libro me inspirase para mi siguiente obra maestra, me puse el abrigo, me coloqué el sombrero, con el que tapé mi nudos en la cabellera, pero no había tiempo para el decoro, tenía que salir y despejarme de lo que me había tragado, sin saber muy bien que era. Había mucha oscuridad, las farolas casi no alumbraban, aunque fuesen creadas por Antonio, también fallaban, pero pasee un poco cansada, quizás me comprara algo, porque iba a cobrar bien por el cuadro, por lo que me merecía un capricho, para parecer una dama esbelta. Saboreé el aroma de la noche, que lo tiene, aunque para muchas personas no fuese descubierto, pero quien sabe apreciar las cosas buenas, lo siente cuando camina solo, y es él quien te lleva. Fui a mi tienda favorita, me compré un bolso y un sombrero a juego, era suficiente por el momento. No llevaban mucho adorno, pero si se notaba que eran buenos y nuevos, que a veces es más importante que llevar algo bonito pero viejo. Tardé en decidirme por el dinero, y porque estaba un poco mareada, aunque no hubiese llegado al éxtasis de otros tiempos, pero pude echar adelante la compra, e incluso me sentí con fuerzas para acercarme a ver lo de la inspiración del genio. Llegué a la puerta de la Biblioteca pronto, casi sin quererlo, y una vez en el umbral, algo me frenó, sentí como la necesidad de volver a casa, como si se me hubiera olvidado algo por el camino, y lo necesitara. Corrí, aunque no fuera de señorita refinada, y a lo lejos vi el Humo, no quería creerlo, iba a perderlo todo por terminar una cosa de una manera poco sana. Estaba ardiendo mi buhardilla, mi cuadro, quizás la gata hubiera salido por la ventana, no quería verlo. Se estaba desvaneciendo en un instante todo mi sueño, mi obra después de tanto esfuerzo y sufrimiento, mis recuerdos, mi cosas, mi ropa, mi vida…en tan solo un momento. Llegaron los bomberos, pero estaba todo hecho cenizas, solo intentarían que no continuase en los otros pisos de en medio. Dejé la bolsa en el suelo, y al cabo de un rato, cuando solo quedaba el humo que delata que todo estaba hecho, le pregunté a quien mandaba para dominar el fuego, si había quedado algo. Dijo que no, que estaba todo destruido, pero que no había nadie dentro. Sonreí cuando lo dijo, porque por un momento dudé si no hubiera sido mejor irme al otro lugar con lo puesto, una duda existencial, supongo por no tener muchas fuerzas en el cuerpo. Me senté en el bordillo, y Tina apareció para darme consuelo, la cogí y no paré de darla besos, mientras las lágrimas también ahogaban el fuego que sentía dentro. Miré al horizonte, perdida, sin saber que era lo que iba a hacer mañana, cuando se aproximaba mi madre, cojeando, pero con una fuerte pisada, no me levanté para darla un beso, pero ella se puso a mi altura, de cuclillas, y con su voz dulce me pidió: “ vuelve a casa, te echo de menos”. Fue una frase corta, pero tan necesaria cuando no te queda nada a lo que agarrarte, ni una almohada. Se sentó a mi lado, y me echó el brazo por encima mientras lloraba, mientras dejaba atrás todo lo que había conseguido y que perdí, con remordimientos, porque había fumado ese último cigarro que dejé encendido, sin pensar que podía traer eso. Había prometido tirarlo, y lo que hice fue darle vida a los temores que llevan la debilidad del hambriento, así que me incorporé cuando mi madre me levantó del escalón, y entre el murmullo de la gente me fui a coger el tranvía “ el quince”, porque allí no hacíamos nada, quizás el mañana me diera alguna nota de alivio, que ahora no aclaraba nada. Llegamos a la casa sin hablar mucho, también sin lágrimas, me senté en su sillón y antes de que se marchara a descansar, me quitó los zapatos haciéndome un masaje en los pies, me secó la cara, y me dijo que me fuera pronto a la cama. Mañana se verían las cosas de otra forma, no había que decir tontas frases, no hacía falta, porque es lo que pasa cuando estás dolido, no mides las palabras. Se marchó mientras se desnudaba, y apagó la luz, solo estaba la de la