Ayer me bautizaste en tus amores:
Fuí depurado por tu querer intenso.
Recibí el agua de tus tersos campos
que se derramó en mí como fría corona.
Intercambiamos besos casi hasta la insanía
y nos rompimos y arrastramos como sierpes.
Eras tú mi pan y mi parte bajo el cielo.
Eras tú el vientre donde vertí mi nombre.
Eramos islas llevadas por abrazos.
Nos amamos y entregamos a través de las horas.
Estábamos amarrados a nuestro furor
y por momentos, llegamos a partirnos.
Ví la tierna niña que salía de tus ojos:
Ligera, risueña, complementaria.
Eras mujer y viento y me rodeabas.
Nos consumimos en besos disidentes.
Unimos los cuerpos en un solo arroyo
mientras frotabas con fuerza mis homóplatos.
Me entregaste tus besos de café.
La habitación, marital y sagaz
nos divisaba desde sus televisores.
Eramos cómplices vellosos sin sadismo
y amé la femineidad de tu conducta.
Mientras el agua me anegaba los pies
nos fuímos entrelazando como avenales.
Quité de ti hasta la última toxina
y me diste a comer cariño fiero.
De pronto me perdí encima de tu cuerpo
descubriéndo tus calmas y milagros.
Me azotabas con vientos sigilosos.
Apuntalada y hermosa entre tus hombros
eres la sumatoria entera de lo que he soñado.
Hoy me despierto de tu sopor, sediento:
Ansioso por frotar de nuevo tus espaldas.
Te esperaré en mi cobertizo inciensado
para llevarte a los orígenes del mundo
y estallar en tu cuerpo inalterable.