Amor mío, amor de mi alma:
Dos nombres condensados en cinco letras.
Me resultan extraños tus adioses
ya que un amor eterno me juraste.
Eres ángel bellamente acicalado
que jamás aprendiste a jugar ping-pong.
Creciste en la austeridad concreta
ajustada a un innoble presupuesto.
De niños recibimos acicates y oprobios
y la pobreza y los tímidos afectos.
Es cierto que te has simplificado
y tienes el volúmen de la más bella camelia.
Más en alguna parte tu corazón se achicó
y te hizo anexarte a enojos errados.
Quizá la vida cambió tus decisiones
y te curtiste de mareas y dolor.
Hoy luchas en la pobreza del mundo
con tus uñas rotas y remendadas.
Jamás te he pedido que me des otra cosa
que no fueran tus besos amorosos.
Por ti trabajaría hasta partir mi lomo
y me trasnocharía hasta desfibrarme.
Te recuerdo a los veinte años
cuando eras febríl e indulgente.
Trababas amistades con la luna
y te espantaban sus calamidades.
Eras entonces muchacha esclarecida.
Columna de bellas y etéreas gravedades.
Boca perlada de la que sólo obtuve negativas.
Traviesa bajo el sol mayoritario
eras entonces formal y sin norma.
Y reías sin sentirte aún herida.
Más ahora te has complicado
y bajo tu pelo que se te hace prioridad.
Explotas en vez de apaciguarte
y te mojas la frente con enojos.
Necesitas paz como yo la necesito
y amas al mar que te entrega su ardor.
Eres muñeca indefiniblemente bella
que arde en ceguera interminable.
Sabes que también soy hijo de la cólera
y te pedí que interpretaras mis besos.
Trata ya de sosegarte y calmarte
y de calmar tus sustanciosas asperezas.
Renace como yo cada mañana
y olvida los relúmbres del otoño.
Sé que amas vivir el presente
pues al fin sabes que pretendes y eres.
Si alguna vez vuelves de esta ruptura
búscame entre los textos y las ramas.
Pues tengo para ti ávidas corolas
y una amistad infinita y sincera.