ventana. Miré a través de ella, si algo me decía la Luna y sus estrellas, pero estaba demasiado cansada para adivinar nada, cerré los ojos en el sillón por un momento, y cuando los abrí, frente a mí, estaba la pitillera de plata. Casi se me sale el corazón, intentando pensar como había llegado hasta la casa de mi madre, la cogí para ver si había algo dentro, no había nada, quizás algún tabaco suelto que se había caído de los cigarros. Entonces adiviné todo, no había sido el cigarro, había sido mi madre para que volviera a casa, quizás sus intenciones habían sido buenas, pero la quería matar por aniquilar mi cuadro, y todo lo que amaba que estaba dentro de la casa. Escuché como se levantaba, y no quería, porque estaba llena de rabia, hasta que escuché su voz diciéndome: “ Nunca te he dejado sola, ni siquiera cuando pensabas que nadie te miraba. Puedes dudar de si fui yo o el cigarro que dejaste sobre la mesa mientras te marchabas, una imprudencia que a veces se paga cara. Solo decirte que estoy contenta que estés conmigo, porque necesitas cuidados para recuperarte de lo que crees que no es nada, y que se pasará con unas cuantas comidas de cuchara. Has vuelto a casa, y nunca es tarde para empezar con lo que amas, porque no es importante las veces que caes, sino las que te levantas. Tienes una cualidad, no la destruyas, no te hace falta nada para desarrollarla, todo el mundo es bueno en algo, solo hace falta saber cómo utilizarlo, como engrandecer su arte, aunque no sea con una espada. Creer en uno mismo, es la mejor droga para levantar el ánimo, cree en tus manos, que aunque aún tiemblan, pero tu madre sabrá como curarlas. Olvida todo, porque el fuego todo aniquila, tanto lo bueno como lo malo, así que empieza a construir un nuevo mañana, al que podrás pedirle lo que veas que puedes alcanzar, conociendo qué es lo que sabes desarrollar con ganas”. Volví a llorar por sus sabias palabras, quizás el cuadro no fuese una creación totalmente mía, sino de lo que me invadía cuando creaba, así que suspiré, cerré los ojos, apoyé la cabeza en el sillón, y ahí dormiría, estaba muy cansada para irme a la cama. Mi madre se fue, pero a lo lejos dijo unas últimas palabras, me pidió que le devolviera la pitillera a su dueño, porque había una inscripción de su mujer, y había que conservar los buenos recuerdos, porque lo mejor en la vida era crear bonitos y hermosos recuerdos en la mente, para que merezca la pena luchar por otros, aún más bellos y fuertes. Seguí con los ojos cerrados, y lo que pensé fue que Dámaso tenía un presente con quien escribió esas palabras, pero que yo tenía que tener claro que todo lo que había ocurrido sería mi pasado, y que guardaría la pitillera como muestra de no volver a caer donde no se debe, así que pasaría a ser mi recuerdo, que me ayudaría a construir mi presente, sin el dolor del pasado. A la mañana siguiente desayunamos en el balcón, y a pesar de no tener mucha hambre, comí tostadas con mermelada. Tomé el café que me hizo, y leí los posos que me quedaron, decían que aún no había terminado nada. No lo comprendí, porque si había algo que destruía tu presente, era el fuego con sus llamas, entonces le comenté a Sabina que iría a ver lo que quedaba de mi casa, porque quizás con la luz de la mañana vería algo para guardar, para que me recordase la vida que tuve dentro de esas pequeñas murallas. Me preguntó si quería que me acompañara, le contesté que no hacía falta, además me iba a acercar al taller para advertir que por lo menos en un mes no volvería a esculpir nada, ella contestó que no me pusiera fechas, pero yo quería volver pronto al trabajo, y hacer como si nada hubiera pasado, para que mis manos volvieran a estar felices utilizando el don que la vida me había regalado, y que cuando eres joven, no sabes muy bien apreciarlo. Era un día soleado, por lo que pude subir y ver que había quedado, paseé entre las cenizas, entre los trozos de madera del tejado. Hablé con la dueña de la casa, y me dijo que habían