LA SOMBRA DE LA MARGARITA
Publicado en Oct 17, 2018
“LA SOMBRA DE LA MARGARITA”.
A quienes me ayudaron a crear vida, en especial a mis amantes imaginarios… - ¿Por qué no me has esperado? - Porque habías muerto - La Muerte no detiene el Amor, lo único que hace es demorarlo - Nunca volveré a dudar - Nunca tendrás necesidad… LA PRINCESA PROMETIDA Cuidado con la hoguera que enciendes contra tu enemigo, no sea que te chamusques a ti mismo WILLIAM SHAKESPEARE LA SOMBRA DE LA MARGARITA El Castillo aparecía rodeado por una niebla espesa, casi no se veía, solo la Torre de Salisbury asomaba por el cielo, como un dragón dentro de la boca de su cueva. Iba preparada para todo lo que allí ocurriera, o por lo menos eso creía, eso pensaba, antes de imaginar que a veces la realidad supera la ficción de cualquier Historia macabra, porque dentro de cuatro paredes pueden pasar cosas que una jamás espera. Pero estaba dispuesta a vivir un tiempo allí, por lo menos hasta que mi novela de éxito se vendiera. Era joven, y tenía sueños, aún un poco ingenua, pero creo que era lo que tocaba en esa etapa casi primera. Caminé erguida hacia la puerta principal, con mi maleta azul con flores, la que me regaló mi abuela, de Margaritas, por mi nombre, y porque pensaba que sería muy viajera. Me la dio porque creía que de mis hermanas, yo sería la que tendría una vida más intensa, quizás por mi inteligencia. Era la mayor de cuatro, todas con nombres de flores: Margarita, Rosa, Violeta y Yasmín. Mi madre podría llegar a ser muy cursi, si le daban tiempo para pensar y crear cosas bellas, y ella siempre nos decía que la mujer era la más bonita flor en la Tierra, por eso optó por darnos esos nombres, que utilizábamos como bandera. Nos separaban dos años, y cada una tenía algo que destacaba. A mí se me daban bien las palabras, a Rosa la música, era una gran pianista, Violeta pintaba, y Yasmín bailaba, bueno era tan nerviosa, que casi más que bailar, brincaba. Y durante un segundo las recordé cuando llegué a la puerta, cuando solo tenía que llamar para que me abrieran. Entonces la niebla se marchó, y apareció el sol entre la piedra. Pensé que sería una buena señal, que algo me traería que la oscuridad desapareciera, y que a pesar de haber dejado un hogar lleno de felicidad, se me abrirían muchas puertas, cuando acabara mi libro, uno lleno de nostalgia, sin saber muy bien qué sería lo que echaría de menos, lo que añoraría, pero, como he dicho, aún tenía sueños, y creía que allí dentro se llevarían a cabo, que conseguiría más cosas que el ser una guapa muchacha, con aspiraciones solo a casarse, y a criar hijos sanos. Aún creía que podría conseguir más, aunque eso no lo descartaba, pero también quería que mi vida fuese plena, no conformarme con lo que era normal dentro de una sociedad a veces obsoleta. Había solo una vida, y tenía que luchar por conseguir lo que me gustaba, lo que me llenaba, sin privarme del amor de una pareja, de unos hijos, de nada, pero sin olvidar que había algo más que ser la mujer de alguien, aunque éste triunfara. Supongo que el ser inteligente, no siempre traía ventajas, porque no se sabe, si quizás la sencillez en la vida, es lo que realmente hace feliz, y te da la tranquilidad, a veces tan necesaria, pero era joven, tenía sueños, y mi conciencia me obligaba a luchar con ganas. Me abrió la puerta el Señor Smith, y aunque era el Mayordomo, para mí tendría una categoría superior al resto de los criados. Era alto, moreno, robusto, con una papada que le daba un aspecto dulce, en vez de serio, pero con arrogancia. Me cogió la maleta y comentó: “ Supongo que eres la Señorita Margarita, la profesora de español para los Príncipes. Este verano quieren que mejoren mucho hablando, porque cada vez hay más hispanos hablantes en Inglaterra”. Me extrañó mucho que fuera lo que primero dijo, que no me preguntase por el viaje, cómo estaba, esas preguntas tan cordiales, y a veces tan agradables, cuando llegas sola a una casa. Pero creo que quiso dejar claro, desde el principio, lo que tenía que conseguir, y para lo que estaba allí. Luego fue más cortés, incluso bromeo con ese humor inglés que nadie entiende, pero que te hace sonreír un poco presionada. Me mostró mi cuarto, e hizo un gesto dulce antes de marcharse, que jamás repitió, ya que los modales eran la política de la casa. Estaba en la parte de abajo, no me dio tiempo a ver nada más del Castillo, pues la escalera estaba cerca de la entrada, y bajé directamente a la estancia de los criados. Pero había tiempo, me quedaban tres meses allí mínimo, para poder ver, con suerte, hasta la Casa de Muñecas que siempre decían que era la más bella de la tierra. La puerta de mi cuarto parecía blindada, era de madera robusta, y pesaba, como todas las demás, pero tenía como nota diferente, un pomo dorado, no negro como los restantes. Había una cama, cómoda y más grande de lo normal, una mesita pequeña al lado, un escritorio con un ramo de margaritas, una silla, y una pequeña estantería cerca del armario, con espacio suficiente para lo que había traído, porque me darían un uniforme, y es con el que tendría que estar todo el día. No iba a ayudar a las cosas de la casa, mi tarea consistía en ser un poco niñera, pero no sola, tenían una propia que nunca los dejaba solos, yo me encargaría de hablar a los Príncipes, los hijos del Príncipe George y Alexandra, los nietos de William y Catalina. Eran tres: los mellizos, Harry y William, llamados como su abuelo y su tío abuelo, pero puestos en diferente orden ( Harry el mayor), para que no hubiese reyes tan cercanos con nombres iguales. Y la pequeña Diana, no hacía falta decir a quien honraba. Tuve suerte en la agencia, bueno mi madre fue quien se encargó de eso, sabía mucho, había vivido lo suficiente para adivinar qué era lo bueno, y qué traería más que un sueldo. Y yo rebosaba juventud, no tenía pasado, que estropease mi imagen, y mi madre, desde que éramos niñas, supo cómo hacer para que todo el mundo fuese consciente de nuestra valía, quizás porque a ella se encargaron de menos preciarla. Así que mandé mi fotografía junto a mis hermanas, mi pequeño currículum y recé, como siempre se hace, para pedir un poco de suerte. Estaba contenta, solo esperaba que el Mundo que iba a descubrir, no me trajera muchas sorpresas desagradables, porque mi madre también se encargaba de repetir, que esas también aparecen, hasta en las vidas más afortunadas. Llamaron a la puerta, era el ama de llaves, se presentó como la Señora Smith, con el tiempo supe que era un matrimonio, no una coincidencia en los apellidos. Tenían un hijo que estudiaba fuera, su debilidad, y su orgullo, como los de cualquier mujer, que ama lo que pare por las piernas. Me dio en un papel las instrucciones, y dijo que tenía más de una hora antes de la cena, la cual se hacía a las seis y media para unos criados, luego había otra para los restantes, cuando dejaran de atender a los Señores. Coloqué mis futuras obligaciones sobre el escritorio, y me dispuse a deshacer la maleta, donde me había cabido incluso un traje negro de fiesta. Una cosa para cada ocasión, si es que la hubiera. En el armario estaba el uniforme, era como el de la criada, marrón claro y blanco, incluso con una capa y unos guantes. Me pareció un poco exagerado, pero había que respetar las normas, eso lo tenía claro. Puse un mensaje a mi madre, diciendo que había llegado, y le recordé que sobre las nueve la llamaría todos los días, y si tuviera algún compromiso que lo impedía, avisaría. No sabía si ponerme el uniforme, pero decidí leer las instrucciones primero. Allí especificaba que empezaría la mañana siguiente a mi llegada, que en la hora de las comidas, yo estaría con los niños, menos en la cena y el desayuno, que lo haría con los demás del servicio. También decían cosas como cuando recogían la colada, cuando podía utilizar el baño, porque había dos al final del pasillo, y con turnos, mi correcta indumentaria, como debía dirigirme a los Príncipes, un sinfín de órdenes y quehaceres, que me dejaban solo las noches para poder escribir lo que deseaba. Puse mi ordenador en el escritorio, y decidí quedarme descansando hasta la hora de la comida. No quería que me vieran fisgoneando por la casa, no creo que gustase la idea. Así que cerré los ojos un momento, sin quedarme dormida, y pensé que estábamos en el mundo de la tecnología, pero desde que pasé el umbral de la puerta, yo había retrocedido en el tiempo, parecía que me había introducido en un antiguo cuento, sonreí pensando y esperando que fueses bueno. Al final me entró el sueño, pero me despertó el jaleo de los criados que se preparaban para la cena, miré mi horario, y no me había dado tiempo a ducharme, esperaba que no se dieran cuenta. La cocina tenía un comedor amplio, con unas buenas sillas y mesas, nada de cosas malas para los sirvientes, parecía que los tenían hasta un poco mimados, lo normal si los quieres mantener a salvo. El ama de llaves me presentó al resto, no pude memorizar los nombres, solo me quedé con el ayuda de cámara del Príncipe George, el Rey William traía el suyo, si es que venía, por lo visto, eran cada vez menos frecuentes sus visitas, porque a pesar de haber sido su casa, pasaba la mayor parte del tiempo en Bukingham, pues tenía muchos compromisos, los que le gustaba atender personalmente. Fue cuando me di cuenta, que Bukingham era su especie de oficina, que Windsor era su casa, la que había dejado para que su hijo George criase a su familia, aunque lo visitase algún fin de semana, y que Balmoral era la residencia de descanso, no había cambiado nada desde que así fue con la Reina Isabel, es lo que tiene Inglaterra, nadie como ella para mantener las buenas costumbres. También memoricé el nombre de la Primera Doncella de la Princesa Alexandra, la esposa del Príncipe George, quien era medio española, y con quien deseaba cruzar alguna palabra. Por supuesto el de la niñera, que era India, y guapa, pero por el momento ninguno más, esperaba que con el tiempo, y cuando escuchase unas cuantas veces llamarse uno a otros, podría dirigirme personalmente a ellos. Realmente no sabía para qué servía lo de la primera doncella y el ayudante de cámara, y cuando me enteré, casi me asusto al pensar que ni siquiera se vestían solos. Según me dijo el ama de llaves, era porque debían rozar la perfección, incluso vistiendo, y cuatro ojos veían más que dos, a la hora de saber si estaba todo de acuerdo. Supongo que me quedaba todo un poco lejos, como mi madre tuvo cuatro hijas, y las crió sin ayuda, no sé ni cuando tuve que empezar a vestirme sola, es más recuerdo ser la primera doncella de mis hermanas pequeñas desde los seis años. Es lo que da la necesidad, te espabilas antes que cualquier niño de la alta esfera, aunque no sabía qué era lo mejor, porque, la verdad, me hubiera gustado ser más tiempo niña, y no tener responsabilidades desde tan pequeña. Comimos carne con unos guisantes y zanahorias, con una salsa muy rica, no supe distinguir de qué estaba hecha, pero estaba claro que teníamos una buena cocinera. Las conversaciones en inglés, las pude comprender, pero no me atreví a participar todavía en ellas, no era tímida, pero era la nueva, no creo que fuese el mejor momento, para destacar en nada que no conviniera. Me levanté de la mesa, a la vez que los demás, todos ayudábamos a recogerla, menos el Señor Smith, quien, como dije, tenía un rango superior, gobernanado esa trinchera. La cocinera y su ayudante, eran muy risueñas, y me enseñaron donde estaba la despensa, si es que quería comer algo, a diferente hora, y aunque advirtieron que no era lo correcto, nadie diría nada, si es que alguno se levantaba por la noche, con hambre de leche con galletas. Sonreímos. Me fui a mi dormitorio, tenía una curiosidad grande por descubrir el gran Castillo de Windsor, pero no era el momento, ni si quiera sabía si podía hacerlo. Antes de retirarme, me dijeron que había surgido un imprevisto, y se iban los Príncipes a pasar el fin de semana fuera, así que como el día siguiente era Viernes, no tendría que empezar con mi tarea hasta el Lunes, podía disponer de ese tiempo para conocer el pueblo y el Castillo, en los departamentos que se dejaban visitar, nada de las habitaciones personales. Lo agradecí mucho, porque así me situaría tanto en el espacio, como en el tiempo. Llamé a mi madre, me entró la nostalgia, sobre todo del ruido de mis hermanas, allí todo era muy tranquilo, a pesar de ser más que en mi casa. No me desnudé, quería subir las escaleras, esperaría a que terminaran de cenar los de arriba, como así los llamaba, solo para saber qué sería lo que me encontraba, si es que subía rápido para cualquier urgencia. Casi me quedo dormida otra vez, pero miré mi reloj, y habían pasado más de dos horas, todo estaba en silencio, y quise hacer lo dicho. Abrí mi puerta, con un poco de dificultad, porque el pomo estaba un poco suelto, era difícil girarlo, y sin hacer ruido, subí los peldaños, esos que crujían como los de cualquier novela. Lo más gracioso, que sin avisar aparecí en un rellano, que daba a diferentes salones ( no había salas de estar como en España). Pensé que quizás estaba mal lo que estaba haciendo, que debía volver abajo, pero no pude evitar escuchar como discutían el Señor Smith con un hombre en la Biblioteca. Lo mejor es que hablaban en español, creo que para que nadie los entendiera, y me alegré de saber que el Señor Smith podría ayudarme, si alguna conversación se me hiciera difícil. Comentaban algo del Príncipe Luís, el hermano del Príncipe George, aunque de repente cambiaron el idioma al alemán, no sé porque, pero estaba claro que no querían que nadie comprendiera el tema de la discusión, a mí no me dio tiempo a entender nada, solo a identificar dos nombre Luís y Elisabeth, pero casi lo preferí, vaya que me metiese en un lío nada más llegar a la casa. Entonces, cuando me marchaba, porque no quería sorpresas, el caballero salió de la Biblioteca, me saludó con su sombrero de época, y se dirigió a la salida. Bajé corriendo, no quería saber nada de ese tema, estaba claro que no me debía entrometer en nada que gritos atrajeran. A los dos minutos el Señor Smith llamó a mi puerta. La abrió, y me preguntó qué era lo que hacía arriba a esas horas. Le dije la verdad, que solo tenía un poco de curiosidad, que quería saber lo que había arriba de las escaleras. Me regañó, y me advirtió que una vez que se cena, no se sube. Me preguntó si había oído algo de la conversación que había tenido con el Embajador de España en Londres, le dije que no entendía el alemán, y solo había escuchado palabras sin sentido para mí. Me miró mal, y me dijo que no olvidara lo que me había dicho de la escalera: a no ser que se me llamara, después de la cena, como si no existieran. Agaché la cabeza, y no pude dormir mucho, porque sabía que me había confundido con esa curiosidad, a veces tan traicionera, así que puse el despertador, y me dormí mirando el pomo de la puerta. A la mañana