Rubén Alas Bueno
Publicado en Aug 06, 2018
Rubén Alas Bueno era el hombre más pobre de la ciudad.
No deseaba privilegios ni caprichos banales, aquellos que dan placer y caen en el lejano recuerdo. Era un mortal al que la suerte le había dado una bofetada. Las deudas eran el único testigo de su pasado glorioso y sus penas perseguían cada paso que daba. Su apariencia reflejaba la descomposición que estaba deteriorando la vitalidad del anciano joven. Recorría las estrechas y frías calles de la ciudad sin rumbo. Tenía necesidad de encontrar un consuelo. Un hechizo que pudiera borrarle la memoria para poder empezar de nuevo o una máquina del tiempo. Tenía que renovar, renacer. Se sentía como el peor virus que pudiera existir. El poder le hizo perder la cabeza. Nuestro pobre tenía bajo su mano todo lo que se pudiera imaginar. Vivía en una amplia casa en el centro, el barrio con más prestigio. No le faltaban ni coches ni prosperidad en la empresa familiar. Vestía con bonitas chaquetas y zapatos de piel. Aunque se propusiera repetir algún complemento durante la semana, le era imposible. Tenía más relojes que horas el día y más camisas que perchas en el armario. Sin embargo, su pobreza no radicaba en lo material. Su miseria tenía las raíces en la sequía sentimental. Sus pupilas no sentían como antes, estaban apagadas y sombrías, incluso en el mejor día del año. Los latidos de su corazón paseaban entristecidos por su esbelto cuerpo. Se sentía como un náufrago en un mar infinito, una llama apagada por un suspiro. Anteriormente, todo había ido como en un sueño, hasta que este se convirtió en pesadilla. Rubén había sido un hombre bueno y preocupado por su familia. Había gozado de felicidad casi plena. Sin embargo, esta se había visto reducida por su frustración laboral. En esa época anterior trabajaba como becario en una pequeña empresa. Estaba disconforme. No podía ver el tiempo que deseaba a sus hijos. Para curar sus remordimientos, cada noche, cuando llegaba, les narraba preciosas historias a sus hijos. Sus sonrisas quemaban todos sus males interiores. Virginia, su mujer, entendía a su marido. El pobre se estaba sacrificando por la estabilidad familiar. Mientras Rubén trabajaba por las tardes, ella tenía el privilegio de tener su trabajo por las mañanas. Así podía ver crecer a sus preciosos hijos. Eran una familia feliz. Sin embargo, llegó el día del cambio. Rubén tuvo la oportunidad de emprender un nuevo vuelo. Desde siempre había soñado con ser dueño de su propia empresa y, gracias a una generosa beca, pudo conseguirlo. A partir de ese momento, podría realizarse como persona. Los días fueron consumiéndose con lentitud y, con ellos, la “cordura” del soñador. Rubén se encerraba en su oficina manejando las diversas posibilidades de proyectos. Reuniones con otros empresarios, conferencias para ampliar conocimientos, cursos intensivos… La obsesión nunca había encontrado un referente tan claro hasta ese momento. El prometedor empresario se había aficionado a vivir solo. Su vida giraba en torno a su trabajo. Nada más. El éxito le dio la mano un día de verano. Las lágrimas derramadas los meses anteriores se habían transformado en las alas que le permitirían volar al cielo. Le llegó el ofrecimiento de fusionarse con otra empresa de gran prestigio. Rubén no podía creérselo… La incredulidad se paseaba por casa vestida de luto. Virginia y sus hijos no podían entender la obsesión de Rubén. El frío invernal resultaba ser mera brisa en comparación con su vida. Ya no había besos de buenas noches ni relatos fantásticos antes de dormir; ya no había sonrisas cómplices en la cama ni abrazos sinceros. Ya no había nada. La llama familiar se apagaba a pasos de gigante. Rubén, cegado por el trabajo, dejó de lado la parte más importante de su vida. Ante la falta de reacción, Virginia decidió tomar una solución radical: abandonar el lecho conyugal para “nacer” de nuevo. Tras