El VIAJE
Publicado en Jul 30, 2019
EL VIAJE
Un movimiento casi imperceptible fue suficiente para que lentamente mi conciencia emerja de su eterno letargo. La vibración provenía de todos los ángulos posibles, un ruido pardo y continuo, como el de una bocina sorda, cobraba vida en el interior de mis oídos. A mi lado, un hombre pernoctaba indagando a los presuntos sonidos del silencio; del otro, una amplia ventanilla sudaba vapor congelado. Supe, al mirar hacia adelante, que estaba dentro de un autobús o algo por el estilo. Aparentaba ser grande, mi vista se perdía entre las butacas, deduje que estaba más o menos al medio, ya que al mirar hacia atrás, mi vista se topaba con el final del vehículo casi a la misma distancia que lo hacía para adelante. Había asientos vacíos, pero eran más los que estaban ocupados por gente que soñaba; sería muy tarde en la noche, el sigilo era aterrador, sin embargo, lo más espeluznante era que yo no sabía cómo había llegado ni por qué estaba en ese lugar. Miré hacia afuera buscando una respuesta en la ruta, algún indicio del que al menos me alertara sobre nuestro derrotero. La oscuridad era total, solamente se veía la línea media de la ruta, despintada y quebrantada por el tiempo, como si alguien quisiera borrarla; de vez en cuando, algún árbol ofuscado se alternaba con un cartel indescifrable que advertía sobre un paradero fantástico. Pensé que lo mejor era tranquilizarme de algún modo y tratar de averiguar qué era lo que estaba pasando, o mejor dicho, qué era lo que me estaba sucediendo. El hombre que estaba sentado a mi lado seguía durmiendo plácidamente como si nada aconteciera. Me volví hacia atrás, vi rostros cansados, reposados, o simplemente con los ojos abiertos, perdidos, contemplando la entelequia. La ventana seguía como entumecida; de a ratos algunas gotas se deslizaban hacia el metal frío, dibujando formas rizadas, ocultándose sobre el monótono paisaje. Unas luces lejanas, como de casas, se acercaban para luego desaparecer entre los árboles silenciosos, devorados por la cerrazón; el ruido del motor era casi continuo, dando a entender que el chofer no pensaba parar en ningún momento. Pero, ¿quién era el chofer y dónde se hallaba? Me paré sobre mi asiento y eché un vistazo hacia adelante. Estaba oscuro, más allá de la última butaca, no parecía haber nada más. Traté de despertar a mi compañero de ruta. Era un hombre como de unos sesenta años, vestido con un traje de hilo gris, arrugado y roto, una larga y desprolija barba al tono, flaco, ubicado como en posición fetal, ajeno totalmente a mi presencia. Fue inútil, lo sacudí levemente pero estaba como inerme. Me levanté y recorrí el autobús, convencido de que encontraría entre la gente la respuesta que esperaba, pero me encontré con la indiferencia de unos pasajeros, que como yo, no sabían a dónde iban ni dónde se encontraban. Sus respuestas eran vagas o simplemente vacías, como si no supieran de qué les estaba hablando o no les importase en absoluto. Volví a mis aposentos, más desorientado que antes, con el hombre fraguado a mi lado; ahora las luces de las casas eran más difusas, ya no llovía, una densa niebla socavaba los cimientos de un futuro incierto. El vidrio me devolvió un rostro que ni siquiera pude reconocer; el trazo medio de la ruta prácticamente había sido sepultado con la bruma; no obstante, sentía que la frecuencia del motor disminuía lentamente, ¿estaríamos al fin, por llegar a destino? Cuando definitivamente el ómnibus paró, se encendieron unas luces violetas que venían del piso como si fuera un aeropuerto en miniatura. De pronto, un leve murmullo inundó el recinto. La gente se acomodó o se levantó para vagar por los pasillos, nada inusual en un viaje de larga distancia. Mi compañero de ruta al fin despertó, se levantó y se fue para atrás, esquivando a la gente por el corredor como un murciélago saliendo de una cueva. Unos pasos hacia el frente, una pareja de ancianos comentaban, silentes, las bondades de la comida; algunos metros delante de mí, una familia entera amoldaba sus pertrechos y estiraba sus piernas, mientras sus hijos cenaban parte de su inocencia; otros, meramente susurraban, emancipados por la singularidad de sus voces. Las luces comenzaron a declinar levemente, fundiendo las siluetas en la oscuridad apenas recortadas por la difusa luz del pasillo; la gente retornaba de a poco a sus lugares, las butacas comenzaban a reclinarse lentamente, como si fueran pequeños puentes colgantes. El ómnibus prendió nuevamente los motores y mi compañero de ruta se sentó rápidamente en su butaca y se echó a pernoctar convirtiendo su asiento en una cama. El ómnibus partió cuando ya nadie caminaba por los pasillos. 2 Traté de dormir y esperar la otra pausa, pero me era imposible, mi cabeza no paraba de pensar y de buscar alguna respuesta en esta cárcel rodante. Recliné mi butaca y observé por la ventana. El paisaje era siempre el mismo, con la diferencia de que ahora, se presentaban al borde de la ruta, casas como abandonadas y, ocasionalmente, restos de lo que creía podrían haber sido estaciones de servicio. A juzgar por lo que yo veía, diría que estábamos en un espacio destruido por alguna razón que yo ignoraba. Resistí como pude al sueño y al hambre; no sé por cuántas horas o días, no lo podía calcular, había perdido la noción del tiempo. En el exterior, el paisaje se repetía, salvo por la aparición casual, de una suerte de pueblo chico que se escindía en el horizonte y retornaba en cada claro de luna. Pero ¿quién era yo y porqué estaba en este lugar? ¿Adónde estaban mis recuerdos, cómo me los habían robado? No sabía ni siquiera cuál era mi nombre y tampoco si tenía una familia esperándome en algún lado, o quizás, buscándome; y yo aquí sin poder hacer nada, incomunicado en un oscuro y húmedo ómnibus de larga distancia. Eran tantas las incógnitas a develar, que empecé por la más elemental de todas. ¿Por qué era siempre de noche? ¿Cómo hacían los ideólogos de este viaje para lograr semejante efecto? ¿Estábamos en un mundo donde siempre era de noche? ¿Quiénes eran estas personas, quién las había elegido para estar aquí? Me levanté y comencé a recorrer el pasillo hacia el frente del ómnibus; la familia felizmente descansaba envuelta en su ignorancia, los ancianos curiosamente estaban despiertos pero como mudos, apenas percatados de mi existencia; los demás descansaban o miraban televisión, victimas alienadas de una película de terror. Las butacas terminaban en una puerta como de hierro reforzado donde supuse estaría la extraña cabina del chofer. La sacudí fuertemente pero fue inútil, del otro lado no había nadie. Era insólito, no había ventanas que dieran hacia adelante, era todo como una pared de hierro que ocupaba casi todo el ancho del autobús. Estábamos como quien dice, en un tubo. Si no fuese por las ventanas, esto se parecía más a un presidio que a otra cosa. Volví lentamente a mi butaca, pero me llevé la sorpresa de que mi compañero ya no estaba. Lo busqué por todos lados por un largo rato y por todos los rincones del vehículo alargado; había literalmente desaparecido, no estaba ni siquiera