La mujer virtual
Publicado en Jul 16, 2018
LA MUJER VIRTUAL Mr Edwards Galan, un célebre magnate de la informática, quien nunca supo ni de fracasos ni de flaquezas, se encontraba, no obstante, sumido en la más grave crisis de su vida, a raíz de la repentina y trágica muerte de su joven mujer, con quien se había casado hacía apenas un año y con quien pensaba compartir el resto de sus días en su lujosa mansión que mandó construir para ella en las montañas de Aspen. Sería muy tedioso enumerar aquí los significativos logros y triunfos de su larga carrera. Todo lo que se propuso Mr Galan había llegado a buen término. Venció uno a uno todos los escollos que enfrentó en su vida, salvo, claro está, el de la muerte. Victoriosa, se burlo de él desde el féretro de su mujer, el día del entierro, en el Forest Lawn Memorial Park de Los Angeles. Juró vengarse, se ofrendó a si mismo que lucharía contra ella, usando todos los medios que tenía a su disposición, que no eran pocos, por cierto. No en vano lo apodaban uno de los “padres de la red”. Los que lo conocían sabían que no estaba loco y los otros, los que sabían de él por sus libros e inventos fruncían el seño la noche que los convocó en su casa inteligente, valuada en veinte millones de dólares, dos meses después del accidente de su mujer. Reunidos alrededor de una mesa virtual, los más importantes genios de la informática conferenciaban en su casa desde todos los rincones del mundo, a raíz del insólito proyecto que surcaba obsesivamente por los circuitos neuronales del magnate perforando su melancólica ubicuidad. La idea parecía al principio descabellada, pero viniendo de quien venía y sabiendo de su terrible condición emocional, quizás deberían darle una oportunidad a su imaginación, que parecía ya, a esta altura, no tener límites. ¿Volver a su mujer a la vida?, se preguntaban algunos incrédulos desde sus laboratorios a miles de kilómetros de distancia. Claro que no era exactamente eso, sino algo similar. Dinero disponía y contaba además con un grupo selecto de los mejores cerebros de la computación mundial que inmediatamente respondieron a su llamado. El desafío era enorme, pero Edwards, estaba acostumbrado a enfrentar estos retos. Las interrogantes surgían desde todas las ventanas virtuales de su mesa cristalina. Algunos desestimaron el proyecto por su excesiva complejidad; otros, prefirieron sumarse al reto, comprometiéndose a resolver el enigma de la mujer virtual, haciendo uso para ello de los últimos adelantos tecnológicos. Si éstos no eran suficientes, los inventarían. Ni bien Edwards acarició las ventanas, los rostros desaparecieron de la mesa, ahogándose en el océano infinito de la red. Debía esperar, ahora, que estos señores resuciten, al menos, la esencia de lo que fue su mujer. Mientras tanto, su casa le suministraba el refugio adecuado para la espera de las noticias; su trabajo, la necesaria distracción. Su soledad, al menos ahora, se diluía en el torrente de los recuerdos, con la esperanza del pronto retorno de su joven mujer. 2 Al poco tiempo, ya contaba con los primeros esbozos e ideas surgidas de alguno de los equipos consultados a distancia. Uno de ellos, proveniente del Japón, le sugería la creación de una muñeca robot semejante a su mujer en cuerpo y alma y fabricada con un material similar a la textura de la piel humana. Otro, desde el Canadá, le proponía la construcción de un holograma inteligente. Desistió de ambos al recibir el tercer proyecto, proveniente de la Universidad de Columbia, el que resultaba meramente de la combinación interactiva de su imagen y voz. La muñeca le pareció algo anticuado y los hologramas no le aportaban nada nuevo ya que en su casa había un compartimento dedicado a estos eventos en tres dimensiones. A simple vista el tercer proyecto parecía ser el más sencillo, pero encerraba en si mismo una idea casi revolucionaria. Según los estudios desarrollados por este equipo, se estaría cerca de crear algo así como una inteligencia artificial. Un cerebro artificial con cierto desarrollo autonómico, incluso más que el que poseía su joven esposa. La idea era la siguiente: valiéndose de las modernas instalaciones de su casa digital, y desde las pantallas líquidas de las paredes, su mujer podría hablar con él como lo hacían todas las tardes, cuando el sol jugaba a las escondidas detrás de las montañas rocosas de Highlands, o cuando la luna, seducida por los pinos, se hundía en el lago, convirtiéndose en caliza. Lo revolucionario (esto le gustaba mucho a Mr Edwards) es que dentro de la procesadora, los recuerdos y vivencias de su mujer se encontrarían almacenados como en la memoria de un cerebro real. En cierta forma, estaría nuevamente frente al alma de su mujer. La sofisticación de tal invento sobrepasó incluso a la propia imaginación de Mr Galan. No lo dudó un instante y contrató a estos jóvenes pioneros de la inteligencia artificial. La tarea requería de mucho tiempo y de la colaboración del mismísimo Edwards. Desde la mega computadora de su casa, les proporcionó las imágenes más significativas de su juventud, las impresiones fílmicas de su infancia, las fotos de los principales acontecimientos de su vida y un relato minucioso de su existencia, desde su nacimiento hasta su repentina muerte. Para esto, necesitó de la asistencia de amigos y parientes más cercanos. De todos ellos se forjó el rompecabezas de la vida de Cinthia. Con dinero todo se podía conseguir. 3 En el living de su majestuosa casa en la montaña, construida en forma circular y giratoria, programada para seguir el movimiento solar, (la que había elegido ella para vivir con él), Edwards esperaba ansioso el reencuentro con el espíritu de su mujer. Para semejante suceso, acondicionó la mansión teniendo en cuenta que ahora (lamentablemente) su mujer ya no tenía cuerpo; era apenas una mente que estaría esparcida por todas las paredes de pantalla líquida de la casa circular lista para iniciar una conversación en el momento que él lo requiriese. Así lo estipulaba el proyecto de la mujer virtual y así fue, que las pantallas, multiplicándose por todas las paredes como un laberinto de espejos, se repartían celosas, el alma de su mujer. Las dudas, sin embargo, no tardaron en visitar su razón. ¿Sabría ella que está muerta? ¿Sabría ella que sólo está echa de microchips y sofisticados circuitos electrónicos? ¿Lo reconocería como su legítimo esposo? Sumido en las más tiernas remembranzas, el magnate se resignó a esperar el retorno de su mujer como si esperase la llegada de un ángel caído del cielo. Desenterradas del cementerio del olvido, las