El frío invierno ruso
Publicado en Sep 01, 2018
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Mi abuelo siempre fue un tipo con suerte pero ese día, pareció acabarse, la esperanza de una vida se le escurrió entre los dedos, fue dejado, ahí, en el frío. Él no murió por mala suerte, el murió por su determinación, por su valentía y su heroísmo. Un 12 de Agosto, un grupo de alemanes asaltó el “nido” en donde él como francotirador y su pareja estaban, los acribillaron y creyéndolos muertos, los alemanes siguieron. Mi abuelo, herido gravemente, ahogándose en muerte, con la única dosis de penicilina que quedaba, se percató de que el con sus heridas no sobreviviría, se la aplicó a su compañero, quien tenía heridas más leves y le rogó entregarle a mi abuela, aun embarazada de mi padre, lo que había escrito en ese tiempo. Luego de estar juntando polvo por varios años, encontré esta carta en el apartamento de mi padre en Moscú, hundida en lo profundo de un baúl lleno de ovillos de lana, en donde, al hacérseme difícil encontrar el color verde, me corté un dedo con el filo de algo, al revisar, en el borde de una carta de papel corría una gota de mi sangre, así como en algún tiempo corrió sangre de mi abuelo, saqué el papel, y ademas de notas de Mijaíl, su compañero, el cual explicaba cómo había llegado esta carta a sus manos, estaba esta, la carta de mi abuelo:
 
El crudo invierno nunca había sido problema para mí, extrañamente mi anatomía venía acostumbrada, de mis años en los Urales, pero este invierno era diferente. El invierno se volvía aún más crudo al mezclarse con la misma crueldad del hombre que caracterizaba la guerra, el caos, la sangre, la muerte y los horrores parecían hacer el invierno aún más frío; fui desplegado en el campo de guerra.
 
23 de Mayo.
Al llegar a la ciudad, ya devastada, pocos edificios permanecían aún de pie. Uno de estos, la fábrica de metal en donde hicimos nuestro campamento. Las demás edificaciones no eran más que ruinas humeantes, gigantes de concreto que esperaban en cualquier momento desplomarse.
 
Por lo que nos habían dicho, los alemanes estaban ahí, un par de kilómetros delante, solo que nos superaban en número y en armamento, por lo que avanzar era algo que no nos podíamos permitir.
 
1 de Junio.
Los días se hacían cada vez más largos, la fábrica cada vez más oscura, dormíamos en el suelo, todos juntos para reunir calor corporal, pero aun así, la noche llegaba y las pesadillas, cada vez más recurrentes, me quitaban el placer del sueño.
 
14 de Junio.
Dos semanas más tarde, al llegar las tropas de infantería, decidimos avanzar. Ellos iban delante, y nosotros, desde atrás, los cubríamos a larga distancia.
 
15 de Junio.
El mismo infierno parecía haber pasado por ese lugar, la mórbida combinación de los cadáveres y el silencio me producía una sensación extraña en el estómago; ahí entre toda esa magia del invierno, una gélida brisa me acariciaba la nuca. Al mirar al cielo veía el gris y podía sentir tranquilidad, pero esta paz se volvía menos pacífica al contrastar con lo que había abajo, donde estábamos nosotros, el caos, la desesperación, el horror, la muerte; él ser humano y el ser humano era de las peores combinaciones que el destino podría hilar. En ese momento, dos soldados de infantería, de dudosa moral, revisaban las pertenencias de los muertos: billeteras, relojes, fotos y cigarrillos eran los “tesoros” que estos hallaban.
En ese momento, entre todo el silencio, se escuchó a uno, llamado Serguey, quien comenzó a gritar. Había encontrado lo que parecía ser una esmeralda. Se acercó a nosotros, y en el momento en el que nos mostraba su afortunado hallazgo, un silbido pasó y sin requerir nada más que un instante, algo impactó en su cuello. Me lancé al barro y, cubriéndome, lo tomé de la mano, trayéndolo hacia mí. Intentaba decirme algo, pero su voz, ahogada, no se lo permitía; lo miré por unos segundos a los ojos y, antes de siquiera darme cuenta de qué color eran, él se había ido.
La discordia de la guerra nos había alcanzado, los disparos y explosiones tocaban una caótica sinfonía, pero lejos del deleite, provocaban una tortura, a la cual uno se acostumbraba, ya no quedaba nada. no había amor, no había luz, no había paz, y lo único que nos quedaba en el campo de batalla era la esperanza, puesto que la vida, en la guerra, muere cada vez más. Nuestra esperanza, estaba en la esmeralda, las fotos familiares, alguna carta, y en mi caso, mi futuro.
 