pensado acortar el edificio, que no construirían nada encima de lo destruido, solo pondrían un mejor tejado. Me dio pena saber que no volvería a vivir allí, pero bueno era mi pasado, buscaría una casa donde también me sintiera a salvo, pero aún quedaba para eso, porque necesitaba cuidados tanto para mi cuerpo, como para mi corazón, después de tanto malo, así que no era el momento de encontrar nada, intentaría mejorar la situación que tenía, pero con calma. Otra vez sola sobre el suelo que quedaba, vi como algo si se había salvado, un broche de oro con una rosa de cristal metido en una caja de acero, había sido de mi abuela, no sé cómo continuaba intacto, supongo que la caja lo había mantenido a salvo. Lo cogí, y me lo puse, a pesar de estar sucio, pero quería tener algo de mi pasado, y nada como una flor para que me diera ánimos de no volver ni a tocarlo. Paseé un poco más, por si encontraba algo, pero todo era escombros y casi barro, porque había llovido esa noche, o quizás el rocío lo había mojado. Salí con los zapatos sucios, los limpie con un papel que estaba en el suelo, y vi mi bicicleta con el candado, sin un rasguño, esperando. Tina se puso al lado, creo que era tan valiente por el nombre que le puse, un diminutivo de Valentina, o eso creía, porque sabía salir adelante, sin haberle enseñado ni a comer con sus pequeños dientes. La abracé, le hacía falta también un baño, y la puse en el cesto de la bicicleta, iríamos al taller juntas y luego a casa, mi madre también la querría, era un bella y buena gata, que nada ensuciaba, y que poco ruido hacía, porque es lo que se suele hacer cuando no quieres ser despreciada, y quizás temía volver a la calle, donde no sabes que es lo que te encontrarás mientras el sol se levanta. Me monté en mi medio de transporte preferido, y marché al trabajo, más que nada, quería saber qué era lo que me encontraría, porque los rumores crecen afilados como la escarpia. Fui dando un rodeo, pasé por la Biblioteca, leí que hacían club de lectura, para quienes tuvieran carnet, quizás fuera una buena idea mientras me recuperaba, ya que no podía pintar mientras mis manos aún temblaran. Paseé por La Rambla, cerré los ojos aunque conducía, e imaginé por primera vez el cuadro de Las Sabinas, las imaginé como las prostitutas que vi a través de la ventana con Hugo, semidesnudas, con trabajadores del Puerto intentándolas coger, para meterlas en algún velero. Vi fuego, vi columnas, como las del proyecto de Leo, vi a Hugo con su capa mandando el atrevimiento, no sé si salvándolas de lo que era un castigo sin remedio, o simplemente satisfaciendo el capricho de hombres, que solo ellos saben cómo hacerlo. Vi muchas cosas que debía ordenar, pero ya tenía lo principal para cuando mis manos se decidieran hacerlo, casi caigo porque aún tenía los ojos cerrados cuando bajé el bordillo, pero ya había olido y sentido mi cuadro, solo le faltaba, como a casi todo, tiempo para crearlo. Tina parecía contenta por la velocidad que llevaba, pero me bajé porque había mucha gente en la calle, y no quería tropezar con nada. Justo cuando levanté la cabeza, para cruzarla, vi como Antonio se aproximaba sin haberse dado cuenta de quien estaba esperándolo, porque me quedé quieta al ver que se acercaba. Iba mirando unos papeles, y me di cuenta que unas de las farolas estaba aún encendida, haciendo que su sombra se situara encima unos railes, no adivinando el peligro que llegaba. Lo seguía mirando ensimismada, le quería tanto, era mi protector, quien por mí se preocupaba, y además me daba la sabiduría, que en este mundo es necesaria para ganar muchas batallas. Entonces, en solo unos segundos, la luz de la farola no se hizo más sabia, sino más fuerte, quizás anunciando otra llegada, porque un tranvía lo atropelló, y yo, otra vez, no pude hacer nada. Grité su nombre, mientras me dirigí a ver qué era lo que pasaba. La luz de la farola se apagó, que junto a la sangre roja, anunciaban su marcha. Dejé la bicicleta y a Tina apoyados en la