en el baño del ómnibus; sin que nadie se diese cuenta, habían aprovechado el momento en que yo me levanté para llevárselo y así mantener el secreto de su paradero. Recorrí con mi mirada a los pasajeros, pero a éstos parecía no importarles nada, eran como extras de una película que ellos nunca quisieron filmar. Los ancianos eran más bien bajitos, bien vestidos, con ropa y sombreros de otra época, cómodamente instalados en un viaje placentero; parecían, (o simulaban), no cuestionarse nada, conformes con su realidad; pero se notaba que escondían algo, lo descubrí en la mujer: sus ojos emanaban las evidencias del miedo y la desesperación. ¿Cuánto tiempo hacía que estaban en este viaje? Si sabían algo, porqué no lo decían, pensaba… porqué nadie hablaba, de qué tenían miedo. Al final, no soporté más y me dormí como uno más en este viaje, con la esperanza de retornar algún día. 3 Me desperté en cuanto oí ruidos que venían de adelante. Eran los niños que jugaban por el pasillo con una pelota de trapo, indiferentes a los otros juegos, los que ellos desataron dentro de mi conciencia. La noche estaba ahí, serena y cómplice detrás de la ventana, salvo que ahora, en el horizonte se podía divisar una luz algo rojiza, apenas un resplandor, insinuando un menguado amanecer. Esta luz era como una salvación, mi ánimo mudó de repente. Mis pupilas reflejaban levemente la luz sobre la ventana, inquietando la noche que parecía lejana. Para mi sorpresa encontré una bandeja con comida y bebida. Almorcé o cené, (no lo sabía), con la compañía de uno de los niños, el más grande y con su pelota de trapo deslizándose lentamente por el corredor. Cuando finalicé mi almuerzo esperé en vano que alguien viniera por la bandeja. Ellos jamás se mostraban en público, hacían sus tareas cuando la gente dormía. La deje’ a un costado y me dirigí hacia adelante cruzando la canchita de futbol que los niños habían montado sobre el pasillo. La traspasé como pude, esquivando la pelota de trapo que iba de un lado a otro como si fuera un partido de ping pong. La gente era indiferente al acontecimiento lumínico que se mostraba en el horizonte; estaban más atentos a sus bandejas de comida y a la televisión que a otra cosa. Los niños habían encontrado compañía con otros muchachos de su edad y habían acaparado toda la parte delantera del ómnibus, la pelota de a ratos golpeaba la puerta de hierro, desatando un leve y arrítmico golpeteo. Los padres, estoicos frente a la luz e hipnotizados por su resplandor, comentaban que esto ocurría muy de vez en cuando y que era la única luz que habían visto sus hijos en años. -¿En años, pregunte? -La mujer me miro, pero no me respondió. El hombre fue el que se animo’ a hablar. -Esta luz aparece muy de vez en cuando y una vez coincidió con la llegada de los niños, estamos felices. Aunque a decir verdad, todavía no sabemos quien vino primero, si la luz o los chicos. -¿A dónde se dirigen en este viaje? , pregunté. -¿Qué viaje? -Este, señor, este ómnibus en el cual viajamos ustedes y yo. -No sé de qué me habla, discúlpeme-. La mujer lo tomó del brazo y le dijo algo al oído como para que terminara la conversación. Luego llamo’ a los chicos y se despidieron de mi. A medida que me acercaba al frente del vehículo, la luz del supuesto amanecer parecía que aumentaba su brillo, tornándose más rojiza y con algunos tonos de azul, delatando un rudimentario cielo como dibujado sobre un decorado de mampostería. ¿Estaría amaneciendo al fin? ¿Podría ver ahora el paisaje y descubrir la verdad? Pero el tiempo me confirmaba todo lo contrario, al final del pasillo esa tenue luz se apagó de nuevo y la noche nos envolvió con su manto de misterio y desazón. Era un engaño o quizás un fenómeno lumínico, una ilusión en forma de resplandor para mantener a la gente esperanzada. Cuando intenté retornar a mi asiento descubrí que ni la familia, ni los niños estaban en los pasillos, ni en ningún otro lugar del vehículo. Tampoco los ancianos se encontraban en sus sitios: habían desaparecido al igual que el hombre que estaba a mi lado. Me incorporé a mi lugar en medio de la oscuridad total y en un silencio tal, que se podía escuchar al viento soplar detrás de la ventana. 4 Pasaba el tiempo pero yo estaba igual que al comienzo, cuando aparecí misteriosamente en este viaje; pero ahora, era incluso peor, ya no tenía con quien hablar, mis interlocutores habían desaparecido y los pocos que todavía deambulaban por los pasillos no querían dialogar o simplemente no me veían, se refugiaban en su mundo o quizás se protegían de ellos, los cuales a esta altura parecía que controlaban todo, sin que nosotros pudiéramos hacer nada y sin que nosotros pudiésemos advertir su presencia. Pensé en saltar, pero saltar a dónde y cómo, las ventanas parecían estar blindadas como para ir a una guerra y además yo no confiaba, o mejor dicho, no creía que en el espacio exterior existiera ese paisaje de ruta. Los que fabricaron esto sabían muy bien lo que hacían, su maquinaria estaba bien aceitada, la gente estaba al tanto de esto y tenía miedo y procuraba resistir con la esperanza de llegar a un hipotético destino o a algo mejor que estar encerrado en este tubo de metal. No tenía demasiadas opciones: esperar a ver qué pasaba o intentar huir lo antes posible, antes de que ellos tomen la decisión de hacerme desparecer como a los niños y a tanto otros. Carecía de un plan, la tarea era ardua, los controles de ellos eran totales y yo no sabía ni siquiera por dónde empezar. Me suscribí a lo más sencillo, recorrer los pasillos hacia atrás en busca de personas u objetos que aporten algo a esta incomprensible peregrinación. Las primeras butacas estaban ociosas, pero luego, las subsiguientes estaban ocupadas por gente con aspecto más normal que la de adelante: de mejor ánimo, realizaban a gusto algunas actividades recreativas como jugar a las cartas o escuchar música; vi incluso una pareja besándose (me habría equivocado de sector, pensé). Algunos comentaban alegremente no se qué cosa de una playa y de un barco hundido, otros sólo miraban hacia afuera hipnotizados por la línea quebrada de la ruta; la mayoría miraba televisión; todos, en fin, ignoraban quizás cual era su verdadero destino en este viaje. Seguí mi camino hacia el final del corredor, la gente estaba más tranquila, dormían o leían relajados un libro de tapas marrones como aquellas ediciones completas de antaño; la totalidad me ignoraba, mis pasos se confundían con el ruido del motor, las luces me conducían hacia el final del tubo, pero éste se alejaba a medida que yo me acercaba. Un hombre se levantó de repente y dejó su libro en la butaca. Lo tome’ rápidamente y m senté a ojearlo por simple curiosidad en un sillón que encontré vacante. El libro, grueso y de tapa dura, tenía sus hojas vacías, salvo una que decía, “Diríjase hacia la puerta de atrás”; lo deposité en su lugar, me levanté y corrí hacia el final, hacia una pequeña puerta que de repente se abrió sobre uno de los costados del ómnibus, entre las dos últimas butacas y la pared. Estaba entreabierta, dudé un instante si no sería una trampa, pero desistí de