siguiente me despertaron unas Gaitas: ¡ que forma más bonita de comenzar el día!. Por lo visto, es una tradición para los Príncipes levantarse con esa música. Sonreí, pensé que me iba a gustar estar allí, además iba a tener tema para comenzar mi libro, tendría que ver con todo lo que estaba viviendo, seguro que saldría algo de misterio, porque la niebla no se iba, ni cuando mirabas el cielo. Así que encendí mi ordenador, y escribí mis primeras líneas describiendo. Fui a desayunar vestida de calle, ya que no tendría que trabajar, y me daría tiempo a visitar el pueblo, llegaría a la hora de la cena. Era un lugar precioso, incluso con un bar español en la estación de trenes, se llamaba “ La Tasca”, tomé tortilla de patatas. Paseé por las calles, y crucé el puente para visitar Eaton, donde me hice alguna foto con unos estudiantes en un arco donde se veía a lo lejos la Estatua del Rey Enrique VI. Me parecían guapos, aunque más jóvenes, educados, y con aire a noble, que me hacía sentirme bien, como de la alta clase. Su ropa era un frac, con cuello postizo, con corbata blanca, pantalones grises de rayas, y según me dijeron, el color del chaleco les daba un rango dentro del colegio, donde había hasta un argot para entenderse entre ellos. Me gustó en especial uno que iba de una forma muy elegantemente despeinado. A la vuelta compré un ticket para ver el Castillo como una turista más, lo visité de una forma guiada, vi sus salones, sus alfombras y lámparas, incluso pude apreciar la casa de muñeca tan idolatrada. Me encantó, aunque tenía demasiado valor para que la princesa Diana pudiera jugar a las casitas cualquier mañana. Cuando salí hubo un desfile con las mencionadas gaitas. ¡Qué bonito todo!, parecía que salía de un cuento de hadas, desde luego estaba en otra época, y la verdad, me gustaba. Cuando terminó la visita, me dirigí a la otra puerta, la que daba al patio de la cocina. Ya estaba en casa, aunque lo que me encontré, jamás lo hubiese esperado, ni esperaba a pesar de la aglomeración en la entrada. Había una ambulancia, y todos lloraban. No sabía qué era lo que había ocurrido, había pasado poco tiempo para una desgracia. Miré por la ventana, y vi como en la Biblioteca, frente al armario de las armas, estaba un cuerpo tapado por una sábana. Nada más llegar, ya había un muerto. Pregunté si se trataba del Príncipe, todos lloraban diciendo que no, que era el Señor Smith, por lo visto limpiando la pistola favorita de su Majestad, se había disparado sin querer en el corazón. Casi me desmayo del susto, no podía creerlo, y busqué la cara de su esposa, quien no lloraba, solo agachaba la cabeza, negando con ella, y cerrando los ojos, pero no podía echar ninguna lágrima. La policía estaba dentro de la sala, los Príncipes tardarían en llegar, y mientras John, el ayudante de cámara, hacía de responsable de la casa. Nos obligaron a entrar, mientras la mayoría repetían que menos mal que no estaban los niños, y yo solo pensaba en la conversación de la noche anterior, no quería suponer que pasase algo parecido a lo de la Torre de Inglaterra con los Príncipes Eduardo y Ricardo, quienes fueron asesinados por una conspiración para suceder en el trono. Negué también con la cabeza, pues era el Señor Smith, no era ninguna Alteza, no podía imaginarme demasiadas cosas, y menos cuando suponían tantas, y precisamente no bellas. Dejé que la imaginación dejase de actuar, y me dediqué a observar, a callar, y a no pensar. Pero había tenido un comienzo extraño, quizás la Niebla me quiso decir algo. Esa noche no cenamos, todos consolamos a la Señora Smith, el cuerpo se lo llevaron para hacer la autopsia, así que no podrían velarlo, le darían sepultura a la mañana siguiente, sin esperar a nadie. Así lo quería ella, estaba deseando enterrarlo, antes de que llegase su hijo, quizás porque sabía que preguntaría más de lo adecuado. Yo me fui a mi cuarto. Hubo tormenta, una completa, que hacía que la niebla fuera aún más intensa. Con ésta, serían dos noches seguidas sin dormir bien, y no sabía qué significaba, siempre había dormido a pierna suelta, en mi cama, con mi gata, sin preocuparme por nada. Pensé que quizás fuese un error haber ido allí tan joven, pero como iba a saber que pasarían esas cosas dentro de la Nobleza Inglesa. Era ingenua, como dije, y pensaba que esas cosas solo pasaban en las personas de baja clase, sin aún comprender que el mal no entiende de estados sociales. Entonces sonó un trueno y vi un relámpago, mientras se caía el pomo de la puerta. Me asusté, no quería pensar en más significados, solo quería que amaneciera, y que todo volviese a una normalidad que no conocía todavía en esa Tierra. El pomo seguía en el suelo, brillando, y yo sin hacerle caso. A la mañana coloqué el pomo como pude, mientras todos se dirigían al entierro vestidos de negro, los Príncipes aún sin llegar, pero El Rey había llamado para interesarse por lo ocurrido. Su mujer, el Ama de llaves, no quería hablar del tema, deseaba que todo pasase, que nadie preguntara. Llegó su hijo, guapo, de mi quinta, triste, pero amable con todos, e incluso jugando un papel que no le correspondía por su corta edad. La Señora Smith lo abrazó con amor, y dolor, con pena. Y todos se dirigieron al cementerio, menos yo, ya que la cocinera me ordenó que me quedase en casa con su ayudante, por si algo pasaba. Y eso hicimos, las dos calladas en la cocina, sin hablar, ni atrevernos a ver la televisión, casi como dos estatuas, esperando alguna noticia, o a que todos llegaran. Mi primera muerte, y no estaba en casa. Cuando llegaron, intentaron volver a su rutina, pues los Príncipes habían vuelto y estaban hablando con la policía. Habían decidido que era una muerte accidental, no había nada extraño en el suceso. Pero yo no dejaba de pensar en la conversación, y no sabía si debía comentárselo a su viuda. Hablaría con mi madre, ella siempre ayuda, por el momento no le había comentado nada, para que no se preocupase, porque seguro que me hacía volver, y yo quería acabar mi libro, quería que el tiempo que estuviera allí, me ayudara a corregir mi inglés, el de Shakespeare, y a ver finalizado algo más que unos estudios. Pero necesitaba su consejo, y la noche del Lunes le explicaría todo, dejaría que pasase ese tiempo, para que no le quedase dudas de nada de lo que estaba viviendo. Era Domingo, y como había pasado lo del accidente, o eso se suponía, nadie me hizo mucho caso. La verdad, me sentía sola, estaba acostumbrada al calor de un hogar, y allí casi ni me dirigían la palabra. Fui a desayunar, y decidí que quizás fuese otra vez al pueblo, había una tienda preciosa de antigüedades, y pensé comprarme una cajita preciosa, que me serviría para dejar mi reloj y pendientes, cuando no estuvieran puestos. En la cocina estaba Joseph, el hijo de la Señora Smith, se levantó nada más verme. Fue muy galante, y me preguntó cómo me iban las cosas, contesté con monosílabos, pero él tenía ganas de hablar, y no dudó en mantener una conversación conmigo, lo más asombroso es que fue en español. Me aclaró que su abuela era española, por eso su padre sabía hablar en ese idioma, y dijo que también otros como el alemán y el francés, porque había vivido en esos países antes de volver a Inglaterra. Entonces pensé que quizás fue eso lo que ayudó a que le escogieran como Mayordomo, y también que su nombre era casi español, si le quitabas las dos últimas palabras. También me contó que su padre, a pesar de tener más sangre que la inglesa en sus venas, era muy inglés, que habían tenido una relación buena, quizás un poco fría, pero es lo que tienen los ingleses, son correctos, pero distantes. Me preguntó qué era lo que iba a hacer. Le contesté que iba al pueblo, me dijo que no me acompañaba porque quería estar cerca de su madre, quien descansaba, pero que si me apetecía dar un paseo por el Bosque, me enseñaría muchos secretos, incluso me contaría alguna leyenda, se había criado en él, y le daba nostalgia dejarnos, pero debía regresar por la tarde a Londres, quería ser profesor de Historia en Eaton, y no podía descuidarse en el Currículum. Entonces recordé una cosa que me dijo mi madre, que todo lo que hagas en la vida es importante, hasta el más sencillo comportamiento cuenta para ese futuro incierto, que nadie sabe. Acepté. Cogí mi trenca, y salimos por la puerta, me estaba empezando a gustar, era tan amable, guapo también, castaño, de piel morena, con unos ojos grandes y verdes, fuerte, pero carecía de importancia su belleza cuando lo tratabas, no era su físico lo que en él destacaba, sino su forma de comportarse con las mujeres. Salimos por el patio, y empezó a contarme que decían que había una amazona que se paseaba montada a caballo por la cocina, y que por eso estaba, algunas noches, las cosas desordenadas, pues se había enfadado, porque pusieron una cocina donde antes descansaba su caballo( anteriormente eran las caballerizas) . Sonreí, y me aclaró que Inglaterra estaba llena de Misterios, de Historia, de Fantasmas, y de Sueños, que era el encanto de esa Tierra, como el Sol para gran parte de España. Asentí, y quise que me contara más cosas, para poder explicarlas en mi libro, donde había escrito aproximadamente unas quince páginas. Paseamos juntos, pegados, solo nos faltaba cogernos de las manos, y sin quererlo nos introdujimos en el Bosque, ese que parecía encantado. Me advirtió, en primer lugar, que tuviese cuidado cuando saliesen a cazar, que ni se me ocurriera pasear por él ese día, ya que solían disparar a todo el que se moviera. Asentí otra vez, me gustó que alguien se preocupase por mí, lo echaba en falta. A lo lejos vi una casa, me aclaró que fue la residencia de la Princesa Margarita, la hermana de la Reina Isabel, quien era igual de guapa que yo. Dijo que suponía que el nombre llevaba la belleza apegada a su ama. Me ruboricé, y me quité las gafas. Se dio cuenta y sonrió, tocándome la cara. Creo que fue mi primer amor, aunque él no lo supiera, por lo menos hasta que pasara mucho más que una madrugada. Dimos un paseo precioso, incluso cortó alguna flor para dármela, y cuando pensó que debíamos volver, porque era la hora del Sandwich, me cogió la mano, y me contó una Historia un poco triste, pero interesante para mi libro: HISTORIA DE HERNE Herne el Cazador era uno de los monteros reales del rey Ricardo II. Según la leyenda este valiente hombre llegó incluso a salvar la vida del monarca durante una cacería, cuando estaba a pocos metros de ser ensartado por la cornamenta de un ciervo. Aunque Ricardo II logró salir ileso y sin un rasguño, Herne no corrió la misma suerte. Quedó herido de muerte. Por suerte, una poderosa bruja logró curarles sus heridas. Tras varios mejunjes, conjuros y acciones como atar la osamenta del ciervo muerto sobre su cabeza, Herne se curó. No obstante, el precio de este milagro sería que el cazador renunciara a lo que más amaba en esta vida, la caza. Aunque ya no podía ejercer su trabajo, le encantaba salir por las noches por el bosque. Era el único momento en el que podía disfrutar de un paseo sin que nadie le señalara y se riera de su nuevo aspecto, con cornamenta incluida. No obstante, había muchos cazadores que aún le tenían envidia, pues seguía contando con los favores del rey. Así pues, un día, decidieron extender el rumor de que Herne salía de noche debido a que en realidad era un ladrón, y necesitaba la oscuridad para realizar todas sus fechorías. Los rumores fueron tan insistentes que al final todo el mundo los terminó creyendo, algo que obligó al rey a convertirlo en proscrito. Al día siguiente su cuerpo fue encontrado sin vida ahorcado de un gran roble. Otra versión de la historia cuenta que tras la muerte de Herne, la venganza del cazador comenzó. El resto de cazadores que habían extendido el rumor perdieron también sus cualidades como cazadores. Acudieron a la bruja y ésta les dijo que la única opción de salvarlas sería organizar una cacería nocturna con los ciervos del rey. Ante la muerte masiva de los ciervos del monarca, Herne aprovechó para aparecerse al mismo y advertirle, diciéndole que la única forma de salvar a estos animales era ahorcar a todos los cazadores en el mismo árbol en el que él se ahorcó. Así fue, y de esta forma, así se vengó Herne, que siguió visitando el bosque por la noche para disfrutar de la naturaleza. Me asusté, pero a la vez me gustó, y sobretodo me dejó claro que quería volver a tener su compañía, para aprender más cosas de esa Misteriosa Inglaterra. Y dudé más aún de la conversación que escuché la noche que llegué, porque no me parecían ni el Señor Smith, ni su hijo, unos simples sirvientes, que podían tener una buena conversación. Eran más que un importante metre. Llegó el Lunes, me vestí de una forma cuidadosa, no quería que se me escapase ni un detalle, no sabía si los guantes eran necesarios dentro de Palacio, pero me los puse por si acaso. La rutina en la casa volvió a ser la misma de siempre, o eso decía la ayudante de cocina, y aunque la Señora Smith parecía fría como la nieve, yo la escuchaba llorar, cuando creía que nadie la oía. Había pasado muy poco tiempo, y para decir adiós, siempre se necesita algo más que unos silencios. De todas formas, supuse que el tenerla ocupada, le traería ventajas, para no seguir derramando muchas lágrimas cuando entrase al cuarto, y viera su cama. Subí a la habitación que me dijeron, estaban los pequeños Príncipes y dos niñeras. Eran guapísimos, con una belleza más que singular en esas tierras. No me hicieron mucho caso, lo veía normal, porque estaban jugando, pero me dirigí a ellos en español, dándoles a entender que yo sería su niñera extranjera, con la que solo podían hablar en ese idioma, si es que algo quisieran. Los veía muy pequeños para echarme cuenta, los niños cinco años, y la niña unos tres. No creo que estuviera en sus mentes aprender un idioma, si no era con juegos y cuentos, así que decidí bajarme cosas didácticas en español, que los entretuviese. Este día lo dedicaría a conocer a las niñeras, como dije una era india, y la otra inglesa. Hablamos durante un tiempo, con el respeto de casi unas desconocidas. Me advirtieron que los guantes solo hacían falta si iba a algún acto, o estábamos fuera de Palacio, como la capa. Me contaron los gustos de los niños, por si de algo sirviese. Como dije su madre era medio española, así que quería empezar a hablar con ellos en ese idioma. Debía esforzarme para que al final del verano, por lo menos supieran decir alguna frase, que a ella la tuviera contenta. Pero es que me parecían tan pequeños, que no sabía si logaría captar su atención con ese cuarto de juegos, que tenían tan estupendo. Con una pared de cristal, nada de ventanas, que daba al jardín, y donde había mucha luz para sentirse como en el césped. Había hasta una portería, y una cesta de baloncesto. También una casa de muñecas, caballos, bicicletas, cochecitos de bebes…todo lo que necesitasen, para que tuvieran una infancia decente. Los niños, muy revoltosos