SENTIMIENTOS EN TRES MUNDIALES
Publicado en Jun 25, 2018
En el ochenta seis, la Selección Mexicana iba a estar en la Copa del Mundo sin jugar el Premundial, luego de q...ue Colombia renunciara en el último momento por las exigencias de la FIFA. El Gobierno, inteligentemente, prefirió invertir en educación y salud, que construir modernos estadios de fútbol y comprar limosinas para los altos funcionarios del fútbol. Sin embargo, mis amigos colombianos me han dicho que la corrupción impidió construir más escuelas y hospitales como algunos que en México sucumbieron con el terremoto de septiembre del ochenta y cinco. Ocho meses antes del inicio del Mundial. Por suerte no se cayó ningún estadio de los que fueron sede del setenta; que, también, iban a albergar los próximos juegos del Mundial.
En esos meses de construcción y reparación de edificios, adquirí toda la experiencia técnica constructiva, que no aprendí en la universidad, ni en Chiapas. Con un sueldo precario y sin seguro, trabajé entre quince a veinte horas por día en la remodelación de edificios coloniales. El rostro de la ciudad se fue recuperando. En el lugar donde hubo muerte y destrucción, se construyeron plazas y se plantaron árboles, las fincas del virreinato, que fueron construidas sobre lo que fuera una gran ciudad de pirámides hechas de piedras sobre un lago, se transformaron en hermosos inmuebles para albergar a personas que perdieron sus viviendas en los sismos. En una labor faraónica ingenieros y arquitectos, albañiles y peones embellecieron la ciudad. En ocho meses, ya estábamos listos para recibir a los diferentes equipos participantes en la Copa Mundial de Fútbol y a los turistas que observarían los partidos. Y a comenzar una vez más el sueño de “ser campeones”. Hasta olvidamos los diez mil muertos caídos en el terremoto, mientras los especialistas del fútbol decían: “Con Bélgica podemos ganar o empatar. Con Uruguay podemos perder, pero podríamos empatar porque estamos en casa. Irak es un plato comido, o sea, ganamos”. “Salimos” primero en el grupo. “Nos enfrentaríamos” al cuadro comandado por Frank Beckenbauer, aquel jugador que jugó los minutos finales del Partido del Siglo con una clavícula fracturada. Alemania Federal se enfrentaría en la final con Argentina. O sea, otra vez, no dormí durante varias noches, pensando en los penales fallados por los mexicanos, sobre todo el débil penal tirado como si el jugador mexicano no hubiera comido tortilla. Desde ahí la Copa del Mundo, para mí, una vez más, había terminado. Además, ya no tenía segunda opción. En los cuartos de final el Jogo Bonito de Brasil había perdido también por penaltis. Mientras toda Argentina con todo y mano de Maradona, con el triunfo en contra de Inglaterra, hizo honor a todos los argentinos que murieron en manos de los ingleses en la Guerra de las Malvinas, aunque también los argentinos mataron ingleses. Sin embargo, ellos perdieron la guerra, pero ganarían la Copa del Mundo en un juego para no cardíacos. Dos años antes de la Copa Mundial del noventa, yo andaba muy alegre. Los mexicanos teníamos la oportunidad de poder votar en contra de un partido político corrupto que por el tiempo que llevaba gobernando al país se había vuelto una dictadura disfrazada. Aunque no me crean, este apodo, lo decíamos frecuentemente en nuestras pláticas políticas en los diferentes cafés que yo visitaba con mis compañeros de izquierda. Pero, ahora, el “copyright” de ese sobrenombre al PRI le pertenece al escritor Mario Vargas Llosa, ganador del Premio Nobel de Literatura. Hay que saber, que el escritor no solamente gana premios literarios, sino también una buena lana por sus charlas intelectuales y sus opiniones políticas. Bueno, tampoco es para llorar por los derechos de autor, ni por la lana. Lo importante es que en ese entonces, yo con mis compañeros; simples desconocidos, también teníamos charlas intelectuales y opiniones políticas. Nos estábamos organizando a nivel nacional para que la ignorancia no le diera más su voto a la dictadura disfrazada de Democracia. La estadística de ganar, empatar o perder no se daría en el fútbol. Sin embargo en lo político, estaba pasando algo inimaginable, el candidato de la izquierda, aunque no estaba goleando, le iba ganando al candidato del partido oficialista en los últimos días de la elección presidencial. Pero, a la hora del conteo final, con la implementación de una nueva tecnología de computadoras, el sistema se cayó. Entonces, los ¨hackers¨ del partido oficialista manosearon el ¨software¨ para darle el triunfo a uno de los presidentes de México más corrupto y más odiado por los ciudadanos. Desgraciadamente en abril de ese mismo año la corrupción también se había impregnado en la Federación Mexicana del Fútbol. La Selección Juvenil había jugado con jugadores “cachirules”. Solamente, dos de los jugadores cumplían con la edad, los otros ya no eran juveniles. El fútbol mexicano fue vetado por la FIFA para no competir internacionalmente durante dos años. En consecuencia, ya no “podríamos ser” con la Selección Grande campeones mundiales. Y eso que ahora sí “teníamos” la selección de todos los tiempos con jugadores excelentes. Ellos ya jugaban en