Ada y Diego.
Publicado en Nov 19, 2018
.
Diego daba sus primeros pasos en la vida cuando Ada emergía desde las entrañas de su madre y veía por vez primera la luz del mundo. Ambos eran primos; Diego, hijo de Matilde y ésta, hermana de Mario, quien era el padre de Ada. Pero había más en aquella familia. La encabezaba matriarcalmente la abuela Josefina, quien tras la temprana partida del abuelo, tomó las riendas del imperio y le dio, aparte de un avasallante crecimiento, un sello de imponencia que se hizo notar en todos los ámbitos. Semejante imperio se enclavaba en el centro mismo de la región más rica de la nación, en términos agrícolas, y su notable extensión se desplazaba desde los faldeos cordilleranos hasta los bordes de la ciudad, lo que significaba casi un décimo de toda la provincia. En uno de los puntos accesibles y bien protegidos del total de la propiedad, que era la cima de una leve, redondeada y enverdecida loma, se hallaba la increíble mansión construida a través del tiempo por el abuelo Laureano, con estilos combinados e indefinidos que le otorgaban a la vista del espectador el placer de la armonía. Sus dimensiones eran vastas justamente con el propósito de mantener en su cobijo a sus cinco hijos y sus evidentes descendencias. Fue ahí que Diego y Ada en el mismo sitio nacieron, se criaron y aprendieron a ser el uno para el otro, como si fuesen hermanos, porque a diferencia del resto de sus primos, solo ellos eran hijos únicos. No significaba ello que toda la parvada no participara de sucesos, juegos y entretenciones, pero había detalles que se delimitaban solo para ellos. Por ejemplo, en la parte trasera de la mansión había un grupo de centenarios robles y entre el firme ramaje del más frondoso de ellos, Ada y Diego se habían hecho asesorar por un par de trabajadores que les ayudó a construir una casita con tres ventanas y una puerta, cuyo acceso estaba limitado nada más que para ellos dos. Gran parte de toda su infancia la desarrollaron dentro de esas cuatro paredes de madera. Para todos los integrantes de la familia no era extraña esa inmensa afinidad manifestada entre Ada y Diego; unos la resignaban y otros la admiraban al punto de fomentarla. No obstante, una vez alcanzada la pubertad de ambos, sus compañeros de liceo esa unión la comenzaron a interpretar como una relación sensual y en un comienzo hasta ellos mismos –Ada y Diego-, antepusieron resistencia, precisamente por todos aquellos prejuicios que la sociedad común y caprichosamente en muchas ocasiones atribuye. Pero un día los comentarios tuvieron la oportunidad de definir la realidad. Caminando por el parque una mañana cercana al medio día, luego de haber asistido a los servicios religiosos y en medio de suaves ventiscas que amenazaban lluvia, Diego y Ada compartían dichosamente una partida de caramelos de sabores frutales e iban comentándose el delicioso sabor que a cada quién le tocaba. Diego había desenvuelto un caramelo cubierto de papel celofán de color negro. Se lo puso en su boca y tras el par de segundos que tardó en degustarlo, exclamó con agrado que aquel que tenía sobre su lengua era el mejor de todos y que sabía a licor. Ada le menciona que alguna vez sí los había probado y estaba de acuerdo con que eran los más deliciosos; al mismo tiempo del comentario, hurgó en el interior del paquete y con tono lastimero reclamó que ya no quedaban más. Diego intenta conformarle diciéndole con dulzura que él puede darle el suyo, pero que se lo pasará directamente desde sus mismos labios y Ada lo mira con suspicacia directamente a los ojos y con pícara sonrisa le dice que acepta que sea de esa manera. Diego dispone la pequeñez desgastada del caramelo entre sus labios y se acerca con sutileza hacia el rostro de ella. Ada cierra sus ojitos e impulsa sus labios ansiosos al encuentro del dulce. El encuentro de las