Mi otro perfil.
Publicado en Jan 21, 2019
. MI otro perfil.
La mayoría de las veces he volcado en estas páginas la profundidad de un sentimiento íntimo que, sin lugar a dudas, ha sido un pilar fundamental en mi vida. En cuentos, ensayos y poemas he plasmado un determinado perfil que muchos de ustedes conoce en detalle su continuidad, refiriéndome, por supuesto, al evidenciado amor de toda mi vida, mismo que el implacable destino se encargó un día en alejar de mí. En consecuencia la identificación que me corresponda ha de ajustarse a las características de ese sentimiento referido. Sin embargo, aparte del gran amor de mi vida, existe en mí ser una persona con infinidad de matices que en este sitio de amistad son, prácticamente, desconocidos y me gustaría un poco hablar de ellos. Cumplí hace unos pocos años la edad suficiente para ejercer los derechos que otorga la ley y retirarme de mis obligaciones laborales y vivir de una pensión y de los ingresos económicos adicionales que por derecho me han correspondido. Vivo solo, en la misma casa que me vio nacer, pero no exactamente en la misma construcción, porque a través de los tiempos transcurridos he hecho derrumbar muros y levantar otros nuevos, buscando siempre ir tras una evolución acorde con las costumbres y tratando de encasillarme en la definición de un hombre moderno. De este aspecto quisiera destacar una de mis ostensibles satisfacciones, cual es el haber tenido el importante placer de haber intervenido directamente en dicha transformación habiendo utilizado mis propias manos, a la par como un obrero más, acción que me dejó con el corazón lleno de orgullo, porque he sido siempre un profesional de la medicina mental, pero que uno de los oficios que siempre admiré fue la del carpintero y cuando al construir las partes de mi casa y tuve que golpear un clavo con el martillo, o hacer un corte en la madera para hacer calzar un ángulo, el placer que me inundó el alma fue enorme, porque me hizo sentir como si fuera un artesano de verdad. He dicho que vivo sólo, pero en la praxis no ha sido tan cierta la soledad, porque tengo en mi contorno, a tan solo una pedrada de distancia, los domicilios propios de los hijos y los de una vastedad de familiares que, al igual que yo, se negaron a emigrar del suelo que les vio nacer, es decir, de las tierras heredadas. Destinamos, dentro de los límites de la gran propiedad familiar, una amplia fracción destinada para la habitación, la que en un minuto dado dividimos en partes equitativas entre todos quienes resolvimos quedarnos, formando como resultado un exclusivo condominio. No obstante, la diversidad de los imperios me enseñaron que era necesario establecer fronteras y, afortunadamente, encontré la manera amable de cercar mis dominios sin necesidad de agredir los estilos ajenos: Creé jardineras de rojos ladrillos en niveles dispares, setos vegetales recortados con pulcritud y guías aéreas de madera blanca, convirtiendo así el diseño de mi jardín en un pequeño paraíso. En definitiva la realización del espacio me ha brindado también la oportunidad para que el cuidado y dedicación a plantas y flores me tome una buena parte de las horas del día y termine allí alimentando las reflexiones de mi mente. En tales menesteres siempre cuento a mi lado con Benito, mi fiel amigo perro que no tiene una raza específica, pero tiene un hermoso pelaje negro azabache; el que no logra levantar completamente su oreja derecha y tiene las patas grandes como las de un león y llega a pesar con facilidad los treinta y cinco kilos. Es el que me sigue a todas partes, me salta, me lame, me pide caricias y le encanta juguetear con el chorro de la manguera en las tardes soleadas del verano, porque en las temporadas de frío, al sentir que se abre la llave del agua, el muy cobarde corre para esconderse. Benito es mi amigo incondicional y es uno de los recipientes que recibe la gran cantidad del afecto que desde mi interior desborda. Además, para nuestro entendimiento, tenemos una exteriorización particular que solo él y yo comprendemos. Sin embargo, también he sabido