inmediato de esa idea, alguien estaba haciendo contacto conmigo. Di una ojeada hacia atrás para cerciorarme de que no me descubrieran, pero fue inútil, ya no quedaba nadie en el ómnibus, las butacas estaban vacías, todos habían misteriosamente desaparecido. La abrí. 5 La puerta daba a una escalera que parecía infinita, un leve vértigo se apodero de mí. Los peldaños eran de madera, y estaban como suspendidos en el aire; las paredes eran habitadas por dibujos de extrañas figuras, mis pasos dialogaban con su propio eco, desanudando los entretelones del un silencio pavoroso. Cuando observé hacia atrás la puerta ya no estaba, el ruido del motor había cesado por completo. Al menos había comprobado que aquello no era un ómnibus. La primera certeza. La pendiente era muy empinada, y como no había una baranda de donde agarrarme, traté de mantener el equilibrio como pude. Algunos escalones faltaban, por momentos pensé que me caía al vacio; de pronto la escalera se hizo casi horizontal y se transformó en un túnel muy húmedo y caluroso, casi inundado, el techo llorando gotas de sombría soledad, las paredes curvilíneas formando una suerte de anillo interminable. Me encontré de repente, dando vueltas sobre el mismo lugar. Busqué una salida, terminé corriendo un prolongado tiempo sobre agua y en círculos concéntricos, persiguiendo, acaso, a mi propia sombra. Ya extenuado, me recosté sobre el húmedo suelo. Así estuve un buen tiempo, acompañado por el lejano bombardeo de unas gotas que nacían condenadas al olvido. Estaba yo como en una suerte de continuación del tubo de metal, pero ahora era en forma circular. Las paredes seguían mostrando esas extrañas figuras como de jinetes cabalgando en un bosque tupido. Ya casi me dormí cuando de repente sentí un ruido hacia uno de mis costados; me levanté y marché en dirección del sonido. No vi nada raro hasta que tropecé con un objeto. Era la pelota de trapo de los niños del ómnibus y parecía que alguien la hubiese arrojado. Al menos ahora había descubierto el paradero de los desaparecidos del ómnibus, o por lo menos, ahora estaba seguro de que ellos habían pasado por acá. Este descubrimiento no era precisamente muy alentador, y menos para mí, quien parecía seguir el mismo destino. La cuestión era saber ahora, hacia dónde se había dirigido la gente del ómnibus, no parecía haber una salida cierta, este túnel, o lo que fuese, era de forma circular, sin puertas ni ventanas. Lo recorrí una vez más tratando de ver si habría alguna salida secreta. Fue inútil; lo único que descubrí en el trayecto fue un sombrero de los ancianos que rescaté casi al final de la vuelta; más precisamente el de la señora, el que elegantemente y muy orgullosa mostraba en el ómnibus. Quede’ tendido en el piso, derrotado por las circunstancias, esperando dormirme posiblemente para siempre, pensando en que ya nada dependía de mí, que yo era como un objeto más de este mundo oscuro y que como yo, otros tantos habrían pasado por aquí y sin que nadie lo supiera habrían sufrido la misma condena. Dormí no se’ cuánto o tiempo, porque incomprensiblemente desperté en otro lugar, o acaso, por lo que veían mis ojos, en otro mundo. CAP 6 . Ahora me encontraba en una habitación blanca, algo moderna, recostado sobre una camilla metálica. Las paredes eran también del color de la pureza, pero tenían lumbreras con vidrios oscuros, los cuales impedían ver hacia el otro lado. Me habían atrapado cuando permanecí dormido en el anillo infinito, fue mi conclusión. Esta vez no tenía escapatoria, mentiría si echaba de menos al ómnibus, a los niños jugando en el pasillo, al ruido del motor y al hipotético chofer; mis ojos se alborozaron con un paisaje ilusorio que se proyectó alertando de color y movimiento a mis pupilas. Traté de incorporarme sobre la cama pero estaba muy bien amarrado, como si residiese en un hospital siquiátrico y yo fuese un paciente altamente peligroso, o ¿quizás lo era? Yo nada sabía del mundo exterior y menos de mi mundo interior; ¿serian la misma cosa? Todo era posible, todas las conjetura tenían su cabida en esta historia. De improviso, sentí algunos ruidos, pero no supe exactamente dónde se originaban. Eran voces que parecían provenir de detrás del vidrio negro. Voces y pasos que se acercan cada vez más, como en una película de terror. Una creía era de mujer, la otra era más grave, y más decidida. Se los escuchaba más fuerte hasta que los pude ver reflejados en el vidrio como en un cuadro; se ubicaban ya dentro de la sala, pero detrás de mí, a la zaga de una puerta que yo no podía ver porque estaba atrapado. Traté de gritarle a la mujer pero no me salía ninguna voz y tampoco me podía mover. Vi que ella me inyectaba alguna cosa en mi brazo y le comentaba algo al hombre de blanco que estaba a su lado, algo de unos niños, algo de que alguien estaba en coma, pero que era fuerte, que iba a resistir, que había que esperar, que el tiempo valía oro, que volvería dentro de un rato, que todo se iba a arreglar. ¿A qué refería esta mujer, era acaso una doctora y yo un simple paciente accidentado? ¿Se reduciría todo esto a un simple accidente y por eso yo habría perdido la memoria, habría yo estado soñando todo este tiempo?, no lo creía posible. Algo me decía que no, juraría que fue real todo lo vivido desde que desperté en el ómnibus, no solamente real, sino lo único cierto y verdadero que me había ocurrido en mucho tiempo. Tan verdadera como la sustancia que la doctora vertió sobre mi torrente sanguíneo, ya que me sentí de repente muy debilitado y empecé a ver que la habitación se desvanecía como si alguien la suprimiera con una borra tinta. Creo que me dormí un largo rato hasta que de nuevo la mujer se me apareció y trató de despertarme abofeteándome la cara suavemente. La vi ahora con más nitidez, era alta o quizá eso me parecía a mí desde la cama, algo flaca, las muñecas como estiradas y vestidas con pulseras que sonaban cada vez que me daba algún empujón para despertarme. Me ofreció agua, la que accedí de inmediato. -¿Dónde estoy, le pregunte, que hago aquí, qué me sucedió doctora? No me contestó nada, solo bocetó una sonrisa en el aire como si flotara dentro de una máscara de carnaval, lo cual no era un buen indicio, yo esperaba alguna respuesta; al final se retiró de la pieza y volvió al rato con un plato de comida. Lo dejó a un lado, me puso la cama en forma vertical y me senté a comer. Tenía mucha hambre, comí, lo hice ahora sí, observando la extraña sala en la que me encontraba. No parecía ser la de un hospital ni nada semejante; no había ningún aparato electrónico médico, ni la infraestructura necesaria para albergar a ningún paciente; al contrario, era parte del mismo plan trazado de antemano hacia mí, lo podía intuir. Cuando terminé de comer, como si todo estuviera sincronizado, apareció de nuevo ella con su acompañante. Era mucho más viejo y no tenía aspecto de médico ni de nada y estaba decidido a hablar conmigo como si hubiese esperado mucho tiempo para eso. - Señor, dijo el hombre, quien se sentó junto a mí, dibujando una mueca de simpatía sobre su rostro reblandecido. -Queremos saber quién es Ud. Lo