EL CLAN( XII CERTAMEN RELATO JOVEN PAMPLONA)
Publicado en Sep 16, 2019
1“De mi pueblo son las cerezas”, dicen. Y también las miradas como lanzas. Mipueblo no tiene un aspecto diferente al mundo, pero la asfixia es mayor, casimaterial. Enclavado entre un río caudaloso y su afluente, destaca su campanariosobre el resto de abominables construcciones. De feo es muy real.Aquel verano, como todos los demás, jugábamos a no vernos en un embrollo decalles, que subían y bajaban, que huían despavoridas. ¿A dónde iban con esapremura si allí, arriba o abajo, nada esperaba? Quizá una ráfaga de vientoencabritado, o el calor aplastante de aquel verano, apostado hasta en la sombra.Nada más.En ocasiones me escuchaba y me compadecía de esas cuestas susurradas porviejos de los de bastón y sus chismes incombustibles, también por sus rencillasvestidas de fanfarroneo. Los niños, empujados por sus abuelos, y éstos por losretorcidos propósitos de sus hijos, salían como un rayo a casa de la «Patro» odel «Peje» para anunciar al forastero. En mi pueblo, si no vives durante lascuatro estaciones del año, eres «forastero». «Forastero» significa un estatusdiferente, ni bueno ni malo, simplemente otro estado de cosas y personas.2Se erige todavía en lo alto de mi pueblo una iglesia de ladrillo marrón, sinespadaña, pero de grandes tañidos. La casa de la familia se situaba a dos palmosdel templo, a su cobijo. » Tolón, tolón», así, formando una tediosaonomatopeya, algunos nos desvelábamos de noche, a cada hora. Hasta hacepoco ese sonido hubiera sido nostalgia, amor, familia, cariño… ahora me taladrala sien.La sacristía tiene una entrada exterior, como queriendo no ser vista, pero yo laveía muy bien. La relación de mi abuelo con el cura también la veía yo bien, sinextrañeza, aunque escondido. Mi abuelo siempre tuvo buen trato con la iglesia ytodo lo concerniente a la institución, sin embargo decía que “la calderilla p´alcura». Una calderilla que se traducía en monedas de cobre ganadas al parchís.Esa forma despectiva de referirse al párroco y sus acólitos entroncaba con lasganas de llevar la contraria al más pintado, incluso los que pensaban como él ytenían idénticas creencias.Mi abuela lo reprendía a veces, las menos, cuando soltaba esas perlascontumaces. » Tú qué sabrás, si en la radio no paran de decir que es bueno»,refiriéndose a un venerado delantero centro que tenía la selección. Para miabuelo era un «mierda seca», solo en palabras, claro, mientras éstas sirvieranpara promover desasosiego. Y ella de mirada torva y él sonriendo, por fuera ypor dentro.3El 23 de agosto me llamó mi prima. Noté su voz alicaída, cansada. – ¿Te pasaalgo?, dije cortando sus últimas palabras.
Ella se mantuvo en silencio durante unos segundos.– No, no. Todo bien… hemos quedado en el cruce todos los primos. ¿A qué horallegarás?– Todavía no lo sé, depende de Charo. Viene desde Madrid en tren– Vale, llámame cuando llegues y voy a buscarte.– Un beso, Belén.Mi prima nunca ha sido especialmente risueña, pero sí alegre y distendida, concarácter, por lo menos para nuestras conversaciones y también, creo, para locotidiano. La quiero, aunque creo que no se lo diré jamás.4Dieron las 5 en la estación. Las traviesas vibraron y la suspensión chirrióimplorando una revisión temprana. Ahí estaba.Cuando Charo pisó el último peldaño el andén se había vaciado de abrazos,sonrisas y ojos crisolados.Besos, de los de siempre, quizá con algo más de empeño- ¿Cómo estás, cariño?- Bien, algo preocupado.- Tranquilo, no será nada.Friega en la espalda y consuelo. No supe qué decir, solo la miré, agradecido porterminar con esa condena que sostienen las palabras camufladas.El coche no estaba lejos. Conduje lo más deprisa que pude la primera mitad delcamino, sin hablar, aparentemente tranquilo. Paramos antes del peaje a echargasolina.- ¿Quieres conducir un rato?- Sí, dos veces.- Tienes que coger el coche, Charo. Ya verás cómo te arrepientes cuandotengamos que ir a vivir a Vitoria.- Entonces lo cogeré…- Ok, dije. Supe que aquella conversación acabaría con un “cuando lonecesite”. Es curioso cómo el chantaje resulta muy eficaz, usado concautela, contra la cerrazón. Pero el miedo es otra cosa. Algo mucho máspunzante que una dirección opuesta- Bueno, pues ya hemos llegado… ¿Qué tal cariño?, ¿Cansado?