Transicin
Publicado en Jun 20, 2019
La noche agobiante y serena encerraba más y más los pensamientos de Carlitos. A escondidas había hurtado de la cajetilla un cigarro de su abuelo y se mostraba dispuesto a encenderlo con los fósforos de la cocina de su abuela. Huyo al patio trasero y se aseguro con una mirada furtiva que nadie lo viera, colocó el cigarro en su boca, encendió el tabaco e inhalo el humo; una tos asfixiante había atacado al niño que jugaba a ser hombre, el sabor era repugnante como pasto quemado, el olor nauseabundo lo hizo arrojar y escupir saliva a ver si así el sabor se desvanecía un poco. Ya con el humo disipado salió de su escondite, atravesó el patio y caminó hacia la calle principal. A lo lejos sus compañeros del colegio jugaban y corrían, se sentó a orilla de la banqueta y pensó que, aunque el sabor era repugnante su abuelo y los demás adultos fumaban uno sin parar. Se veían grandes y fuertes como él quería ser.
La canícula del verano no lo dejaba dormir, movía las sábanas, se arrinconaba hacia un lado de la cama, luego al otro, volteaba la almohada para sentir el lado fresco, abría la ventana, pero un nuevo problema se le presentaba ahora con los moscos. Después de varios ensayos se logró dormir y en el mundo de los sueños algo se gestaba, imágenes que anticipaban nuevas situaciones para él. A la mañana siguiente mientras escuchaba los gritos de la abuela que lo llamaba a desayunar, sintió algo debajo de la cintura, rígido y húmedo, nuevo y vergonzoso. Carlitos no se explicaba que era, pero recordaba un sueño extraño y agradable; Sofía la niña más bonita de la clase, lo tomaba de la mano y él pegaba sus labios a los de ella. Enrarecido e inquieto tomo un baño, se dispuso a desayunar e ir a la escuela sin mencionar nada a su abuela que lo empezaba a notar sospechoso. Era el último año de la escuela primaria, los preparativos de la ceremonia de clausura tenían a todos ajetreados, padres buscando trajes para sus hijos, madres vestidos para sus hijas, docentes ansiosos por acabar otro curso y niños esperando pasar el tiempo, sintiéndose en un limbo entre seguir siendo niños o intentar ser adulto. Desde hace tiempo Carlitos notaba ciertos cambios poco perceptibles pero significantes en él y en sus compañeros. Una semana antes se había despertado y mientras orinaba se quedo mirando el espejo, en su rostro un grano brotó, sorprendido y asustado se miró, pensó en exprimirlo, pero tuvo miedo de que su cara se inundara de esos pequeños volcanes y de pronto una mañana como aquella hicieran erupción. Cada vez que sus compañeros jugaban en clase se hacia notorio un cambio en su voz, un sonido chirriante se iba convirtiendo poco a poco en una voz como la de su abuelo, las niñas que antes le parecían desagradables, ahora ya no lo eran tanto. Antaño, en los juegos de recreo se distinguían muy bien dos bolitas de juego: la de los niños y la de las niñas, ahora participaban en una heterogeneidad compacta. Risas y empujones, roces accidentales y miradas intencionales se evidenciaban como una danza o un ritual. Para Carlitos era ineludible mirar a Sofia, lo hacia cada vez más y ahora no le importaba que ella se diera cuenta, antes sentía vergüenza e incluso rabia si ella lo notaba, ahora el miedo y la incertidumbre de acercarse a ella lo atormentaba, por eso quería ser como su abuelo, quería fumar, ser grande y sin miedo para acercarse a su abuela. Él seguía robando cada noche un cigarro, iba al patio trasero y fumaba, el ahogo era cada vez menos, a veces se irritaba mucho cuando su abuela le encargaba los mandados, se ponía colérico cuando su abuelo le negaba el permiso para salir con sus amigos y de vez en cuando se sentía triste e incluso llegaba al llanto cuando se acordaba de sus padres. Con sus amigos se sentía comprendido, jugaban y se divertían horas y horas, se reían como locos y se confesaban en cuestión de amores. Carlitos los juntaba a todos en una esquina desolada, les mostraba el cigarro y lo prendía, sentados en corro los niños fumaban, algunos se ahogaban y para su sorpresa otros eran audaces al hacerlo. Una tarde en que el sol quemaba como nunca vio a Sofia cerca de otro niño, se acercaban y él le hablaba al oído, Carlitos sintió algo en su estómago, o tal vez en su pecho, algo que le subía a la garganta y le sonrojaba el rostro, era asfixiante pero agobiante, mucho más que el sabor del tabaco, se sentía enfermo y triste: era el amor. Su abuelo lo notó distraído y durante la comida no probó bocado, dijo que se sentía enfermo y se fue a su habitación. El abuelo toco la puerta y Carlitos lo invito a pasar, aquel viejo que ya había vivido mucho sabia lo que su nieto tenía y aunque se había dado cuenta esperaba que él tuviera la confianza de decírselo. Carlitos no sabía como decirle que estaba enamorado, se sentía tonto y avergonzado pero sintió la confianza de su abuelo, lo abrazó y le dijo lo que vio aquella tarde, el abuelo lo acarició con cariño y le dijo que era el momento, de que un hombre luchaba por lo quería y aprovecho para reprenderlo por la misteriosa desaparición de sus cigarros, los cigarros no te van hacer ver como persona mayor, hay que aprender a caminar antes de correr porque si no te puedes caer y a veces hay caídas de la que ya no nos levantamos. Le acarició el pelo y salió da la habitación. Esa noche inundado de pensamientos y de dudas, de incertidumbre y convicción, en la soledad de su habitación se sintió en un laberinto, agarró tinta y papel y se confeso en la intimidad de una carta para Sofia, encontró la puerta que arrojaba una luz de posibilidad. La mañana de la ceremonia de clausura cuando el vals tocaba y las parejas de púberos bailaban, disimuladamente se vio a lo lejos la entrega de una carta acompañado de vida, risa y juventud en los rostros de los enamorados, por cierto, la carta era firmada por Carlos.
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Daniel Florentino Lpez
Buena técnica narrativa que describe una etapa conflictiva y noble de la vida
Felicitaciones!
Un abrazo