Se hacía de noche, el combate no cesaba, pero el enemigo parecía replegarse. El cielo de ébano se iluminaba ocasionalmente con los refusilos que la guerra nos regalaba en las nubes. Era una tormenta que nunca paraba, una pesadilla que nunca terminaba y de la cual no se podía despertar. Se volvía cada vez más profunda, abismal y oscura. Finalmente, el enemigo retrocedió, y la oscuridad también, avanzábamos y ya amanecía.
 
Luego de deliberar por unos pocos minutos, los sobrevivientes, decidimos, acampar.
A diario, salíamos en parejas a patrullar, tanto el tirador como el observador. Tratábamos de encontrar puntos estratégicos desde donde disparar a los alemanes.
 
1 de Julio.
En la novena semana, me encontraba con mi compañero en un antiguo campanario. Él había salido, yo tomé sus prismáticos y vigilé el horizonte. Ahí fue cuando vi a un grupo de 3 soldados, dos cabos y un oficial que lustraba sus botas. Aguardé hasta que terminara, al mismo tiempo que intentaba encontrar la forma de acabar con la mayor cantidad de soldados posibles. Pero en ese mismo instante, los bombardeos parecían acercarse, podía sentir el estruendo en mi torso sincronizándose con mis latidos, y el sonido, repentino, como un trueno, parecía desaparecer gradualmente, mezclándose con la ventisca que soplaba de una forma violenta e incesante. Ahí fue cuando resolví el dilema de la siguiente manera: dispararía mi rifle a la par de la caída de las bombas, así mis disparos pasarían desapercibidos fundiéndose con el estruendo y, para cuando los soldados se dieran cuenta, sería muy tarde.
En el primer y segundo estallido me deshice de los soldados de menor rango. Dejé pasar la tercera explosión, el viento soplaba y el polvo resucitaba de los escombros, pero, eso no me distrajo demasiado, enfocado en mi objetivo, lo único que pudo distraerme fue un cuarto bombazo que cayó muy cerca.
 
Ensordecido, acomodé mi rifle y le apunté a aquel diminuto punto un poco por encima del horizonte. Antes de disparar contuve la respiración. El fuego, cubriendo los escombros, danzaba a la par del tiempo que parecía detenerse, el olor a pólvora mezclado con sangre se percibía en el ambiente, puedo recordar el instante previo al disparo como si aún estuviera allí, atrapado, en ese momento que me hace rememorar esa instancia previa, al acabar con una vida humana. Disparé. Al impactar la bala en el casco alemán, se produjo un destello que se volvió el trasfondo de la sangre escarlata, pulverizada, que contrastaba con aquel gris del cielo de Stalingrado.
 
El silbido que produjo el roce del proyectil de 7,62mm con el aire cesó antes de que el cuerpo siquiera tocara el suelo y el oficial nazi exhalase su último aliento en forma de vapor blanco, en el frío invierno ruso.
La nieve caía, y se deshacía sobre el cañón humeante de mi rifle.
 
Cuando me di cuenta, el tiempo volvió a correr, tomé mi Mosin-Nagant, mi mochila, y procedí a buscar a mi compañero para reubicarnos.
Caminamos, hasta que llegamos a una especie de plaza. Esta, cubierta de un blanco inmaculado, brillaba a la par del sol que derretía la nieve de la estatua de una niña. La nieve ya no era nieve, eran miles de gotas que fueron recorriendo la frente del sonriente infante a cincel, y cuando llegaron a su mejilla, ya la niña no sonreía, y ya no eran gotas, aquellas gotas, eran lágrimas, un sollozo ahogado por el frío, las cuales cayeron y, cuando tocaron el suelo, pude sentir esa misma tristeza, esa angustia que lo sumergía todo, en lo profundo de un abismo.
Esa agridulce ambivalencia se dio cuando toda esta tristeza que me inspiró la estatua y la guerra contrastó con lo que me había producido el sentir, una felicidad inimaginable, reivindiqué mi ser, pues recordé que había esperanza, que había vida, la estatua hizo percibir a mi alma sensitiva que aún era alma, hizo percibir a mi mente que aún pensaba y a mí, que aún vivía.
 
Continuamos caminando.
 