- Solo ha sido una hora. Tenía ganas de llegar- ¿Estás seguro?, confirmó Charo. Apreté el acelerador para dejar atrás ese paisaje desolador del sur de Navarra.Promontorios de arcilla que se confundían con la aspiración por reverdecer dealgunas plantas bajas. La nacional constituía un oasis de asfalto, el únicoaliciente que podía asumirse sin bostezar.5Las últimas curvas de la carretera provocaban en mí el efecto de un pájaro antesde estrellarse contra la corteza de un árbol. No quería llegar, quizá un últimodesvío antes de atajar por el puente oxidado, una excusa por dilatar a tiempomis esperanzas.Me miró con ese semblante irremediable, contrato en exclusiva de losenamorados, y acto seguido señaló en diagonal -Están ahí-6Agosto, la canícula de los meses. El sol caía sin consuelo sobre los meandros. Lapresa había comido tanto terreno que el río parecía un arroyo artificial, unacascada con bomba de las que decoran los parques japoneses. Eso sí, el cartel nohabía perdido su encanto. Viejo, blanco, anunciador de atávicas costumbres ysofisticadas puñetas.Malena, Isca, Luis, Cintia, Álvaro y, por supuesto, Belén. Todos ellos mudoscuando aparecí.Intenté mostrarme sereno, incluso con gracia, pero no conseguí que mispalabras fuesen menos fútiles, improvisaciones mal construidas. Desistí y mecentré en Charo, escudo siempre a tiempo. Malena por fin dijo algo- ¡Teníamosganas de verte primo!, luego hablaremos, ahora vamos a probar el vino quehemos traído.7La casa de nuevo, sin evocaciones. Real. La puerta azul, de barrotesdesconchados. Siempre estuvo atrancada y aquel verano también. EmpujóMalena y detrás entraron las tres mujeres. Escaleras de baldosa con puntitosencima conducían a un descansillo que hacía las veces de prismático. Desde allíuna plaza yerma, ladrillos de más casas y una cooperativa de agricultoresabandonada.Luis, Álvaro y yo nos reíamos de cualquier tontada e intentábamos no reparardemasiado ni en sus gestos ni en sus ademanes involuntarios. Estaban tristes.8Finalmente confesaron, todo, ya lo creo que sí. Las nubes se deshicieron enformas extrañas detrás de cada palabra para no obstaculizar la interpretación desu cielo límpido, lleno de verdad. Sensibilidad abyecta, pero inextricablementevibrante, la de palabras malsonantes en mi cabeza. Un abuso, la violación. Nuestro abuelo había manoseado a todas ellas. Y aunque tuve la capacidad deseparar la imagen del objeto, seguía intentando colarse, como una serpiente, laobstinada tarea de dos cejas sibilinas e insatisfechas desparramadas sobre lacarne.9Quise llorar, pero no me salía. Demasiada rabia e impotencia. Salí de la casapara pensar. Para no dar pábulo en el fondo. Hubiera sido muy injusto acapararla atención a pesar de ser quien más necesitara consuelo. Porque no me gustónunca afrontar la realidad más allá de los sobacos de la familia, del clan.Prevalecía la confusión entre dos ríos en apariencia igual de caudalosos.¿Cómo podía un monstruo hacer bocadillos de chorizo frito?Tardes enteras sin yo darme cuenta de que sus manos peludas eranpremonitorias de algo más salvaje.Todo hubiera sido diferente si en vez de pasar por alto que la paga para unos eramayor en algunos casos, o que simplemente no existía en otras manos,denostadas porque sí. Lo consideré algo incluso jocoso cuando me lo contabaBelén cabreada. Dinero, de nuevo, que no fluía sino a través de la familia,sorteándola.10Volví y me despedí de todos ellos. Luis primero, después Álvaro quitando hierroal asunto, como siempre, intentaron disuadirme en balde.Todas ellas de mirada compasiva me entendieron más allá de sentirnos unidosen esa tarde crepuscular. Las mujeres encañonan, sin darse cuenta, pero elgatillo casi siempre les resulta áspero.Nunca lo estuve más. No quería verlos. Significaba aseverar de golpe, ejercitarseen la certeza. Yo estaba bajo de forma.Las manos se despidieron aquí y allá en un acto de languidez inefable. Prontolas vi diluirse entre vastos despojos anaranjados a los que renuncia el sol cuandohuye. La noche había llegado.
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Enrique Gonzlez Matas
Te envío un gran abrazo.
javier castillo esteban
Muy apreciadas todas tus palabras, sobre todo viniendo de un gran escritor
Un abrazo
Mara Vallejo D.-
Abrazos
María
javier castillo esteban
Así será, sembrar para cosechar, en constante trabajo. Un fuerte abrazo y gracias por tus palabras