Vagoneros
Publicado en Oct 09, 2019
Vagoneros por Erick Fernández
Acababa de pasar la hora pico, los vagones al fin se liberaban un poco y permitían el paso de Jaime con su bolsa. En cuanto se cerraban las puertas comenzaba: - Buenos días señores usuarios. Les traigo a la venta el bonito detalle, el bonito regalo. Para el niño, la niña… En esta ocasión ofrecía cuadernos para iluminar, pero diario el producto cambiaba, mañana podrían ser audífonos, o incluso algún alimento empaquetado de quién sabe cuándo, obtenido quién sabe cómo. Eso no importaba, su tarea solamente era terminar de vender lo que le dieran, para así llevar las ganancias con su jefe, Manuel. Aquel que le proporcionaba los productos y movía todo el negocio. Todo pasaba por él, nadie vendía sin su permiso y todos acataban sus órdenes al pie de la letra. Otro vagón sin éxito, cambiaba, saludaba rápida y discretamente a sus compañeros vendedores, había que tener cuidado. Apenas el día anterior, los policías habían detenido a uno. No es que no supieran quiénes eran los que se dedicaban a la venta, o que no los reconocieran en la estación, con la bolsa en mano, la mariconera para guardar su dinero, incluso algunos, cuando tocaba anunciar los discos con la música popular del momento cargaban con una enorme bocina dentro de sus mochilas. Pero todo estaba controlado, Manuel tenía acuerdos con las autoridades y los dejaban llevar a cabo su actividad, ocupar los pasillos y estorbar en los andenes. Todo con el pago de una módica cantidad mensual, que se repartían como migajas de pan, de una rebanada mucho más grande que se cocinaba diariamente. Y por eso era peligroso fallarle a Manuel. Se decía que no era coincidencia la detención, que en realidad al pobre hombre lo habían agarrado por encargo, según que ya llevaba varios días en los que no llegaba a la cuota. Su hija estaba enferma y necesitaba obtener medicamentos, pero eso no importaba. No se podía fallar. En este nuevo vagón viajaba una joven pareja y para callar a su pequeño hijo que lloraba, compraron un cuaderno de Jaime. Así se pasaba el día, había tramos en donde no se vendía nada y había algunos en los que compraban hasta tres diferentes, y eso ya era mucho. Tampoco era como que le encantara dedicarse a eso. El calor, la gente, el ruido, su garganta cansada todas las noches, pero había ocasiones en las que, como con esta pareja, recordaba su motivación: sus hijos. Tenía dos ya, varones. Y recientemente su esposa le había dado la noticia de estar en cinta de nuevo. De pequeño, él no tuvo la mejor educación, la mejor familia, o las mejores oportunidades, pero sentía compromiso con su familia, el compromiso de darles lo mejor que pudiera, para que ellos no tuvieran el mismo destino. Luego se detenía a pensar y no sabía qué esperar. De toda su vida este ambiente era el que recordaba y conocía. La vendimia, la ilegalidad, la regla del más fuerte. De pequeño ayudaba a su mamá en el puesto, a su papá lo alertaba si veía algún policía cerca y en más de una ocasión él fue usado como escudo para evitar que alguna de sus tías fuera detenida, alegando que viajaban con un menor. Esperaba ser él, la persona con quien ese ciclo se rompiera y pudiera su descendencia ser quienes los sacaran de pobres, que se volvieran profesionistas y ejercieran su trabajo de una forma diferente, fuera de los vagones del metro. Cambió nuevamente de vagón y justo antes de empezar su discurso, ya memorizado después de tanto tiempo, notó que alguien más estaba ofreciendo algo. Un joven, alto, un poco robusto, con una gran barba y el cabello largo. Oyó que ofrecía pastelitos, le puso entonces más atención. - Estos pasteles los vengo ofreciendo como opción para sostener mis estudios ya que la situación en casa es muy díficil y de esta forma me apoyo para solventar mis pasajes y los libros que necesito. Nadie le ponía atención, si acaso dos o tres personas en todo el vagón voltearon siquiera a verlo, y sólo uno le hizo favor de comprarle un pastelito, aunque no lo probó, inmediatamente lo guardó. Se acercó entonces con este joven desconocido, nunca antes lo había visto, a lo mejor todo estaba en orden y ya había solicitado permiso, pero siempre era mejor asegurarse. - Buenas, ¿ya hablaste con Manuel? - ¿Con quién disculpe? Yo no he hablado con nadie, no quiero ningún problema, sólo apoyarme como usted escuchó. - Nombre, si eso me queda claro, ¿no es lo que todos queremos? Te digo porque estás en un espacio controlado y necesitas permiso para poder vender. Se necesita pagar