CRNICA: UN DA EN LA MONTAA
Publicado en Jan 28, 2019
Acherito: Un Oasis despierto dentro del Pirineo
El mítico lago aragonés sigue intacto, presumiendo de su inmortalidad, a pesar de nuestra concurrencia Seis de la mañana o 06.00 am, según la credibilidad de cada cual o la legitimidad de sus ojeras. El alba huele a humedad o es ésta, quizá, la que inspira un día presto a la aventura. El sol aún no ha salido, pero ya poco queda de una noche que agoniza en su duermevela. Será la emoción de un espacio que sueña con rocas y nubes lentas, de latidos lejanos y escondidos detrás de cada sendero, que suben y bajan hasta la cúspide, donde llegas mecido entre resuellos para constatar que allí el ruido todavía no se ha hecho eco. Pero estoy despierto, de hecho, estamos los dos. Mi compañero, escudero de más grandes hazañas que este conato de montañismo, me recoge tarde, haciendo acopio de las buenas costumbres. “Ya lo siento, pero se me ha hecho tarde”, comenta con esa mirada inquisitiva en ademán de averiguar si ha colado una vez más. – Arranca, le espeto simulando cierto enfado. La carretera se torna progresivamente sinuosa al tiempo que el coche sufre los primeros embates del terreno. Entretanto, subimos un poco más, donde la altura hace gala de sus condiciones, volviendo la vegetación un bien escaso, prácticamente hirsuto sobre las enormes paredes que suben hacia el cielo azul, límpido por definición. Por fin, detenemos el coche, no sin antes reparar en todos aquellos caminantes que han acampado cerca del rumor del río. Algunos calientan café, y otros, los más recalcitrantes, obvian el desayuno en pos de recoger los restos de la jarana de anoche. “¿Preparado? Esta es una de las más duras, pero es agradecida por sus vistas”, comenta sarcásticamente mi socio en la ascensión antes de comenzar. La respuesta, sin embargo, viene más adelante, después de las primeras e inocentes zancadas que conducen al constante jadeo. Una hora repleta de sed, hambre y rozaduras. Aunque también los hay que, como yo, han venido con zapatillas deportivas y no botas, por lo que el trayecto se hace más ameno al cumplirse ese consuelo que es mal de muchos. “Detrás de Acherito sólo hay niebla” El término de mi sudor coincide con una senda desprovista de inclinación que discurre paralela a los grandes riscos que dominan el resto de las montañas vecinas. Me detengo y escudriño lo que parece una enorme sima. Ante mi detenida contemplación, otro montañero interviene: “Detrás de Acherito sólo hay niebla”. “Pero siempre quedará La Mesa”, sonríe y concluye soñador, con la mirada igual de perdida que la mía. La Mesa, acortada por su apellido de tres Reyes, se erige en lontananza como faro receptor entre los dos picos, sirviendo de frontera con Huesca. Incluso pareciera decirnos algo más desde el otro lado, pero tampoco tengo esa certeza ahora que la niebla pugna por elevarse. Una vez huido de mi ensimismamiento toma la palabra la suntuosa oquedad reminiscente, pues hubo una fecha marcada y rusiente en la historia en que el mar cubría todas esas montañas de las que ahora únicamente algunos glaciares como Acherito quedan de inexcusables testigos. Pronto, el chapoteo de los valientes nadadores se mezcla caprichosamente con el vaivén arrullador que regala el mediodía y el reverberante lago. Es hora de comer.
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Raquel
Mara Vallejo D.-
Sin duda alguna he conocido por vuestro artículo, crónica, historia . . . el monte Acherito y vamos , que bien has descrito la gran odisea . . . Abrazos para vos y vuestra familia, no desaparezcáis, vale?
María