acompañarme de gustos mundanos que me han ubicado en el segmento del hombre vulgar. Muchas veces cuando pude me gustó ir de parranda con amigos y montarme en la pirotecnia de humaredas etílicas, estallar en comicidades y terminar en el sillón de un domicilio ajeno preguntándome dónde estaba. Después de todo, por mucho que cumpliera estrictamente con mis deberes maritales y entregara mis sentimientos en el lugar debido, también había divertimento al otro lado de la calle. Afortunadamente nunca algunas de mis locuras festivas se enredaron en conflictos desastrosos o no solucionables; sin embargo, debí soportar calladamente las reprimendas pertinentes de quienes se inquietaron por mi inesperado comportamiento. Fui un personaje de tránsito normal que observó el natural equilibrio entre virtudes y defectos y que luchó franca y tenazmente por preponderar a las primeras y ocultar lo más posible los segundos: Amé a una mujer con el pecho completamente abierto y le expresé a través de todos mis matices la existencia de ese sentimiento: La retraté en mil posturas con mis pinceles, le dediqué mis corregidos verbos y mis mejores poemas; le entregué la perfección en mi rol de padre y con todo pudo ella dibujar en su rostro una sonrisa de orgullo cuando el entorno social debió advertir que ella era la dueña de la mejor familia. Cuando el destino determinó llevársela me quedó, al menos, el consuelo de verla partir en paz. Ciertamente al inicio esos fueron mis peores momentos; tiempos muy difíciles y muchas veces insoportables al extremo que en una de las obscuras curvas de tal descenso me lancé al abismo en procura de una esperanza siniestra. Es obvio que no morí, pero el tránsito a la sobrevivencia fue aun más contaminante, porque habité en los suburbios de la indecencia, frecuenté los bares e inhalé la basura, me rodeé de mujeres y conocí las enfermedades venéreas y bastaba presionar un poco más el acelerador para haberme desbarrancado nuevamente, y esta vez para siempre. No obstante hubo un freno una mañana cualquiera, un despertar de aquellos en que el cuerpo simplemente se niega a transportar las estupideces y le grita a la mente: ¡Basta! Desperté entonces y al abrir bien los ojos descubrí que aun permanecían dentro de los límites de mi imperio todas las dichas y todos me estaban incondicionalmente esperando. En el último tiempo las consecuencias físicas de los años vividos me han tenido algo anclado al perímetro de mis dominios, pero no siempre había sido así, porque el viajar y el tener la oportunidad de empaparse con el espectáculo paisajístico que ofrece el mundo es definitivamente una suerte impagable. Antes había sido un gusto que portaba en mi esencia y en esta otra oportunidad puntual le utilicé como vehículo para alejarme del infierno. No en ésta ocasión entraré en los detalles de las maravillosas aventuras que me tocó vivir en las latitudes del planeta, pero sí les puedo asegurar que han sido ellas baluartes ideales en el enriquecimiento de la perspectiva de mi vida y la intelectualidad que definitivamente llegan hoy a ocupar mi corazón. Ha sido así que he aprendido a creer en la mayoría humana y en el trasfondo de sus intenciones. Así mismo he comprendido que toda existencia, todo movimiento y todo objetivo en este universo, forme parte de un todo y que tenemos la obligación no solo de conocer, sino de respetar celosamente para no ser causantes de la ruptura de su curso natural. En resumen, para despedirme en paz con todos, permítanme decirles que mi afecto es sincero, porque en la medida que amo toda esta vida, no hay espacio para reparos ni resentimientos, menos para los que han sabido darme solo dichas. Hasta pronto, amigos. Juan Carlos Reyes Cruz.
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Elvia Gonzalez
Raquel
Enrique Gonzlez Matas
Aunque suene a despedida tu "otro perfil" espero que no sea así y que nos sigas regalando tu saber y buena literatura. Un gran abrazo, amigo del alma, Juan Carlos.
juan carlos reyes cruz
Dichoso me haces, amigo, al transitar constantemente por mis letras.
Gracias y abrazos.