estamos estudiando desde hace algún tiempo. Su caso nos interesa sobremanera. -No lo sé. No soy el indicado para contestar semejante pregunta. -Ud. sabe perfectamente de lo que le hablo. -No lo sé señor, le dije. Ahora dígame Ud. ¿porque me retienen acá en contra de mi voluntad? -¿Quien le dijo a Ud. Señor, que es en contra de su voluntad? ¿No lo recuerda? -No señor. -Ya lo va a recordar…. Cuando terminó de decir esto tomó el plato de comida y se fue junto con la mujer quien no habló en todo momento. Yo me mantuve recostado oteando el vidrio y analizando la forma de escapar de esa siniestra habitación. CAP 7 El recinto blanco era más hermético que el ómnibus o el anillo infinito, con la salvedad de la presencia de la puerta que seguramente habría detrás de mí, a la cual yo no podía ver; sólo mis manos y mis pies mostraban cierta libertad de acción: podía verlos bosquejar algunos intentos fallidos por escaparse sobre el reflejo del vidrio. Pero era inútil, yo estaba inmovilizado desde que me dieron la inyección. Ahora me encontraba en silencio, la pareja se habría ido lejos, o quizás me estarían observando desde algún lugar, o poniéndome a prueba como lo habían estado haciendo desde que empezó este viaje. Dependía de ellos para hacer cualquier cosa que necesitara para mi supervivencia; con esto me torturaban y me mantenían de esta forma a merced de su poder. Sin embargo, la peor tortura era el robo de mi identidad y el no saber porqué estaba yo en este lugar. A los pocos segundos, el mutismo es nuevamente cercenado en su esencia más elemental, pero esta vez los ruidos parecían provenir del cristal. Giré mi cabeza pero no vi nada mas allá del vidrio oscuro; pero yo podía sentir su presencia, era evidente que me estaban estudiando, quizás los efectos de esa droga tan poderosa o simplemente mi reacción para escapar. De pronto sentí detrás mío que la puerta de la sala se cerró y los rumores del vidrio se acentuaron, salpicando al silencio con minúsculas partículas de ruido. -Nuevamente le preguntamos, dijo una voz, la de la mujer, díganos todo lo que sabe de Ud. -¿Donde estoy, quienes son Uds.?, grité indagando hacia el vidrio. -¡Conteste! -No lo sé, lo único que recuerdo es que yo estaba en un extraño viaje al cual no sé como llegué y que después alguien me ayudo a escapar por una misteriosa escalera y ahora estoy acá con Uds. Es eso lo único que yo les puedo decir. -¿Antes de eso, Ud. no recuerda nada? -Nada. -Muy bien, dijo una voz, ahora masculina, de eso nos encargaremos nosotros. Ud. sufre una repentina pérdida de memoria y de identidad, la cual ahora nosotros vamos a tratar de resolver. Necesitamos paciencia de parte de Ud. y que colabore con nosotros en todo momento. Primero le haremos unos estudios de rutina, para luego empezar más específicamente el tratamiento. -Primero díganme quienes son Uds., dónde estoy y por qué llegué a esta instancia. -No podemos, eso sería entorpecer el tratamiento, Ud. necesita tener la mente en blanco, nuestro equipo tiene que recuperar lo que perdió por alguna razón que desconocemos. Sus únicos recuerdos son esas alucinaciones que Ud. nos contó, esas imágenes que su mente le produjo como mecanismo de defensa ante el vacío que le proporciono su pérdida de memoria. -¿Y cómo se yo, que toda esta conversación no es parte también de una alucinación como dicen Uds.? -Eso queda a su criterio, eso ya es parte de su fe. Los ruidos cesaron, intuí que ellos ya no estaban al lado de mi habitación. Intenté levantarme, estaba con más fuerzas, desaté las amarras como pude, lo hice lentamente y tomándome de la baranda de la cama, fui hasta la puerta, estaba abierta pero cuando quise salir me encontré con una especie de laberinto de salas como la mía donde en cada habitáculo había una cama vacía. Como yo no sabía si era parte de una alucinación o había caído en una nueva trampa provocada por la droga, desistí de salir por el terror de no volver. No quería perder el contacto con ellos, era mi única esperanza de volverme a encontrarme conmigo mismo. Me acosté de nuevo y descubrí una bandeja a mi lado. Me alimenté con la incógnita de saber cómo hacían para poner las bandejas sin que yo los viera; recordé que eso era lo que me aconteció también en el ómnibus. CAP 8 Desperté, como no podía ser de otra manera, en un lugar muy distinto a todos los que había recorrido en este largo viaje. Ahora me encontraba en una casa, más específicamente en su living, sentado en frente de una estufa a leña, acompañado de un gato excéntrico, enorme y tupido pelaje, cómodamente instalado en un sillón enorme, con una copa en la mano y el diario sobre una mesa de madera rústica; y ahora ¿qué pasó,… qué es todo esto que veo a mis alrededores? A juzgar por las ropas que yo lucia, diría que era de noche y que yo recién me había bañado y estaba esperando a alguien. Al menos ésta era la alucinación más divertida de todas, pensé. Encima de la estufa posaba la cabeza de un ciervo observándome y a punto de saltar sobre mí. Una lámina sobre la pared me recordó a las extrañas figuras de las paredes del anillo. Prestando mejor atención al salón, llegué a la conclusión que yo era un cazador furtivo o algo parecido. La cosa iba de mal en peor. Decidí recorrer la extraña mansión. Primero empecé por la planta baja, de la cual ya conocía algunos habitáculos. Transité por la cocina; luego atravesé una especie de comedor diario que se comunicaba con una biblioteca o lo que supuestamente seria un estudio. ¿Donde están sus ocupantes?, pensé. Me senté en el escritorio; lo primero que vi fue mi foto con una mujer; lucíamos mucho más jóvenes, en algún paraje montañoso del sur que yo no recordaba; ella estaba hermosa en esa foto: posábamos sonrientes, felices diría yo, como solo se puede estar cuando uno recién conoce a alguien. Otras fotos colgaban de las paredes, unas mías, otras de ella a caballo atravesando un enorme campo, parecido al de los jinetes del anillo. De repente, escuché pasos que se dirigían hacia mi despacho, oí que alguien tocó a la puerta suavemente y a ritmo pausado. Sentí que alguien me llamaba con el nombre de Lautaro. La abrí pero no había nadie, supuse había sido el viento. De pronto descubrí que había una salida hacia un jardín. Pude ver una silueta de mujer que se movía como una sombra. La seguí por un oscuro sendero tupido como las paredes del túnel. Había árboles de todo tipo y especie, un estanque con una fuente en el medio, algunas gárgolas y estatuas que se pernoctaban sobre un camino que parecía como un laberinto; una escalera levemente empinada terminaba triste en una glorieta. La subí pero cuando llegué a lo cima, descubrí que más allá de la casa no había nada. Acá termina el territorio de esta nueva alucinación, cavile por un instante. Debería haber un cartel que así lo indique. Decepcionado, baje, entré en la casa y busqué mi dormitorio. Ahí estaba ella, la mujer del jardín acostada, durmiendo plácidamente. Pero cuando la observé más detenidamente me llevé la enorme sorpresa de que estaba mucho más joven que en el jardín, casi como en la foto; había retrocedido como treinta años. Me acosté serenamente tratando de que no se despertara, de que siguiera siendo tan joven, así yo podría admirar su belleza antes de que concluyera esta alucinación. 