por cierto, creo que no se dieron cuenta ni de que existiese, y Diana estaba con su niñera siempre, aunque me miraba y sonreía. Era una dulce niña, una princesa tan guapa como la bella durmiente. Intenté participar como pude en los juegos, para que no me extrañaran a la mañana siguiente, y hablé con las niñeras de los Príncipes, de Palacio, de las normas más importantes, pero nada que a ellas les comprometiese, pues se suponía que esas cosas no estaban bien vistas en las altas cunas. Comentamos también sobre el Señor Smith, con respeto, y pena por haber perdido la vida de esa forma tan trágica, según entendía, se le quería, y se le echaría de menos, porque además de ser eficiente, era bueno. Una cosa difícil en estos tiempos, donde cada vez se permitían más cosas, por no ofender o quizás por miedo. El día transcurrió rápido, me sentí bien, me gustaría creo, además si me faltase cariño, solo sería poco tiempo. Cenamos todos juntos, que hambre tenía, aún no me había hecho con las costumbres, había pasado poco tiempo. Me atreví a hablar, e incluso participé en las bromas de los demás criados, antes de dirigirme al cuarto, donde tendría una conversación con mi madre, de todo lo pasado. Me puse el camisón, uno bonito, y creo que fue la primera vez que sentí la sexualidad, porque cuando me tumbé, me acaricié el pecho, cerré los ojos y pensé que Joseph estaba al lado, haciendo lo que yo aún no había hecho. Iba a llamar a mi madre, pero la J estaba antes en el abecedario, y decidí mandarle solo un mensaje de buenas noches: - Buenas noches, Joseph. ( Tardó en contestar) - Que descanses, Margarita. ¿ cómo te ha ido el primer día? - Bien, nada en especial. Me han gustado los niños y sus niñeras, creo que podré hacer un buen trabajo. Mañana me levantaré temprano, para sacar cosas por el ordenador, y que puedan medio jugar con el nuevo idioma. - Genial, ¿ y mi madre, cómo está? - La veo un poco triste, pero se relaciona bien, y creo que es muy importante. - Si, es que no sé si me dice la verdad, cuando hablo con ella. Te pido que si ves algo fuera de lo normal, me lo digas, por favor. Es mi única familia en Inglaterra, y mi única madre, sabes qué significa eso. - Te lo prometo. ¿ Qué tal tus estudios? - Se me dan bien, no hay problemas. Estoy más preocupado con mi imagen, que por las notas. Como te dije, quiero ser profesor en Eaton, estaría cerca de mi madre, y también me gustaría, hasta que me casase, ser el Amo de casa, de alguna residencia. Es un profesor que vive con los alumnos, y los supervisa todo, así no pierdo un poco la profesión de la familia. Aunque no quiero que eso fuese eterno. - Es muy buena idea, Joseph. Eres joven, y además te ahorrarías muchos gastos. - Exacto, conseguiría ahorrar para una buena casa, para mi propia familia, pero más adelante. Soy muy previsor, y me gusta tenerlo todo cerrado, antes de empezar con más planes, aún queda para la boda. Poco a poco - No te estoy metiendo prisa, solo era un comentario ( nos reímos) - ¿ Duermes bien ? - No lo he conseguido aún, han pasado tantas cosas en tan pocos días. -¿ Quieres un truco para conciliar el sueño, y sentirte segura, lo aprendí en el Principito? - Por supuesto - Mira el cielo, y elige una estrella. Cada vez que ella brille, es que algo bueno te espera, y te guardará toda la noche, mientras estés en vela. - ¡ oh, que bonito! - Funciona, hazme caso - Lo haré, no dudes, nada más apagar esto, miraré por la ventana, y elegiré mi estrella. - Buenas noches, mi más bella flor - Buenas noches, Romeo ( volvimos a reír los dos) Puse el teléfono cerca de mi almohada, y miré mi estrella. Entonces mientras la memorizaba, escuché por el intercomunicador antiguo, ese que siempre ha existido en las casas de la nobleza, una música de un violín, el instrumento del demonio pensé, pero sonaba tan bien, y lo que supuse fue que alguien lo estaría tocando en una de las habitaciones, cerca del aparato,. Otra bonita forma de empezar a dormir, mientras pensaba en Joseph, en que era un poco repelente con tanto libro, y que parecía mayor para su edad. Pero ya conocía a hombres así, suelen ser unos viejos de jóvenes, pero luego de mayor sabían cómo alargar la juventud, que quizás no habían tenido Me desperté temprano, conecté el ordenador, y miré mi móvil antes de ponerlo a cargar. Estaba lleno de mensajes de mis hermanas y de mi madre, preguntando por qué no las había llamado. Contesté a Violeta, ella siempre madrugaba, diciéndoles que no se preocuparan, que me había quedado dormida, que disculparan. A la noche, esta vez, no se me pasaba. Que grato saber de ellas, y de que se preocuparan, además había decidido no contarles nada. La prensa había sido prudente con el accidente, y yo no iba a ser la que algo desenmascarara, además el pasado trae, a veces, nada más que una mala nostalgia. Esa semana conseguí que los niños dijeran muchas palabras sueltas en español, eran muy listos, supongo que eso también se hereda. Estaba contenta. Creo que podría conseguir que dijeran algunas frases cuando me fuera, y muchas palabras, para agradar a la Princesa Alexandra. Cogí una rutina muy inglesa. Me levantaba temprano, preparaba mis clases, desayunaba, iba con los niños, tomaba mi sándwich, seguía con los niños después de haber ayudado a darles algún aperitivo, y me iba a mi habitación sobre las cinco, cuando solo se quedaban con sus niñeras, ella no tenían descanso, solo cuando durmieran. Entonces descansaba algo, me duchaba, me preparaba para la cena, cenaba, hablaba un poco con los demás criados, más con la Señora Smith, pero sin que se me notase algo extraño, y luego iba a mi cuarto, a escribir mi libro, ya llevaba unas veinte páginas. Luego hablaba con mi madre, y ya cuando estaba en la cama, mandaba mensajes a Joseph, era mi único amigo en Inglaterra, y me gustaban sus Leyendas. Eran conversaciones normales, a veces de cosas interesantes, y otras de banalidades, pero me hacía más grato dormir, por supuesto después de mirar mi estrella, y de que sonara el violín, algo bello también en esas Tierra. Los fines de semana iba al pueblo, y me dedicaba a escribir. También pude inspeccionar la casa, las partes que podía y me dejaban, por supuesto antes de la cena, más bien hacía un recorrido largo, cuando bajaba las escaleras. Descubrí dos patios más, uno pequeño, y otro que llamaban Claustro del Rey. Pude ver su Gran Salón con ventanales, y con una bóveda de crucería más alta que las del resto del Palacio. Incluso me llegué a sentar un día en una preciosa Terraza de madera, al Norte, que tenía unas vistas al río Támesis. Conocí sus diez Cañones, la Sala Azul, donde murió el Príncipe Alberto, la Cámara de Audiencias Privadas. Y en el exterior su Merendero, la Capilla de San Jorge, el Mausoleo real, el Cementerio…Todo un Palacio de Cuento, y por supuesto Joseph me contó los pasadizos que podía encontrar, para poder escribir algo, mucho más interesante que un sencillo cuento. Ese fin de semana no llovía, pero estaba esa niebla que no me quitaba de encima, y decidí adentrarme por uno de los pasadizos desde la Biblioteca, según Joseph me dijo, me llevaría a una especie de mazmorra, porque con anterioridad El Palacio fue una cárcel. Si quería investigar y escribir, tenía que vivir cosas emocionantes. Y por supuesto iba a empezar con algo espeluznante: viajar sola por las ruinas, esperando que no hubieran sorpresas, porque era valiente, pero fácilmente asustadiza. Todos dormían, así que vi un buen momento para adentrarme dentro del Castillo. Llevaba la linterna del móvil, que buenos estos nuevos inventos. Y di con el libro que debía empinar, como siempre pasa, para que se abriese el pasadizo secreto. Por supuesto de El Rey Arturo y su Mesa redonda, algo de acción para mi aventura. Todo estaba perfectamente pensado, como si lo hubiesen escrito para gustar al espectador de una obra de teatro. Entonces una de las paredes de madera se abrió, como si fuese una puerta, y apareció ante mí, un pasillo oscuro y estrecho, como los de cualquier novela, puse en funcionamiento mi móvil, entré con dudas y miedos, vaya que con la tontería me quedase encerrada, y nadie supiese donde estaba. Pero confiaba en Joseph, me dijo que me sorprendería donde me llevaría, o lo que no estaría muy lejos. No sé el tiempo que estuve andando por ese camino pequeño, pero se me hizo eterno hasta llegar a una gran sala, con cadena en las paredes, y una reja abierta. Había un poco de luz, y quise observarla para saber si había algo interesante que contarle esta noche a mi amigo secreto. No había nada más que piedra, y esos hierros, pero me pareció un sitio horrible, porque mataron a muchos presos. Salí por la reja, y frente a mí estaba la casa del Bosque, la que me dijo que fue de la Princesa Margarita. Mi curiosidad estaba encendida, y no pude evitar entrar, para poder descubrir cómo dormían. La puerta estaba abierta, me pareció una imprudencia, porque en estos tiempos, hasta los buenos perros hacen de las suyas, si los dejas sueltos. Era preciosa, cuidada, no parecía que estuviese cerrada desde hacía tiempo, parecía habitada. Me detuve en cada rincón, vi las cajitas de porcelana, las bailarinas, la cristalería en la vitrina, incluso una vajilla. Todo parecía tan delicado y bonito, que no dudaba que fuese digno de una Princesa. Fui a entrar en el dormitorio, y allí había una mujer bella, con un cutis perfecto, y con andares de Condesa. Se asustó, yo también: - Disculpe no sabía que había alguien en la casa. Sé que es la de invitados, pero nadie me había comentado que estaba ocupada - Bueno tranquila, no pasa nada. Quita esa cara de susto, que no soy un fantasma, aunque dicen que en el Castillo anda por los pasillos Ana Bolena, o por lo menos eso comentan las malas lenguas - Pues no he visto nada, y le aseguro que soy de las que observo, no se me escapa nada. Se sonrió, y entonces mantuvimos una conversación muy amena. Me habló de Palacio, sobre el Protocolo, y cosas como que no podía jugar al Monopoly, muy interesantes, que hizo que se pasara el tiempo rápido, porque fue muy cercana, y me hacía sentir, como si de siempre la conociera, hasta que sonó el reloj de cuco, y me di cuenta que el sol había salido totalmente, que la niebla no estaba, y que yo debía volver a casa para desayunar y hablar, aunque no dijeran nada de esa charla. Antes de irme me dijo una cosa que me extrañó: “ cuando venga Joseph, déjate el pelo suelto, quítate las gafas, y deja tu cuello al descubierto”. Volvió a sonreír, y me abrió la puerta para que me marchase, me fui con la esperanza de que no fuera el último encuentro, porque suponía que la compañía de esa mujer, me iba a enseñar muchas cosas, y no solo del Palacio, sino de la vida, y la verdad, quería que alguien me mostrara como debía ser el amor dado por una gran dama, como ella me parecía, no quería ser vulgar, quería que mi vida estuviera llena de recuerdos bonitos, y quizás por ahí empezara. Cuando salí, vi la reja del pasadizo abierta, la cerré y volví dando un paseo por el Bosque, no tenía miedo, me sentía segura por esos rincones. Llegué a Palacio, y volví a encontrar la puerta abierta, me pareció mal. No era muy seguro para los niños, a saber quién podía entrar. Fui a la Biblioteca, y puse el libro como debía, para que el pasadizo se cerrase. Todo estaba saliendo perfecto, solo tenía que ir a desayunar, sin que se notase que había descubierto algo nuevo. Pero cuando llegué al recibidor, estaban los Príncipes esperándome. Hice la reverencia que me enseñó la mujer de la casa, y no me dirigí a ellos. Entonces la Princesa Alexandra me dijo que suponía que era la nueva niñera española. Asentí, con miedo, porque me pareció altiva, con porte de una auténtica Princesa, aunque muy rubia para ver algo de España en su trenza. Seguí un poco con la cabeza agachada, quizás no estaba bien haber ido a la Biblioteca sin pedir permiso. Lo que ella rápidamente comentó, les pedí disculpas, y se me ocurrió decir que solo era para ver si había algún libro en español, que pudiera leer por las noches. Contestó que había uno que se llamaba “ Las Luces”, con dos historias muy bonitas, escritas por un familiar suyo, advirtiendo en otro momento me lo daría, pero que tuviera cuidado con él, porque era más que un libro, un recuerdo de familia. Entonces pude ver que su aparente frialdad cambiaba, si sonreía, te derretías al ver sus ojos azules, tan azules como el mar de mi Tierra. Asentí y me marché, ellos iban a salir, supuse que por eso estaba la puerta abierta. No sé si tuve buena suerte o mala, pero por lo menos había hecho las cosas sin levantar sospechas, y eso era mucho para una especie de sirvienta, quizás me estaba tomando libertades, que no debía, pero no lo veía como algo muy malo, nada que se pareciera a un delito, y además me hacía falta esa aventura para mi libro. Llegué a la cocina, y no habían acabado las sorpresas, estaba Joseph, y yo con mi coleta. Me puse nerviosa, por el móvil me resultaba fácil hablar con él, era incluso divertida y atrevida, pero en persona, como tenía ya sentimientos, me entraba la timidez, esa que a veces gusta, y otras dejan pasar muchas cosas buenas. Nos saludamos, y me dijo que iba a pasar la mañana con su madre, y que luego le apetecía tomar algo conmigo en el pueblo, y ver si comprábamos esa caja que me gustó, y desde allí, cogería el tren para Londres. Acepté encantada, además me daba tiempo a poder ponerme guapa, como me dijo la Gran Dama. Me había traído las lentillas, y aunque me irritaban los ojos, me atrevería a ponérmelas, a soltarme el pelo, y lo del cuello no era momento, seguía la niebla por todo el terrreno. Me puse mis vaqueros, mi blusa de azul con pequeñas flores, la bufanda echa por mis hermanas, y mi trenca larga. Por supuesto mi pelo rizado suelto. Y lo esperé en la cocina, habían salido a dar un paseo. Cuando llegó me cogió la mano, y nos fuimos por ese patio, ya casi nuestro. No me la soltó, creo que éramos novios, porque me hablaba con dulzura, y dando muchas cosas por sentado. Esperaba que no me estuviera confundiendo, pero quería que así fuese, que fuera mi primer amor a los diecisiete años. Llegamos pronto al pueblo. Me pidió que le enseñara la tienda. No le faltaba ni un detalle, hasta telarañas en la puerta. Había todo tipo de antigüedades, y tuvo el gesto bonito de regalármela. Era una caja de porcelana, con la cara de la Reina Isabel, por el aniversario de cincuenta años de reinado. Muy bonita, y sería mi recuerdo de Inglaterra, aunque ya no quería marcharme de esas tierras, tenía un buen trabajo, y un novio, aunque me faltase la alegría de mi casa, no era suficiente como para querer dejarlo todo. Sabía que las tenía, aunque estuvieran lejos, nada haría que las perdiese, gozaba del amor incondicional de una familia, y eso es muy difícil destruirlo, si es que había unos buenos cimientos. Guardé la caja en mi bolso. Y seguimos cogidos de la mano. Fuimos por supuesto a la Tasca, él conocía la comida española, pero