haber tenido un día exitoso, el empresario llegó muy animado a casa. Era tarde, como de costumbre, pero quería celebrar su alegría contemplando el dulce sueño de sus hijos y mujer. No había pisado la casa en tres días. Solo con ver el rostro durmiente de sus seres queridos le bastaba. Abrió la puerta con lentitud. Avanzó por el pasillo sigilosamente hasta llegar a su habitación. Ahí estaría Virginia, su dulce esposa. Sin embargo, la cama estaba impoluta; sin nadie. Su primera reacción fue visitar a sus hijos para asegurarse que todo iba bien. Tampoco estaban. Angustia. Miedo. Silencio. Temeroso, cogió una carta que había sobre la cama de su hija mayor: Rubén, cariño: Sé que estas palabras no forman parte de tus proyectos. Son el más profundo lamento de una mujer que ve a sus hijos llorar porque no ven a su mayor ídolo, su padre. Estoy hecha pedazos y no pienso consentir más dolor. Nosotros éramos uno, ahora parecemos desconocidos. Empezaste muy ilusionado con tu trabajo, pero éste nos ha quitado la ilusión. Te quiero, no lo dudes. Por esto hago este sacrificio. Los pequeños y yo nos vamos. Ellos no se merecen esta vida. Quiero que crezcan con buenos recuerdos y felices. Escribo con lágrimas esta carta. No sé si habré hecho algo mal. No me vale el dinero, no me vale el éxito, no me vale el vacío decorado que me provocas con tu ausencia. Quiero tus besos al amanecer, tu comprensión y apoyo en los peores momentos. Nunca imaginé que tú nos podrías abandonar. Estaba equivocada… Espero que pienses cuáles son tus preferencias. Si eliges seguir siendo el empresario más exitoso de Europa, olvídanos. Si quieres ser un buen padre, llámame. Esto no significa un adiós. Tampoco una mera llamada de atención. Rubén no pudo reprimir su rabia. Empezó a gritar y a romper todos los objetos que había en la habitación. ¿Por qué su mujer no le apoyaba en sus proyectos? Por sus venas no fluía sangre, circulaba una mezcla de cólera y frustración. El mes siguiente fue difícil. Iba a las conferencias y a las reuniones con otro ánimo. No tenía ilusión. Por su mente, como un oasis, se aparecía la imagen de una familia feliz. Una familia ya no existente. Por mucho dinero que tuviera, era el hombre más pobre de la ciudad. Las alas que el trabajo le había otorgado habían sido de papel. Una mera quimera frágil y engatusadora. No quería seguir cultivando un huerto de desolación. Tenían que llegar el tiempo de siembra. Rubén abandonó todos sus sueños para poner los pies en la tierra. Renunció a la empresa. Empezó a vivir una vida real. Sus días se hicieron inmortales. Ya no tenía ocupación laboral ni tenía cerca el calor de su familia. Sin embargo, todavía no se sentía preparado para reencontrarse con su mujer e hijos. Para mantener su mente ocupada intentaba hacer todo tipo de planes, aunque no resultaban efectivos. No sabía cómo renacer de sus cenizas. Una tarde de otoño, paseando por la Travesía de los Afligidos, vio algo que le llamó la atención. En una de las farolas había un bonito cartel que ponía: “Llega Tu salvación, la nueva novela de Alejandro López. No te pierdas la presentación en la biblioteca local”. A Rubén se le iluminaron los ojos. Parecía un mensaje del cielo. Asistía a la presentación del libro, sentía esa necesidad. Ese día fue especial, de nuevo sentía esa chispa que se había apagado por su egoísmo. Llegó el momento. Se había puesto su camisa preferida, reservada para las ocasiones especiales. Salió a la calle. Sintió que el Sol le daba un afectuoso abrazo. De camino a la biblioteca no podía parar de imaginar cuál sería el tema del libro. ¿Su corazón le habría engañado o le habría conducido a su verdadera salvación? Estando en la biblioteca, fue al salón de actos y se sentó en la primera fila. Estaba impaciente, nervioso, ilusionado. Tras unos minutos que le resultaron eternos empezó la presentación. Ciertamente su corazón no le había traicionado. El