Maldito paquete
Publicado en Jan 12, 2019
Maldito paquete
Adiós papá, puedo ver el avión cuando parte a Buenos Aires. Adiós papá, siempre le decía, adiós. Como el chiquilín, con la ñata contra el vidrio, pero afuera, mirando los aviones. El señor Oscar Scalabrini Ortiz era un piloto de avión altamente reconocido en San Rafael. Corría el año 2003 y los vuelos de bajo precio se habían hecho muy populares en el sur mendocino de modo que casi todas las personas de clase acomodada viajaban dentro del país por líneas de vuelo económicas (las mal llamadas “low coast”). Oscar pilotaba la compañía “S.T.P” oriunda de Brasil y únicamente transportaba paquetes aunque al principio había hehco vuelos turísticos con pasajeros a Córdoba, Chubut, Misiones y Salta. Ahora su recorrido incluía todas las provincias de Argentina a excepción de Tierra del Fuego. Oscar pertenecía a la típica familia de clase media alta que hace todo lo posible por tener los lujos de una clase que no posee. Se enorgullecía de tener una moto de alta gama, una lancha último modelo, una casa en Los Reyunos (de las más nuevas y caras) y tres autos importados a pesar de que con su mujer solo tenían dos hijos. Sin contar con una casa de fin de semana en Las Paredes y un departamento en Mendoza que usaba su familia cada vez que iban de paseo por la ciudad. La esposa de Oscar no trabajaba ya que el cuantioso sueldo de su marido la mantenía a ella y a sus hijos sin ningún tipo de privación. Pero, por gusto, vendía ropa deportiva en el gimansio, no era cuestión de pasar por una “vulgar ama de casa, esclava del Cif[1] y el Mister Músculo[2]” como ella solía decirle a sus amigas. Pasaba la mitad del tiempo libre en el gimnasio, idolatrando su cuerpo, y la otra mitad con sus hijos: hay que ser honesta, era una muy buena madre, a pesar de ser tan superficial. En cambio Oscar, era un padre ausente. Como nunca había recibido el cariño de su padre, y nunca había conversado con él a corazón abierto, no sabía cómo tratar a sus hijos. Ellos eran adolescentes y aunque no lo expresaran, necesitaban la presencia de su padre y sobre todo sus límites. Únicamente la madre venía a ser la autoridad de la casa y el padre solo aparecía para asentir las órdenes que la madre impartía a diestra y siniestra. Pero Oscar nunca estaba en casa. Pasaba la mayor parte del tiempo volando y luego en el club, jugando al tenis con sus amigos. Sus gustos eran caros y las extensas jornadas laborales lograban pagarlos,a los suyos y a los de su extravagante esposa. Oscar llenaba el vacío que generaba su ausencia con regalos caros para sus hijos. Les daba casi todos sus gustos, aunque a veces el negocio de la aviación no siempre marchara bien. El caso que involucró a Oscar Scalabrini Ortiz, lo conocí junto a mi querido compañero de aventuras el doctor Vallefondo. Era este un eminente abogado que rozaba los 37 años, alto, muy delgado, y cuya melena rojiza llamaba la atención apenas uno lo conocía pues además de pelirroja era ruluda. El doctor Vallefondo era muy conocido porque en su juventud se había involucrado únicamente con juicios laborales. Engatuzaba a empleadas ignorantes y les hacía jucios a las empleadoras que superaban los 200 mil pesos. De esa manera se había hecho de unos buenos ahorros como para vivir unos añitos. Sin embargo, hubo un caso en particular que lo cambió, lo conmovió hasta la médula de los huesos: el caso Garavaglia. Él defendió a la familia de Oscar cuando detuvieron a los principales sospechosos Vidalled, Pérez y la madre de Nardoni. Pero desafortunadamente al poco tiempo los soltaron. Fue entonces que Vallefondo dejó de creer en la justicia y se transformó en el Robin Hood de los abogados. Por la mañana comenzó a ejercer la escribanía, para poder vivir, y por las tardes, se metía en cuanto caso extraño aparecía en los diarios de San Rafael. Por suerte el abogado fiscal era amigo suyo, y le permitía meter el hocico en todo. Entonces fue que lo conocí. Realmente se parecía a Sherlock Holmes, era un sociópata posmoderno, usaba un gorro raro y podía descifrarte en menos de dos minutos. No compartía la adicción a la cocaína del desopilante detective de la calle Baker pero sí su intución aguda y su poder de deducción. Yo creía haber conocido mucha gente rara en el mundo pero el día que conocí Mariano Vallefondo eché por tierra esa afirmación.Nos encontramos justamente en la escena del crimern en donde, como