no era lo que normalmente tomaba. Esta vez pedimos calamares fritos, estaban pasables, pero nada que ver con los que hacía mi madre. Me dijo que me notaba distinta, como más mujer, las otras veces le parecí muy joven. Sonreí, recordando a la falsa huésped. Entonces le conté, obviando el final de la conversación, lo que había vivido esa mañana, lo del pasadizo y con quien estuve hablando, aunque no supiera su nombre. Me pidió que tuviera cuidado, no se sabía lo que uno se podía encontrar por pasillos a oscuras. Y advirtió que no me diría donde estaban los demás, por si acaso. Había vivido allí muchos años, y cuando no estaban los señores, le dio tiempo a mirar hasta los mapas, que escondían grandes secretos, como siempre ocurre. También dijo que dejase de fisgonear, que si me pillaban, me mandarían a España, no les gustaban las personas cotillas, más si acaban de llegar, y no las conocen de nada, aunque les caiga en gracia. Volví a asentir, no es que tuviese pensado obedecerlo, tenía carácter para más que eso. Pero pensaba que tenía razón, que todo iba a ir mejor si dejaba de cotillear, además ya había visto lo que quería, e incluso lo necesario para fantasear en mi novela. Le pregunté si echaba de menos a su padre, me contestó que tenían una relación fría, pero sí echaba de menos sus órdenes, sus consejos, su mirada cuando algo no le gustaba, en definitiva, lo añoraba, como a cualquier hijo a un buen padre. Entonces, me atreví a darle un beso. No sé si fue una decisión acertada, pero quería hacerlo. También fue el primero. Tomamos té en un bar cercano, con sus luces rojas y su moqueta un poco gastada, y llegó la hora de regresar a la estación, para que el cogiese el tren. Volvió la niebla. Ya en la casa me puse cómoda para seguir escribiendo, pero justo cuando iba a empezar sonó el móvil, era Joseph: - ¿Me echas de menos? - Mucho, estoy en ello. - Solo era para decirte que mi madre me ha confirmado que no hay ninguna invitada en la casa, o por lo menos ninguna que se lo hayan dicho a ella, así que deja de ir sola a sitios, porque a saber quién era. - De acuerdo, contesté. Continuamos con una conversación amena, como siempre lo eran. Le conté lo de mi novela, y me dijo que le echaría un vistazo por si podía ayudarme a que fuera más interesante. Nos dimos un beso apasionado, todo lo apasionado que podía ser por teléfono. Los días transcurrieron monótonos. Había pasado un mes desde la muerte del Señor Smith, y ya solo lo recordaba su mujer, cuando echaba alguna lágrima. Por mucho que valgas en la vida, por mucho que te quieran, y valoren, una vez que mueres, pasas a ser nada, y todos los demás continúan con sus vidas, como si no hubieras estado en ella. Es la primera lección que me enseñó Inglaterra. El primer Viernes de Agosto se organizó una Cacería, todo el mundo estaba excitado, y yo la primera, por ver como pasaba el tiempo de rápido, y porque podría conocer lo que ocurría, cuando todos los Príncipes se reunían en casa. Iba a venir el Rey William con su mujer, sus hijos Louis y Charlotte, junto a una amiga, la sobrina del Embajador de España, Elisabeth, y el Príncipe Harry con su exótica mujer y sus gemelas, el hermano mellizo de la Princesa Alexandra, un sinfín de invitados, aunque para mí esos eran los más importantes. Y al escuchar el nombre de Elisabeth, se me erizó el bello, y recordé mi primera conversación en la sala, en la que fue más tarde un Mausoleo. Creo que cambié la cara al escucharlo, pero no dije nada, no me lo notaron, aunque la Señora Smith me miró, como pidiéndome algo. Organizaron las habitaciones de la casa, las prepararon con esmero, incluso dejando un bombón en cada almohada, para que se endulzaran la boca antes de coger el sueño. ¡Qué alboroto había!, los caballos creo que lo sabían, no paraban de relinchar, se escuchaba hasta en la cocina. Los primero en llegar fueron Charlotte, Louis, y la mencionada Elisabeth, a su tío ( el embajador de España en Inglaterra) no le gustaba eso de matar animales. Yo seguía disimulando, pero atenta a lo que decían. Elisabeth me recordó a la protagonista de Rebeca, la de Hitchcock, pero con los ojos azules, que también me recordaron un poco a los ojos de la Princesa Alexandra, de un azul frío, pero con una mirada que derretía hasta al más convicto. Para ser españolas, parecían más inglesas que los de su reino. Yo andaba por ahí, haciendo como que colocaba las cosas, ya que a sus niños no les correspondía las clases de español, estaban demasiados alborotados, y solo miraban por el ventanal, observando quien llegaba, quien se iba, estaban muy entretenidos con los hijos de otros invitados, las niñeras no lo parecían tanto. Yo rezaba para que hiciera más falta abajo, porque estaba emocionada de conocer a tantas personalidades. Por supuesto no me presentaban, pero yo andaba por ahí, quedándome con las caras. El hermano mellizo de la Princesa Alexandra, me sonrió y habló en español, yo no dije ni una palabra, no me atrevía, y me tranquilizó diciéndome que no pasaba nada, que aunque había mucho jaleo, no anunciaba ninguna guerra, ni se esperaba. Sonreí, me pareció encantador. Luego me enteré que tenía un puesto muy importante en Europa, no me dijeron muy bien en qué consistía, también parecía extranjero, y que por él se conocieron los Príncipes Herederos. Llegó el Príncipe Harry con sus gemelas, su mujer se iba a retrasar. Que alegres eran, desde luego sus hijas habían sacado su carácter, y la belleza de su abuela, tampoco parecían mulatas, estaba claro que triunfaban los genes ingleses a los latinos o africanos, y abundaban los partos dobles, sin tener motivo. Estaba emocionada, y me llamaron para que ayudara en la cocina. Lo prefería, aunque me manchara las manos. Había que preparar una buena cena, una en la que todos los invitados estuvieran encantados, serían en total unos setenta y cinco, ni muchos ni pocos, dijo la cocinera, mientras sus ayudantes me miraban un poco agobiadas. Y preparé la mesa con la doncella. Que elegancia en cada detalle, daba hasta un poco de cosas sentarse. Vajilla inglesa, cristalería francesa, cubiertos de plata, servilletas con croché en sus puntas, a juego de unos trapitos hechos con los mismos dibujos para el pan. Centros de flores, Jarras de agua con hielo y limón… no faltaba ni un detalle. Es lo bonito de vivir en sociedad, poderte lucir con un lujoso ajuar. Me quedé quieta mirando la mesa, hasta que la doncella y John me llamaron, el ayudante de cámara, había pasado a ser también mayordomo, hasta encontrar uno de confianza. Estaba encantada de ver tanto lujo y tanta belleza. Pero la doncella gritó: “¡ hay que hacer muchas cosas, antes de que vengan!.” Y sonó de repente la corneta, comenzó la cacería, y yo no había visto quienes eran todos los que llevaban una escopeta. Bajé a la cocina, allí, como suele ocurrir estaban cotilleando, por lo visto el Príncipe Louis se estaba encaprichando con la Señorita Elisabeth, y aunque era una muchacha de buena familia y refinada, no le gustaba a sus Majestades, querían que volviera con su antigua novia, una perteneciente a la clase alta inglesa, y que a todo el mundo agradaba. Nadie lo comprendía, porque Elisabeth era más guapa, más inteligente y más culta. Había estudiado con Charlotte Arte en la Universidad, y sacó la mejor calificación de su clase. Algo pasaba para que no la quisieran, algo que se nos escapaba. Pero estaban relajados, supuse que porque dicen que todo sale. Aunque no tenían claro que el Príncipe Louis fuese a dejarla tranquila, porque era un hombre muy testarudo e inteligente, había conseguido entrar en política, a pesar de su sangre noble, no iba a hacer lo que su padre quisiese, hacía tiempo que tomaba sus decisiones, y si quería a esa mujer, renunciaría a todo, porque era de los que persiguen una auténtica felicidad, no miraba lo que a otros les importaba, ya que su conciencia la mantenía tranquila, porque actuaba bien, siguiendo las normas, pero eligiendo lo que él quería, no lo que les apetecía a otros hombres. Era sabio y fuerte, no un monigote, que fuese a elegir a una mujer que no le atrajese, cuando Elisabeth valía más que todas las que le mostraban en la corte. No era una elección mala, y él lo sabía, por lo que no lo comprendía, si hubiese sido lo contrario, no hubiese estado a su lado. Tenía aspiraciones, y necesitaba una mujer, una mujer con muchas cualidades para conseguirlo, y ella las tenía, por eso no se separaba de su lado. Tuve que dejar los cotilleos para ir a preparar la ropa de la Princesa Alexandra, y del Príncipe George. Estaba excitada, quería que me eligieran para servir la comida, ya me lo habían enseñado, y tenía tantas ganas de ver los trajes, escuchar sus conversaciones, todo lo que mi mundo no conoce. Pero no me dijeron nada, así que seguí con mis labores, hasta que me pidieran que me marchara. De todas formas, tendría que poner en mi libro, mucho me habían enseñado ese día los rincones. Sonó la corneta, y no lo entendía, porque era pronto para que finalizase la cacería, y al poco tiempo apareció la Elisabeth con Charlotte, me pilló en el descansillo, mientras llevaba más candelabros para adornar la mesa. Otro invitados, que yo no conocía, chillaron al ver la sangre, uno llamó rápidamente al doctor, y se dirigieron a las habitaciones. No quería pensar, pero era tanta coincidencia todo: la conversación, los chismes en la cocina, que justamente fuera ella la herida, que mi cabeza no paraba de maquinar cosas, y ninguna buena. Dejé el candelabro en la mesa, y bajé a la cocina. Se habían enterado, y todos permanecían callados. John subió, junto a otro criado, por si necesitaban algo. Yo me fui a mi cuarto, porque quería ver desde la ventana, si otros venían. Solo volvió Louis y su madre, supongo que para atender bien a Elisabeth. Quienes llamaron a la Señora Smith, cuando el doctor llegó. Estuvieron como una hora todos en el cuarto, curando a Elisabeth. Nos dijeron que no había sido nada importante, que solo le rozó una bala el hombro, pero que no se sabía quién se había confundido con el disparo, ni lo reconocía nadie, por lo que era extraño. De todas formas decidieron continuar con la cacería, ya que no todos se habían enterado, y no había que alarmar a la prensa. Después de lo del Señor Smith, no iban a perdonar tanta desgracia, y empezarían a montar películas macabras, de donde solo había dos accidentes. La Señora Smith me miró mientras lo contaba, yo tragué saliva, e hice como si no pasase nada. Mientras me alejaba, dijo que quitásemos dos cubiertos de la mesa. El de Elisabeth y el del Príncipe Louis, porque aunque no había sido nada, solo necesitó alcohol, yodo, y unos puntos de papel, ella estaba como un poco alterada. Contaba que antes de que la dispararan, un monstruo con cabeza de ciervo la empujó a un lado, y la salvó, por eso le dio en el hombro la bala, si no hubiese sido en el pecho. Todos la escuchaban sin hacerle mucho caso, pero yo volví a recordar la Historia de Herne, y me fui asustada al cuarto. Cuando bajaba las escaleras me encontré con la mujer misteriosa de la casa, me preguntó por Elisabeth, y le conté todo, hasta lo de Herne. Quizás no hice bien, pero ella me daba tanta confianza, y la vi tan preocupada, que solo me salió la verdad. Me tranquilizó, y dijo que me fuera a descansar, porque habían sido demasiadas emociones para una muchacha tan joven. Antes de dejarla de ver, me advirtió que muchas veces las personas cuando pasan por una situación estresante, creen ver cosas diferentes a la realidad, así que no debía hacer mucho caso a esas insinuaciones. Le dije adiós con la mano, y cuando me volví a girar, para ver la habitación a la que se dirigía, no había nadie, se había esfumado, como un fantasma en el aire. Negué con la cabeza, y supuse que habría entrado en uno de los primeros cuartos, aunque fue cuando me percaté de que no iba vestida para la ocasión, que más bien me parecía que iba en camisón, con una bata a juego, nada de vestidos adecuados. Me marché al cuarto, a descansar, nada de escribir, tenía demasiados nervios para desarrollar ni siquiera un fragmento. Cuando estaba dormida, vino la Señora Smith para preocuparse por mí, quería saber si estaba lo suficientemente fuerte para poder atender la mesa de los invitados, porque como dije con anterioridad, lo que me enseñó Inglaterra, es que a pesar de cualquier adversidad, la vida continuaba con normalidad. Me puse un uniforme prestado, y me dedicaría a servir el vino. Que nervios tenía, no se me podía caer ni una gota. Me habían enseñado cuando un día uno de los criados se dedicaba a colarlo, para meterlo en una de las botellas de un bonito cristal tallado. Así que me animaron, y me dijeron que estuviera tranquila, que mejor el vino, que servir la comida. Me peiné con una bonita trenza, me puse mis mejores medias, mis zapatos de pequeño tacón, y mis pendientes de perlas. Lo hice como me dijeron, mientras John, me felicitaba con su mirada, como diciendo que no pasaba nada. No me relajaba, ni para escuchar sus conversaciones, pero si para saber de qué hablaban, y la verdad me llamó mucho la atención, pues nadie nombró nada de lo ocurrido en la cacería, solo de las piezas conseguidas, de quienes eran los que habían logrado cazar algo, de lo bueno que eran algunos jinetes, muchas cosas que hicieron que pensase que eran tan correctos, que jamás nadie diría una palabra, que pudiera estropear la noche. Solo el Príncipe George le preguntó a su padre, el Rey William, si su hermano Louis se uniría a ellos cuando Elisabeth se durmiera por las pastillas. Contestó que no creía, que no pensaba que la fuese a dejar sola, por si se despertaba. George sonrió y dijo:” creo que habrá boda pronto en esta familia”. El Rey cerró los ojos y suspiró, como dando una negación. Era algo que nadie entendía. La cena era deliciosa, la cocinera había hecho muchos entrantes, por supuesto nada de marisco, y como plato principal: el Solomillo Wellington, con patatas y cebollas caramelizadas, y de postre una tarta de limón, que fue un toque fresco, antes de pasar a la otra parte del Palacio. Cuando se levantaron, y le sujeté el chal a la Princesa Charlotte, comentó que yo era la española, y todos tuvieron el gesto bonito al decirme alguna palabra en mi idioma, mientras me ruborizaba, y sonreía. A John no le gustó que cogiera ese protagonismo, pero no le dio mucha importancia, y continuó con su labor, como si nada. Ya en la otra sala, todo me recordó a la primera escena de ” Lo que el viento se llevó”. Las mujeres se sentaron en una parte, hablando sobre los actos de la beneficencia, y los hombres, a otro lado, para hablar de política. El tiempo en el Castillo de Windsor pasaba lento, quizás para ellos una hora equivalía a un siglo. Pero me encantó vivirlo, me gustó estar allí, ver sus modales, sus vestidos, la elegancia personificada, que ya no se veía casi en ningún sitio, y tenía la suerte de estar allí, de poder sentirlo. Cuando iba a entrar