Una ninfa sexualmente aventurera.
Publicado en Aug 20, 2018
. Una ninfa sexualmente aventurera.
. ( cuento ) Mi nombre es Alicia y mi apellido Galaz. Alicia Galaz… Soy titulada en periodismo y he ejercido como tal solo en breves períodos. Me gustaría definirme como una mujer común que le ha conquistado a la vida algunos espacios de privilegio y en los cuales he podido situar la mayoría de mis agrados. Estoy tan solo a tres años de completar mis cuatro décadas de edad y cuelgo orgullosamente en mis espaldas luchados sacrificios con los que me gané un oficio rentable y una apreciable cuenta en el banco. Amén. El tema se debe a que seis años atrás con mi buen Daniel, un antiguo compañero de la universidad, realizamos una sociedad para formar una productora fílmica que se dedicaría a reportear lugares interesantes, culturas ancestrales, raciales, históricas, etcétera, viajando por el mundo y registrando imágenes en videos, recogiendo entrevistas, relatos, descripciones… En fin. Cosas entretenidas que a un auditorio les pudiere entretener. Mi socio Daniel, es quién lleva la cámara, maneja el sonido, los drones y toda la parte técnica, mientras yo, las oficio de presentadora, periodista y rostro de la muestra. Según la opinión de muchos, en la escena no me veo mal y, además, el resultado final del producto se vende bien, puesto que la televisora que hasta aquí me ha contratado, me mantiene en programa y me ayuda en buscar auspiciadores que pagan bien. Este asunto me ha reportado una tremenda experiencia y me ha ubicado dentro de un mundo social muy nutrido. He aprendido varios idiomas, he conocido una cantidad inmensa de gente, he estado en sitios increíbles; y debido a todo lo recorrido me he podido construir un singular perfil que en el último tiempo me ha dotado de una actitud no tan común, pero que en lo particular para mí, ha sido ampliamente satisfactorio. En la pantalla me he ganado el agrado del público anónimo, resultándole a él ser yo una honesta y digna dama que recorre el mundo en pos de hermosas ideas y bellos paisajes; pero los más cercanos de mi ambiente y que cuentan con la exactitud de conocerme bien, tienen el verdadero concepto y definen que soy una ninfa aventurera que clava sus garras en cuanta bonanza se le cruza por el camino. Lo que pasa es que a mi paso se abren puertas que me ofrendan como si fuere una diosa y yo, que no soy capaz de cerrar ninguna, termino tentada con muchas oportunidades; y todas me gustan; sin embargo, la que sin titubeos más elijo y la disfruto como si fuera chocolate, es la del sexo, que entre tanta gente involucrada, surge siempre como un ingrediente infaltable, permanente y evidentemente irresistible. Lo cierto es que yo tengo antecedentes de adolecer de una pequeña adicción sexual, que es anterior a las posibilidades que ahora me ofrece la situación actual. Para explicarlo, debo comenzar contando que a mis precoces doce años perdí mi virginidad con el amoroso vecino que vivía al lado de mi casa, que tenía tan solo un par de años más que yo y que desde aquel momento en adelante no detuve mis andanzas sexuales con amigos, conocidos, los del barrio, en la escuela y más tarde en la universidad. Pero allí, cursando el tercer año de estudio, fue cuando conocí a Daniel, y me acerqué a él para construir una relación estable, tentada por su atractiva personalidad, por la fortaleza de sus conceptos, por cómo me miraba y por la seducción de su verbo. Pero la magia solo duró unos pocos meses y le fui infiel. Pudo más la libido que hervía intensamente en mí. Por fortuna Daniel mostró ser un hombre sabio que siempre estuvo consciente que la vida está compuesta de muchas otras cosas aparte de la fidelidad y que transitan por sendas separadas a los sentimientos; que existen otros afectos que merecen metas más ideales y distan bastante de la inmediatez que surge torpe e inevitablemente en nuestras venas. Fue así que terminamos nuestro compromiso, pero seguimos siendo amigos y más cercanos que