evocaciones lo llevaban hasta el día en que la conoció en la fiesta anual de la Cisco Systems. Se le presentó como una simple admiradora y resultó ser al poco tiempo su dulce y entrañable esposa. La diferencia de edad no fue impedimento el día de su boda y menos aún su diferencia patrimonial. Suspicaces comentarios recorrían los pasillos en todas las reuniones en que se los veía juntos. Pero eso, a Edwards no le importaba. Ya había perdido la mitad de su patrimonio con su primera mujer y había tomado los recaudos necesarios para la segunda. . También recordaba el último día que la vio con vida y la culpa le removía las entrañas como un viejo malestar crónico. Todo ocurrió repentinamente esa mañana fatídica, cuando ella rehusó viajar en el jet privado de su empresa y decidió ir a Los Angeles en su auto a ver a su madre enferma; trató de impedírselo, pero ella, como una niña caprichosa, se salió con la suya y eso le costó la vida. 4 La fecha tan anhelada llegó; el proyecto, guardado en un enorme disco duro estaba pronto para ser instalado en el cerebro de la computadora de su casa. Los expertos contratados por el tercer equipo llegaron con las primeras luces del alba. Esperaron en la planta baja a que el ascensor los transportase por una suerte de tubo metálico a la casa circular. Eran dos sujetos de alta estatura y muñidos de una enorme valija donde traían el cerebro de su mujer. De afuera dirían que iban hacia un platillo volador. Prevenidos, simularon sorprenderse. El día era espléndido, como esos que le gustaba apreciar a ella desde los amplios jardines de la terraza giratoria. Edwards prefirió dejarlos solos y se fue de caminata por su chopera de álamos. El débil sonido de la brisa lo guió hacia el lago artificial, enclavado en un pequeño valle verde, ahora inundado por el progreso. El agua, como un diáfano espejo, ondulaba su rostro, con la exigua vibración del aire. Los hombres pasaron varias horas ajustando los programas hasta que la mujer quedó instalada y configurada en los circuitos electrónicos de la mansión. Según el plan, con sólo abrir la boca el magnate entablaría una conversación con la imagen interactiva. Ella sólo respondería al tono de su voz y no a otro, como si fuese su verdadero amo y señor. Antes de retirarse, los técnicos instruyeron al magnate en el uso de la mujer interactiva. Su utilización era muy sencilla, pero requería de algunos conceptos básicos. El principal era la contraseña de entrada y la de salida, que siempre debía usar para comunicarse con la pantalla. Nunca debía olvidar y esto era de suma importancia, que la imagen, a pesar de todo, seguía siendo, de alguna manera, una mujer. Luego de despedirse, Edwards, afanoso por reencontrarse con su esposa, entró en su casa sigilosamente, por el tubo de metal como si entrase a la jaula de un león. Curiosamente sintió que ya no estaba sólo; como si alguien anduviera rondando el lugar, o lo que es peor como si hubiera un fantasma. El sol ya se ponía, pero todavía sobrevolaba un resto coqueteando con el sofá del living. Enfrente estaba la pantalla líquida, apagada, esperando despertar de un largo sueño; con sólo decir la máxima a modo de contraseña su mujer aparecería al instante. Aguardó un momento, retuvo el aire de sus pulmones, leyó la frase en silencio, aprisionándola entre sus tejidos. Había esperado mucho para vivir este momento. Afuera, las montañas, recostadas sobre el horizonte, bosquejaban un atardecer circular. Luego de una breve pausa, de frente a la pared, Edwards tímidamente pronunció las palabras: - ¿Estás ahí amor? De pronto, una luz levemente azulada, como celestial, irrumpe desde la pared, y la esposa, más hermosa que nunca, mirándolo y sonriendo le contesta: -Claro, querido, aquí estoy como siempre. Esas palabras fueron suficientes para provocarle una profunda emoción; prefirió darse vuelta para que no le vea su cara humedecida por el llanto. Imágenes y recuerdos, de pronto emergieron en la pantalla de su cabeza como si hiciera un zapping con su pasado. Era ella, su misma voz, sus ojos verde esmeraldas, su pelo fino y largo, su seductora sonrisa. Estaba como el día que la conoció en la reunión anual de la Cisco System. Pero luego recordó que ella no lo podía ver y se volvió hacia la pared. -Es hermoso el atardecer, verdad Cinthia?, dijo Edwards, mirando ahora hacia la montaña. -Eso creo, mi amor, eso creo. ¿Quieres que demos un paseo? -Por supuesto, querida. Edwards sabía que Cinthia estaba programada para mantener una conversación inverosímil y fuera de la realidad. Sabía que diría incongruencias como ésta de salir a dar un paseo, pero también sabía que tenía que seguirle el hilo de su discurso para poder adentrarse en su mundo programado. -Dime querido ¿has pensado en algo para la cena?, dijo ella tomando sorpresivamente la iniciativa. -No, querida, pero ya pensaré en algo. - Gracias mi amor, siempre puedo confiar en ti. - Adiós mi amor. Cuando pronunció esta última frase, la pantalla se apagó como estaba estipulado en el contrato. El invento funcionaba a la perfección, un nuevo logro se apuntaba en su larga lista de triunfos. Su mujer aparecía como él la recordaba y sus gestos y tono de voz disparaban en su mente, como una contraseña emocional, sentimientos entumecidos por el tiempo. Exaltado, Galan sintió más tarde, cuando una máquina le servia su cena, que volvía a ser un hombre casado. Un río de pasiones atravesaba las paredes, convirtiendo las pantallas en verdaderos testigos del futuro. Se fue a acostar con las palabras mágicas “estás ahí amor” en la punta de su lengua, pero desistió de pronunciarlas a último momento; ya había tenido suficiente por ese día. No quería saturar a su mujer justamente el día que volvió a la vida, el día de su segundo nacimiento. Antes de dormir selló todas las puertas de su casa con sólo mencionarlo al aire. Un sistema de trabas y alarmas se prendió al instante transformando la mansión en un bunker. El aire fresco de la montaña, sin embargo, se filtraba como una lejana evocación de pinos. A la mañana siguiente, la casa se encendió sola y se conectó entre sí y con la computadora madre, como lo hacía siempre a la misma hora. Una ducha caliente programada para las 7: 30 lo aguardaba con su denso vapor en la bañera. Las noticias auguraban un día inmejorable desde todos los rincones de la casa. Decidió, entonces, prender el motor giratorio para así poder ver el sol todo el día desde su magnifico living circular. Los muebles, programados de antemano, se ubicaban como le gustaba a su mujer. Esperó su desayuno para llamar a Cinthia. Luego de