para dejar más licores, John me dijo que me podía retirar a mi cuarto. Me dio las gracias, de una forma fría y cortes, por supuesto. Y mencionó que a la mañana siguiente no hiciera planes, pues la mayoría de los invitados se quedaban a desayunar. Y cuando bajé las escaleras contenta, sonriendo, satisfecha de no haber derramado nada. Me di cuenta que la mujer de la casa no estaba entre los invitados, entonces fui yo quien negó con la cabeza, porque ya eran demasiadas cosas extrañas, demasiados fantasmas, y yo no creía ni en los cuentos de hadas. Llegué al dormitorio, me desnudé con cuidado de no manchar nada, ya que suponía que debía utilizar el mismo uniforme a la mañana siguiente. No me habían dicho a la hora que debía estar preparada, pero como allí todo el mundo madrugaba, me levantaría a las seis, como la cocinera, seguro que era buena hora para empezar con la batalla. Cogí el teléfono, quería decirle a mi madre y mis hermanas, por el grupo, que todo había salido bien, volver un poco al siglo XXI, y tener claro que no soñaba, que había vivido una especie de película, sin salir de la casa. Esa noche el violín sonó con la misma canción de siempre, pensé que dejó claro que era uno de los Príncipes, tocando para los invitados. Era tan fascinante escucharlo, no entendía de música, así que no podía reconocerla, solo podía decir que era agradable, igual o más que las gaitas por la mañana. Me iba a costar volver a España, y que me mi hermana me despertara de una forma menos refinada. Muy temprano apareció el embajador de España, el tío de Elisabeth, estaba muy enfadado, tanto que se escucharon los gritos hasta en la cocina. John se levantó, y fue con su batín inglés para ver qué pasaba, y se encontró al Rey William diciéndole que se marchara. Nos contó, que solo pudo ver como entraban en la Biblioteca, y esperaba que no cogieran ninguna arma. Yo me asusté, vaya que todavía para ellos existiesen los duelos. Los gritos se dejaron de escuchar, y sonaron las campanas del cuarto de la Princesa Alexandra, reclamando a su doncella, supongo que también quería saber qué era lo que pasaba. Mientras subía, escuchó como el Rey le decía al Embajador que “no sabía qué había ocurrido, pero que se encargaría personalmente que todo fuese investigado, sin parar hasta que se supiese quién fue el culpable”. “Podían haberla matado”; dijo el Embajador asustado. Y el Rey contestó: “ lo importante es que no ha pasado nada, que ella está descansando, y que después de lo que le han dado, estoy seguro de que se levantará tranquila”. Se dieron un abrazo. Y por último mencionó, que el Embajador reclamaba la presencia de Joseph, ya que su padre nos había dejado. Pudo oír la conversación, porque se habían dejado la puerta abierta. Ninguno comprendíamos porque solicitaba la presencia de Joseph, todo se estaba complicando, y mi conciencia me recriminaba que no se lo había contado a mi madre. Pero quería continuar con Joseph, quería acabar la novela, quería mejorar el inglés, y era joven. Aun no entendía que a veces es mejor alejarse del peligro, que sacar un beneficio de los alrededores. Por supuesto todos estuvieron pronto en pie. Elisabeth encantadora, pero un poco misteriosa, era igual que Rebeca. Y por supuesto, sin haberse dicho nada, actuaban como si el día anterior hubiese sido un día encantador de caza. Estos ingleses y sus formalidades, en España ya habríamos linchado al culpable. Era una forma de hablar, mi País sabía cómo tratar, hasta a los que parecen animales. El Embajador desayunó con todos, sin movérsele el pelo, y se llevó a Elisabeth en su coche, nada de volver con Louis al apartamento. Incluso creí escuchar mientras servía el té: “ eso tiene que acabar ya”. Elisabeth le dio un dulce beso a Louis. Y pensé: “ les va a costar terminar con todo aquello”. Una vez que se retiraron, fuimos a la puerta a despedir a todos los invitados. Parecían muchos más de los que decían, y recordé a los niños. Pobres, casi los destierro por estar presente en los cotilleos, y decidí recompensarlo con buenos juegos, para que no echaran de menos el alboroto, ese que a todo niño le encanta, y siempre echa de menos. Ayudé a quitar la mesa, las sábanas de los dormitorios, y a recoger los cuartos. Entonces la Señora Smith me dijo que había sido suficiente, que recibiría una pequeña compensación por todo, también me dio las gracias, por supuesto, y me pidió que a la mañana siguiente continuara con las labores de costumbre. Asentí, como siempre, sonriendo, y entonces me advirtió con un tono fuerte: “ espero contar con tu discreción, porque nada de lo ocurrido tiene importancia, solo la que se le quisiera dar, y nosotros no somos quien para darla”. Agachó la cabeza como despedida, y me dio la espalda. El resto del día no tuvo nada especial que contar, intenté ayudar abajo en lo que podía, sin que casi se me viera, ya que la Señora Smith me había dado sus órdenes estrictas, pero había que participar, si quería un sitio en la cocina. Después de cenar, me tumbé en la cama. Iba a hablar con Joseph, por mensaje, lo prefería porque me atrevía a decir cosas, que ni en persona, ni por voz, me decidía, me daba más libertad escribir, que hablar, como siempre en mi vida. - Buenas noches, Joseph - ¿ Qué hace mi española preferida? - Bueno, ya me retiré al cuarto a descansar, después del fin de semana tan ajetreado. - ¿ Has conocido a alguien, y te has divertido?, lo dijo en tono sarcástico - Para nada, ha habido una cacería, con heridos hasta de bala - ¿ Qué me dices?, ¿ quién fue? - Elisabeth, y dijo que Herne la salvó. Hubo un silencio… - ¿ cuéntame mejor lo que pasó, y esa tontería? - Pues nada, se supone que alguien se despistó, y la hirió en el hombro, aunque dice que se salvó, porque Herne la empujó. Supongo que estrés te hace ver lo que realmente no es, eso me dijeron - ¿ Y se sabe quién fue? - No, nadie lo ha reconocido, y todos actuaron como si nada hubiese ocurrido. - Algo típico inglés. - También saludé a la Señora que vi en la casa, pero luego no estaba en la cena, donde participé sirviendo el vino. - Que cosas me cuentas, pareces una niña con la imaginación muy despierta. - Te prometo que la he vuelto a ver, no te miento. - Bueno será alguien de la familia lejana, porque otra explicación no la encuentro - El fin de semana iré por allí, nos veremos - Sí, además el embajador dijo que quería verte, ya que tu padre no estaba. - ¿ si? - Si, ¿ sabes por qué? - No me lo puedo imaginar, cualquier cosa que se le haya ocurrido, ya sabes que a los españoles imaginación no les falta ( puso un muñeco con un guiño). Anda descansa, mañana tienes tarea, recuerda que se va acabando el verano, y los niños tienen que decirle algo a la madre en español, cuando la vean. - Buenas noches, mi amigo fiel. - Buenas noches, mi dulce lolita. Esa noche tambien hubo tormenta, y no pude ver mi estrella. Pero sonó el violín como siempre, el pomo se cayó, como casi todas las noches, y yo dormí sin poner el despertador, pero sin que nada me rompiera el ritmo de la respiración, porque aunque estaba por todo sorprendida, allí me sentía segura, ni la oscuridad me aturdía. A la mañana siguiente me despertaron las campanas de la capilla, estaban ahí, pero nunca les había prestado atención, hasta ese día. Me levanté sobresaltada, iba con el tiempo justo, sin desayunar, cogí unas galletas de mi caja, y me vestí sin peinar la trenza, solo con una cola. Esperaba que esa mañana estuvieran muy entretenidos, y nadie se percatara de que no iba bien acicalada. Los niños estaban esperándome, los vi un poco cansados, y eso me hizo feliz, porque me sería más fácil tenerlos concentrados, que cuando tenían fuerza, hasta para acabar con patadas con el armario. Les enseñé canciones, como la de Don Pimpón, mi preferida de la infancia, y les gustó, les encantó. El día lo pasamos con juegos, con las nuevas palabras, y fue al querer mirar la hora, cuando me di cuenta que mi reloj no estaba, y que no me lo había puesto desde hacía unos días, era tan despistada, que hasta que no me hizo falta, no supe que faltaba. No era muy bueno, un Casio, pero bonito y práctico. Intenté pensar cual fue la última vez que lo miré, bueno la última vez que me acordaba. Y recordé que en la casa, con la mujer, sonó un reloj de cuco, entonces miré el mío para ver si coincidían los minutos. No creía que estuviera allí, además había prometido que no iba a volver, pero no quería gastarme mi dinero en otro, que a lo mejor me gustaba mucho menos. Pensé que como me retiraba a las cinco, haría una visita rápida a la casa, por donde estuve, por si se me hubiera caído. Iba a volver para la cena, nadie se daría cuenta. Si no estaba, entonces lo daría por perdido, porqué quizás se cayó en el Bosque, y entonces no lo iba a encontrar, ni con perros rastreadores. Me convencí de que era una buena idea, y que nadie me vería, además no iba a utilizar el pasadizo, no había que jugar con la suerte, aunque muchas veces estuviera conmigo, no había que gastar las vidas que la vida te ofrecía, porque no sabes cuando realmente las necesitarías, aún era joven, y no conocía lo que el futuro me deparaba, y mucho más si la niebla podría ocultarme alguna salida. Llegué a la casa sofocada, miré en la habitación, por el salón, por las mesas, en la entrada, incluso detrás de las puertas, por si le hubiese dado una patada. Pero nada, hasta que alguien me dijo: “ ¿Qué es lo que buscas?”. Era ella, con su misma ropa de cama, tan bonita que al principio me pasó por ser un traje de gala. - ¿ Quién es usted? - Bueno no te asustes, soy la Condesa de Snowdon, un familiar del Rey de Inglaterra. - ¡Ah!, contesté un poco asustada. Es que me dijeron que en la casa no esperaban a ningún huésped, y la tomé por una intrusa. - No te preocupes, llevo un tiempo aquí, aunque ninguno sepa nada, y te aseguro que no les importará que ocupe la casa. Dicen que los fantasmas siempre vuelven al lugar donde fueron felices, o donde murieron de forma violenta. Se rio - No tiene gracia. - No te preocupes, si no has visto el de Ana Bolena, es que no hay ninguno por estas tierras. - ¿ Qué buscabas? - Mi reloj, no sé si lo perdí la otra vez que estuve aquí - Yo no he visto nada, y limpio un poco todas las mañanas - Lo perdería en el Bosque - Le diré a Herne que lo busque - Sigue sin tener gracia sus conversaciones - Me he dado cuenta que me has hecho caso con lo del pelo y las gafas, algo es algo - Es que lo del cuello, con la Niebla, me da frió. - Lo entiendo, si no estás acostumbrada - Cómo sabía lo de Joseph, - No soy un fantasma, pero tengo poderes. Volvió a reírse - Sigue sin hacer gracia - Bueno no te preocupes por el reloj, si lo encontramos, te lo daré - Gracias - ¿ Qué tal Elisabeth? - Bien, se fue tranquila con su tío - Y tú ¿ cómo duermes, te gusta la música? - ¿ Cómo lo sabes? - Ya te he dicho que tengo poderes - Si me gusta, me relaja antes de irme a dormir, aunque el pomo me despierta, cuando algunas noches se cae. - Mi consejo es que lo arregles, no llames a nadie, hazlo tú misma. Y si encuentras algo mientras, dáselo al Príncipe Louis, él es inteligente, y sabrá qué hacer para no ofender a nadie. - No entiendo, que tiene que ver el Príncipe Louis con todo esto - Hazme caso con lo que te digo, y no te demores. Por cierto, estás mucho más guapa que antes. Si me admites otro consejo, no hay nada como un carmín rojo para unos labios gruesos… - Gracias. Tengo que irme, tengo poco tiempo para estar lista para la cena, y no se den cuenta que he estado aquí, me lo han prohibido - Me parece encantador, correcto, eres muy joven, y no se sabe quién anda por el Bosque, aunque esté Herne al acecho. ( Sonreímos las dos, me pareció lo mejor, seguirle el juego). Llegué justo para la cena, nadie se dio cuenta, y yo estaba ansiosa por contárselo a Joseph, aunque quizás me hiciera la interesante, para así tener un tema de conversación cuando viniera, y diésemos unos de esos paseos antes de la cena. La velada fue estupenda, recordando lo bueno de la cacería, por supuesto lo de Elisabeth, ya ni existía. Y esa noche si vi brillar mi estrella, mientras sonaba el violín, y el pomo se quedó tranquilo en la puerta Llegó pronto el fin de semana, y esperé a Joseph en la verja. No estaba bien, pero no tenía paciencia. Quería abrazarlo, olerlo, y sentir sus manos cerca de mi cadera. Creo que me excitaba, que me gustaba estar más de lo que pensaba. Era joven para todo, pero ya me sentía ganas de pasar a ser una mujer, y que me hicieran ser una alguien especial dentro de la cama. Me dio el abrazo esperado, y fuimos juntos a ver a la Señora Smith, me pidió estar la mañana con ella, pero después del Sandwich, estaríamos juntos hasta la cena. Eran las nueve, solo serían unas tres horas más o menos, aguantando sin estar a solas con él. Vi como la Señora Smith sonreía al vernos, creo que fue la primera vez en mucho tiempo, porque desde que se murió su marido, no la había visto contenta. Se fueron al dormitorio, donde estuvieron encerrados mucho tiempo. Me preguntaba de qué estarían hablando, y por qué tanto misterio. Ese Castillo era hermoso, pero lleno de cotilleos, y más para una joven de pueblo. Me fui a la cocina a esperarle, tomaría el lunch con ellos. Y llegó el momento, tenía tanta hambre, que no parecí una chica fina, con buenos modales, me despisté un momento, y pensé en la Condesa, me corregiría y regañaría, al ver cómo había tomado el almuerzo. Nos levantamos, y fuimos a dar un paseo. Me preguntó si quería ir al Bosque, y sentarnos bajo cualquier árbol a pasar el tiempo, o prefería que fuésemos al pueblo. Opté por el Bosque, tenía ganas solo de estar con él, de abrazarlo, de amarlo. Estaba tan sola allí, que creo que se despertó, lo que había estado dormido en España. Cogió una manta, y nos sentamos bajo un árbol. Nos besamos, acariciamos, y nos amamos sin llegar a ningún orgasmo. Luego nos tumbamos bajo esa niebla tan fría, y a la vez tan romántica, que hacía que me abrazase, incluso tapándome la cara. Me preguntó por las clases, y tuvimos una pequeña conversación sobre la cacería, por supuesto, ya yo no le daba ni importancia. Y entonces le comenté lo de la casa. - Ya sé quién es la Señora que veo en la casa. Es la Condesa de Snowdon, un familiar del Rey William, por lo que supongo que es el motivo por el que no saben nada, quizás la tiene camuflada. - De verdad, tienes una imaginación algo exagerada. Yo esperaba que me dijeras que era una amante del Príncipe George, o incluso del Rey William, pero que pongas a la Princesa Margarita, muerta hace años, en la casa como un fantasma, es algo que exageras para que te crean en España. - No te miento ( chillé), al menos ella me dijo eso. - Vamos a ir a ver quién está, quizás sea uno de esos ocupas que dicen que se instalan en casas ajenas, porque les da la gana. Entramos en la casa, por supuesto la puerta estaba abierta, y dijo que debía decir que la cerrasen, incluso con maderas clavadas. La casa parecía más sucia, que