9 De nuevo en la sala blanca, el vidrio oscuro, la camilla metálica, y el silencio que se propagaba por todas las salas hiriendo la susceptibilidad de mis voces internas, y recordándome de que también Lautaro era un invento que ellos me impusieron para probarme una vez más. Ahora me dieron un nombre, algo cierto, una casa lujosa, una familia a la que según ellos yo concernía, pero a la que yo me rebelaba a pertenecer; ahora yo era lo que ellos quisieron que fuese, ahora yo me ajustaba mejor a sus diabólicos planes, que no eran otros que sumirme en una gran confusión, de la que yo ya no sería capaz de resistir; solamente confiaba en mis primeros recuerdos, en aquel autobús, en aquella luz rojiza que me dio alguna esperanza en este mundo sombrío. - Señor Lautaro, sentí que dijo una voz que venía como del techo. Ahora ya sabe su nombre, ¿no es verdad?- Queremos que nos cuente un poco más de su vida. ¿A qué se dedica Ud., con quién vive en esa mansión? No contesté su interrogatorio, no tenía que tropezar con una nueva trampa, hice oídos sordos, me refugié en mis pensamientos verdaderos, viajé por mis recuerdos (aunque vagos), los únicos que reconocía como propios, a los que ellos ni nadie podían entrar, los que me situaban muy lejos, a orillas del mar jugando con una pelota, y andando libremente como si al final del tramo, no hubiese ninguna meta a cumplir, como si en definitiva, mi yo, no era otra cosa que un niño corriendo por la playa. -Ud. sabe que si no contesta, nosotros sabemos muy bien cómo hacerle recordar ciertas cosas…. El miedo era el arma con el que ellos contaban, pero yo lo desafiaba aferrado a mis recuerdos de infancia. Esos recuerdos que ni el poder de ellos pudieron destruir, los que estaban llenos de luz y de libertad, peligrosa combinación para este mundo de sombras. No debía responder aunque tuviese la respuesta, no debía confesar a otra de sus invenciones, a una simple imagen que apareció ligeramente en el ómnibus, cuando los niños jugaban en el pasillo y que luego misteriosamente desapreciaron. ¿Qué les podía responder yo, más allá de lo que había visto en el ómnibus y en la casa de Lautaro? ¿De qué camino me hablaban, de que desvío? De pronto se hizo un silencio que me pareció muy largo. Me senté sobre la cama, descubrí que no estaba amarrado, baje mis pies de la camilla, pero sin quererlo, lo hice sobre un objeto que estaba en el piso; era un libro marrón como aquel del ómnibus, presumí que tenía un mensaje para mí; y así fue que me di cuenta que alguien quería decirme algo, alguien escribió en el libro de que me vaya por la puerta y siga hacia la derecha, hasta una compuerta como de barco, y que se me abriría sobre el piso en cuanto me posare sobre ella. CAP 10 Fue lo que hice, seguí los pasos tal cual estaban escritos en el libro marrón, camine’ por un largo pasillo cruzando el laberinto de cámaras vacías; al poco tiempo di con esa rara compuerta sobre el piso. Estaba dura como si hiciera mucho tiempo que nadie la tocase. La abrí, sabiendo que del otro lado me estaría esperando quizá mi propia muerte, o como me tenían acostumbrado ellos, estaría entrando a otro de mis recuerdos inducidos. Debajo de la compuerta asomó una larga escalera que daba hacia un túnel, como si estuviese entrando a una cloaca. Estaba oscuro, la humedad carcomía mis huesos como un leve acido frio; prohibida para claustrofóbicos, del diámetro de un cuerpo, la baje sin pensar en nada, ya no podía retornar, ya no quería hacerlo, debía ahora responder al llamado que de vez en cuando alguien me dejaba escrito en ese insólito libro marrón y del que debía confiar a ciegas. Terminé en un suelo como aquel del anillo infinito, pero ahora era algo diferente, estaba más limpio, no era circular, se presentaba algo angosto, las paredes como recién pintadas, rectangular como una sala de espera; una nueva puerta parecía ser el destino de este nuevo engaño. Cuando me aproximé, percibí voces del otro lado, muchas voces como si vinieran de una reunión, de un festejo o algo por el estilo. Cuando la abrí, alguien me abrazó y me dijo: Lautaro, no te pierdas la mejor parte. Entré a ese salón de fiestas colmado de gente que supuestamente yo conocía pero a los que no recordaba en absoluto. Solamente descubrí que estaba la mujer alrededor de una mesa llena de comestibles y regalos. Me acerqué lo más que pude, sabiendo que todo se trataba de otra invención. Vi rostros que apenas registré, que se me acercaban o se alejaban según su estado anímico, miradas que se posaban sobre recuerdos desvanecidos, intuiciones que me deslumbraban detrás de la cortina de mi mente. Esta vez reconocí que era una alucinación más placentera que las otras y que daba a paso a otras interpretaciones. Era como un respiro dentro de tanta angustia y confusión, como un lugar de reposo; pero no por mucho tiempo. Esa sensación placentera daba paso a otras más dolorosas, otras a las que yo todavía no les daba una explicación; eran, quizás, evocaciones que regresaban del pasado y que yo trataba de suprimir para protegerme de esa verdad que renunciaba a desvanecerse. Por momentos alguna persona me daba un abrazo sin que yo supiera porqué, o me decían cosas incomprensibles, siempre referidas a ella, a la que por alguna razón que yo no sabía, ya no estaba en la reunión, se había ido a otro lado, pero yo seguía en ese cenáculo que cada vez estaba más vacío y que se iba transformando de a poco en otra cosa, como en un lugar de tránsito hacia otro tiempo y espacio, al que nadie quería llegar. 11 De pronto, descubrí que ya no estaba en la supuesta sala de fiestas, quizá me había dormido y había despertado de nuevo en otro lado como ya estaba acostumbrado. Era cuadrada y blanca, llena de puertas como si uno pudiese elegir su destino; el piso limpio confirmó mis sospechas de que me encontraba dentro de otra confusión, el mismo silencio, la misma incertidumbre. Las puertas estaban numeradas del uno al diez, un largo banco con gente apilada la partía al medio, gente que creí reconocer; me senté a esperar no se qué cosa al igual que los otros, hasta que sentí por un altavoz: -¡Lautaro Cadenaci! . ¿Sería a mí al que llaman, ese era mi apellido?, observé a mi alrededor y nadie respondió, así que deduje que ese era mi nombre completo, pero no sabía a qué puerta acudir, la voz parecía emanar de todos lados, hasta que vislumbré que la puerta número seis se abrió lentamente como movida por un fino hilo invisible. Me levanté del banco largo y abrí la puerta seis, sin importarme lo que me esperaba del otro lado. – Adelante, adelante, señor Cadenaci, tome asiento por favor. Permanecí callado, observando la sala, sobre todo a las posibles aberturas, cámaras o micrófonos ocultos que seguramente habrían instalado para esta nueva trampa. El hombre era el mismo que estaba con la mujer en la otra habitación, solo que lo disimulaba muy bien con su vestimenta y quería hacerme creer que nunca me había visto. La escenografía estaba muy bien montada, el hombre estaba de blanco, el escritorio parecía ciertamente el de un médico, hasta su titulo colgaba de una pared con todos los honores. Tenía muchas preguntas para hacerle, pero permanecí mudo y esperé a que hablase él. -Según leo en su expediente, Ud. está acá desde hace dos meses, más o menos, y no ha mostrado por ahora ningún avance significativo…decía leyendo un libro marrón; pero tampoco su conducta ha sido tan mala, así que yo diría que permanezca un tiempo más con nosotros, hasta ver si el tratamiento da algún resultado visible. -¿Permanecer, dónde, doctor…. dónde estoy?