pieles húmedas de sus bocas no repararon exactamente en la presencia del azúcar del caramelo, porque la sensación electrizante que los dos experimentaron había ido más allá de lo imaginado; había sentido ella la invasión profunda de todas sus emociones y, tanto él como ella, se dejaron atrapar encantados por aquel grato embrujo, permitiendo sin ninguna vacilación que la oportunidad de ese beso de amor por primera vez experimentado se prolongara por un largo, estremecedor, significativo y hermoso momento, para así poder disfrutar de manera muy plena, tan fantástica y novedosa sensación. El descubrimiento de su verdadero sentimiento y la felicidad que se les produjo, de todas formas a ellos mismos les sorprendió y junto con ello advirtieron la complejidad de la situación, por lo que durante un tiempo, que no fue menor, ocultaron la verdad ante la familia. Sin embargo, la propia intensidad de su amor, junto a la complicidad del tiempo, precipitaron la evidencia y los hechos terminaron por develar las certezas. Un mal día la agudeza innata de la abuela Josefina, se vió enfrentada a una comprometida escena de los muchachos en la que estaban muy abrazados en el sofá de la gran sala. Los encara con indignación y les descarga un tronar de palabras ensordecedoras, como si fueran éstas andanadas mortales liberadas por una poderosa arma de guerra. “¡¿Qué mierda es lo que ustedes dos, muchachos indecentes, se traen entre manos?!” A partir de ese instante, tras aquellas crueles palabras, el mundo se partió en dos y para los muchachos el caudal de angustias y tormentos que fluyó indolentemente, y a raudales, por esa horrible grieta, tardó casi dos décadas en detenerse, cerrarse, cicatrizar y retomar los naturales caminos de la ilusión para permitir que sobre las viejas ruinas se edificara el puente piadoso y definitivo que reuniría las ánimas de esos dos porfiados amores que habían penado durante tanto tiempo entre adversidades, resignaciones e ilusiones… Tarde, muy tarde, pero no sin valer la pena, porque el amor y la dicha, afortunadamente, se pudieron reavivar tal como el primer día cuando llegaron el uno a la vida del otro; pero en el recuerdo inminente, la dicha completa se ensombrece por esa absurda y extensa pausa donde se restó la más pura y noble etapa de la juventud. . F I N.
Página 1 / 1
|
Lucy Reyes
Cordial saludo.
juan carlos reyes cruz
Pero para ti siempre habrá un especial espacio de mi parte para aclararte lo que intento demostrar con los fragmentos de mis prosas:
Ada y Diego, son, nada más y nada menos que yo y Constanza, en uno de los capítulos que desordenadamente he ido manifestando entre tanta publicación que he realizado.
Lamentablemente en esto muestro un poco mi intimo problema, cual es que en mis momentos de nostalgia la pluma con la que escribo se llena ansiosamente de tinta y los verbos emergen directamente desde mi alma.
De todos modos agradezco tu paso por mis letras y permíteme que te haga llegar mis cariños.
JCRC.
Lucy Reyes
Tu respuesta me deja encantada de saber que es tu linda y emocionante historia amorosa con Constanza, Vale la pena que sigas hasta el final. Te pido disculpas, por no haber aclarado desde el principio el problema.
Un abrazo cordial querido amigo.
LRN.
juan carlos reyes cruz
Reitero mis cariños.
JCRC.
Raquel
San francisco de Asis
Enrique Gonzlez Matas
Enhorabuena, Juan Carlos, por lo conseguido en tu narración de preparación, nudo y desenlace de la historia amorosa.
Un buen abrazo para ti.
juan carlos reyes cruz
Quien sabe... ¡sabe!
Y para ti, otro abrazo más.
Mara Vallejo D.-
Gran historia amigo mío, me ha encantao de principio a fin y bueno, gracias por vuestras letras.
Me alegra saberte animado nuevamente. Cuídate !!
Abrazos para vos
María
juan carlos reyes cruz
Al menos no abuso de mi vida. Supongo que eso es cuidarse.
Muchos besos, María.