Hice llover
Publicado en Jul 29, 2019
Hice llover para poder dormir. Para poder soñar cambié el aire por mar, e inundé desde mi cama lo último que podía ver. Hice apagar el Sol y su potencia, irresistible, me cansó un tiempo. Ni cuenta me di cuando al fín su gloria dejó de alcanzarme y darme vida. Hice llover en la Luna para nublar su lado oscuro, que me fue siempre más claro. Hice que las gotas ardieran lentamente en mis oidos como una sinfonía, carcomiendo si podían los recuerdos de esos días soleados, de ese ensueño que impide dormir.
Hice llover para poder descansar. En el caos sólo la destrucción puede traer paz. Pensé en entregarme tranquilo a las aguas, dejarlas limpiar mi cuerpo y espíritu. Pensé en abrirles las puertas de mi interior, y pedirles ayuda para sacar la basura. Qué es peor; el fuego o el agua, el amor o el odio, la paz, el caos, la paz durante el caos, no lo sé. Sé que quise des-ahogarme, por un intento casi muy bien logrado de entrega total al destino, y no fue sino el último empuje. El fondo sólo era eso y, como era de esperarse, nada más hayé ahí. Nada más busqué; no quise irme de manos llenas. Como por experiencia supe que ese fondo no era el fin, y que la destrucción no es más que el comienzo. Hice llover para poder volver. De donde siempre quise arrancar una vez me vi muy lejos. El pánico de la luz penetrando mis pieles, del aire invadiendo mis sentidos hizo que pensara muchas veces cada paso que di. Y antes de cansarme de caminar, me cansé de pensar. Cansancio es quizá forma liviana de exponerlo; hice llover para poder descansar. Después de poder volver a pensar, un momento pasó eterno y en blanco, y como desde ese blanco, un sentir, un pensar invadió y no pude dar cuartel; la lluvia comenzaba a sonar. Hice llover para poder morir. Cuando las primeras gotas comenzaron a caer, una como un beso de la vida cayó en mi mejilla y yo, sonrojado, ni la mirada le pude devolver. Extasiado por tal avalancha de amor, me presté enteramente a caer en los juegos nuevos que se veían en camino. Y uno a uno los fui superando, desgarrándome éstos lenta y pacientemente. Aún la lluvia no terminaba de comenzar cuando yo ya, herido de muerte, me disponía peligrosamente a jugar por última vez. La victoria en estos juegos evidentemente era aparente, y cada premio me arrancó un sueño. Como con esencia pero sin sustancia quedé al fin, moribundo. La agonía parecía eterna y ningún ímpetu pude percibir. ¿Será posible caminar bajo la lluvia? ¿Será posible superar ese frío insufrible? ¿Será posible brotar una y otra vez, como ensayando la vida y el tiempo, de lluvia en lluvia, hasta que ésta cese? Creí haber provado una vida sin lluvia, pero de ella huí también moribundo y desganado. Mas lo que cansa es pensar, no caminar. Seco, parado como estaba; medio muerto, medio ahogado, medio despedazado, hice llover para poder morir y, si mis recuerdos me eran fieles, renacer. No recuerdo cuántas veces habré dado las mismas vueltas. No recuerdo qué de todo aquello fue real, qué me inventé y qué me creí. No recuerdo inmensamente el sentir de esos días de lluvias voluntarias. No recuerdo la razón de mi vacío, y sin duda me es un misterio cuánto y cómo he dejado atrás. Por alguna razón siento su peso mas no su dolor, y esa fortaleza es un regalo tan divino como aquello a lo que me impulsa enfrentar. Las lluvias, desde ese primer sol, han ido y venido. Algunas más crueles, otras más piadosas, arrancan pedazos del cadaver que fui dejando, y por ello les agradezco. De muy sutil forma ellas me dicen "de nada". Ahora el Sol me es ineludible. Aún si no lo quiero, su calor me hace caminar y rara vez determe a pensar; ¿en qué podría pensar de todas formas? No es como que tenga algo que recordar... Y cuando la lluvia ocasionalmente cae, es claro por mi disfrute que es de alguien más. Y con ese alguien, al final de su ciclo, comparto su destino.
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gabriel falconi
Carlo Biondi
Loivimar Gonzlez
Carlo Biondi
Elvia Gonzalez
Mara Vallejo D.-
Se dice que para poder ver el arcoiris, primero se debe soportar la lluvia . . .
Buenos versos, me han encantao.
Abrazos
María
Carlo Biondi