farola, y me arrodille ante el único Dios que conocí, o que se le aproximaba, porque también creaba cosas hermosas y sabias. Aún vivía cuando llegó la ambulancia, pero no le dio tiempo a decirme nada, solo me dio su cuaderno, y cerró los ojos para tener una calmada llamada. Me levanté cuando lo cogieron, estaba bloqueada mientras todo el mundo chillaba y gritaba, creían que era un mendigo por sus ropas tan usadas, y no tenía fuerzas para discutir con todos los que creen saber qué es lo que pasaba. Un policía impoluto con su uniforme, guapo hasta por la espalda, me preguntó si había visto lo que había sucedido, y yo no reaccionaba. Me pidió que lo acompañara a la comisaría, que allí me tomarían nota de todo, si es que me encontraba bien. Me cogieron el nombre y dirección, me apretó la mano dándome confianza, y en un momento todo cambió cuando sentí cerca a alguien que parecía que le importaba. Fui a la comisaría con mi bicicleta, con Tina y con su cuaderno, para demostrar de quien se trataba. Entré con todo, y mientras apoyé mi bicicleta en un tablón, vi la fotografía de Hugo, o eso parecía, aunque no llevase su corta barba. Se aproximó el policía, y le pregunté de quien se trataba. Me dijo que lo habían dicho por la radio, era el cuerpo que se habían encontrado en el puerto, y que el cadáver había desaparecido de las instalaciones. Mi asombro me desbordaba, no llegaba muy bien a comprender qué era lo que hacía Hugo muerto, y como engañó a todos, porque no podía estar vivo y muerto a la vez, no sabía qué era lo que realmente pasaba. Me senté en una silla, y le dije todo lo que vi, que no me di cuenta que el tranvía se aproximaba, ni que él estuviera tan cerca, como para que le atropellara. Le conté de quien se trataba, le di su cuaderno, su genialidad debía ser conservada. Me dio un vaso de agua, porque me vio aturdida, y no era por el accidente, sino porque lo de Hugo no lo comprendía, pero no quise preguntar ni decir nada, vaya que estropeara algo que se me escapaba. Me dijo que tenía que marcharse, más que nada para advertir de quien se trataba y tuviera los cuidados adecuados, pero a mí la luz ya me advirtió qué era lo que pasaba, y resignada lo acepté, porque él me lo pidió antes de cerrar los ojos, antes de su Adiós bajo una luz sabia. Estuve sentada unos minutos, mientras observaba a Tina como jugaba con los papeles del tablón, no sabía si coger la foto, por si me volvía a encontrar a Hugo, le debía advertir que su encargo había sido destruido, pero no me atreví a cogerla. Creo que dormí un poco en el asiento, eran demasiadas cosas para un cuerpo un poco cansado. Cuando tuve fuerzas salí, y por si me quedaba poco por ver ese día, estaba Hugo esperándome a la salida. Me cogió del brazo, como siempre hacían, mientras sonreía, y con una voz ronca y rotunda, porque sabía que había visto la fotografía, me advirtió que podía pensar que eran Gemelos, que podía creer en la Catalepsia, ser creyente del Catarismo, o simplemente darle una oportunidad a la Magia, porque si algo me dirá el libro de mi familia que tenía que leer, es que estaba rodeada de ella, aunque no supiera apreciarla. Entonces mencionó unas bonitas palabras, y dijo un “ te quiero”, que no todo el mundo sabe decirlo, y menos cuando quizás fuese el final de todo lo que por el momento amas. Entonces me apoyó en una pared, mientras ponía a la bicicleta en un muro, y casi agachando la cabeza, aclaró: “Siempre serás mi dulce Sofí, y por tu nombre, por tu raza, y por lo que llevas dentro, serás una de nosotros, la primera mujer de otro futuro certero. Lo que no puedo es cambiar por ti, por un lugar, ni por amor, ni por miedo, porque desde hace siglos mi palabra y mi honor no tienen dueño, solo el deber de mi corazón creará un nuevo comienzo. Os cuidaré desde lejos, me lo impongo como una obligación, y aunque no me sientas cada noche, no te preocupes, porque la esperanza y las ganas en encontrar la felicidad de tus hijos, será para ti un privilegio, sin echarme todos los