La cada
Publicado en Jun 03, 2019
Sin darse cuenta, pasaron dos meses que se cruzó con esos ojos un día, y los siguientes. Unos ojos inquietantes, unos ojos color gorgona. Ojos que lo sometieron..
Y ya, hace más de cuarenta días, decidido a romper el hechizo que lo devuelva a la realidad, a la de un ser vivo y frágil, alejado de los conjuros de la leyenda. Esos conjuros que te elevan a esferas sobrehumanas, que solo elegidos lograron elevarse, descender y volver a la cima. Cima que creyó poder conquistar una vez más, a la altura de los dioses. Otra vez enfrentar a unos ojos malditos, como luceros, que le hablaban y susurraban cosas ininteligibles. Sonidos conjuradores, como cantos de sirenas. Y, como tal Odiseo, debía salir victorioso. Aunque hubiera querido que todo marche a pasos de gigante, no lo fue. Esas nostalgias de hechos que no sucedieron, o que sucedieron y no fueron, pero que tuvieron que ocurrir, se redescubrían. Cuarenta días como de otra época, otros años, de días lluviosos, cálidos a veces, y fríos otros. Días de caricias y miradas entrañables, también horas frías de mucho dolor. En la relatividad del tiempo, este puede ser eterno o finito. Como el hielo sirve para refrescar, también lo es para cortar. Como corazón de niño, que no entiende de maldades, dispuesto otra vez a amar, se entrega a la deidad para la transformación, una metamorfosis, la cual se espera jadeante, con mucha pasión. “Caballero, por favor, ya estamos cerrando, vuelva otra noche, hoy no vendrá” Esa espera ansiosa lo hizo torpe, cosa que pudo descubrir luego de despertar de la magia. Falto de tacto o práctica, tuvo que decírselo. Torpe como alguien que intenta amar por primera vez. Tan torpe que ya está uno con el corazón desfigurado por los embates. Un corazón que intenta latir y transportar, con lo que puede y queda de fuerza, ese oxígeno que necesita para mantener vivo ese cuerpo, que lucha para seguir y vivir. Cuando vivir está muy difícil, áspero. “Disculpe, señor, ¿ella pasó por aquí? Ya le dije que no” Los días pasaron y las sirenas cantaban más fuerte, hasta que se callaron y los ojos se apagaron, dejaron de brillar. Pero esos ojos siguen ahí, en la furtividad, aprisionando a los que se atrevan a cruzarse con ellos. “Oiga, ¿pero sabe si pasó? Iba con un delantal de color rosa. No, joven, si ya pasó, no lo hizo por acá.” Al faro lo vio apagarse, sin luz ya durante la zozobra, con la esperanza de verlo iluminar entre la oscuridad... otra vez. Lentamente, descendiendo de ese Olimpo, ensimismado, vuelve a su estado original, al de la vida mundana y frágil, a su sarcófago, esperando la oportunidad para despertar y volver a ver a esos ojos, y que esa vez lo miren con calor y ternura, como creyó que sería desde que aquella noche, cuando fundidos en un abrazo, ella lo miró desde abajo, las vistas se cruzaron, y se derritieron en un beso, salvaje y profundo, que creyó que duraría para siempre.
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Magnolia Stella Correa Martinez