 4 de Julio. 
Sin noticia alguna de fuerzas germánicas, decidimos explorar la ciudad, llegamos a un edificio, un hotel, con su interior casi intacto, detalles de oro resaltaban con el rojo bordado de los tapizados, inmaculado en su extensión, estar ahí parecía haber viajado en el tiempo antes de que la guerra envenenara a la civilización y destruyera todo, continuamos subiendo, calentamos agua y la vertimos en una tina, me di un baño, disfrute de un lujo que en tiempos de guerra parecían dignos de un zar. Bajamos y en la recepción, armamos un “nido” el cual nos daba un amplio ángulo de visión para poder cubrir la calle.
 
Aguardábamos.
 
16 de Julio.
Los días pasaban y con ellos se iba nuestra energía, cada atardecer, una porción de nuestra vitalidad se desvanecía con el sol, pero ahí seguimos, perseverantes.
 
29 de Julio.
Mi cumpleaños, ya cumplía 26, y pensaba en lo mucho que había vivido en tan poco tiempo, las cosas que había hecho, que había visto, mis viajes, pensaba en mi hijo, y peleando contra los trucos de mi mente, luchaba para recordar la cara de mi esposa, extrañamente, si recordaba su voz, fue un día tranquilo, fue un día feliz que culminé brindando con una botella de vodka de centeno que habíamos encontrado en una estantería del hotel, mi turno de guardia acabó, y me fui a dormir.
 
4 de Agosto.
Ese día, nos encontrábamos desayunando, es impresionante el vínculo que se puede llegar a generar con algunas personas al vivir cosas, termine mi taza de café y ni bien la dejé en la blanca y lujosa mesa de mármol, una sombra entró volando a la habitación y se dió contra un espejo, me acerqué y rodeado de pedazos de vidrio, había un pájaro negro, muriendo. Este suceso me produjo inquietud, puesto a que en mi pueblo, según antiguas creencias, en los pájaros viven almas de los difuntos, y cuando uno entra volando a la casa significa que alguien va a morir, para evitar el presagio, lo que se debe hacer es sacar al pájaro lo más rápido posible y no pasar la noche siguiente en esa casa, pero este pájaro había muerto dentro, yo nunca fui muy supersticioso, pero en verdad me produjo cierta inquietud.
 
12 de Agosto.
Me despertó mi compañero, había soldados alemanes por todas partes, el miedo se empezó a apoderar de mi, mi corazón se acelera, una tropa parece querer entrar, no se que va a pasar.
 
 
 
Según Mijaíl, su compañero, mi abuelo murió probablemente la noche del 12 de agosto, y entre estos escritos, en una hoja arrugada, manchada, vieja y polvorienta, se encontraba esto, su reflexión más importante, mi abuelo, entre tanto horror, tanto caos, y tanta muerte, especialmente entre tanta muerte, pudo encontrar el sentido de la vida, esto dice en el papel:
 
Sin muerte no hay vida.
Que seríamos sin la muerte, cómo viviríamos sin saber que en algún momento todo se termina, que morimos, envejecemos, que se desvanecen sueños, amores, y más que nada, vidas. Como sabríamos vivir, si no esperásemos morir. Como habría alguna chance de adversidad, como habría posibilidad de experimentar, si fuésemos seres infinitos, qué sentido tendría el vivir, si no existiese el morir, siquiera la palabra vivir no existiría, puesto a que así como existe oscuridad debido a la ausencia de luz, existe la muerte por ausencia de vida.
Qué sentido tendría la guerra, qué sentido tendrían los libros, la ciencia, los viajes, qué sentido hubiese tenido escribir esto, y qué sentido tendría leerlo. 
Qué sentido tendría la vida.
 
Por eso, hijo, y el hijo de mi hijo si la fortuna me favorece, el sentido de la vida, es morir.
 
Y si, la fortuna le sonrió, así como dijo Virgilio, como le sonríe a los valientes, la carta, por artilugios del destino, por la esmeralda, el color verde, por un ovillo de lana, por la esperanza, me llegó a mi, y ahora, les llega a ustedes, para vivir cada día como si fuese el último, para recordarnos qué hay muerte, y por lo tanto, qué hay que vivir.
 
Fin 
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Foto del autor LautaMoya
Textos Publicados: 2
Miembro desde: Sep 01, 2018
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Descripción

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Palabras Clave: Bélico Vida Muerte

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (1)add comment
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gabriel falconi

Muy buena narracion y reflexion final..
Responder
September 02, 2018
 

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busy