días de menos.” Mi corazón latía deprisa, no creía que lo fuese a soportar, pero me besó como también pocos saben hacerlo, y entonces un nuevo mundo se abrió dentro de mí, porque sabía que algo bueno pasaría después de ese encuentro. Desapareció sin saber cómo, solo que estábamos Tina y yo en el mismo sitio. No reaccioné rápido, pero me recuperé porque deseaba ese nuevo destino, porque ya nada más se podía apartar de mí, solo quedaba eso “ empezar de nuevo”, junto a mi madre y a mi gata, pero sin un final verdadero, sino una nueva etapa, donde algunos dirían adiós, pero otros vendrían a buscar anhelos. Anduve despacio, lo que menos me apetecía era hablarle a mi madre de todo lo que había sucedido, solo esperaba, como en otras muchas ocasiones, que supiera mis sobresaltos, y me ahorrase palabras innecesarias por el dolor, y también por la incertidumbre de ese futuro cercano. No analicé las frases de Hugo, habría tiempo para ello, solo quería meterme en la cama, y esperar a tener fuerzas para luchar con lo que me esperaba, que no tenía claro si sabría vencerlo. Dejé la bicicleta atada a su nueva farola, todas se encendieron pronto ese día, supongo para saludar a su amigo muerto, dándole luz a la oscuridad que encontraría antes de llegar a ese Paraíso, al que todos tenemos miedo. Subí los escalones despacio, Tina parecía contenta, supongo que tenía ganas de dormir caliente. Se la presenté a mi madre, quien la besó y me dijo que las sábanas estaban preparadas para que durmiera sin pesadillas, por supuesto sabía el pasado reciente. Solo me extraño una cosa, antes de que cerrara la puerta, me advirtió que aún no habían acabado los encuentros. Esa noche, mientras entraba en el sueño, pensé en todo lo que había vivido, en cómo una vez que había empezado el fuego, y se quemó el cuadro, la mancha había desaparecido de mi nalga, se habría ido con el Humo, que da un poco de nostalgia, aunque esta vez era más que nada: rabia. Y recordé al Dragón, quizás al no apagar el cigarro, creó vida, y aniquiló todo con su llama. Realmente no sé lo que pasó, pero quería descansar, y ver que me ofrecía ese Mañana, donde todo era posible y trae, junto a muchas más cosas, la esperanza. Con el sonido de los pájaros me desperté, estaba descansada, no sabía las horas que había dormido, y fui a buscar a mi madre, para que me explicara, porque seguro que ella comprendía todo mejor, porque yo dudaba hasta de si la próxima visita fuese la deseada. Sabina me recibió con amor, me señaló el sillón, donde estaba Leo, y me dijo que había venido porque quería llevarme a lo que sería mi Nueva Casa. Parecía que aún seguían las adivinanzas, pero todo era porque no me había parado a entender bien las palabras de Hugo, o porque, realmente algo de mí, no quería comprender nada. Pedí a mi madre que viniera con nosotros, ella negó con la cabeza diciendo que el futuro lo debía afrontar sola, que ella estaría ahí para lo que me hiciera falta, que fuera tranquila porque eran amigos desde hacía muchísimo tiempo, más del que yo podía imaginar en mis adivinanzas. Dejó claro que no entraba dentro de lo que me esperaba, pero estaba contenta porque conocía mi bonito futuro desde que me tuvo en su vientre, desde el primer momento que seguí con la Saga. Me vestí sin prisas, mi madre había llenado el armario con unos cuantos vestidos sencillos, como ella, pero que sentaban bien, incluso me quedaban holgados por la cintura, que parecía que aumentaba. Salí y le dije a Leo que estaba lista, mi madre nos despidió desde la ventana, tirándome besos y diciendo que fuera valiente, aunque no llevara espada, ni capa. Anduvimos un largo rato, no sabía a donde iba, ni preguntaba, pero como era muy incómoda la situación le dije a Leo que estaba muy contenta de que al final nos lleváramos bien, porque no me gustaban las peleas, y menos con gente cercana, entonces sonrió y dijo: “ la guerra terminó porque el Conde Güel advirtió que ibas a ser una de los nuestros”. Agaché la cabeza, y recordé eso