l era un poeta
Publicado en Jul 25, 2018
Estás son de las cosas que no se olvidan, ni, aunque las frías noches de Bogotá traten de congelar los recuerdos. En una ocasión me enamoré perdidamente de un hombre que dedicaba hermosos versos a las mañanas cálidas y a los atardeceres llenos de color. Me enamoré perdidamente de un hombre que veía inspiración en una banca de madera deteriorada.
Si, me enamoré de un poeta, de un poeta enamorado de la vida, me enamoré de un poeta y el me correspondía, para mal o para bien, pero me correspondía. Una noche me declaró su amor con los más dulces versos, con sus ojos oscuros que tiritaban como lo hacen las estrellas jóvenes de las más hermosas constelaciones, con sus cabellos marrones, enredados y sedosos, ¿cómo negarle lo que sentía? ¿cómo no desarmarme y bajar la guardia ante un imponente y a la vez delicado amor? Efectivamente caí en sus brazos esa noche y sin temor a equivocarme, me juré a mi misma que noches como esas eran las que quería tener toda mi vida. Era yo suya tanto como él era mío, mi corazón le pertenecía y aseguraba que el suyo era mío también. Sin embargo, al principio no todo fue tan bueno, su libertad y el arte que fluía por sus venas era fragancia para las más bellas mujeres de la ciudad, las podía tener a todas. En las noches, en las tabernas clásicas, rodeado de mujeres, trago y humo de cigarrillo, obtenía según él, nuevas experiencias para inspirar sus escritos, nunca le importó que me doliera el hecho de que llegase a la madrugada, con hedor a mujer, pecado y trago y siendo sincera, después de que me dedicaba versos increíbles y después de que hacía melodía con mi cuerpo y hacía de nuestra desnudez un poema, me era imposible no perdonarlo. Años después, me acostumbré y lo entendí. La gente notaba que yo era consciente de que el amanecía no con una, sino varias mujeres diferentes mientras yo le esperaba paciente y con el desayuno listo y no lo entendían, no entendían que yo estaba segura de él, que aquellas mujeres podían robar su cuerpo y sus deseos más profundos, pero solo una noche, sin embargo, su corazón era mío en todo momento, nunca declamaba para ellas, sus letras eran solo mías. Él llegaba cada mañana con un olor ajeno, pero llegaba, llegaba a mí, volvía porque en mi hallaba eso que no hallaba en ninguna otra, él hallaba en mí, amor puro y comprensión total. El amor todo lo soporta y sé que muchos no lo entienden, pero su manera de amar era distinta, yo entiendo que nuestro matrimonio no es aquel que toda persona idealiza, pero era un matrimonio lleno de amor y con la llama de la pasión avivada como si fuese la primera vez, cosa que pocas parejas logran. Nunca entregué mi cuerpo a otro hombre, pues él era el único para mí. Una noche, se fue a la taberna de su preferencia y allí encontró a una mujer, una maldita mujer que si lograría alejarlo de mi para siempre. Salió con ella para un hostal de mala muerte, con el único objetivo de consumar su pasión y satisfacer esos deseos más bajos. Estando ellos allá, llegó el esposo de esa mujer y sonaron tres disparos, uno en la cabeza de aquella mujer y los otros dos en el costado derecho y la cien de mi poeta. La mujer murió inmediatamente, pero él alcanzó a ser llevado al centro de salud que quedaba a pocas cuadras del hostal. Una llamada de alerta me sacó corriendo de mi cama y tal como estaba, llegué a preguntar por él, me contaron lo sucedido y me dijeron que no iba a sobrevivir debido a la sangre perdida a menos de que le donaran sangre. Pedí verlo y al estar en el cuarto en el que lo tenían, con lágrimas en sus ojos me dijo que era yo su única mujer, que para él no existían más y que lamentaba el dolor que me causaba, me dijo que aún estando con ellas, solo pensaba en mí. Era un desgraciado cínico y a la vez el amor de mi vida, le dije al médico que no podía donarle sangre puesto que no era compatible con él y al poco tiempo murió. Casi 30 años después, aún escucho su poesía ser declamada en las plazas, entiendo ahora que los poetas son inmortales, que nunca mueren, porque sus escritos se impregnan en el corazón y mientras una persona tenga poesía en su corazón y logre recordar el autor, su memoria quedará para siempre. Hoy con mi bastón, subiendo tan lento el acantilado en el que una noche me declaró su amor, me doy cuenta de que lo amé tanto, él era poeta y entre sus brazos, sus besos y sus sábanas, yo era poesía… estando tan cerca del filo del precipicio noto que nunca me voy a arrepentir de haberle mentido al médico, él no debía vivir más, mi sangre no debía correr por sus venas, era mejor así, llegando a estas conclusiones, quedo en paz, ya puedo acabar con esto, ya puedo saltar.
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juan carlos reyes cruz
Bello relato que nos deja un momento de paz, pues no existen quejas, solo esperanzas.