cuando yo había ido, como si no hubiese nadie desde hacía siglos. Estaba concentrada por ver si había una señal de algo, que me asusté cuando me dijo “ mira tu reloj, está en lo algo de la mesa, que despistada”. Le contesté diciendo que no estaba antes, pero estaba claro que no iba a creer en mis palabras, y que era fruto de la imaginación de casi una adolescente, obsesionada con historias pasadas. Me apoyé en el sofá, cuando dijo : “ aquí no hay nadie, pero avisaré con lo de la puerta, para que tú no entres más, y tampoco ningún fantasmas”. No luché para convencerle, no hice nada, incluso dudé de mí, bueno dude de todo lo que pasaba en esa casa. Y entonces me empujó sobre el sofá, me quitó los zapatos, las medias, y me preguntó: ¿ quieres hacerlo mientras la puerta esté abierta?. Me quité el pañuelo del cuello, como me dijo mi amiga imaginaría, y luego él me desnudó como si hubiese mucho tiempo, no con esas prisas que me caracterizaban. Creo que fue la primera vez que me relajé, en mi vida tan apasionada. - ¿ Es tu primera vez? - Sí, (contesté como pidiéndole cuidado al hacerlo), ¿ Y la tuya? - No sabes la suerte que has tenido, de que no lo sea. Sabré qué hacer, cómo hacerlo para que te lleves de Inglaterra, el más bello de los recuerdos Y se puso encima, me bajó para que su sexo entrase detenidamente en mi cuerpo, mientras me besaba el cuello, apretaba mi pecho, y sollozaba por el gozo de estar en algo caliente, sin saber muy bien qué era aquello. No dolió, cerré los ojos a la vez que su cuerpo se movía suavemente, con ritmo, e incluso con miedo, y creo que pude llegar al clímax, la primera vez, y gracias al amor imaginario, que la niebla me regaló, sin haber pedido algo tan perfecto. No sé muy bien cuando todo terminó, cuando los dos empezamos a dormir sin saber el tiempo que estaríamos haciéndolo. El reloj de cuco dio las cinco, y nos despertamos, me preguntó si estaba bien, y si me había gustado. Me sonrojé, porque había sido casi un milagro. Me besó la frente, también los labios, y me pidió que me vistiera, porque había que prepararse para la cena. Fuimos todo el camino sin hablar mucho, solo nos mirábamos, mientras me apretaba la mano, como un buen amante engatusado, y mi corazón latía sin casi creer lo que había pasado. El resto del tiempo lo pasamos con todos, sin hacer ningún comentario, aunque cruzábamos las miradas, como dos enamorados. Al acompañarlo a la verja para volver a Londres, me pidió que dejase las tonterías de la casa del bosque, si no quería partir pronto de Inglaterra. Me lo hizo prometer, y yo fui en ese momento una geisha, porque si algo quería, era que nadie me alejase de la niebla, la que me hizo vivir la más hermosa de las leyendas. Llegué al dormitorio, casi exhausta, pero con fuerzas para escribir mis cinco páginas del libro, porque tenía los sentimientos tan vivos, que pensé que sería perfecto redactar ahora todo lo ocurrido. Ya llevaba unas cincuenta páginas. Tumbada en la cama, no sabía si mandar algún mensaje a Joseph, pero me entró la timidez, quizás estaba cansado del viaje, y lo dejé para otra noche. Estaba agotada, pero nerviosa para conciliar el sueño, esperaba mi música de violines para conciliarlo, cuando me acordé lo que dijo la Condesa del pomo. No sabía si creer lo que había visto y oído en la casa, pensando por supuesto que era una intrusa haciéndose pasar por quien no debía, porque era una persona lúcida, no se me iba la cabeza con tonterías, así que le di una explicación lógica. Y para saber si era cierto lo que había escuchado, comprobé lo que me dijo del pomo, aunque fuese mi secreto, ya que estaba claro que debía dejar aparcado ese cuento, si quería continuar en esa casa, sin miradas, ni rechazos. No esperé a que se cayera, lo arranqué de un cuajo, e inspeccioné el agujero que dejaba en la puerta. No había nada, lo cogí con las dos manos, lo moví, como se hace con las cajas que guardan algún secreto, y en el suelo apareció un papel muy doblado. Me asusté, pero por otra parte me quedé tranquila al saber que todo lo que vi y oí, no había sido ninguna tontería, que mi mente no me había jugado ninguna mala pasada, estaba sana, y me atreví a mirar lo que era aquello, aunque siguiera sin entender nada. Me agaché, y pude ver que se trataba de una fotografía donde había una pareja que no reconocí, sujetando él a una niña, y otros dos hombres con un gran Danés. No sabía quiénes eran, pero estaba claro que tenía algún significado, y que el Príncipe Louis sabría cómo resolver el misterioso mensaje enviado. Quizás debía dejar todo como estaba, meter la fotografía en el pomo, y esperar que la música amansara mi alma excitada. Pero la verdad, mi intuición me decía que debía dársela, quizás se sabría más de lo ocurrido en la cacería, y del accidente del Señor Smith, que cada vez menos veracidad tenía. Y por supuesto a Joseph no le contaría nada, los misterios serían solo cosa mía, a él lo dejé para el amor, y para tener una agradable compañía, no iba a estropear las visitas, con cosas que a él no le gustaban, y además yo creía, que con el hallazgo, y una vez entregado, toda la trama moriría, y podría hacer mi vida con él, libre de cualquier fantasma o de cualquier entrometida. El día siguiente me lo pasé todo el rato intentando averiguar cuando volvería el Príncipe Louis a Palacio. Sabía que con la política tenía muchos compromisos, pero pensaba que más que un día descansaría ese verano. Y así fue, volvió para el fin de semana, quería celebrar su ascenso en el partido, y por supuesto lo haría con su hermano George, con quien estaba muy unido. No sé a la hora que llegó ese Viernes, pero llevaba la fotografía en el uniforme, para dársela en la primera ocasión en que lo viese. Tenía que terminar con aquello, y cuanto antes, pronto volvería a España, y había que dejar todo cerrado para que me volviesen a llamar el siguiente verano, o para que Joseph me viniera a ver, sin pensar nada raro. Me entraron mariposas en el estómago, porque esperaba que no fuese nada malo lo que iba a hacer, vaya que me mandaran a casa, antes de lo necesario. Pero la supuesta Condesa me dijo que él era un hombre inteligente, y que sabría qué hacer con la fotografía, por lo que decidí que debía relajarme, aunque en el fondo no tenía claro si era muy acertado obedecer a una desconocida, porque de niña siempre me decían que a esos ni caso. Pero mi conciencia me decía, que quizás salvase con ello algo. No sé las veces que subí y bajé las escaleras esperando el encuentro, pero nada, o estaba en el salón, o en despacho con el Príncipe George, nunca solo. Iba a ser difícil dárselo. Entonces decidí hacer como siempre se hace, pasar por debajo de la puerta de su cuarto la fotografía, y creí que era muy buen plan, porque además no sabría quién se la daría, y mantendría mi identidad a salvo. Dije a las niñeras que debía ir al servicio un momento. Y corrí por las escaleras, sabía cuál era su habitación, porque desde que entré en esa casa me había convertido en una fisgona, sin saber cómo ni cuándo. Lo más sorprendente de todo es que estaba abierta, ahí pensé que en Palacio eran demasiado confiados, y hay que tener claro en esta vida, que la maldad es algo casi innato. Entré, pensé ponerla donde estaba su ropa de dormir, para que tuviera intimidad cuando la descubriera, y pudiera pensar tranquilamente sobre su significado, si es que él identificaba a las personas, que parecían muy felices antes la cámara. Me dio un poco de pena, pensar que se guardaría su secreto, y no saber qué era lo que había sucedido, en qué consistía aquello. Pero había que arriesgarse, había que terminar con todo. Así que entré, miré debajo de la almohada, ilusa al creer que eran como los demás seres humanos, porque no había nada, quizás la ropa de cama la cambiaban cada noche, o quizás estuviese en el armario. No sabía dónde tenía el pijama, para que no hubiera dudas de que la vería esa noche. Vi muchos en un cajón, pero no me pareció un buen sitio donde poner la fotografía, y quizás la cama se la abrieran, así que tampoco podía ser en la almohada. Opté por las zapatillas, estaba claro que se las pondría solo él, y notaría el papel al ponérsela. La guardé bien al fondo para que no la viera. Me asomé a la puerta, para tener claro que nadie había, y volví a la sala de juegos. Las niñeras ni me preguntaron porque había tardado tanto, a veces parecían demasiado frías, porque a pesar del tiempo que pasábamos juntas, nunca las consideré unas nuevas amigas. En fin, quizás era lo acertado para continuar en Palacio, yo aún solo era una aprendiza. El día fue uno normal, deseando que llegaran las cinco para ir a mi cuarto, escribir y hablar con Joseph, a veces conseguía que pareciera como si lo tuviera al lado. Era un chico inteligente, demasiado maduro para su edad, fuerte, e independiente. Y a la vez era tan cercano, e incluso a veces romántico, que no me podía imaginar que alguien pudiera superar sus encantos. Quizás me precipitaba, pero creo que estaba enamorada, y por eso nadie lo superaba, por lo menos mientras lo tuviera cerca, mientras me volviera a hacer el amor como en la casa. Y nadie lo superó en mi vida, aunque quizás no fuera un hombre sano. Ya estaba en el cuarto esperando el saludo de Joseph, cuando escuché, a través de la puerta, jaleo, salí a preguntar qué era lo que pasaba, y me dijeron que al día siguiente vendría el Rey, sería una visita sorpresa, no venía con su mujer, con Catalina, supongo que seguía siendo discreta, y pensó que era mejor no estar en esta visita de carácter familiar, en esa charla de padre a hijos. Charlotte era la niña de la casa, se mantenía a salvo de cualquier contratiempo, aunque fuera una mujer, se la protegía, a pesar de ser tan fuerte de carácter como ellos. Me tumbé en la cama sobresaltada, para la conversación con Joseph, no le diría nada de la visita del Rey, ni de la foto, era mi secreto, el primero de mi vida, y así se quedaría, porque algo me decía que me traería problemas, si es que lo descubrían. Seguí más tarde con la conversación romántica con mi especie de prometido, y cuando me dio el beso de buenas noches, miré mi estrella, que brillaba, como avisándome que no pasaría nada, por lo menos esa noche. El violín tocó como siempre, pero el pomo ya nunca más se cayó. A la mañana siguiente todo estaba alborotado, no esperaban la visita del Rey William, y no es que exigiese más que los demás, pero la Señora Smith se ponía nerviosa, quizás pensase que era más vulnerable al estar sola en la casa, y ser un poco mayor. Quería estar allí, por lo menos hasta que Joseph se colocase. Éste sería su último año de carrera, pero a veces se tarda en encontrar un buen trabajo estable, y no estaba el padre, así que necesitaba esa estabilidad, por lo menos hasta que él fuese totalmente independiente. Ella tenía sus ahorros, incluso una pequeña casa a las afueras de Londres, pero quería, como buena inglesa, dejar todo atado antes de jubilarse, aún pensaba que le quedaban unos años buenos, hasta que eso llegase. El Rey llegó serio, un poco cansado, quizás no durmió mucho, todos fuimos a recibirlo, y Louis estaba en la puerta de la Biblioteca esperándolo. Sabía que era por la fotografía, sabía que era algo bueno, porque Louis sonreía, deseando hablar con su padre. Subieron la única maleta a su cuarto, y él pasó directamente a la Sala, preocupado. No sé de lo que hablaron, estaba claro que de la fotografía, pero no sabía el contenido de la conversación. Empecé sospechar cosas, como que quizás el Rey William estaba en ella, que la mujer y la niña, eran personas que tenía un secreto, y ya incluso concluí que la niña era el secreto. Pero todo eran conjeturas, nada concreto, hasta esa noche, esa noche para mí se descubrió el mayor de los misterios. A la hora de la cena, la Señora Smith estaba entre contenta y asustada. Horas antes había subido arriba, a la Biblioteca, de donde no salieron en todo el día los Príncipes, y su padre. Habían preparado la cena en uno de los salones, con la Princesa Alexandra, y sus hijos, pero se les quedó fría. No sabía que estaban tramando, pero era algo importante. La Señora Smith bajó a cenar, por un momento dudé si le habían enseñado la fotografía, y le habían echado las culpas. Pero la veía demasiado risueña, como para haber sido acusada de algo tan enrevesado, donde había hasta fantasmas, y seguro que gato encerrado. Cuando todos habíamos terminado, nos dijo que deberíamos ser discretos, pero que el fin de semana siguiente, se produciría el compromiso de Elisabeth con el Príncipe Louis, antes muchos invitados, y con prensa. La recepción se haría en el Jardín, porque habría buen tiempo, ya lo habían mirado. Pero advirtió, esta vez enfadada, que no debíamos decir nada, que debíamos ser prudentes, por lo menos hasta que la prensa lo supiese. Esperaba más cotilleos, que nos dijera porque al final lo habían dejado, dude si mi foto tenía que ver algo, pero seguí las instrucciones, a mi intuición, y lo dejaría siendo mi película de intriga personal, donde no cabía ninguno de ellos. Si me preguntaban diría la verdad, aunque no me creerían, así que dejaría todo como si fuese otro gran misterio, en esa Inglaterra encantada, y llena de grandes secretos. El Rey estuvo en Palacio solo ese día, y volvió como siempre a Buckingham, era un hombre muy responsable, además de un Rey querido y respetado, porque se puede heredar el nombre de familia, pero no el carisma que un pueblo admira. Siempre pensé que se le perdonarían sus pequeños tropiezos en la vida, si es que los había, porque era un hombre entregado a su papel de monarca, había elegido una mujer guapa y discreta, había tenido unos hijos perfectos, y cumplían, como ningún Rey, con las obligaciones del Reino, y creo que eso es lo que le llamó al Príncipe Louis la atención. Sabía que no iba a ser Rey, pero quería tener obligaciones con su País, y no se conformaba con los actos oficiales, era un Príncipe inteligente, quería que todos viesen sus cualidades. Y al padre le gustaba pensar que quizás algún día podría tener un hijo como Rey, y a otro como Primer Ministro del País que casi todo el mundo envidia, y a la vez teme. La Señora Smith siguió con el cotilleo, y dijo que habían decidido a hacerlo todo rápido, para que no acosasen mucho tiempo a Elisabeth, quién dejaría su puesto en la Galería de Arte, e iría a Palacio, para que todos pudiésemos estar tranquilos, y ella se preparase para la gran ocasión. Debía aprender todo lo referente al Protocolo, debía convertirse en una más, y debía estar tranquila para que llegase el día, sin que pasase ningún imprevisto impertinente. Y sonrió diciendo: “hoy con la ciencia se arregla cualquier inconveniente”. Preguntamos por qué, y dijo que antes no se había decidido la boda, porque Elisabeth tenía problemas para engendrar hijos, pero hoy la Ciencia salvaba cualquier obstáculo, y cómo era obligatorio para los Príncipes tener al menos dos, con una gestación subrogada se