untar varios panes con su mermelada preferida, y embriagado por el aroma del café, Edwards resolvió, esa mañana, que ya era hora de conectarse con la pantalla. Un ligero nerviosismo se apoderó de él como si hubiese tocado un cable pelado. -¿Estás ahí amor? - Claro, querido, aquí estoy como siempre-, se escuchó desde la luz blanquecina de la pared. -Es hermosa la mañana, ¿verdad Cinthia? -Eso creo, mi amor, eso creo. ¿Quieres que demos un paseo? - Por supuesto, querida. Hasta aquí parecía ser siempre la misma historia, el programa respondía de forma similar, Edwards estaba alertado de que esto sucediese así. Además, éste suceso no difería mucho con la realidad de lo que había sido su vida matrimonial. Quizás lo mejor, pensó, es derivar la conversación hacia otros ámbitos, como le habían sugerido sus asesores y esperar de ella una respuesta que lo conduzca por un camino de mayor interés para la conversación. La mujer lo observaba con una débil sonrisa desde la pantalla, como esperando que dijese alguna cosa. Rara vez, lo sabía, tomaría ella la iniciativa. Con el pelo suelto como le gustaba al magnate y sus ojos verdes iluminando su cara, como destellos bucólicos, las palabras parecían estar de más. -¿Has dormido bien?, preguntó Edwards para tantear los circuitos del procesador. - Estupendamente…..no obstante…. ¿sabes?, a veces siento que extraño…. -Dime amor, ¿qué extrañas? - No lo sé exactamente… mejor olvidémoslo… ¿quieres? - Lo que tú digas está bien. ¿Necesitas algo para esta mañana? -No lo creo. Me basta con estar contigo. Aunque, pensándolo mejor, me gustaría ir al pueblo a comprar aquellos adornos que tanto nos gustaban cuando nos casamos, ¿lo recuerdas? - Así lo creo, querida, así lo ceo. Dime ¿cuál quieres que te traiga? - Aquel japonés…el de las flores... …el ikebana Era su ornamento favorito y estaba esparcido por todos los escondrijos de la casa como un verdadero adorno plaga. Integraban ese grupo de recuerdos que Edwards no quiso dejar que escaparan de su memoria virtual. - Lo tendrás esta misma tarde, querida. - Gracias, mi amor, siempre puedo confiar en ti. Galan recordó que ciertamente tenía una diligencia que hacer en el pueblo y optó por terminar la conversación abruptamente. La despidió con un “Adiós mi amor”, la pantalla se apagó instantáneamente, y el magnate alertó a la casa que iba a salir. Automáticamente, el auto lo esperó en el garaje con la puerta abierta y el motor encendido. Tomó la Higtway 82 la misma ruta que la del día fatídico pero cuando vio el letrero del poblado dobló hacia Snowmass Village, una zona más alta y rocosa. Arriba, una pequeña villa lo aguardaba mansamente; la nieve resistía heroicamente los primeros rayos del amanecer. Era temprano, algunos negocios estaban todavía cerrados, la gente aún no se había enfrentado con el frió de esa mañana; esperó en la puerta a que abriesen el de la tabaquería. A ella no le gustaba que él fumase, pero eso no se lo dijo a los formadores de recuerdos. Cuando salió vio los ikebanas pero no los compró, no hacían falta. La hora del almuerzo llegó y Edwards no quería dejar pasar la oportunidad de comer con Cinthia. Era uno de los momentos del día que más la había echado de menos, sobre todo por su gran sabiduría a la hora de cocinar y preparar la mesa con sus adornos favoritos. Algunas de sus recetas preferidas las había dejado guardadas en su máquina pero el resultado no era el mismo. Le pidió a su cocinero virtual que preparase uno de los elegidos de Cinthia, el suflé de verduras. Hacía algo de calor, se lo anunció a la pantalla y la casa bajó la calefacción dos grados instantáneamente. Luego, con el plato servido sobre la mesa, pronunció las palabras mágicas. - ¿Estás ahí amor? -Claro, amor, aquí estoy como siempre. -El suflé está de maravillas. -Ya lo sé, amor, es tu plato predilecto. Era curioso como funcionaba el invento: ella siempre estaba mirándole a los ojos, como esos cuadros del renacimiento, donde hacían un maravilloso uso de la perspectiva. Lo observaba con sus ojos, vidriosos, aunque siempre sonrientes. Así quiso recordarla, con sus mejores facetas. -¿Sabes? , dijo Edwards, hoy quisiera que me hables algo de ti. -¿Qué quieres saber, querido? -¿Eres feliz conmigo, amor? -¿Porqué lo dudas si tu sabes que es así? -A veces necesito que me lo digas, simplemente eso. - Te lo estoy diciendo, no tengo ninguna duda. - Gracias, y dime al pasar… ¿quieres algo especial para el día de hoy? - Me gustaría jugar un partido de bridge, si fuese posible. -Como tú gustes, le contestó, aunque a él no le agradaban los juegos de mesa. Cuando terminó su almuerzo y para evitar la conversación sobre el bridge que tanto odiaba pronunció las palabras mágicas de la contraseña y ella desapareció del comedor. Tomó conciencia de que no cualquiera podía hacer semejante cosa con su mujer y pensó si no sería la construcción de este invento la culminación de un ideal y si no sería también, el momento de patentarlo, pero desechó esa idea al entrar en su escritorio y observar la pila de trabajo acumulado que tenía pendiente. Tomó uno de sus puros y lo prendió sin culpa ninguna. Su aroma de finos perfumes tropicales, lo colmó de presencias. 5 Una suave música le notificó desde las paredes, al cabo de un rato, que la cena estaba pronta. Edwards prefería este tipo de melodías casi monótonas para un momento de relax como era el de la cena. Sobre todo después de una larga jornada de trabajo, cargada de complejas y postergadas tomas de decisiones. Su vasto imperio, un conglomerado de empresas informáticas diseminadas por todo el mundo, era monitoreado desde su casa como si fuese un controlador de vuelo. De sus decisiones dependían el futuro de sus empresas y el valor de sus acciones. La música, lenta y suave, de a poco, lo iba aterrizando y lo guiaba hacia el comedor donde lo estaba esperando Cinthia. Otro de los platos preferidos de ella estaba destinado a atravesar su fino paladar. Un par de velas rojas lo escoltaban impertérritas, como dos vigilantes frente a un mausoleo. -¿Estás ahí, amor? - Claro amor, aquí estoy como siempre. -¿Te agradan el color de las velas junto al ikebana? -Eso creo, mi amor, eso creo. Son hermosas. -Dime querida ¿deseas algo para esta noche? - Desearía…antes de cenar… dar un paseo por el lago… ¿Lo recuerdas?... Aquella noche en nuestro primer aniversario en el bote, cuando yo me caí al agua…. - Eh… si querida…, aquella tarde en la que tú casi te ahogas… Por unos instantes, Edwards titubeó al sorprenderse de la memoria que tenía la máquina ya que él mismo no recordaba el incidente con tanta claridad. Se