… -Bueno ve, señor Lautaro, es lo que yo le digo, Ud. ha perdido la memoria. No podemos dejarlo ir sin que haya sido curado. ¿Entiende? -No doctor, no entiendo nada. -Es lógico que no se acuerde, pero Ud. sabe muchas cosas señor Lautaro, cosas que nos va a tener que contar algún día. Cosas que tienen que ver con su pasado y que para nosotros pueden sernos de mucha utilidad para su tratamiento. Todas las personas que vio ahí afuera son como Ud., no tienen memoria y están aterrados, escapando continuamente y resistiéndose a que los ayudemos… Lo escuché atentamente, sabía que estaba mintiendo, que él no era real, quizá me lo había inventado yo mismo, me lo había fabricado para encontrar una explicación a esta pesadilla. Examiné también a la habitación y para mi asombro, esta vez seguía todo en su lugar; antes que yo intentara nada, el doctor siguió hablando: -Empecemos por el comienzo una vez más, Cadenaci. ¿Cómo llegó aquí, quién lo trajo? -Ya lo he dicho que no sé cómo llegué, ustedes me están volviendo loco, me están intoxicando, borraron mi memoria y me están produciendo estas alucinaciones para que me olvide de todo. -No me haga reír, Lautaro, es Ud. el que está enfermo, Ud. perdió la memoria y nosotros lo hacemos recordar. Según leo aquí, dijo, tomando el libro, Ud. mencionó algo de un ómnibus, ese ómnibus es efectivamente el que lo trajo aquí… ¿cómo pensaba que nosotros traemos a nuestros pacientes? Después menciona, según veo, que recorre un anillo, después un túnel etc. etc., esa es la ruta exacta que hay que hacer en esta clínica moderna para llegar a su habitación ¿lo entiende ahora?-, dijo, señalando un pasillo circular. -No le creo nada….y ¿mi visita a la mansión, a ese lugar que parecía ser mi casa, esa familia, ese nombre que ustedes me pusieron? -Esos son algunos recuerdos o sueños que le quedan, que le van apareciendo, son parte del tratamiento. No se los pusimos nosotros. Es lógico que no me crea nada. Ahora por favor, puede retirarse y volver a su camilla. Voy a pedir a los enfermeros que lo acompañen. Así fue como de repente de una puerta surgieron dos personas que me tomaron del brazo, y me llevaron por el pasillo circular a algún sitio que no recuerdo bien porque me desvanecí en el camino. 12 De pronto me encontré de nuevo en el jardín de la vieja mansión. No sabía cómo había llegado, ni porque me encontraba en ese jardín. Todo parecía tranquilo. La única novedad era la de los perros, que surgieron como de la nada, pero eso no me incomodaba, los veía que corrían hacia la glorieta y luego bajaban y se mordían entre sí como buenos cachorros que eran. Recordé que se los había regalado a mi mujer en nuestro aniversario de casados. Pero de eso hacía muchos años. En un momento sentí un golpe que venía como de adentro de la casa; entré y me dirigí al living sin cuestionarme nada, esta vez seguiría los acontecimientos como si los estuviera viendo desde arriba, como si le estuviesen ocurriendo a otra persona. Ahí estaba ella llorando con el tel. sobre su mano -Nos tenemos que ir-, dijo ¿A dónde, porqué? -Empaca las cosas, yo subo arriba a buscar algo de plata. Tome lo que pude, apronté el auto para salir, puse los perros dentro y la esperé afuera. Recuerdo que llovía a mares y que yo la seguía viendo desde el auto hablando por teléfono pero de pronto no la vi más. La busqué por toda la casa sin ningún resultado. El silencio era pavoroso, el jardín parecía un cementerio. Salí en su averiguación de paradero para cualquier lado, sin pistas y sin un camino cierto. La ciudad era como un monstruo que nos devoraba a cada paso. El vértigo nos inundaba en cada esquina, trasladándonos por senderos abismales; la indiferencia nos acompañaba en todo el viaje que habíamos emprendido desde ese momento. Íbamos de un lado para otro, los ruidos parecían multiplicarse, sin embargo, el silencio se mantenía atrapado entre los nudos de nuestras gargantas añorando otros espacios. Escenas como estas se repetían una y mil veces entre los laberintos de la ciudad. Apelábamos a nuestros contactos, pero eran infructuosos y siempre terminábamos engullidlos por una maquinaria burocrática infernal. Cuando una pista parecía firme, el tiempo con confirmaba todo lo contrario, se disolvía como agua entre las manos y terminábamos en nuestra casa, evocando pensamientos perturbadores. Afuera los perros ladraban, querían entrar, hacia frio, quizás estaban echando de menos a su dueña. El resto de lo que pasó en esta alucinación ya no lo recuerdo bien, se me confunden los días, los meses y los años. A veces aparezco yo en el jardín jugando con los perros o en una playa corriendo. Estos recuerdos parecen ser los más verdaderos, como salidos de mis entrañas, quizás los que ellos están procurando desaparecer a través de esta especie de tortura infinita. 13 Los enfermeros me pasearon por varios pasillos en forma de anillo y por oscuros túneles, no sabía qué eran exactamente, tampoco sabía si realmente me estaba moviendo hacia algún lado o estaba quieto, y eran las luces de neón las que se prendían y apagaban simulando un movimiento que quizás no existía. De pronto la vibración desapareció y las luces se apagaron. Ya no estaba en la mansión, ni sentía los perros correr por el jardín. Me habían devuelto a la clínica, sin que yo supiese cómo lo habían hecho. Cuando las relumbras retornaron levemente, como prendiéndose para una obra de teatro, fue que los vi sentados cada uno a un lado de la cama quietos y mudos. Yo tampoco podía hablar, solo gesticulaba hacia la nada. Era mi dormitorio, pero luego esta habitación se transformó en una celda o algo por el estilo, ya que unos barrotes se insinuaban en frente mío, cruzando la puerta de par en par. Ellos querían decirme algo, advertirme de algún asunto importante, pero yo no comprendía qué era. Leves sacudidas como ínfimos terremotos los borraban de mi mente, para luego hacerlos aparecer en otro lado. En un momento dado vi que uno de los enfermeros tenía la cara de uno de los niños del ómnibus, pero inmediatamente esta cara se esfumó y se convirtió en un reflejo sobre el espejo, en un recuerdo viviente. Diría que el dolor era soportable, parecido al de una leve corriente eléctrica o al aguijón de una anguila debajo del mar. SI nadaba me sentía más a gusto, pero echaba de menos el agua salada y el reflejo del sol sobre las olas. Cuando salía a la superficie a darme una bocanada de aire, las siluetas de ellos se recortaban en el horizonte, enredándose entre los finos hilos de luz que emanaban de mi mente. Luego de que el tormento finalizó, me vi de nuevo en la sala blanca, visitado por los fantasmas de mis recuerdos, cejados en el umbral de mi conciencia, convertidos ahora, en mínimos resplandores de luz. -Vamos-, sentí que uno de los enfermeros le decía al otro. -Ya nada tenemos que hacer aquí. No creo que este tipo diga una palabra-. Se escuchó un portazo y luego el silencio, ese al que yo me estaba acostumbrando peligrosamente. No tenía fuerzas para levantarme, permanecí inmóvil, repreguntándome una y otra vez dónde estaba, quiénes eran ellos, qué querían de mí. Reconocí la sala, era la de los vidrios oscuros, recordé que no tenía escapatoria, opté por esperar a que mi mente me fabricase una salida. 