LA PRIMERA VISITA A UN PROSTIBULO DEL NEGRO COCHINO
Publicado en Mar 05, 2018
Me senté con la ansiedad de mi miembro erecto por el gran espectáculo de ese ambiente: la música cachonda y la calentura de mi cuerpo adolescente del deseo inmediato de mi primera experiencia sexual. Inesperadamente, una de las chicas se me acercó por la espalda, cubriéndome los ojos para camuflar el destino traicionero de ese encuentro. Ansioso y glotón, volteé desesperado a ver la presa por el contacto suave afrodisíaco de unas manos desconocidas en un rostro conocido. Abriendo mis ojos brillosos por el deseo, vi a mi primer amor platónico de la infancia. Por un instante perdí la respiración por ese encuentro imprevisible, sintiendo latir el corazón en los oídos. Me recuperé de ese sobresalto al observar una piernas largas y unas nalgas moldeadas, pero sobre todo, unos pechos soñadores que no le pedían nada a las mujeres de esas revistas eróticas, además, su piel, quemada por el sol, no necesitaba ningún retoque fotográfico.
La invité a sentarse con el deseo de pagar sus servicios para poseerla en ese mismo instante. Ella, al reconocerme, con toda su plenitud de mujer sintió vergüenza por su cuerpo semidesnudo. Paralizada, intentó tapar su desnudez con los brazos cruzados, colocando sus manos entre sus piernas. Tampoco noté el fuerte palpitar de su corazón: sentimiento escondido por sus hermosos y florecidos senos. La que creía una diosa, en ese momento fue una niña indefensa de grandes ojos negros y pestañas hacia arriba, encontrándose frente a frente con la disyuntiva de ir conmigo al privado, o salir de ese local. Con un suave jalón de devoción en unos de sus hombros libres, quise rescatarla, pero ella me explicó que en ese momento no podía abandonar el local gratuitamente. Yo tenía que pagar una cierta cuota que las prostitutas del lugar debían ganar cada noche por la renta de su espacio de trabajo. Preguntando por esa cantidad, que por supuesto, era sumamente exorbitante para mi billetera, me sentí un pobre desempleado, saliendo del local como un macho herido sin poder pagar la libertad de ella. Sin mirar atrás, instintivamente fui directamente a la playa donde yo la había conocido íntimamente por un accidente playero, el cual sería, por años, culpable de varios sueños eróticos. Ahí, Repasé en la memoria su recuerdo frente al sonido de las olas del mar. Años atrás sin calzones mojados en las noches, nadando en el mar, súbitamente nos encontramos revolcados por una gran ola. Cuando nos faltaba el oxigeno y casi nos ahogábamos entre los remolinos de agua y espuma, por fin, salimos a la orilla de la playa repletos de arena. Ella por auxiliarme no se percató que había perdido la camiseta, mientras me abrazaba con ese gran abrazo protector que me permitió posar la nariz y los labios sobre esos pequeños pechos blancos, todavía no alcanzados por los rayos del sol y la mordacidad libidinosa de los clientes de ese centro nocturno…
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