sonrojó y siguió comiendo su pollo al champiñón, con la imagen de ella nadando de noche por el lago y él detrás tomándola por la cintura y jugando en el agua como dos chiquillos. ¿Cómo podía recordar ella algo que ni siquiera había mencionado a los formadores de recuerdos del proyecto ganador? Quizás sí se lo mencionó y ahora su propia memoria no lo registraba. Comió en silencio, aturdido por viejos pensamientos, que lo saludaban al pasar por su conciencia. -Dejemos el paseo para otro día, quieres amor-dijo Galan, al terminar su plato. Hace mucho frío y el agua debe estar helada. -Lo que tú digas está bien, amor. Antes de abordar el postre, miró sutilmente a la pantalla y lo que antes le hubiese costado quizás algún inconveniente menor, hoy, era apenas un breve intercambio de palabras: le expresó que tenía un viaje de negocios y que volvería en unos días, a lo sumo, una semana. La mujer lo tomó para bien, le deseó suerte y le dijo que se quedaría esperándolo como siempre. No podía pedir nada mejor. Era algo más que la mujer virtual… era la mujer ideal. Debería patentar semejante invento. 6 Luego de dar varias veces la vuelta al planeta, y dormir en lujosas pero indiferentes e impersonales suites de hotel, y repetir una y mil veces que él, pese a sus años, aún está lejos de retirarse del negocio, Edwards, fatigoso de pilotear su avión, y de darle instrucciones a su copiloto virtual, al fin, retornó a su residencia. Habían pasado más de dos semanas, algunas cosas no resultaron como estaban planeadas y le robaron algo más de su exquisito tiempo. Dejó su avión descansando en su aeropuerto privado y se subió a un auto que lo llevó zigzagueando entre los cerros, como una serpiente entre las piedras. El invierno se insinuaba tímidamente a los lados de la ruta, el viento se lo hizo saber cuando bajó del auto. Desde el garaje ascendió lentamente por el cilíndrico de metal, succionado por su refugio de cristal. Siempre que realizaba estoy viajes echaba de menos la comodidad de su casa, el aroma gentil de los álamos y pinos y la tranquilidad de la montaña. Durante su peripecia no dejó un instante de pensar en su mujer y en el momento del reencuentro. Según el proyecto, Cinthia debería haber registrado en su memoria lo de su ausencia. De alguna forma, su cerebro iba almacenando y aprendiendo cosas nuevas como una memoria verdadera en tiempo real. En teoría, para ella también habían transcurrido dos semanas. En esto, creía, constaba la originalidad del proyecto, al que tanto había apostado su prestigio y fortuna. Después de encender la computadora madre de su casa, una voz gruesa y pausada, como la de un hombre cansado, le dio la bienvenida y le informó del estado actual de la casa. Cotejó que todo estuviese en orden, escuchó los recados acumulados de varios días atrás y tomó su ducha programada para las ocho. Se miró en el espejo y se dijo así mismo que jamás se retiraría del negocio. Esperó en su despacho el horario de la cena para ver a Cinthia. Observó por el cielo raso el paso de una tormenta. Instruyó al cocinero virtual, desde los vapores de su baño, el menú de la noche. Antes de sentarse a su mesa pensó muy bien qué le diría a Cinthia. Había pasado más de una semana y quizás ella se merecía, al menos, una breve explicación. Al fin y al cabo era su esposa. Una alarma aguda y constante le anunciaba que el soufflé estaba pronto. Antes de cogerlo, pronunció la contraseña: -¿Estás ahí amor? - Claro, amor, aquí estoy como siempre. Estas palabras tranquilizaron al magnate; tomó el soufflé y la alarma se desvaneció como un añejo suspiro. Todo parecía indicar que su ausencia no había ocasionado ningún trastorno en su conducta. Sin embargo, cuando se llevó su primera mascada a la boca, desde la pantalla azulada se escuchó: -Dime amor, no te ibas apenas una semana… ¿por qué pasaron tantos días? - Razones de trabajo,… tú sabes la enorme responsabilidad que reposa sobre mis hombros. -Ya lo sé…sólo que espero que no sea por otros motivos, ¿verdad? -¿Qué otros motivos puede haber? -Tú lo sabes… no es necesario que te lo recuerde- dijo, cambiando sutilmente el tono de su voz. La expresión de su cara se tornó algo seria, su contorno se puso recto como solía ocurrir luego de alguna breve discusión. Ciertamente Edwards estaba desconcertado, el suflé, que sabía de maravillas, se le atragantó en su garganta y pensó por un momento en discar a los fabricantes de Cinthya, y decirles que le devuelvan su dinero, pero desistió al recapacitar que quizás se trate sólo de una broma programada para este tipo de diálogos triviales. Con sólo derivar la conversación a otros ámbitos, la máquina dejaría de insistir sobre el asunto. Así resultó ser, cuando le preguntó si quería dar un paseo por la ciudad, a lo que ella respondió muy alegremente que sí. Un gran alivio recorrió el cuerpo de Galan, relajando sus articulaciones y moldeando sus músculos. Sin embargo un alerta se iluminó dentro del magnate: nunca debía subestimar los alcances del invento, y menos tratándose de algo aún desconocido, y todavía en fase experimental. Luego se despidió con un “Adiós amor”, la pantalla se puso negra, Cyntia desapareció y Edwards se fue a dormir, no sin antes convertir la casa en un bunker circular. 7 Lo despertó la voz de Cyntia, colgada de la pared, como un parlante invisible. Edwards se preguntaba, sobresaltado en su cama de agua, cómo esto era posible. Luego recordó que, como estaba estipulado en el manual de los fabricantes, y como le gustaba hacer siempre a su mujer en las fechas importantes, las que tuviesen un significado para ambos, ella tomaría la iniciativa en la computadora madre acaparando el control sólo por unos breves segundos. Pero… ¿de qué fecha estábamos hablando? se preguntaba, atónito el magnate, mientras cabalgaban por su mente siniestros pensamientos y se preparaba su desayuno manualmente desde su lecho flotante. No eran ni su cumpleaños, ni su aniversario de bodas, ni nada que se le parezca. Optó por no contestar el saludo de su mujer para evitar quizás una discusión innecesaria. Esperó a que Cinthia dejara el control del cerebro de la casa; según el proyecto, eso tomaría apenas unos segundos. Más tarde, cuando esto realmente sucedió, pronunció la contraseña, ella desapareció y Edwards, aliviado, volvió a tomar las riendas de su casa. La voz de la pared le alertaba que el tiempo estaba desmejorando y que una probable llovizna caería sobre la ladera de la montaña; en una de las pantallas le anunciaban los valores de sus acciones del día de hoy; en otra, una esbelta figura hacía movimientos imposibles