salvaría la dificultad, que había entre ellos. Sonrió ilusionada. También nos pidió que fuéramos discretos, por supuesto pronto se comentaría el problema, para que la prensa no sospechase nada ( eso se le escapó, creo), pero mientras debíamos guardar el secreto, porque si el Rey se enterase que nos metíamos en cosa de familia, estaríamos pronto fuera de Palacio, y quizás de Inglaterra. Explicó que si lo explicaba, era porque habíamos especulado mucho con el motivo, por el que no dejaban casarse a Louis con Elisabeth, y como éramos sus amigos, y se había enterado esa tarde, nos lo dijo. No sé, no me cuadraba nada, ¿qué pintaba la fotografía en todo eso?. Algo se escapaba, pero no era yo quien debía cuestionar todo aquello. Además estaba ilusionada, había ido a pasar unos meses a Inglaterra, e iba a formar parte de muchas cosas: de un accidente, de un intento de asesinato, de una boda. Demasiado para una joven española, que llegó para enseñar unas cuantas palabras, y se había enamorado, en presencia hasta de espectros. Recordé uno de mis libros preferidos, “El Fantasma de la Ópera”, y pensé que todo aquello se estaba convirtiendo en una novela gótica, esas que llevan romanticismo y misterio. Y que yo era una de sus protagonistas, aunque no fuera la Princesa del cuento. La semana pasó muy rápida, había mucho ajetreo, yo me dedicaba a estar en mi puesto. Me advirtieron que para esta ocasión no les haría falta, habían contratado servicio externo, aunque debería estar con los niños, cuando no estuvieran con los padres, porque habría más que en la cacería, y las niñeras eran insuficientes, aunque algunos trajeran las propias. Asentí, como al principio de llegar, pero segura, creo que ya me había acostumbrado a los modales, a la niebla y a la frialdad en el trato, que se diferenciaba mucho de los españoles, quienes dábamos un beso sin excusas, ni motivo importante. Llegó el Sábado, la recepción parecía ser preciosa, yo me puse la capa y los guantes para recibir a los pequeños invitados. Había una gran carpa blanca, habían adornado el jardín con más flores, incluso algunas pintadas, habían sacado la vajilla de gala, aunque la cristalería la trajo el catering, creo que porque eran demasiadas las copas que había que servir. La prensa estaba por todas partes, se les sacó algo de comer, que me pareció insuficiente, porque llevaban muchas horas allí, y les quedaba mucho hasta que se fueran, cuando los Príncipes eligieran marcharse. Primero estarían en el Jardín, luego darían una entrevista en uno de los salones, donde podría enseñar mejor el anillo de compromiso, por supuesto de diamantes, parecido al de Megan, que le regaló el Príncipe Harry. Supongo que fue un guiño a sus tíos, porque los quería mucho, ya que compartió su infancia con sus gemelas, quienes para él eran sus hermanas, ya que de pequeño siempre andaba en medio de las dos, sintiéndose seguro de los celos de sus hermanos, como ocurre cuando eres el pequeño. Había un coctel en el Jardín, después de atender a la prensa. Con taburetes y mesas altas, algo informal, pero todo perfecto, como siempre. La gente charlaba, por supuesto estaba segura de que no había ningún comentario que pudiese dañar la imagen de Elisabeth, por no poder ser madre, una cosa que sabían ya hasta el pueblo. Yo miraba desde el cristal de la sala de juegos, me parecía todo tan bello, eran tan felices. A Elisabeth creo que la intimidaba todo un poco: los Reyes, el Protocolo, su protagonismo, pero en el fondo se la veía encantada, como si estuviese viviendo un sueño, que creía que jamás pasaría, porque era consciente del secreto. A Louis lo veía orgulloso, como contento de que había conseguido lo que quería, y seguro de que no se había confundido. Lo que más me hacía gracia, es que dominaba a la prensa, más que sus hermanos, creo que sería un buen Primer Ministro. No había cena, así que como tarde se irían sobre las cinco, cuando terminaba mi jornada, y podría contarle a mis hermanas y madre, todo lo vivido por el grupo, lo prefería hacer así, para que todas se enterasen, y no se me olvidara ningún detalle. Pronto vinieron a por los hijos, y me daba pena que se terminase. Me quedaban pocas semanas para marcharme, y sabía que eso había sido una especie de despedida, aunque por lo menos había vivido muchas aventuras, en ese bonito y encantado pueblo. Cuando me marché para mi cuarto, tan cansada que solo cenaría alguna sobra, no tenía ni ganas de cotillear sobre los vestidos y peinados. Me encontré un papel en el suelo, cerca del cuarto de Elisabeth. No estaba ni doblado. Lo cogí y leí, sin saber muy bien en qué consistía, si debía, o me metería en más líos, pero tenía curiosidad, y si era algo delicado, lo dejaría en su cuarto. Eran lecciones de protocolo con su letra. Me hizo gracia, y fui traviesa, porque me lo iba a guardar de recuerdo, no sabía si me serviría para algo, o si tendría algún valor dentro de muchos años. Elisabeth pintaba, y nunca se sabe lo que podrían cotizar sus obras, porque había hecho un buen matrimonio, uno que jamás podía imaginar. Además era amiga íntima de Charlotte, y se llevaba, de maravilla, con la Princesa Alexandra, estaba segura que tendría una bonita vida, o al menos eso yo es lo que le deseaba, como a todos que de mí se anidaban. Me fui a mi cama para leerlo detenidamente. Ponía instrucciones como : Nadie da la espalda al Rey, cuando él se levanta todos también lo hacen, cuando él termina de comer, todos también, nadie se va a dormir antes que el Rey. Cómo se debía hacer el saludo y la reverencia, no se daban muestras de cariño en público, se necesitaba la aprobación del Rey para cualquier boda de un miembro real, la novia lleva mirto en el ramo, no tenían punto de vista político ( ahí me asombré de lo que había logrado Louis), las conversaciones de las cenas estaban programadas( ahí entendí un poco la esmerada discreción), los herederos no viajaban juntos, no se admitían selfies, ni autógrafos, no se podía tocar a un miembro real, no usaban pieles, un código de vestimenta, sobre largos de faldas, y escotes, las coronas eran solo para las mujeres casadas, el desayuno del Rey no es negociable, no podían aceptar regalos…un sinfín de cosas que suponía que debía aprender, y no olvidar para que todo funcionase bien, y así no pudieran reprocharle nada. No me sentía mal por habérmelo guardado, si lo había dejado en el suelo, y no lo había echado en falta, es que estaba segura de que se lo habían dado en un papel más adecuado, y donde se especificaría mucho más los deberes por ser miembro de la corona. Sería mi pequeño regalo. En el cuarto hablé con Joseph, le comenté todo lo ocurrido, no sé porque su madre no le contaba nada, tenían una relación más bien profesional, que familiar, en fin ¡ estos ingleses y sus modales!. Él parecía un poco enfadado, e incluso preguntó con sarcasmo si estaban felices, a lo que respondí que por supuesto, supuse que eran cosas de señores y criados, sin darle la mayor importancia. Se despidió con unas dulces palabras, y con un beso, que hacía que no pudiera reprocharle nada. Ese fin de semana Joseph vino a Palacio, los Príncipes seguían en él, a pesar de haber terminado con todo el Protocolo, habían decidido continuar en el mismo sitio, ya que se casarían pronto, y así Elisabeth podría familiarizarse con todo fácilmente. Dejaban que Joseph ocupase la cama del Señor Smith, porque los Reyes lo habían medio criado, y mientras su madre estuviera trabajando allí, ese sería como su cuarto. Llamó a mi dormitorio enojado, sin entender porque lo hacía, porque había cambiado ese carácter, que seducía hasta al más armado. Me preguntó si quería que diéramos ese paseo por el Bosque, le contesté que encantada. No habló durante el camino, no dijo nada de por qué estaba enfadado, solo preguntaba si había notado algo extraño en el compromiso, o si solo estaban todos felices por conseguir lo que querían, aunque hubiese algunos dañados. Seguía sin comprender nada, y le pregunté por sus palabras. Él seguía casi llorando, y llegué a dudar si es que tenía planes serios con Elisabeth, y el posible matrimonio se lo había estropeado. No comprendía qué era lo que pasaba, porque tanto enojo, tanto que incluso soltó alguna lágrima. Una vez tumbados en la manta, él seguía callado, lo besé, sin intención, solo para animarlo algo. Y entonces él me agarró las manos fuertes, me las echó atrás, me lastimó el brazo. Las puso arriba de mi cabeza, sujetándolas con una sola mano, mientras me mordía el cuello. Me quitó la ropa interior, sin ni siquiera preguntarme si me apetecía hacer el amor, a vista de cualquier extraño. Aprendí joven, que muchas veces algunos hombres enojados utilizan el sexo para desahogarse, aunque pudiera estropear la reputación de alguien. No fue nada bonito, fue violento, e incluso obsceno, pero no fue suficiente para acabar con mis sentimientos, por lo menos por el momento. Aunque me había hecho sentir mal, utilizada tan joven y llena de esperanzas, aún creía en el amor, sin que pudiera dañar el alma. Cuando terminó se levantó, se sentó al lado y pidió disculpas. Yo lloré algo, y pensé que todo lo bonito que me pareció el primer día, se vino abajo la segunda vez, sin comprender porque ese enfado. Quizás sin saberlo empecé a ser víctima, como a muchas mujeres les pasa, y disculpan, porque están enamoradas. Entonces, ya con otro semblante, me preguntó si me apetecía ir a la casa, quería comprobar si le habían hecho caso con los tablones, para que no entrase nadie. No sabía si era buena idea, si aquello quizás me trajese más problemas, porque por el momento además de amor, había miedo, a que le entrase la violencia. Pero era joven para suponer esas tormentas, y acepté. Seguía sin hablar, cuando llegamos. No estaba tapada la puerta, seguía abierta, y se enfadó más, le molestó que no tomasen en serio sus palabras. Sabía quién era en Palacio, pero le molestaba no mandar, como a casi todos nos pasa. Nos sentamos en el sofá, me pareció la casa como más dejada, en el poco tiempo que había pasado desde que vi a la Condesa, bueno a la falsa Condesa. Todo había envejecido, como si en unas pocas semanas hubieran pasado años. Entonces me enseñó una foto, quizás para romper el hielo. - Mira esta es la Princesa Margarita, la Condesa con la que hablaste. - Sí, esa es. - Déjate de tonterías, lleva muchos años muerta, décadas. - Pues sería su hija - Su hija tiene parecido, pero no tanto. Creo que no la ganó en belleza. Era muy deseada por los hombres, y con esta foto hubo mucha polémica porque salió con los hombros descubiertos, sexy, pareciendo que estaba desnuda. Un escándalo para su clase y la época. Pero creo que era consciente de su bonita cualidad, y supongo que quería que todos la recordásemos así: joven y bella. - Pues si no fue ella, fue su doble. - Mira la próxima vez que la veas, intenta que se ponga frente al espejo, dicen que los fantasmas no se reflejan, ni tienen sombra. Y así saldrás de dudas, de si es una impostora, o una alucinación de tu mente despierta ( rió a carcajadas) - Pues lo haré - No creo que puedas, mañana hablaré con los Príncipes personalmente, para tapar la puerta Sonrió, y me dio un beso en la frente, pasando a ser el Joseph del que estaba enamorada, y del que me hizo el amor con pasión, pero sin la fuerza de su mala entraña. Volvimos a la casa, esta vez cogidos de la mano, y hablando del coctel por el compromiso, aunque no le gustaba nada, pero estaba tan nerviosa que prefería charlar, antes de continuar callada, y que pensase a saber qué salvajada. Su madre nos estaba esperando, había ayudado en la cena, e incluso había hecho ella misma un pudín inglés, el preferido de su hijo. Y cuando se lo dijo, creo que recordó ser niño, y nos cogió a las dos de las manos, metiéndonos en Palacio. Pasamos una velada encantadora, y yo con el perdón que hay en la juventud, no me acordaba ya de lo que había pasado pocas horas atrás, sin saber que no era lo adecuado. Nos retiramos al cuarto, y cuando me fue a despedir, le comenté que el pomo estaba arreglado, que lo había hecho yo. Me felicitó, creo que ya se le había pasado el enfado. En el cuarto, mientras pensaba en la Condesa, en la cacería, en lo que me había ocurrido en prácticamente dos meses, llegué a la conclusión de que todo era un poco extraño. Sabía que no era mi hogar, que volvería a casa, y sería entonces cuando le contaría todo a mi madre y hermanas, sabía que me iba a regañar por quedarme donde ocurrían cosas extrañas, pero era joven, y quería acabar lo que empezaba, como si eso fuese algo importante, cuando la vida puede ser gastada. Me levanté por la mañana temprano, Joseph había cogido el primer tren para Londres, había comenzado su último curso, no debía despistarse, me recordaba su madre. Yo estaba preparada para continuar mi trabajo, me había bajado algunas clases en un cd, muy didácticas y solicité un ordenador o un dvd, para poder verlo bien, y que los niños disfrutasen. Rápidamente lo tuve, era como eso de “ sus órdenes son deseos para mí”, todo para que esos niños dijesen algunas palabras, que olvidarían cuando yo me marchara, pero si los había tenido entretenidos, y les decían algo de vez en cuando, cuando estaban con su madre: estarían contestos, y por el momento así era. Y mientras descansaba tomando el lunch, hablando con las niñeras, fue cuando me di cuenta que realmente me apreciaban, porque se habían enterado de que me quedaban pocas semanas, y me dijeron que les daba pena, yo creo que porque les quitaba mucho trabajo, pero agradecí sus palabras. - Una vez que te vayas se volverá a cerrar esa puerta - ¿A qué te refieres? - Tu dormitorio era el de la doncella de la Reina Catalina, cuando aún no eran Reyes, y pasaban más tiempo aquí. La dejó de forma extraña, una mañana se marchó sin decir nada, solo dejando una carta de despedida, diciendo que obligaciones personales la reclamaban. Nunca más vino, nunca más se supo de ella. Todos lo sentimos mucho, más la Reina, quien incluso lloró, y creo que jamás se pudo acostumbras a otra, por muy eficiente que se la trajeran. Y desde que se marchó ese cuarto ha permanecido cerrado, hasta que has venido. Nos pareció extraño que se abriera, pero hay que olvidar las cosas, pasar página y seguir por el camino que la vida nos lleva. Todo cogía más color, y no claro. Si había encontrado la fotografía precisamente en ese cuarto, era porque significaba algo. Quizás no tenía nada que ver con la boda, ni con Louis, pero esa foto decía algo que no supe leer, porque no reconocía a nadie, solo al perro Gran Danés, que sería una coincidencia, pero había varios en Palacio. No sabía si debía investigar más, o quizás estar callada el resto de semanas que me quedaban, y cuando llegara a España, pasar página. No tenía claro, querer seguir viendo a Joseph, ya no me parecía ese joven encantador, galante, culto, y guapo, porque a veces sacaba un violento carácter. Así que esperaba, deseaba, que cuando llegase a