antes, sin olvidarnos que más adelante nos hicimos socios en un férreo proyecto muy importante para ambos. Desde entonces no he registrado más formalidades con nadie y todos mis encuentros sensuales y sexuales han sido realmente ocasionales. Este aspecto contiene un espectro amplísimo de matices que bien pueden constituir un libro abierto: He experimentado buenos y malos momentos, situaciones ingratas, algunas de riesgos, como una vez, cuando fui agredida por un estúpido que no le agradó la manifestación de mi gozo – según su queja— expresado con exagerados y desagradables gemidos lo que intentó controlar dándome un par de violentos golpes en el rostro y que me marcaron una morada huella. No le fue muy bien con su infame cometido porque debió pagar ante la ley luego que yo, obviamente, le denunciara. Sin embargo, en la generalidad de las otras oportunidades de mis experiencias tuve mejores resultados. Claramente hubo veces que no me llenaron completamente el jarro y me quedé mirando defraudada el tramo vacío, pero también debo ser honesta y aceptar que la mayoría de las veces me beneficié de plenas satisfacciones. Ya que estamos en medio de la sinceridad me voy a atrever a especificar ciertas anécdotas que en mis prácticas me ha tocado vivir. Por ejemplo, estando en el áfrica, reporteando una tribu de aborígenes, me encontré con un muchacho de color, bellamente estructurado, en extremo entusiasmado, atrevido y muy dispuesto. Me abordó directamente y me coqueteó (hablaba medianamente el inglés) diciéndome de modo jocoso que él tenía un pene que jamás nadie lo superaría y que estaba dispuesto a ponerlo con agrado entre medio de mis piernas de blanca piel. Fue muy literal y sonó romántico; y yo, lujuriosa, lúdica y curiosa, no lo pensé más de una vez y me escabullí con él en el interior de una de las construcciones de barro y paja que utilizaban para sus refugios y vivienda, y allí dentro me mostró con todo desparpajo su enorme miembro que, por supuesto, debido a las expectativas que se estaban generando, comenzó a erguirse y aumentar aún más su volumen. Confieso que quedé atónita con el tamaño de su falo y que se me produjeron un par de sensaciones encontradas; unas de temor y otras de excitación. Habían allí aproximadamente unos treinta centímetros de carne humana endurecida que prometían goces, pero, seguramente, también dolor, ya que, a pesar de ser yo una practicante constante, temí ante la clara certeza de que mi medida no era la adecuada para esa porción. No obstante, cerré los ojos y me entregué valiente y vehemente a la aventura. Y en definitiva la lógica se hizo cargo de la evidencia y logramos que el clímax se alcanzara de cualquier manera, pero sin penetración; y una vez logrado el efecto salí rápidamente de aquella folclórica habitación en una franca huída. Antes de traspasar la puerta sentí la carcajada del muchacho. Yo también me reí, pero en silencio. No todas mis historias son tan grotescas como las que ya he relatado; ha habido muchísimas que conservo en el alma porque he tenido la suerte de escoger acompañantes que supieron sudar junto conmigo en la composición de la sinfonía sexual, coincidiendo ritmos, respetando pausas, levantando prisas y orgasmos al unísono. ¿A quién no le gusta así? Compartí una noche con uno de aquellos fantásticos amantes una vez que junto a Daniel, festejamos en un pub la terminación de las tareas de trabajo que nos habíamos propuesto. El lugar, aparte de música tenía baile y a él concurrían bastantes entusiastas parroquianos y se bebía alcohol con profusión. A mí la jarana de ese tipo me encanta y me entrego a ella con facilidad, porque me gusta divertirme y exponer mi dicha. Fue la causa por la que uno de los presentes se prendó conmigo rápidamente y se acercó para cortejarme. Por supuesto que no me negué y bailamos, bebimos y luego nos fuimos al cuarto del hotel. Él era un lindo sajón esbelto de ojos azules, de dicción arrulladora y suaves manos exploradoras. Hizo de la noche un evento