de imitar a su edad desde una playa del caribe. Se fue a su oficina y desde allí comunicó el incidente de su mujer a sus creadores. Sorprendidos, no supieron resolver el enigma; le sugirieron revisar la base de datos y cerciorarse de algún error en la programación de sus apariciones establecidas por fechas y sin mediar las consabidas contraseñas. Así lo hizo y la sorpresa lo catapultó de su cómoda silla de terciopelo. ¡Hoy se cumplía un año de su muerte y él lo había olvidado por completo! No se lo perdonaría jamás. Debería estar en estos momentos en el Forest Lawn de Los Angeles junto a la familia de Cinthia, pero prefirió quedarse aquí junto a…precisamente… ¡Junto a ella! ¿Habría logrado, entonces, vencer a la muerte?, se preguntaba, ahora sí, con cierto orgullo, mirando hacia el horizonte y prendiendo el primer puro del día. ¿Habría ganado una nueva batalla? Mientras los colores de la montaña viraban hacia el gris verdoso, y las nubes devoraban satisfechas los contornos de las cumbres, Edwards se inquiría, girando lentamente sobre el eje de su casa, cómo era posible que ella supiera el día en que murió. Se trataba indiscutiblemente de un error, de un gravísimo error de programación. Esa mañana apenas logró concentrarse en su trabajo. No comprendía como Cyntia sabía que se cumplía un año de su muerte. ¿Esto significaría que sabe la verdad de todo lo que le sucede a su alrededor, de que ciertamente sabe lo que ella es? Resolvió pasar el resto del día en soledad, para evitar un encuentro con Cinthia justo el día de su triste aniversario. Deambuló por su casa, congratulándose con todos sus inventos y proponiéndole a su mente otros nuevos; luego aprovecho las instalaciones de su gimnasio para nadar y correr por la cinta aeróbica. Para la tarde, nada mejor que ir de pesca por el lago. La llovizna no fue un impedimento. Recordó, arriba de su barco, otro aniversario más feliz cuando todavía vivía su mujer. A la noche desde su alcoba intentó ver las estrellas desde su techo corredizo, algo que ella disfrutaba, pero fue inútil, el cielo estaba sombrío, como la pantalla de Cyntia. 8 Al otro día, la niebla, condensada sobre los cristales de su ventana, sujetaba con devoción, las reliquias de una noche en la montaña. No era necesario que la voz le señalara que empezaba a hacer frió, se sentía simplemente con mirar hacia afuera de su habitación. Para estos momentos, Edwards contaba con un servicio de desayuno en su cama. De la pared surgió, como por arte de magia, la bandeja preparada con sus más exquisitos manjares matutinos. Hubiese deseado desayunar con su mujer, pero no lo hizo, todavía no estaba preparado para el día después de su triste aniversario. La ignoró toda la jornada, las pantallas estuvieron oscuras y mudas, la casa retornó a su ritmo habitual, girando a la velocidad del sol o mejor dicho a la velocidad de la tierra. Antes de cenar recibió el llamado de Alice, su ex mujer. No lo sorprendió, porque era habitual que esto ocurriese, sobre todo después de la muerte de Cinthia. Su separación no había sido en buenos términos, ya que Galan la había abandonado por Cinthia, pero eso no era impedimento de que de vez en cuando ella lo llamara para saber de él. Al fin y al cabo era el padre de su único hijo. Galan, sabía el porqué de la llamada y esquivó en todo momento las preguntas sobre su nueva creación. Ella algo intuía desde el otro lado de la línea; había llegado a sus oídos que el magnate no había asistido a la misa en homenaje a Cinthia y también había escuchado que ya casi no salía de su casa y que andaba detrás de “algo grande”. Cuando esto sucedía, un gran cimbronazo se producía en el mundo de la informática y como ella era la madre de su único hijo no quería perderse ninguna tajada. Lo que nunca sospechó es que ese “algo grande” era precisamente Cinthia. Esto acaparó la atención de Alice quien conocía al dedillo el potencial comercial de su ex marido. Mientras ella no paraba de hablar (aprovechando el sabio mutismo del magnate), Edwards echo de menos su invento, en especial la milagrosa y efectiva contraseña de salida, “adiós amor” o mejor dicho “adiós mi ex amor”; sobre todo cuando ella comenzó a recriminar lo poco que últimamente veía a su hijo. No fue necesario inventar nuevas palabras mágicas ni artilugio ninguno, la conversación terminó abruptamente cuando el motor giratorio se apagó sorpresivamente, generando una pequeña vibración, creada por la inercia de la velocidad del sol. Esto alertó a Edwards, quien después de colgar, se dirigió, desconcertado, al cerebro de su computadora madre. Algo no andaba bien, el motor estaba preparado para girar las veinticuatro horas, salvo que ocurriese algún imprevisto, como un terremoto o un ataque sobre su casa, y como nada de esto sucedía y además, como las trabas y alarmas estaban desconectadas y en orden, todo hacía suponer de un error en el sistema. El chequeo de su máquina le llevó algunos minutos; era casi automático, la voz le iba sugiriendo la resolución del problema. El auto análisis reportó un error en la configuración del motor giratorio de la casa pero no pudo saber de dónde provenía. La conclusión se hacía cada vez más evidente, y saltaba a la vista: Cinthia estaba detrás de estos extraños eventos; algún indicio ya había mostrado días anteriores cuando de repente se apareció en su pantalla sin mediar ninguna contraseña y con el rostro enjuto, como una verdadera esposa que se jacte como tal. Decidió enfrentar sólo a su mujer, o mejor dicho, a la profunda transfiguración de su mujer, sin mediar la participación de sus creadores. Se había convertido ahora en un conflicto matrimonial y no en un problema informático. Esperó la quietud de la noche para abordar la pantalla una vez más. La casa, solidificada con la gravedad, esperaba en vano, una nueva oportunidad para volver a girar. La convocó después de cenar y desde su dormitorio, pero esta vez sin su paisaje favorito; la casa se encontraba, todavía, en el ángulo del amanecer. Esto fastidió de algún modo al magnate, quien estaba acostumbrado a despedir el atardecer desde su alcoba. Con la timidez de un debutante, y el recelo de un marido culposo, Edwards pronunció la contraseña, pero esta vez sin éxito. La volvió a repetir y la pantalla esta vez se encendió, pero Cinthia permanecía misteriosamente en silencio mirándolo fijamente y con el rostro serio de su último encuentro. -Ya sabes, querido, que no me gusta que hables con ella. - ¿Con quién, amor mío? -Ya sabes…tú lo sabes. ¿Vas algún día a dejar de atender su llamado? Galan sabía de lo que Cinthia le estaba