14 - ¿Sigue sin recordar nada, señor Lautaro? Qué poca memoria tiene. Parece ser que no está dispuesto a colaborar con nosotros. Solamente le pedimos que nos de los nombres, esos del libro, el que tenía su mujer en su casa…. Esa voz me era conocida, pero no sabía de dónde provenía, quizá de detrás del vidrio, o quizá era una grabación o un electrodo en mi cerebro. Había vuelto para atrás en el tiempo, el plato de comida estaba al lado de mi camilla, amarrado de pies y manos, la mirada fija en el techo, los ruidos conversando entre ellos a mi alrededor como ratas en un solitario basural. Después que me desaté los nudos de mis manos con un cuchillo que encontré curiosamente en la cama, me alimenté como hacía mucho tiempo no lo hacía. Repuse algunas fuerzas, camine’ por la pieza, golpeé el vidrio, pedí ayuda, busqué alguna salida escondida, me incliné sobre la cama gestionando quizás encontrar alguna abertura o pasadizo, traté de abrir la puerta principal, la que seguramente me llevaría al laberinto de camas. Nada descubrí que me llamase la atención, salvo una voz muy suave que delataba mi nombre, desde el umbral del corredor. Era distinta a las que yo había escuchado en este viaje. Provenía del lado de la puerta, hacia ella me dirigí; ni bien la abrí, una mano tomó la mía y me empujó hacia afuera, pero para sorpresa mía ahora no estaba el laberinto, sino que fui como llevado o rescatado hacia una gran sala repleta de gente. No podía precisar con exactitud qué era lo que pasaba, todo sucedía muy rápido, como si me estuvieran pasando una película vertiginosa. Un sujeto daba las órdenes, parecía ser el jefe. La mujer me sentó junto a él en el medio de la sala. Era alto y robusto y estaba como decidió a todo. -¿Le dio los nombres, nuestros nombres, alguien lo siguió hasta aquí? -No señor, no lo creo. -Bien-, dijo, entonces puede quedarse con nosotros, pero no abra la boca, nunca mencione nada al respecto, todos tenemos una clave, la suya es Lautaro. -¿Lautaro, pregunté, pero si ese es mi nombre? -No señor, ese es su nombre en la organización, ellos lo averiguaron pero por suerte usted no habló, lo pudimos rescatar a tiempo; ahora tiene que descansar, le vamos a asignar un lugar para Ud. ¿Debería creerle a este hombre, o había caído de nuevo en una trampa? La mujer me tomó de la mano y me llevó a una pieza donde había otras personas, una gran sala de hospital, con heridos y gente dormida o dopada. Antes de retirarse me dijo con ternura:- Yo la conocí. - ¿Cómo, donde está, le pregunté, de dónde la conoce?, pero no me contestó, se fue casi sin darme cuenta, como si fuera un fantasma derretido. Mire’ el reloj que colgaba de la pared, eran las diez, pero yo no sabía si del día o de la noche. Estaba ahora en un gran salón donde había gente que entraba y salía por una puerta corrediza, caminaban ligero, casi como muñecos, persiguiendo un mismo fin que yo desconocía. Creí ver a los niños del ómnibus cruzar la puerta corrediza, los seguí pero se me perdieron entre la multitud. ¿Serían ellos o fue solo una ilusión? 15 Los estaba esperando, ya me lo habían advertido, pero supe ser precavido y escapé, por una puerta secreta que daba al sótano, esa, la que uno pensó que nunca iba a usar. La había construido mi padre quien sabe para qué. Salí de mi casa y tome’ un taxi a la terminal de trenes eludiéndolos en su propia cara, esquivando su malicia. Era muy temprano, no sabía a dónde ir; lo mejor, pensé, es irme lejos, lo más lejos posible, allí donde ellos no puedan llegar. Recuerdo que vagué por varios sitios, algunos que ni siquiera yo me los hubiese imaginado que existían; me llevé conmigo algunas cosas de ella, que me sirviera para encontrarla. En el libro marrón encontré algunos esbozos de mapas. Me guié por ellos, como si estuviera buscando un tesoro. Terminé, sin darme cuenta, en un hotel en las afueras de la ciudad, el nombre de este pueblo figuraba en el itinerario del libro como el primero de sus destinos. Por acá debe haber pasado ella, concluí, acá me podrán informar que pasó aquella noche de lluvia que se la llevaron. El hotel quedaba cerca de la estación. Me sentí seguro en cuanto vi a su extravagante dueña traerme las llaves y entrar a esa especie de habitación que le llamaba pieza. Me alcanzó unas toallas y me dijo que el desayuno era hasta las diez. Es mejor así, pensé, aquí nadie me va a buscar, ni siquiera la mujer me pidió mis datos. Luego supe que era un lugar de tránsito. ¿Y ahora qué hago?, a mi casa no puedo ir, ni llamar por teléfono, ni volver a mi trabajo, estaba como quien dice desaparecido de todo. Descansé un rato hasta bien entrada la noche mirando el techo; luego me fui a cenar a un fantasmagórico bar que quedaba en la esquina. Las calles de adoquines cuadriculaban el reflejo de la luna que se multiplicaba hasta el infinito. Había una sola persona en una mesa del bar y estaba como dormido; cuando lo toco para preguntarle dónde estábamos, se cayó al suelo, duro como una piedra. -Es el único que quedaba con vida-, dijo de pronto el mozo detrás del mostrador. Nada en alcohol, si le pone un fosforo volamos en pedazos -¿Y Ud., dígame, como vino a dar acá?-, me preguntó. -No lo sé, me orienté por un mapa… - ¿En serio me lo dice, figuramos en algún mapa?, decía a las carcajadas. Ni siquiera se’ si yo existo, vociferaba desde el mostrador. ¿Le sirvo algo, jefe? -No, le dije, se me fue al hambre. ¿Le puedo hacer una pregunta? -Si dígame -Le mostré la foto de mi mujer. ¿La vio pasar por acá? -Ahora que me lo dice, creo que sí. Pero se fue rapidito-, dijo como señalando al sur - ¿Sabe a donde fue?-. -Bueno mire, acá no hay mucho para elegir, solo tiene la estación de tren, es la única manera de salir de acá. ¿Le sirvo algo de comer?