Europa. Es más “teníamos” el campeón goleador de España en el Real Madrid: Hugo Sánchez. Mientras la Primera Guerra del Golfo entre Irán e Irak y la Guerra Fría terminaban sin ganadores y yo, ya había escogido mi equipo favorito para el Mundial. Naturalmente, una vez más el Jogo Bonito de Brasil. Sin embargo, durante la Copa Mundial del noventa tampoco dormiría, no por varias noches, sino por varios años. Nuestra hija con sus llantos me empezó a despertar en el país que fue campeón del mundo en el ochenta y seis. Mi vida en dos años había cambiado radicalmente. En el noventa tres en El Salvador ya había tranquilidad, luego de la firma de Paz en el Castillo de Chapultepec entre el gobierno salvadoreño y los guerrilleros del FMLN. En esta Guerra Civil en El Salvador tampoco hubo ganadores. Sin embargo, en el primer partido clasificatorio de la segunda fase para ir al Mundial del noventa y cuatro, sin armas y con el corazón en los pies y con una ayudadita arbitral, el equipo salvadoreño derrotó a los Reyes del fútbol de la CONCACAF. Y, bueno, otra vez, empezaron a temblar los aficionados mexicanos después del segundo gol con todo y resbalón del portero mexicano, que no sé, sí es mi primo. En ese entonces en Argentina, yo platicaba con las madres argentinas de los otros niños que jugaban en el parque con nuestra hija. La gritona, más o menos, en las noches ya me dejaba dormir. Así que, como quería aprovechar esas horas en que mi adorada hija dormía, la derrota del Tri ya no me quitó el sueño. En ese tiempo, también llegaron amigos argentinos. Muchos de ellos me quitaron algunos prejuicios al irlos conociendo, o sea, no todos son arrogantes o se sienten europeos, sobre todo, los que le van a Boca Juniors en cuyo estadio empecé a conocer jugadores: el Mono Montoya –para mí, era mejor portero que mi “primo”–, así como Gabriel Batistuta que haría una gran dupla en el equipo del barrio de la Boca con Diego Latorre. Con ellos “ganamos” Torneos de Clausuras, Copas Sudamericanas, Copas Libertadores. Ya tenía mi segunda opción por si México no clasificaba al Mundial: el juego aguerrido de Argentina y no el Jogo Bonito de Brasil, es más, hasta ya hablaba como argentino. Así que, comprendía y no criticaba a Hugo Sánchez cuando en México hablaba español con la “s” porque yo ya traía el “che” en la punta de la lengua. Por eso, en los aeropuertos me reía porque los controladores no sabían qué hacer con un mexicano con cara de narco, con acento argentino y con pasaporte oficial alemán. En vez de que este documento me facilitara las cosas para entrar a cualquier país, hasta ahora, me las complica. Por supuesto, los controladores creen que es falso, así como fue falsa la vergüenza del primer partido clasificatorio de la Selección, porque después con orgullo y un poquito de la técnica argentina, heredada por Mennoti, “ganamos” todos los partidos. A la hora de sacar la bolita, nos tocó en el grupo de la muerte de la Copa Mundial del noventa y cuatro en Estados Unidos. Una vez más, los expertos futboleros sacaron hipótesis: “Tenemos que empatar” con los grandotes de Noruega, aunque esta vez Irlanda no es pan comido, si le ¨podemos¨ ganar y, con Italia, ojalá Dios nos “mande un empate”. En el último partido, todos los equipos de ese grupo tenían tres puntos, así que si perdían se regresaban a casa. Y ahí, estaban rezando, mis parientes y los aficionados en México: “Virgencita de Guadalupe mándanos el empate que por diferencia de goles pasamos”. Lo cierto es que el Tri en la primera ronda se portó como un finalista de la Copa América y, para sorpresa de todos, “empatamos”. “Pasamos” en primer lugar del grupo. La locura en el estadio. Hasta parecía que estábamos en casa cuando todos los ilegales y legales inmigrantes en Estados Unidos gritaron el gol de Bernardino Bernal. Además, por ser primero en el grupo, ¨nos enfrentaríamos¨ a un equipo no muy fuerte. Los expertos decían, ahora sí, “llegamos” al quinto partido. Los himnos nacionales –pucha, como se siente el himno cuando uno anda afuera–. Mi hija jugando al lado mío y yo, otra vez más, con el palpitar del corazón en los oídos y; además, con frío en Buenos Aires cuando empezó un entretenido partido. México atacando, Bulgaria atacando y golazo del capitán búlgaro Stoichkov. Pero, los chavos mexicanos no se desesperaron y penalti a favor de México. De ahí para adelante mi “primo” y el portero búlgaro se lucieron. ¡Híjoles! los penaltis. ¡Pendejos! , otra vez, no pude dormir del coraje por los tres primeros disparos al arco fallados. Y tampoco tenía mi segunda opción, el equipo argentino se vino abajo desde que una güerita toma del brazo a Maradona, y luego todos los argentinos enojados dijeron: “¡La puta que te parió!” porque se drogó. Finalmente el Jogo Bonito de Brasil salió campeón. Mientras la Guerra Santa tomaba un reposo y en México el Comisionado de la Paz hablaba con el EZLN que en enero del noventa y cuatro había reclamado los derechos constitucionales que yo les había intentado enseñar a los indígenas cuando el gobierno de Chiapas me consideró un comunista que tampoco fui en los cinco años de permanencia en Argentina.
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