anticipé, tuvo participación Scalabrini Ortiz. Llegué a las 8.30 de la mañana y me encontré por fin con Vallefondo, sin saber su identidad pero reuniendo en su persona la multitud de chismes contradictorios que sobre él se esparcían. -Buen día, doctora- me saludó cortésmente -Buen día, doctor- le respondí con una sonrisa que él no comprendió a esa hora de la mañana. Supongo que ya habrá revisado toda la zona ¿Verdad? -No, por supuesto que no. Recién llego. Es difícil en San Rafael encontrar un taxi disponible a estas horas. -Comprendo- Le dije encendiendo un cigarrillo con nerviosidad. No me gusta este caso y le confieso que no me gusta que lo hayan llamado a usted. Significa que las cosas están turbias y esto no es un simple accidente de un hombre que cae en un pozo por querer revisar la bomba. - ¿Tengo su permiso para investigar la zona? -Tan solo colóquese este par de guantes. Nos acercamos al pozo. Estábamos en uno de los barrios más caros de San Rafael, el complejo residencial privado “Las acacias”, ubicallo en calle Los Filtros. Tan solo el alquiler de una casa allí cuesta 25 mil pesos. ¿Por qué un crimen en una zona de este tipo? El cuerpo de Mario Sietecase estaba aún en el pozo, no habían querido sacarlo hasta que no llegara el doctor Vallefondo. Era un hombre de unos 49 años, robusto, cabello negro liso, con algunas canas. Al lado del pozo había un lago artificial de dos hectáreas, realmente impresionante. Incluso alguien podría llegar a practicar cayac en ese lugar, era ideal. Los peritos extrajeron el cuerpo ante nuestros ojos y nos permitieron investigarlo. Como médica fornese estaba a cargo del grupo y les indiqué exactamente cómo hacerlo. Lo colocaron sobre un nylon y lo examinaron. Hilario Vallefondo sacó su lupa, y una bolsa de plástico para colocar la evidencia que pudiera extraer. -Está muy claro- comencé- Traumatismo de cráneo por un golpe fuerte en la nuca y frente. El cuerpo está hace casi una hora aquí por lo que puedo observar. Este corte en el brazo es evidente que se lo hizo al rozar con las paredes del pozo o con ese fierro que alcanza a verse abajo. Este tipo de heridas solo se hacen con elementos cortantes como ese. Fíjese Vallefondo, en la precisión de la herida. Vallefondo se acercó y comenzó a observar el cuerpo con su lupa. -Este hombre está aquí hace más de una hora, o al menos, está muerto hace aproximadamente dos horas. -¿Cómo dice Hilario? -Claro, es obvio. Fíjese las llemas de los dedos, la falta de sangre en el cuerpo, los párpados, y en especial la coloración del rostro. De haber estado simplemente hace una hora no tendría las manos llenas de arrugas que han absorvido mucha agua, demasiada, tampoco se hubieran juntado tantas moscas alrededor del pozo y su pelo no estaría tan empapado como luce. La temperatura del cuerpo lo atestigua, está hace casi dos horas aquí. Enseguida miraré su billetera, seguro que nos puede decir mucho. El cabello de este hombre tiene algo particular, pero no puedo examinarlo aquí. Lo haremos en la morgue. Volví a examinar el cuerpo y concluí: -La autopsia nos dirá exactamente hace cuánto tiempo murió. Pero ahora me pregunto ¿Murió? ¿O lo mataron? ¿Es un suicidio? Hice esta pregunta a medida que el doctor Vallefondo revisaba los bolsillos del muerto y una persona detrás de nosotros gritó. -¿Asesinato? Claro que no. Cómo iba a pasar eso aquí, en este lugar de gente tan buena y respetable. A quién se le ocurre. Este es un típico caso de suicidio. Es evidente que Sietecase se suicidó ya que todos sabían en qué negocios estaba metido. -Claro, todos sabemos que era testaferro de Manzano y que últimamente se quería desligar de eso. Es evidente -No doctor Vallefondo. Ud. se equivoca.- dijo el oficial a cargo del operativo. Estaba en negocios mucho más turbios, me refiero a lavado de dinero. El negocio del momento, aquello de que todos hablan y es el nuevo pasatiempo de los ricos. -La droga, claro, ¿cómo no lo pensé?- respondió casi con una sonrisa. Lo miré de reojo porque acababa de darme cuenta que todo ello lo hizo como una puesta en escena para confirmar sus sospechas. Comenzó entonces a revisar los alrededores del lago, y encontró unas pizadas. CONTINUARÁ... [1] Anti grasa y limpiador de baño y cocina muy conocido en Argentina. [2] Limpiador líquido muy conocido.
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Enrique Gonzlez Matas
Enhorabuena, Mercedes, adelante con el relato.
Mercedes