de fuegos pirotécnicos y un intenso festín de concupiscencia sin freno hasta cansarnos y dormirnos uno en los brazos del otro. Avanzada la mañana nos levantamos y junto a unas claras sonrisas nos despedimos. Pero antes de separarnos, me dice él con el ceño fruncido: “¿Será posible saber tu nombre?” Me quedé mirándole mientras digería la guasa, manteniendo la sonrisa de antes y tras una pausa le respondí: “Claro que sí. Mi nombre es Alicia. ¿Y el tuyo..? El cuadro estadístico de mis acciones amorosas dice que el ochenta por ciento de mis encuentros sexuales han sido de carácter heterosexual y el resto lo reparto entre algunas vivencias lésbicas, unos pocos tríos, dos que fueron cuartetos y una sola vez en un curioso grupo de siete que a pesar de ser impar, todos tocamos una parte. Esa vez hasta Daniel fue uno de los activos participantes. Y ya que me acordé de él, tengo que confesar que han existido algunas ocasiones en las que con mi buen amigo las circunstancias nos han llevado a tener sexo. Razones no han faltado; el trabajo muchas veces nos obliga a ahorrar, principalmente en el alojamiento y en algunos sitios hemos optando por tomar un solo cuarto, supuestamente con una sola cama. Confiando en nuestra amistad en tales ocasiones hemos decidido compartir el lecho, pero como naturalmente se puede comprender, la carne es débil, sobre todo la mía que está siempre en estado febril… Para que lo sepan, como dato de la causa, me he hallado en situaciones para mí extremas en las que me he llegado a masturbar. No obstante mi desvergonzada o atrevida vida que les he testimoniado, creo que es justo reconocer también mis lineamientos correctos, porque al fin de cuentas y luego de tantas cuitas, de todos modos me considero una mujer decente; también porque según mi juicio existen aspectos positivos que bien pueden venir en mi auxilio; por ejemplo, no me agradan las drogas y si en alguna oportunidad las probé, nada más ello quedó allí, en la prueba. Otro detalle que me salva de condenas es que siempre he actuado en consciencia y jamás pruebo frutos prohibidos… La oferta en el mundo es demasiado amplia para cometer la canallada de invadir territorios ajenos. Honestidad y respeto es mi lema. Pero he de hacer punto aparte para referirme a la mejor razón que pueda yo tener para que Dios me perdone todos mis deslices cometidos… Llevo desde siempre colgada en mi cuello una cadena y cruz de oro en la que deposito mi fe. No me injerto en religión ninguna, pero mi símbolo me conecta con el Dios Único, y busco en Él sus caminos y constantemente le pregunto y le ruego que me señale cuál será definitivamente mi destino. Porque en el fondo de mi espíritu existe ese sueño inmaterial que anhela dejar una huella humana, la que constituye vida, la que puebla al mundo con seres creativos, inteligentes, amantes y alegres. Sin dejar de tomar en cuenta la mejor de las herramientas que la vida me proporcionó, que soy mujer y poseo una matriz intacta para entregar al mundo más vida. Sin embargo, estoy consciente que de acuerdo a cómo perfilo mi existencia, naturalmente para mí no es adecuado levantar una familia, porque para ello es preciso unir sentimientos y yo, de esos, no los tengo. Pero he oído que se puede buscar un atajo y lograr un remedo… Tener un hijo siendo soltera… Claro está que para un hijo nunca debe ser cabal tener solo la madre; justo es pensar que su derecho es conocer y contar con un padre y considerando que esto para mi es una premisa, conseguir mi sueño se torna complejo y después de todo tengo que admitir que tengo una pena. Pero quizás tenga una salida. En estos últimos días al tema le he dado bastantes vueltas y se me ha despejado una idea con mucha insistencia, llegando a estar bien cerca del convencimiento. He pensado mucho en Daniel. Nota del autor: Esta historia es solo ficción, pero sus detalles son datos que se han obtenido de diversos casos reales. JCRC.
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Elvia Gonzalez
Raquel