La mirada del Alicanto
Publicado en Sep 27, 2009
LA MIRADA DEL ALICANTO Nadie pudo comprender el idioma que utilizaban esos hombres cuando se presentaron sorpresivamente ante el Consejo de Ancianos. Eran extranjeros, decían ser Lickan- Antay o Atacameños y su lenguaje, una mezcla ininteligible de sonidos y cánticos que ellos denominaban Kunza; pero aún ante esta dificultad, sus gestos desmedidos, sus cuerpos fatigados, el ceño y la mirada extraviada de sus ojos hacían perfectamente comprensible que aquella gente estaba al borde de la desesperación. El Papá de Colqui como Werkén supremo de la comunidad propuso a los Venerables llamar a su hermano Lincoyán para que hiciera de traductor. Lincoyán era el mayor viajero y políglota del Wallmapu. Lincoyán Ancalaf, durante su juventud, había recorrido cientos de lugares y por tanto, conocía a la perfección las lenguas de los hombres y de los animales; aunque de carácter, a veces solitario y taciturno, su compañía era apreciada por todos, en especial, por los niños que como Colqui, pasaban horas y horas escuchando embelezados los relatos que hacía de sus aventuras por el mundo. Por eso, apenas lo vio pasar, Colqui quiso tomar la mano de su Tío, pero como venía caminando con su Padre, ambos con el rostro trémulo no se atrevió ni siquiera a saludarlo. Los extranjeros provenían de Lasana, un Pueblo atacameño de gran importancia, situado en el altiplano.Habían atravesado grandes salares, cabalgando día y noche sobre sus llamas, para llegar al territorio de los guerreros indómitos.Su comunidad pasaba por una terrible hambruna, la sequía había destruido las cosechas y las madres no tenían como alimentar a sus hijos, cuarenta rogativas y sacrificios ceremoniales de llamas no habían logrado aplicar la inexplicable molestia de los dioses y la única solución era comprar una reserva de maíz a los Almacenes Reales de Tiwanaku. Los emperadores de las altas cumbres habían prometido enormes cantidades de alimentos; pero este debía ser pagado mediante una alta suma de oro y los atacameños no podían la cantidad requerida del metal precioso. Su única esperanza se reducía al Alicanto, una poderosa ave mágica, cuyos poderes habían sido otorgados por los espíritus, se alimenta de oro y plata y su plumaje brillante y hermoso es de color dorado o plateado, según el metal que ingiera durante el prodigio. Este animal conoce el lugar exacto de los yacimientos mineros y nadie mejor que él puede guiar a los hombres a la riqueza. Al finalizar la traducción El Papá de Colqui se levantó y tan perplejo como todos preguntó: -¿Alguien ha escuchado algo así? ¡Puede ser sólo una leyenda! -Yo lo he escuchado y no sólo lo he escuchado, interrumpió con voz atronadora Colipí el más anciano y sabio de los mapuches. El Alicanto existe, verlo es algo muy raro ya que el Alicanto es un ave de otros parajes, no de nuestra tierra, pero el Alicanto existe, excepcionalmente aparece en cualquier lugar, a veces sin que el mapuche se lo proponga.; Pero hay algo que deben saber, este ser puede hurgar en el corazón de los hombres y ver si eres digno de su tesoro, si detecta que los hombres que lo persiguen son de malas intenciones el ave los precipitará en un barranco o los hará morir de frío o de sed, así es que tengan cuidado y piensen bien lo que buscan. Al día siguiente una expedición de los mejores hombres del Wallmapu se ofreció para acompañar a los atacameños. Colqui era tan sólo un niño pero a pesar de los ruegos de su madre insistió tanto que el Werkén aceptó llevarlo. Lo buscaron durante tres días; pero no encontraron ninguna huella de su paso. Recién al cuarto día descubrieron en medio de la selva un par de rastros que como rayos de sol resaltaban entre los helechos mojados. Se acercaron bastante al animal que no huyó ante la presencia humana, sin embargo el cansancio y el terreno demasiado accidentado, hizo que el Werkén ordenara que todos los hombres descansaran y que reiniciaran mañana la búsqueda. Amanecía, cuando Colqui despertó sobresaltado por algunos sonidos soterrados que salían de la improvisada choza de nalcas que habían construido los atacameños para pasar la noche. Tres de los ocho expedicionarios atacameños se habían puesto de acuerdo durante la noche para coger por sorpresa a sus compañeros y amarrarlos con sogas de cáñamo, luego de amordazarlos y drogarlos. Los conspiradores habían actuado con mucha cautela, por lo sin ningún asomo de nerviosismo, montaron en sus llamas y emprendieron la búsqueda del Alicanto. Todo el tesoro será nuestro decían en voz baja los traidores, mientras sonreían con el corazón palpitante de ambición. El Líder de los traidores ordenó que enfilaran hacia un bosque muy tupido donde habían visto ocultarse al animal sagrado. El Alicanto no tardó en dejarse ver nuevamente, los tres hombres al advertir su presencia, bajaron de sus cabalgaduras y corrieron a pie para alcanzarlo. El Alicanto también comenzó a moverse y lo hizo con tal velocidad que sus perseguidores pronto se sintieron agotados, en un último intento los tres hombres rodearon y saltaron al mismo tiempo, tratando de atraparlo con sus manos sin darse cuenta que el animal los había conducido hasta el borde de un barranco. Allí encontraron la muerte aquellos que habían traicionado a sus hermanos de etnia. Colqui había avisado a los adultos, los cuales alcanzaron a desatar a los atacameños que estaban a punto de perecer asfixiados. Se esforzaron por llegar al lugar donde agonizaban los extranjeros dando desgarradores gritos de dolor, pero ya era tarde los hombres yacían muertos, mientras sobre la copa de una araucaria cercana se hallaba posado el Alicanto, Los mapuches se detuvieron paralizados de temor ante la colosal ave de de metálico. El Werkén se arrodilló y entendiendo sus manos dijo lo siguiente: Poderoso animal ten piedad de nosotros, somos guerreros de dos pueblos hermanos que buscamos la bondad de tu don para encontrar porque necesitamos riqueza para pagar el alimento de nuestros hijos. El animal entonces desplegó sus alas y bajó del árbol volando lentamente hacia los mapuches,.al tocar con sus garras la tierra se acercó lentamente al Werkén Ancalaf como si quisiera escudriñar en sus ojos la verdad de su corazón. El Papá de Colqui sintió temor y aunque no lo demostró volvió a dirigirse al ave con voz implorante. Alicanto mírame a los ojos y dime si quisiera hacerte daño vendría hasta ti trayendo a mi hijo. El animal entonces movió su cuello y miró fijamente a Colqui quien se acercó cuidadosamente hasta abrazar a su padre. De pronto el Ave desapareció en una nube de infinitos colores y al disolverse ésta dejó al descubierto un filón de oro con el cual se podían llenar, por lo menos, 18 sacos del metal precioso. Los guerreros de ambos pueblos se tomaron de las manos y lloraron de alegría durante varios minutos, luego cargaron sobre sus animales el precioso regalo de los dioses y volvieron antes del tercer día a la aldea. Los Atacameños partieron a la mañana siguiente y aunque no se volvió a tener noticias de ellos, los mapuches sabían que los espíritus de las montañas protegerían a esos viajeros y les darían la fortuna de ver a sus hijos crecer sanos y felices.
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