Amo las volteretas de la luna.
Su desvergüenza en mi colchón maltratado.
Amo la ética en que se desgarra y desparrama.
Su libre gesto entre las estrellas.
La luna cae como sangre en las capuchas
y llena de sobria luz las palanganas.
Dicen que los gatos ven sus vértices mágicos
mientras permuta en su fluorescencia.
Yo la miro desde mi ático en el ártico
y me parece que va descolorando al arco iris.
Siento que ante ella las flores ríen jubilosas
y se entrelazan en desmemoriadas cavidades.
Los tendederos tintinean a su voz
y las letras se esconden temblorosas en el jade.
La luna se entrega sin preparaciones:
Es como una mulata de caderas altas.
La luna llena las azoteas y los vértices
y existe en el luto del canario.
Oigo sus bríos y veo sus refulgencias
mientras transforma la sabana en alaridos.
Se desgasta en los árboles polícromos
y se hace Paraíso de amantes.
Grita entre constelaciones frígidas
su susurro de explorador amarillo.
A veces entra entre mis cobaltos
y levanta en mis sueños suaves brisas.
Amo su latir y su devaneo
y las lentas congojas que suscita en los sordos.
Se desprende en las finas acacias
y rellena las siluetas menos dulces.
Amo sus luces y sus tintas
y detiene a veces mis crisis emotivas.