cuota. - Uy, si apenas me alcanza para recuperar la inversión y una ganancia mínima. ¿Cree que voy a andar sacando para cuotas? - Pues tienes qué, si quieres vender aquí, si quieres yo te llevo. Jaime no sabía que tenía este joven que sentía que lo conocía, podía ser la similitud que tenía con su hijo mayor, o el hecho que buscaba un sustento para continuar sus estudios y así mejorar su vida. Por lo general un vagonero sacaba violentamente a aquellos que no contaban con el permiso ya que cuidaban con celo su espacio de trabajo, pero Jaime quería ayudarlo. - No, gracias no hay ningún problema, si usted me dice que no se puede, está bien. Buscaré otro lugar. - Nomás ándate con cuidado, ese Manuel tiene oídos y ojos en todos lados. Y si se entera que andas chambeando sin el permiso, te va a ir como en feria, te lo paso al costo. Llegaban ya a la estación siguiente y Manuel se cambiaba de vagón, ya iba en el antepenúltimo. Se preguntó si era el primero que veía vender a este joven, o si ya alguien habría corrido con el chisme y si pronto llegarían por él. - Bueno, yo se lo advertí. Pensó. Otro vagón y nada, no pintaba para ser un buen día. Estaba Jaime haciendo el cambio, para llegar al último compartimiento cuando escuchó un relajo, casi estaba seguro de que estaba pasando. Pensó en no voltear y de esa forma se libraría fácilmente del problema, aún estaba lejos de la cuota e involucrarse en algo que no le correspondía nunca terminaba bien. Pero volteó, vio como entre tres hombres, llevaban al joven barbudo por el andén. Con groserías y a la fuerza casi lo arrastraban fuera de los espectadores, quienes no se inmutaban al ver lo que pasaba. Había también un par de policias, que justo en ese momento habían decidido misteriosamente voltear a otro lado. Todos sabían lo que pasaba, pero nadie iba a hacer nada. Salió entonces detrás de ellos, los encontró dando la vuelta de un pasillo solitario y escuchó lo que pasaba. - ¿Quieres pasarte de listo y no pagar verdad? Si todos vimos cómo estabas vendiendo. - Yo no hice nada malo, no sabía que no podía. - ¿Y todos estos chocolates en tu mochila?- Decían mientras lo esculcaban y al mismo tiempo le pegaban. Entonces a Jaime sólo se le ocurrió decir: - Oigan discúlpenlo, es mi sobrino. Apenas está empezando en este bisne, pero no hemos tenido chance de hablar con Manuel. - Tú sabes que aquí no se puede hacer nada sin su permiso, y sabes perfecto donde puedes encontrarlo. ¿Entonces se te olvidó o qué? - No para nada, claro que lo vamos a ver, sólo le dije que calara la chamba para ver si era bueno o no antes de ir con él. Cada respuesta parecía hacer enfurecer más a los hombres, que agresivamente se acercaban a Jaime. - Pues como nos gustaría ayudarte, pero aquí las reglas son claras, quien no paga, no trabaja. Y si tú las ignoraste,tienes que pagar las consecuencias. Jaime ya sabía lo que se venía. Entre los tres comenzaron a golpearlos, el joven lloraba tirado en el suelo, hecho bolita y cubriéndose como podía la cabeza con sus brazos. Jaime intentó protegerse y dar batalla, pero lo superaban en número, fuerza y hábilidad. Se cubrió entonces como pudo y esperó a que terminaran de sacar su furia los tres individuos. Al terminar, varios minutos después le dijeron: - Para que aprendas que aquí se respeta al jefe, si quieres que entre tu sobrino ve a hablar con él, si no, ya que le llegue. Salía sangre de su nariz, tenía la cara hinchada y el cuerpo le dolía por todas partes, ayudó al joven a levantarse, quien al parecer nunca había soportado tremenda golpiza como esa. Una vez que tuvo conciencia de lo que había pasado, se levantó, tomó su mochila y salió corriendo. Sabía que no intentaría volver a vender en el lugar. No era la primera vez que pasaba, pero al menos esta vez no habían tenido que ir los servicios de primeros auxilios a ayudar a la pobre víctima, que el único error que había cometido era pensar que la libertad exisitía en aquellos vagones. Regresó al anden cojeando de un pie; esperó la llegada de un nuevo tren; entró y comenzó nuevamente. -Buenas tardes señores usuarios… La cuota aún se veía lejana, pero era necesario cubrirla y le esperaba un largo día.
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Maria Jose L de Guevara
Buena historia te cuentas, Erick, dejando ver la complicada arista de quienes intentan luchar por conseguir una migaja de dinero para poder subsistir...
Es algo así como lo que nosotros ahora intentamos: Abrirnos un pequeño espacio en un mundo que nos es ajeno.
Suerte, amigo.