hablando, ya antes de su muerte había dado indicios de que no le agradaba que su ex mujer lo llamara por teléfono. Estériles explicaciones inundaron su alcoba noches enteras de insomnio a la luz de la luna. El punto, ahora, era que Cinthya estaba tomando lentamente el control de la casa, como si fuese un enorme y descontrolado virus informático; o quizá, y lo que era peor aún, como si fuese una mujer de verdad, al tanto de todo lo que ocurría alrededor de cada una de las pantallas de la casa, como si tuviese un radar. Edwards Galan estaba ciertamente en problemas. Cómo se llevaba esto a cabo era una incógnita. Dos hipótesis competían por una sola realidad: o era algo no previsto por sus creadores o todo formaba parte de una broma de mal gusto, por parte de los padres de Cinthya. Se inclinó por la primera, (conocía el profesionalismo de los inventores); utilizó todo su conocimiento, desplegó todas sus armas y su ingenio para resolver el problema antes de que el problema se lo trague a él. Comenzó por ella, quien lo seguía mirando atentamente como un cuadro de Caravaggio. - Dime amor… ¿tú sabes quién eres… me refiero a tu nombre? -Cinthia Galan, tu querida esposa. -OK, Cinthia ¿Y sabes qué estás haciendo aquí? - Esperando una respuesta, querido. -¿Cuál mi amor? - La que te hice hace un momento… si vas tú algún día a dejar de hablar con ella. Edwards no le contestó, prefirió seguir analizando los parámetros de su computadora y hurgar por los componentes microscópicos que él mismo diseño años atrás para su casa. Uno a uno, los circuitos se reflejaban en su pupila, como si estuviese disecando un gran animal metálico, pero nada aportaban a la investigación. Respondían normalmente ante las peguntas de rutina para la que estaban preparados. Cinthia lo seguía observando, esperando su respuesta desde lo alto de la pared. Edwards, se sintió observado y optó por despedirse, pero las palabras mágicas no dieron el resultado esperado; Cinthya seguía allí, seria, como el misterioso día del aniversario de su muerte. Algo fuera de su comprensión estaba ocurriendo y estaba sucediendo dentro de su mujer y no dentro de su computadora. Primero fue lo de incidente del lago, más tarde lo del aniversario de su muerte y ahora esta historia del llamado de Alice. Luego retomó la conversación esperando con esto destrabar la situación. -Ella es la madre de mi hijo, balbuceó Edwards valientemente. -Pero tu mujer soy yo; te pido, amor, por favor que no vuelvas a hablar con ella. - Así lo haré, querida, no volveré jamás a hablar con ella. Lo prometo. -¿Lo juras? -Lo juro. Estas últimas palabras fueron realmente mágicas, ya que Cinthia instantáneamente cambió su rostro, retornando con su sonrisa, al primitivo candor de su juventud. La mansión retornó súbitamente a la normalidad como si de pronto hubiese retornado la luz después de un largo apagón. El motor volvió a girar lentamente y la computadora regresó con su verdadero dueño, esa voz ronca que era como el otro yo de Galan, un mayordomo creado a su medida y semejanza. Cenaron juntos, como cuando eran novios y hablaron de tiempos pasados, sumergiéndose en su asombrosa memoria virtual. Hicieron, curiosamente, algunos proyectos de la vida real. Le dio su palabra que pronto harían viajes juntos, aunque sabía que esto era imposible de cumplir. Edwards, esa noche, lamentó, que Cinthia no tuviese cuerpo. Pero esto no resultó ser un impedimento. Antes de irse a dormir, invitó a su mujer, esta vez con éxito, a su alcoba. Luego, ya en su cama, cerró el techo de cielo, apagando las estrellas como si soplara las velitas de una noche romántica. Los días subsiguientes los pasó en soledad. Su último encuentro lo colmó de tanta felicidad que no sintió ni siquiera la necesidad de llamar a su mujer. Giró junto al sol durante todo el día recibiéndolo y despidiéndolo desde su aposento como a un Dios. Se regocijó de todos los servicios que le proporcionaban su mansión, en especial su cine en tres dimensiones y su sala de hologramas (la última de sus creaciones) donde se representaban sus obras de teatro predilectas. Esta idea había sido de gran utilidad en el mundo del espectáculo; muchas obras que ya no se dejaban ver habrían quedado en el olvido y ahora, gracias a este invento, se las podría apreciar con sólo tocar un botón, como si estuviera en una sala de verdad. Cuando su marido estaba de viaje, Cinthya se pasaba largas horas en esta habitación disfrutando de los clásicos de todas las épocas. Sus actores preferidos hacían reír y llorar a Cinthia convertidos en rayos de luz que bajaban verticalmente del techo. 9 Una fecha crucial se acercaba lentamente con el paso de los días: el aniversario de su boda. Algo le mencionó ella al respecto durante una de las tantas cenas virtuales. Si la joven misteriosamente se había acordado del día de su muerte, era seguro que ella lo despertaría y tomaría la iniciativa aunque sea por unos momentos el día de su boda como estaba programado en el manual. Pero Edwards decidió adelantarse a los acontecimientos y tomar las riendas en el asunto. Asesorado por sus creadores, preparó con minuciosidad un pequeño dispositivo mediante el cual ella podía viajar con él en su auto o navegar por el lago. No existía mejor presente para una mujer que se sentía de alguna forma atrapada entre paredes y espejos circulares. La sorpresa se la daría desde su barco en horas de la mañana, el día del aniversario de su boda. Adelantándose al surgimiento de su voz, la convocó cuando todavía reinaban los resabios de la oscuridad. Hacía algo de frió, el bosque crujía por todos los costados desperezándose; las montañas, majestuosas, capitaneaban el paisaje. Esta vez la pantalla era un minúsculo reloj. Arriba del barco, alzó el brazo y pronunció la contraseña. La imagen diminuta apareció al instante como si hubiese prendido un televisor de pulsera. Edwards acercó su mano para escuchar su voz. Un “feliz aniversario” se emitió desde la muñeca de su mano. -¿Lo recuerdas, estamos en el lago, como aquella vez, que casi te ahogas? - Claro, amor, lo recuerdo como si fuese hoy, aquel día que quisiste matarme… o tú te crees que yo no me di cuenta. Nunca me olvidaré de esa tarde….nunca. -No sé de lo que me estás hablando, tú te tiraste al agua, era verano y habíamos tomado algunos tragos. Creo que estás algo confundida. Además: ¿que interés puedo tener yo en matarte a ti? -Eres tú, como decía la famosa canción española, el que esta confundido, amor mío. -No es éste el momento propicio para iniciar una discusión ¿no lo crees? Es nuestro aniversario de bodas. Disfrutemos del