libro parecía ser el vivo reflejo de la superación. Sentía correr la vida por su sangre. Después de salir del acto, un hombre apuesto se le acercó: – Hola, soy José. ¿Cómo te llamas? – Buenas, yo soy Rubén. Encantado. – Como te he visto en la presentación, te quería hacer una propuesta. – Dime, ¿sobre qué trata? – ¿Te quieres unir al club de lectura? Te he visto interesado en la nueva novela y como vamos a iniciar su lectura conjunta… En ese momento Rubén no sabía qué hacer. Hacía mucho tiempo que no trataba con desconocidos. El miedo le invadía. No quería causar mala impresión. Sin embargo, una corazonada le llevó a aceptar la propuesta. Acababa de comenzar un nuevo reto, una nueva meta. Cada día iba ilusionado a la biblioteca. Sentía sed de lectura y de compartir sus pensamientos con los integrantes del club. Todos eran encantadores, en especial José. Siempre se interesaba por él, era un hombre bueno. Con cada capítulo que leía lograba iluminar una parte de la celda en donde estaba su corazón encerrado. Después de acabar la lectura, la confianza con José iba en aumento. Le había quitado la venda que le nublaba la visión. Además, ambos se confesaron sus mayores temores y secretos. Habían pasado de ser conocidos a mejores amigos. La vida de José no había sido fácil. Era un hombre luchador que había logrado resurgir de sus fracasos. Se había convertido en un referente. Una tarde, en casa de José, Rubén se derrumbó al recordar a su familia. Este se había convertido en un tema tabú. Sin embargo, con tal de desahogarse, confesó todos sus errores a su amigo. – Te has equivocado, Rubén. Mucho. Lo principal en esta vida es la familia. Sin ellos no podrás encontrarte a ti mismo. ¿No te das cuenta? – No sé cómo recuperarlos. Fui un estúpido. Ahora estoy solo, sin nadie. – Aunque te conozco desde hace poco, sé que eres bueno. Rubén, te garantizo que siempre estaré contigo. Pero júrame que llamarás a tu mujer. ¿Me lo prometes? – Te lo prometo. No había pasado ni diez meses desde que su vida se había ocultado tras las tinieblas. Sin embargo, un miedo voraz había poseído el alma de Rubén. Se sentía desolado sin sus hijos. Virginia era el motor de su vida. No podía vivir sin ellos. Necesitaba de nuevo tenerlos a su lado. Después de cavilar sus palabras durante un buen rato, decidió llamar. Su hija cogió el teléfono. Los ojos de Rubén se humedecieron al llenarse de lágrimas. Su querida hija le había dicho cuánto le echaba de menos, cuánto le quería. No se había olvidado de su amor. Virginia rompió a llorar cuando supo de Rubén. Llevaba esperando ese momento desde que se fue de casa. Su marido se había equivocado, pero le tenía un amor tan puro que logró perdonarlo. La noche insistirá en su misión aterrorizadora, pero el astro real imperará con su omnipotente luz. Ese fue mi antiguo “yo”. Un hombre engañado por el poder. Un hombre que cayó en la telaraña delicadamente confeccionada por la oscuridad. Sí, me equivoqué. No me siento nada orgullosos de haber defraudado a mi familia. Sin embargo, los inocentes libros me ayudaron a vivir. Gracias a ella, pude encontrar a José, mi mejor amigo. La biblioteca se convirtió en mi hogar, allí encontré el cariño que no encontraba. Fue mi templo, mi Olimpo, mi única salvación. Estaba ciego. La lectura, con sus suaves manos, logró quitarme la cinta que me ocultaba el horizonte. El viento vuelve a acariciar mis mejillas y a susurrarme al oído. Mi alma respira la felicidad de mis hijos. Escribo con tinta del corazón estas sinceras palabras. Soy un espíritu nuevo.
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juan carlos reyes cruz
Don José Olmo López, es mi deber entregarle mi humilde reconocimiento.
Espero en el futuro haya más.
JCRC.
Jos Olmo Lpez
Espero que mis futuras obras sean asimismo de su agrado. Mi más sinceros agradecimientos.
juan carlos reyes cruz
Saludos.
Águeda Gema Espina Zambrano
Jos Olmo Lpez