España, todo pasase, y se olvidase. Ya se había decidido la fecha de la boda, una pena, sería a finales de Septiembre, a mí me quedaba solo una semana, justamente me iría quince días antes, que pena no poderlo presenciar, pero en el fondo sabía que había vivido más de lo que me esperaba. Louis quería que se hiciera sobre el diez, pero por lo visto el traje se lo hacían en España, bordado por lagarteranas, y no iba a estar listo en esa fecha. No sé porque tenía tantas prisas, era por algo, pero ya eso no me importaba, me repetía por las noches en mi cama, cuando miraba la estrella, que Joseph me regaló, antes de convertirse en Drácula. Lo que si pude presenciar fue el ensayo de la boda, y con eso me conformaba. Vi como Elisabeth practicaba subir la escalinata con otro vestido largo, para que supiera como no pisarse la falda. Pude entrar con los niños, para que aprendieran como debían comportarse en la ceremonia, pude apreciar como estarían sentados, como debía poner las manos, todo lo necesario para que durante la retransmisión, nadie pudiera tener queja de que la perfección casi se rozaba, que todo sería casi producto de la magia, y que los futuros Príncipes serían parte de ese cuento de hadas. Durante un segundo pensé que quizás yo también me casara algún día, si conocía a la persona adecuada, y soñé por un segundo cómo iría vestida. Sería un vestido como los de Disney, con su espalda casi al descubierto, junto a los hombros, con vuelo y una cola de ensueño, con una diadema de esmeralda y diamantes, parecida a las de las zarinas, sin asegurar si llevaría o no velo. Los niños gritaron, y desperté del sueño, pero por un momento fui una Princesa de Cuento. Cuando terminó el ensayo, me dieron las gracias, y me pidieron que llevara a los niños a la sala de juegos, a quienes felicitaron porque lo habían hecho muy bien, y yo les di su premio, fuimos al jardín, donde había columpios e incluso un laberinto para que jugaran, y los dejé un rato, hasta que la niebla apareció, como siempre, despacio. Las restantes noches fueron diferentes a las del principio, mis conversaciones con Joseph cambiaron, en vez de ser románticas pasaron a ser distantes, como las de los invitados de Palacio, muy lejanas, casi como obligadas. No quería analizar la situación, pensé que todo lo que sucedía se me escapaba: la fotografía, el fantasma, la corte, Joseph, la muerte del Señor Smith…todo estaba lejos de mi mente, casi virgen para los enredos. Lo único que me repetía, que había aprendido mucho de las personas y de la vida, aunque no fueran sorpresas gratas. Quizás así era este Mundo, lleno de cosas malas, la bondad quizás existiese, pero no era lo que abundaba, porque si los niños ya la tenían, ésta en algunos desaparecería, pero en otros aumentaría. Entonces comprendí el papel de los Jueces y la Policía, deseando que si a mí me tocaba tener que contar con ellos, no fueran de esos que no les importaba jugarse el puesto, por ejemplo, por dinero. Esa noche no pude ver la estrella, esperaba que no significase nada. Y pensé que pronto volvería a mi casa, con mi madre y hermanas, donde por supuesto reinaría la paz, aunque nos peleásemos por la ropa, o por quién era la más lista o la más guapa, cosas de mujeres, pero que con la distancia me daba nostalgia, después de descubrir que quizás por venganza, se mata. Los días pasaron monótonos, ya la verdad casi deseando volver a casa, era bonita Inglaterra, pero yo no dejaba de ser una extranjera, y eso a veces da añoranza, si no estás arropada. Al principio con Joseph, me pareció eso, incluso no quería volver a España, pero ahora, al descubrir el odio que tenía dentro, quería volver con ganas. Y esa noche pasó algo que aclaró las dudas que tenía sobre cuál era mi sitio, porque estar sola, no traía ninguna ventaja. Y ya que había descubierto que la maldad iba innata a todas las almas, aunque algunos no la desarrollaban, deseaba hacer mi maleta de flores blancas, y coger el avión, que también me asustaba. Había otra Cena de Gala, la familia de Elisabeth había venido de España, lo más gracioso que tenía una hermana melliza, y sonreí pensando que también era una cosa extraña tantos partos dobles, sin ser de la misma sangre ni raza. Pero no le di mucha importancia. En esa cena se les explicaría todo lo referente a la boda, los compromisos que significaba pertenecer a una familia real, sus obligaciones y forma de comportamiento, algunas reglas obligatorias para ser tan dignos del puesto. Todos me parecían como asustados, menos Elisabeth y su tío, el embajador, porque supongo que estaban más acostumbrados, incluso una vez que estaban solos, les dijo:” no os preocupéis, parece una tortura, pero luego no es para tanto, y en las distancias cortas son todos muy cercanos”. Los españoles no parecían muy contentos, supongo que sabían que una vez que ella estuviera dentro, la perderían, la iban a alejar de ellos, para que se acercase lo máximo posible al cortejo. Con todo comentado, incluso se les pasó un papel, para que no se olvidasen de nada, ni en la ceremonia, ni en sus vidas, ya que serían examinadas, se levantaron al salón, donde Elisabeth dio un beso a Louis, y éste se quitó. No gustó a los españoles, hasta que el Rey William dijo que leyesen la cuarta línea: “ no había muestras de cariño en público”. Y todos asintieron, porque entendieron que aunque no estaban en público, deberían acostumbrarse a los nuevos modales, incluso en privado, para que cogieran la costumbre. Tomaron una copa, e incluso charlaron, creo que esas conversaciones no estaban muy estudiadas, porque todos permanecían juntos, menos el embajador. Y si cuento todo es porque esa noche una de las doncellas estaba enferma, y serví la bebida, la última vez, pero pude participar de una velada, que me recordó más adelante a la de “ los diez negritos”, si es que alguno no sabía jugar bien sus cartas. Pasadas las doce, muy tarde en Inglaterra, se retiraron a dormir, cada uno en su cuarto, por supuesto Louis y Elisabeth aún dormían separados, ya dije que el tiempo y los siglos, por allí no pasaban. Nosotros los del servicio, fuimos a la cocina a tomar las sobras. Estaba hambrienta, y siempre que no me portaba como una auténtica señorita, recordaba a la Condesa, porque fuera o no un fantasma, a mí ella me agradaba, aunque se tratase de una intrusa, pero sus consejos eran buenos para una futura dama. Allí estaba Joseph, dijo que había venido porque tenía que coger algún dinero para empezar a dar clases de francés, y así dominar tres idiomas: inglés, español y francés. Pensé que su padre hablaba también el alemán, quizás debería, por lo menos, llegar a lo que su padre consiguió, si es que no podía superarlo. Pero era joven, tenía tiempo, aunque me pareció una excusa tonta para venir hasta el pueblo, quizás lo único que le apetecía era estar un rato con su madre, porque la echaba de menos. Conmigo se comportó de una forma distante, ya habitual en estos nuevos tiempos, supuse que quería terminar con la relación, y quizás fue ese el verdadero motivo de su llegada, pero no quería adelantarme a los acontecimientos, yo no iba a decir nada, porque suponía que cuando me marchase, todo iba a acabar por la distancia, así que me ahorraría palabras, y situaciones incómodas, ya había tenido suficientes. Comimos y charlamos en inglés, lo había mejorado mucho, por lo menos algo bueno me llevaba, eso y un broche dorado de Swarovsky, con una rosa de cristal, que todos me regalaron antes de mi marcha. Porque si algo sabían hacer los ingleses, era cumplir como Dios manda. Esa noche ocurrió lo que aclaró todo el enigma de mi almohada, no lo presencié, pero ya se sabe que existen los cotilleos entre los criados de las casas, pues aunque se piense que todo se puede controlar, siempre las lenguas se escapan. Elisabeth dormía, la niebla volvía a rodear el Castillo, alguien entró en su cuarto, seguro que por algún pasadizo, ella pensó que era Louis quien casi la besaba, pero rápidamente vio cómo alguien cogía el otro almohadón, y se lo ponía en la cara. Hubo una lucha, antes de que él la dominara, por supuesto le arañó la cara, con sus uñas de mujer gata, y siguió peleando, consiguiendo en un momento chillar “ socorro”, que provocó la huida de su agresor, quien por lo visto no descansaría hasta matarla. Todos se levantaron inmediatamente, y ella entre llantos y gritos contó lo que había pasado. Rápidamente el Rey llamó a la guardia, advirtiendo que la persona estaba aún en Palacio, que no le había dado tiempo a salir, que lo buscasen todos. Sacaron la jauría de los perros, trajeron al Gran Danés preferido del Rey, quien olió la almohada que había tocado el asesino, porque aunque no lo había logrado, era eso, ya que los deseos de uno, son lo que lo describen como ser humano. Y el perro rápidamente empezó a seguir la huella de su olor, bajó las escaleras, siguió por el pasillo, entró en la Biblioteca, en más habitaciones, pero salía de ellas siguiendo una pista. Los guardias habían sacado su arma, a el Rey y al Príncipe Heredero no les dejaron que bajaran, pero Luis no consintió no participar en su búsqueda, y también llevaba una cargada. Seguían al perro, quien se quedó un rato en la puerta de la calle, por lo que se dio la orden de que mirasen en el Jardín y en el Bosque. Pero después de un rato, se fue para la escalera de servicio, y las bajó, todos se miraron asombrados, más que asustados. Y se colocó delante de la puerta de la habitación de la Señora Smith, quien se despertó, como todos los demás, cuando escuchamos los ladridos del perro. Louis cerró los ojos, sin querer creerlo, y cuando abrieron la puerta del todo, ahí estaba Joseph, con su cara arañada, sin poder negar nada de lo que había sucedido. Louis iba a dispararle, pero los guardias lo retuvieron. Se lo llevaron a la Biblioteca, esperando a que algún jefe de Scotlan Yard, viniese para hacerle el adecuado interrogatorio, y saber el motivo de todo aquello. Antes de irse con ellos, Joseph miró a su madre, y le dijo “ lo siento”. La Señora Smith lloraba, porque solo ella sabía que significaba todo aquello. Se había quedado sin marido, y ahora Joseph iba a partir muy lejos. Se metió en su cuarto, casi gritando, pero con resignación. Se vistió, y quiso acompañar a su hijo en este duro momento. La policía lo interrogó, y todos estaban contentos porque había cooperado sin oponerse a nada, se había rendido ante lo evidente de la noche pasada. Se lo llevarían cuando amaneciera, y creo que de donde iba, no saldría mientras existiera la niebla en Inglaterra. Pedí verlo antes de que se lo llevaran, me lo negaron, pero estaba el Rey, quien conocía nuestra relación, y quizás por mi juventud, por mis ojos casi ensangrentados, hizo que me dejaran verlo, no a solas, por supuesto, pero fue suficiente para comprender todo lo que había vivido esos meses, que aunque oscuros, también fueron bellos, a pesar de que no se acercase a un dulce cuento. - Hola Joseph ( él estaba con la cabeza baja, y con la mano cogida a la de su madre, quien no lloraba, se mantenía fuerte, ante lo que se avecinaba). ¿ No me vas a contestar? - ¿ Qué quieres Margarita? ( contestó sin levantar la cabeza, y en español) - Saber por qué lo has hecho, te quería, y deseo saber el motivo por el que me confundí, o si no fue así. - Creo que está claro. Fue por venganza. - No entiendo - Te lo voy a explicar, porque pienso que te lo debo: La fotografía que encontraste en el cuarto de la antigua doncella desaparecida. - ¿ Cómo sabes que fui yo? - Porque a mi madre se la enseñaron, y solo tú dormiste en ese cuarto. Ahí estaba mi padre, el embajador de España, el Rey William, la hermana del embajador, y la niña que viste era Elisabeth, la hija de su Majestad con la hermana. Mi madre me lo contó todo un fin de semana que vine, y empecé a atar cabos. No solo es inteligente Louis. Antes de trabajar para Palacio, mi padre lo hizo en otros lugares, como en la Embajada de España. A veces hacía cosas para el servicio secreto, y yo iba a seguir sus pasos, él me hubiese enseñado, si no lo hubieran matado. - Entonces por eso no querían que se casase Louis con ella, porque eran medio hermanos - Y por eso mataron a mi padre - Fue un accidente Joseph, se demostró. - O lo programaron así, porque mi padre sabía cómo limpiar las armas, desde hacía muchos años. Quizás siempre estaban descargadas, y esa vez la cargaron. Además recuerda lo de la cacería, no fui yo quien disparó. - Son conjeturas Joseph, eso nunca lo podrías saber. Que tu familia fuera consciente de un secreto, no quiera decir que quisiesen acabar con ella, después de tantos años sin haber dicho nada. - Pero quizás querían cerrar todas las pruebas posibles, por si la decisión de ser discretos cambiaba. - También tendría que haberos matado a tu madre y a ti. - Nosotros no sabíamos nada, hasta que reconocimos quienes eran en la foto, y tontos no somos. - Pues más motivo aún, confiaron en tu madre, al enseñarle la foto - Se confundieron, pensaron que fue ella quien la puso en el dormitorio del Príncipe Louis - Pero habéis seguido viviendo, y se solucionó el matrimonio con la decisión de tener los hijos de otra forma de gestación, diferente a la de siempre. Además Elisabeth es inocente, quizás nunca se entere. - Pero no sabes eso de que no se hace daño a quien se debe, si no a quien se puede. Y mi padre muerto por un secreto, mientras los demás todos contentos - Joseph, fue un accidente - Eso nunca lo sabremos, - Ni tú, y te has destrozado la vida, por el orgullo de un padre muerto - Así es - ¿Y te ha merecido la pena? - Cariño soy inglés, eso ya carece de importancia ( Hubo un gran silencio, mientras la madre continuaba con su cara alta, como si no pasase nada) - Buena suerte, Joseph - Gracias, ( cuando me iba, en la puerta me gritó) - ¡Siento haber sido una decepción! - No te preocupes, ya mi madre me avisó que en la vida, esas cosas pasan, y a veces más de lo que una deseaba… Me encerré en mi dormitorio ese Sábado, casi de madrugada, con mi Estrella todavía brillando, y con la Niebla que me acompañó en ese viaje, y que ya amaba por su humo misterioso e inocente. No sé el tiempo que pasé escribiendo. Solo paré cuando llamaron a la puerta, y por supuesto, se cayó el pomo, al abrirla. Era el Señor Smith diciendo que Joseph había venido a verme, que estaba esperando en la cocina, como siempre. Entonces puse la última palabra en mi novela, la de FIN, la que a veces detestas y otras abrazas, porque da pie a un NUEVO COMIENZO, ése que quizás trajera la esperanza, de que fuera bueno… MARISA MONTE NOTA DE AUTORA: quiero agradecer a Google toda la información que he podido conseguir para escribir esta Historia, que aunque breve, creo que es bonita. Y también porque gracias a las nuevas tecnologías, me es más fácil continuar con el que, por el momento, es mi Hobby, e incluso podríamos decir que facilita la que, a veces, es una complicada vida…
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