paisaje y del amanecer. ¿Quieres que demos un paseo?, dijo Galan para cambiar la conversación, a lo que ella, respondió alegremente que sí. El lago era pequeño y por cierto no muy hondo; diferentes tipos de algas rivalizaban en una danza perpetua. Dieron varias vueltas en redondo hasta que el sol emergió enredado entre las campiñas. Prefirió no hablarle en ningún momento y disfrutar del paisaje. Nunca creyó que Cinthia fuese tan susceptible y pudiese llega a distorsionar los hechos como lo había hecho esa mañana. Algo estaba cambiando en el cerebro de su mujer. ¿De dónde habría sacado esa absurda idea del intento de asesinato en el lago? Ya era la hora de retornar a casa y tomar su desayuno. Optó por hacerlo en soledad. Dejó su barco en el galpón, vociferó su contraseña con su brazo en alto, dirigido al cenit; el reloj se apagó, pero luego, cuando quiso entrar a su casa se encontró con que estaba cerrada como un bunker de verdad ¡Cinthia!, exclamó, es ¡Cinthia que se ha vuelto loca! Intentó destrabar la puerta del cilindro usando una clave de acceso alternativa. La computadora madre no respondía, Cinthia tenía el control de absolutamente todo. Estaba evolucionando peligrosamente dentro de las pantallas. La llamó desde su reloj, pero fue en vano. Luego recordó una entrada secreta a la que sólo él tenía acceso y de la que ni siquiera su computadora sabía de su existencia. Estaba relativamente cerca, en el la chopera de álamos, a pocos metros de la entrada del tubo; la llave descansaba en el galpón del lago. Bajó en procura de la misma. Ya había amanecido, los diferentes verdes se dejaban lisonjear por la luz con cierta lujuria. La entrada era secreta y era la primera vez que sería usada. Simulando ser un contador de electricidad, y camuflada debajo de un muro, de la entrada surgía un túnel que lo conectaba con su casa. Lo hizo deprisa, el túnel tenia una luz de emergencia que en pocos segundos lo guió hacia su mansión. Se encontró de pronto en la planta baja, en el cilindro de metal; el ascensor no respondía. Quiso entrar a la computadora por la pared del cilindro pero estaba apagada. Subió las escaleras, guiado por las luces de emergencia. En el primer piso asumió, por primera vez, que ya no tenía el control de nada. Cinthia, o lo que fuera que se metió dentro de la casa, estaba haciendo estragos con todas las cosas que habitaban la casa, desde los muebles hasta los artefactos electrónicos. El diseño de la decoración había cambiado sutilmente, las habitaciones tenían distinta forma. Ya no estaba en su casa, se sentía como un intruso. Edwards sabía que eso sólo era posible hacerlo desde el corazón mismo de su computadora madre. Cinthia tenía el poder de cambiar los muebles de lugar y dar las órdenes a las máquinas para que hicieran lo que ella les pida. Ahora Cinthia era la computadora madre y tenía el poder absoluto sobre él. ¿Sus fabricantes le habían tendido una trampa? pero ¿con qué fin? se preguntaba el magnate. Aislado del mundo, su suerte estaba echada a los caprichos de su mujer. Ahora Cinthia lo veía y sabía de su existencia con sólo mover un dedo. Estaba sonriente en todas las pantallas de la casa, callada y esperando a que su esposo de un paso en falso. Parado en el living central, lo mejor, pensó, sería dirigirse a su oficina (desde allí podría evitar la computadora) y tratar de comunicarse hacia el exterior y pedir ayuda; Cinthia sabía esto, había tomado los recaudos pertinentes y había cerrado todas las puertas de acceso a su oficina. Galan estaba preso en su sofisticado living incomunicado con el mundo exterior. 10 Repartía los minutos de una punta a la otra de la habitación como si fueses una fiera enjaulada, tratando de encontrar una salida, evitando las pantallas que ahora sí lo veían desde todos los ángulos. Su mansión estaba preparada para todo, menos para esta locura, pensó. Si ella quisiera podría matarlo en un instante con sólo activar el gas mortal, pero no lo hacía porque su fin parecía ser otro más aterrador aún: ir matándolo de a poco, y torturándolo con sus propios inventos, los que ella en el fondo aborrecía, los que siempre la hacían a un lado. El calamar muere en su propia tinta, decía un antiguo dicho. Comenzó con el primero de todos, con la sed y el hambre. Si no salía en pocas horas de esa habitación las consecuencias se harían sentir en su cuerpo debilitado por su avanzada edad. Por si esto fuese poco, Cinthia tomó el control de sus empresas confundiendo a sus inversores con datos falsos y decisiones erróneas que mostraba en la pantalla para que Galan las viese con sus propios ojos. Luego, intercalaba estas imágenes con música Country que Edwards detestaba y que a ella tanto le agradaba. Las Brujas de Eastwick, su película preferida, se podía apreciar en la sala de cine en tres dimensiones. Macbeth, en la de hologramas. Para rematar, en una pantalla una voz lo invitaba a jugar bridge. Los acontecimientos iban tomando forma de una venganza, aunque todavía no estaban claros los motivos. ¿Estaría pagando Galan por errores cometidos durante su matrimonio? ¿O se trataría de otra cosa? ¿Quién era Cinthia, o mejor dicho, qué era Cinthia? Repasaba uno a uno los días que había pasado junto a su joven esposa tratando de encontrar los motivos que justificasen la conducta de la imagen. No encontró ningún porqué, más allá de lo normal en cualquier conflicto matrimonial. Era un hombre de un alto perfil, su tiempo lo repartía entre su trabajo y vida privada y su único hijo, al que veía de vez en cuando; a veces, Cinthia no estaba programado en su agenda, pero ella asumió siempre que esto sería así y lo había aceptado de antemano. Para compensar sus abandonos, la había colmado de agasajos y regalos que traía de sus viajes y que a ella tanto le agradaban. Su casa, diseñada para ella, era el ejemplo vivo de la devoción de Galan hacia Cintthia. Pero no fue suficiente, ahora venía por más. Buscó un rincón del living para descansar y pensar. Al poco tiempo, la sed fue lo primero que sintió el cuerpo desvencijado del magnate. Cinthia se dio por aludida y solucionó rápidamente el problema. De la pared surgió el vaso de agua salvador. Una incógnita ha sido develada, de sed ya no iba a morir. Casi se duerme cuando al rato y desde la pared surgió la voz de Cinthia. -¿Sabes una cosa querido?