-. - No, gracias, se me fue el hambre. Cuando amanecí, abrí la ventana de la habitación pero no daba a ningún lugar; recordé que era un hotel de mala muerte. Desayuné unas medialunas que parecían de goma. Salí a ver un poco el sol y reconocer la zona, yo había llegado casi de noche y no había prestado atención al lugar. Era extraño, porque yo no recodaba nada de lo vivido la noche anterior. Lo único cierto era que estaba en medio de una ciudad pequeña, de pocas casas y calles de piedra. Se podía ver la estación de trenes hacia el final de la avenida principal, escoltada por unos árboles que destilaban el aroma de sus secretos. Alcancé a divisar a un transeúnte que venía en mi dirección. Lo crucé en cuanto se me acercó, pero fue inútil, me esquivó con cierta habilidad, no quiso hablar o no sabía, qué más da, para mí era lo mismo. Recorrí el pueblo sin éxito ninguno; la desolación era total. Descubrí que yo estaba en el único hotel del extraño paraje y que casi nadie habitaba las pocas casas de la zona; “se han ido” me dijo una gentil señora que se me atravesó cuando estaba cerca de la estación. “¿A dónde?”, le pregunté, pero no me contestó. Me volví al hotel, pero casi me pierdo en el intento, las calles eran todas iguales y las casas estaban como construidas en serie. En mi habitación me puse a repasar las anotaciones que ella había dejado en el libro marrón, procurando algún dato que me llevara hasta ella. Las ilustraciones y mapas eran confusos, sin embargo se podía deducir con quienes estaba antes de su desaparición y en qué localidad se los podrían encontrar. Cuando descendí para pagarle a la mujer, me encontré con la sorpresa de que estaba muerta en su pupitre. Deduje que esto era un mensaje para mí, que ellos ya estaban cerca de mis pasos. Se iban deshaciendo de las últimas personas que quedaban con vida en este país. Sin perder tiempo me fui disparando hacia la estación, socavando los recuerdos de esta alucinación. 16 Me senté a respirar en la estación. El aire puro del campo refrigeraba mis recuerdos, el sol simulaba ser más real que el del ómnibus, el silencio atontaba al más osado de los rumores que se insinuaban en la lejanía. En un pizarrón figuraba lo que supuse eran los horarios del tren; deduje que pasaban solamente dos veces al día y según mi reloj estaba por pasar. Dentro del tren tuve como un deja vu, yo había estado antes en este tren, lo recodaba por los asientos de madera, las ventanas rotas, el ruido ensordecedor de los motores y el paisaje de pampa abierta. Me senté frente a una ventana, estaba solo en ese vagón, pero advertía cierto movimiento en los otros. Recordé este momento como si lo hubiese vivido antes. Abrí el libro marrón, busqué la estación y la parada donde tendría que bajarme. No era muy lejos, pero los guardas del tren se acercaban hacia mi vagón peligrosamente y yo ya no confiaba en nadie, pero no podía escapar. -Boletos-, me dijo el guarda, impecablemente uniformado, contrastando con el estado de abandono en que encontraba el tren. Se los di, sin mirarlo a los ojos. -¿Adónde va señor? -Acá-, le dije, mostrándole el mapa del libro marrón. -Hay que ser valiente para ir ahí eh, dijo sonriendo.- No se lo recomiendo. -¿Porqué señor, yo estoy buscando a una mujer, sabe si podrán estar por ahí? ¿Qué sucede en ese lugar? -¿Sabe lo que es el infierno? ¿No? -Bueno, es ese lugar- dijo. Le eché un ojo al mapa el mapa y lo que estaba marcado no parecía ser ningún infierno, era como una localidad de encuentro, un punto trazado como en la nada, un cruce de líneas en un mero papel. Descendí en la parada siguiente, la que estaba indicada en el libro. Se bajaron algunos pasajeros que estaban en el vagón contiguo al mío y fue ahí que la reconocí a ella y a sus amigos, algunos que venían a veces a casa en la madrugada. Les grité, traté en vano de comunicarme pero estaban como sordos; descubrí que iban como atados y arreados por alguien. Me baje y los seguí sin que se percataran de mi existencia. Entraron como en un galpón abandonado. Había carros y herramientas oxidadas, consumidas por el tiempo. Eran cinco y el guarda, quien luego los entregó a otra gente que los estaban esperando. Yo me mantuve alejado, pero pude observar que los estaban interrogando. Quise entrar pero la puerta estaba cerrada con candado. Grité y golpee la puerta, pero nadie me escuchaba; luego recordé que quizás yo estaba en alguna sala soñando o alucinando. Cuando al fin entré ya no había nadie, solo los vestigios de una presencia infernal. Cap. 18 ¡Lautaro!, oí que alguien exclamaba, pero no podía dilucidar de dónde provenía el sonido. El bar estaba bastante concurrido, ruidoso y cerca de una avenida; era mediodía, por el calor seria primavera, yo había quedado en encontrarme con Gabriela, pero no la veía por ningún lado. El mozo me sirvió mi pedido, mientras esperaba que llegara ella. Escuché de nuevo mi nombre, y la vi en la puerta, irreconocible, despeinada, con un vestido floreado y unas trenzas como de niña que no se las conocía. No se animaba a entrar, me hacía señas de que saliera. Un rayo de luz la atravesó de repente y parecía guiarme hacia la puerta. -Creo que me siguen. Lo mejor es que no nos vean juntos. Toma, quédate con este libro. No me sigas, nos encontramos en algún lugar que yo te indicare más adelante, pero vos no hables con nadie. -Pero ¿qué pasa, adónde te vas, quienes te siguen?, grité, mientras trataba de alcanzarla con la mano. - Señor, despierte, dijo la enfermera, estaba soñando. -¡Gabriela, grité, Gabriela, dónde está! -Acá no hay ninguna Gabriela, Ud. estaba teniendo una pesadilla. Yo sentí ruidos de esta habitación y me vine lo más rápido que pude La habitación era la misma de antes, lo que era más preocupante aún. La mujer me dio las pastillas y me trajo agua y algo para comer. Era temprano, un rayo de sol atravesaba la habitación como una espada por una de las ventanas. Es la primera vez que veo luz en mucho tiempo, pensé. - ¿Quiere que lo lleve afuera?, está muy lindo el día; hay que aprovecharlo. Asentí de inmediato porque creí que quizás esta vez encontraría alguna verdad. De pronto algunas dudas se iban dilucidando a medida que la mujer me llevó al patio de afuera. La primera fue que el patio de la clínica era la glorieta de mi casa, el jardín era el que siempre cuidaba con esmero y los perros que corrían jugueteando, eran los míos, los que alegremente me recibían en mi casa. Cap. 20 Continuara….
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gabriel falconi
Gracias por la paciencia.Abrazo
Enrique Gonzlez Matas
Enhorabuena. Un abrazo.
Raquel
Lucy Reyes
En este tercer capítulo me he sentido un poco despistada, como si estuviese jugando mi consciente con mi inconsciente. Continúo con algo diferente, como el despertar de mi consciente y encontrarme en un largo corredor viendo jugar niños con una pelota de trapo, sigue la noche, pero siento que me salva el reflejo de una luz en el horizonte. Lo mejor es que encuentro una bandeja de comida y bebida, pude cenar ya con los niños sin el viejo dormilón. La gente es indiferente, sólo les gusta comer, no obstante, hay preguntas de gente invisible y sigue jugando mi consciente con mi inconsciente. Todo esto ocurre cuando no estoy sentada. Me acerco adelante del bus, veo la tal luz roja, me animo, pensando en el amanecer, pero la bendita luz es un engaño, sigue la noche, creo que en el exterior no se ven los paisajes que aquí se ven. Me devuelvo a mi asiento, todos desaparecieron, queda el silencio, sólo escucho el silbido del viento. Sí todo es peor. ¿Seguiré despistada? ¿seguiré siendo protagonista?
gabriel falconi
Lucy Reyes
gabriel falconi
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Elvia Gonzalez
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