que dijo Dámaso, a quien echaba mucho de menos, porque le podría contar todo sin titubeos. Me comentó que no tenía quien me defendiera, cuando curioseé en la Biblioteca, y entonces me puse contenta, porque iba a conseguir ser un miembro, y eso trae muchas ventajas, como abandonar la soledad y el dolor cuando alguien te daña. Me agarré al brazo de Leo, como señal de acercamiento, me miró, pero no mal, como en otros tiempos, creo que fue la primera vez que le vi sonreír, sin esconder nada tras ello. Al cabo de unos minutos llegamos al Pau, al que estaba construyendo, parecía terminado. Me dio las llaves, abrí la puerta, y ahí estaba la pared blanca, en un primer momento pensé que era para que la llenase de color, donde dibujar “ Las Sabinas de La Rambla”, y que tendría como Dios a Antonio, como incitador a Hugo, y como raptor a Dámaso, a quien veía capaz de sacarme de ese enredo, si es que Eloísa no lo tuviera cogido por sus miembros. Me quedé quieta perfeccionando la imagen, cuando Leo me llamó desde las escaleras para que fuera a ver lo que siempre quise, el piso de arriba. Subí contenta, algo bueno después de tanto jaleo. Era una vivienda con muebles antiguos y nuevos, mezclados con estilo, y con un bonito diseño. Pasamos directamente al dormitorio, grande y lujoso, con una bata de terciopelo azul a los pies de la cama, y unos cuantos pelos en la almohada, supe que eran de Hugo, porque reconocí el peculiar olor que aspiré en mi otra casa, también había una bañera redonda de mármol, adornada con mis flores blancas. Luego entramos en otra habitación contigua con dos cunas con una estrella masónica en sus cabeceros, y en el techo el firmamento pintado con dos Lunas como amuleto, entonces toqué mi vientre, teniendo claro qué era lo que le estaba pasando a mi cuerpo. Por último fuimos al salón, donde estaba Mi Cuadro encima de un fuego encendido en la chimenea que presidía la sala, dando calor o recordando el motivo de mi llegada. Me puse contenta, casi le doy un beso a Leo, quien lo rehusó, era mucho para él, en nuestro primer buen encuentro. Estaba intacto, sin marco, supuse que cambió de opinión referente a eso, porque uno de los votos le exigía pobreza, no un gran desembolso de dinero. Pero lo asombroso era que no había sufrido ningún daño, no quise pararme a pensar qué era lo que había sucedido, solo que mi obra estaba conmigo, y que formaba parte de todo aquello. No reflexioné si Hugo me había quitado las llaves, y por eso estaba en mi casa sentado antes de que yo llegara, quizás provocó el incendio para llevarme a su nuevo aposento, y quizás no consiguió lo que quería con el ritual de la mujer en el sótano, por lo que me buscó, aunque de una forma un poco más calmada. No pensé en nada, ya casi todo lo pasado carecía de importancia. Lo que si vi, fue unos pequeños cambios: mi figura aparecía embarazada, y la mancha roja estaba difusa, pero se encontraba. Para mí todo estaba perfecto, supuse que me haría cargo del hospedaje de Masones que visitaran nuestro pueblo, y a cambio tendría un buen lienzo donde pintar mi Obra Maestra, criando a mis hijos bajo los ojos de los siervos de su Padre, el Gran Maestre del Templo. Me aproximé al cuadro, quería tocarlo, sentirlo también dentro, mientras mi corazón adivinaba que Hugo estaba contento, y que mi vientre empezaba a crecer deprisa, como si le faltara tiempo. No cuestioné porqué había sido la elegida, solo pensé que quizás era porque sabría guardar un secreto, o que a Hugo le gusté cuando vio mi pelo suelto, o simplemente fue porque respetaría y entendería lo que para cualquier hombre solo sería otro GRAN MISTERIO… FIN MARISA MONTE Quiero agradecer la informacion dada en especial por dos libros “ Los Masones en el Mundo” de Milton Arrieta, y una Guía inmejorable “ Barcelona Insólita y Secreta” de Jonglez, porque gracias a ellos he podido imaginarme más fácilmente la Historia particular e inédita desarrollada en estas páginas.
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