- Galan no contestó. -Puse la empresa a mi nombre y ya vendí algunas acciones. Ya tengo mis planes de lo que haré con el dinero. Galan sabía que esto era imposible, nadie podía conocer sus códigos secretos, sus contactos y lo principal, nadie podía falsificar su firma. Continuó con la tesitura de ignorar sus comentarios. Al fin, la idea de una falla humana empezó a rondar por su cabeza. El invento tenía algún misterioso componente que por razones aún desconocidas no estaba funcionando bien. La prueba estaba a la vista, su mujer se había vuelto loca. Debía ensayar alguna coartada sino su vida correría serio peligro. Descansó un rato sobre su sillón. El paisaje se mostraba sombrío, como el futuro que le esperaba. Pero antes que Galan pudiese aventurar alguna solución, su mujer irrumpió nuevamente. -Lo que no pudiste concluir en el lago, lo llevaste a la práctica en la carretera. No puedo menos que felicitare amor. Ahora comprendo porqué no me dejaste viajar en tu Rolls Roys. Todo lo que haces te sale de maravillas, salvo éste… o sea yo…. tu último y más ingenioso invento. El magnate continuó mudo, sorprendido de los alcances del cortocircuito del cerebro de Cinthia. Ella sabía todo lo que acontecía a su alrededor, tenía conciencia de sí misma, el proyecto se le había ido de las manos. Urgía una solución inmediata, un talón de Aquiles por donde penetrar el poder absoluto de la computadora. De pronto escuchó un rumor que venía del piso de abajo. Se acercó a la pared para escucharlo con más nitidez. Venía de la sala de hologramas. Pudo distinguir algunas palabras. Recordó que era Macbeth, de pronto se le aventuró una solución. Si lograba entrar en la sala de hologramas podría escapar por uno de los tubos de rayos catódicos y escapar por el sistema de ventilación sin que Cinthía lo notara a menos que apagase la sala. Pero cómo llegar a la sala de hologramas se preguntaba Edwards. El tiempo pasaba y sus fuerzas empezaban a flaquear. El living estaba entrando en un cono de sombra ya que su mujer había apagado el sistema de luces. Ensayó algunas soluciones en su mente. Si pudiese activar la alarma de incendios, la puerta del living podría abrirse automáticamente y quizás pudiese escapara a la sala de Hologramas. Pero ¿cómo activar la alarma de incendios? Recordó de pronto un incidente ocurrido tiempo atrás, cuando a raíz de la caída de su bandeja de comida caliente, la alarma se activó generando un caos dentro de su computadora. Probaría este camino. Hablaría con ella, trataría de seducirla. -¿Estás ahí, amor? -Siempre estoy aquí, el que no va a estar más aquí eres tu, querido. -Necesito que me perdones, no fue mi intención hacerte daño alguno. Necesito algo de comer tu sabes que a mi edad….. -¿Algo de comer?….. Me das risa amor. -Hazlo por nuestros años felices, te pido piedad, no quiero morir de hambre, ni de sed….al menos dile al cocinero que me de una sopa caliente… hace frío…. tu no has prendido la calefacción. -Una sopa caliente… sólo eso querido. Pero antes firma ese papel que está sobre la mesa de cristal. -¿Que papel? La mujer no respondió, Galan sabía que estaba desvariando el documento no tendría valor alguno. Lo firmó en forma virtual para que Cinthia accediera a la sopa caliente. A los pocos segundos, de la pared surge el plato con la sopa hirviendo. Galan lo toma y lo tira a la pantalla y luego arroja el plato caliente al piso. Como había previsto el magnate, la alarma se encendió y una lluvia fina cae del techo y las puertas del living se abren sorpresivamente; la computadora al menos por unos breves segundos ya no respondía a los caprichos de Cinthia. Aprovechó este momento para escapar hacia la sala de hologramas; la oscuridad era casi total, se guiaba por las luces de neón del piso que se prendieron con la alarma. Cuando llegó a la sala los actores estaban en una escena del segundo acto. Tenía que apurarse, sabia que Cinthia pronto retomaría las riendas de la casa. La mansión estaba regresando a la normalidad; recorrió el escenario entre los rayos catódicos buscando al agujero más grande. El espectro de Banquo resultó ser el más apropiado. Tendría que ser de prisa ya que el calor de los rayos era insoportable. A medida que subía por los rayos que representaban a Banquo, Galan se perdía en la oscuridad. Cuando ya no sintió el calor sobre su cuerpo supo que estaba definitivamente en el entrepiso. Se deslizó suavemente y pensó de repente que flotaba. Creyó que se dirigía hacia su oficina pero ya no estaba tan seguro. Tampoco sabía realmente dónde estaba y cuánto tiempo había pasado. Sintió que se desvanecía por causa del frío y del sueño. Durmió. Un murmullo se coló de pronto por los tubos del entrepiso. Trató de seguirlo con su mente pero fracasó en el intento ya que parecía venir de todos lados al mismo tiempo. Sin encontrarle una explicación, su intuición le decía que debía responder a ese llamado. Reconoció esa voz, debía expresarse de inmediato. -¿Estas ahí amor?, preguntó Alice, su ex mujer sentada cómodamente en el sofá, el que ahora le pertenecía por completo. -Claro amor, aquí estoy como siempre -respondió Galan al unísono desde todas las pantallas de la casa. GABRIEL FALCONI
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raymundo
gabriel falconi
Enrique Gonzlez Matas
Te felicito y te animo a seguir presente en estas páginas.
Un fuerte abrazo.
gabriel falconi
Lucy Reyes
Te felicito y aplaudo tu originalidad.
Cordial saludo.
gabriel falconi
juan carlos reyes cruz
Llama la atención su nota adicional en la que, a modo de introducción, explica la antigüedad de la creación de su inédita novela, contenido que posteriormente lo descubre desarrollado por terceros casi en su total semejanza, lo que, al parecer, lo sorprende y lo desencaja. Respecto de éste aspecto, en lo que a mi me atañe, no descalifica en lo absoluto la mano artística en la creación del trabajo que aquí nos entrega, pues si se tratare de un plagio -- cuestión que no creo --, para llegar a la calidad que antes describí, sería necesario hacer una transcripción total de la obra de aquel otro talentoso que supuestamente la originó.
Por último, como interpreto esta historia como un original de Gabriel Falconi, es una satisfacción poder manifestar que admiro profundamente su fantástica imaginación para llegar a crear un cuento tan novedoso, haciéndole llegar mi más sincera felicitación.
Juan Carlos Reyes Cruz.
gabriel falconi
Te mando un abrazo
Daniel Florentino Lpez
Las posibilidades de esta era tecnológica prácticamente dejan poco margen para fantasías
Pero aún me sorprenden las cosas que un hombre puede hacer con una martillo o una rueda.
Lo mismo supongo ocurrirá con cada nueva tecnología
Y con la interpretación de cada escritor
Entretenido relato con un final sorprendente
Felicitaciones!
Un abrazo
gabriel falconi
gabriel falconi
juan carlos reyes cruz
¡Por favor!