FANTASIAS JUVENILES
Publicado en Jan 15, 2020
FANTASIAS JUVENILES
Se escuchaba la banda del colegio. Las niñas estaban elegantemente uniformadas, marchaban al compás de los tambores, se dirigían hacia la catedral de Tunja donde se celebraba una misa campal. Pensé: Si me escondía, nadie se daría cuenta de mi ausencia, porque deseaba quedar sola, para evitar el cansancio de los desfiles, y al observar las pesadas cortinas puestas en las ventanas, me cubrí con ellas, de manera que quedara escondida entre la pared y la cortina. Sentía nervios de que me descubrieran. Pasaban lentos los minutos sin que terminaran de salir al desfile. Aumentaba mi angustia de ser descubierta. Poco a poco se alejaba el sonido de los tambores, quedaba el eco de voces. Esperé unos cuantos minutos, hasta quedar en silencio. Además de evadir el cansancio de la marcha, sintiéndome sola, anhelaba conocer el dormitorio de las monjas, esculcar los baúles de las compañeras internas y, comprobar si era verdad lo que ellas decían: “que cuando la casa del colegio estaba sola asustaban”. Cuando quedé sola en la inmensa casa del colegio, salí de las cortinas, caminando lentamente, chirreaban los pisos de madera, sentía ruidos extraños, escuchaba voces, como en coro que decían “hola, hola”, parecía que alguien seguía mis pasos, casi no me atrevía a mirar hacia atrás, se aceleraba mi corazón. Cautelosamente, me atreví a entrar a los cuartos de las niñas internas. Empecé por abrir los baúles de las compañeras, los esculqué. Se percibían diferentes olores: a caramelo, a naftalina, a humedad, a jabón y otros baúles olían a perfume. Sentía miedo de meter las manos para sacar el fajo con la correspondencia, que en algunos baúles estaban ajustados al rincón. Mi curiosidad era superior al cuidado que debería tener, y presurosa leí unas cuantas cartas que me dejaron asombrada. Unas contenían temerarias propuestas a sus novios de escapar del colegio; otras relataban increíbles historias de amor entre mis compañeras y algunas religiosas; otras eran hermosas poesías. La carta que más me llamó la atención fue una de Isabel, en la que manifestaba su deseo de incendiar el colegio, para ahogar en llamas la pasión que la invadía al ver a Antonio ―El profesor de ética― cuando éste se le acercaba y le manifestaba su abierto interés amoroso. De Antonio se decía que era hijo del padre Nepomuceno quien siempre lo negó. Después me dirigí al dormitorio de las monjas, no me atreví a esculcar las maletas ni los armarios de las monjas. Tenía que pasar por un largo corredor en cuyas paredes estaban las fotos de muchas religiosas, entre otras, la de la madre Hortensia, que siendo rectora del colegio en los tiempos del Libertador, se le recuerda hoy por su extremado silencio sepulcral lo cual me impresionó, porque mientras la observaba, escuchaba repetidas voces lejanas que me decían: “Te espero en la noche” Pasé varias veces por delante de la foto, la miraba y se repetían las voces. Volví al dormitorio de las monjas, y dejando de lado el miedo, me atreví a observar el orden como ellas guardaban su ropa, sus zapatos, sus medias, sus uniformes. También, en el dormitorio de ellas se percibía cierto mal olor, como a mentol revuelto con otros olores. Tenían camándulas, estatuas de la virgen del Carmen, de la virgen de Guadalupe, de la virgen de las Mercedes. La más joven y bonita de las monjas ―La hermana Amparo― tenía al pie de su cama una estatua de San Antonio. Yo pensaba… ¿será que esta monjita quiere novio y le reza a la estatua para que se le conceda? ¡Oh sí! el padre que celebra diariamente la eucaristía, mira con cierta coquetería a la hermana Amparo y ella, con cierto disimulo le corresponde. Es notoria la forma como el padre coloca la hostia en los labios de la monjita. ¡Oh no!, ¡qué pecadora soy! ¿Tratando de calumniar a la pobre monja?, ―Bueno, sólo es en pensamiento―, que Dios me perdone “En el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo amén”. Me disfracé con los hábitos de la hermana Amparo, me miré al espejo, me lucía ese disfraz. Vanidosa me asomé a la ventana que dejaba ver la calle, vi que venía un apuesto joven, no me miraba, así que tosí para llamar su atención, y lo logré, me miró, me le insinué haciendo alarde de coquetería. “Adiós, cristiano vanidoso” ―le dije―. Lo dejé inmóvil y asombrado. ¡Vaya sorpresa! Es el hermano de Isabel. Soltó la risa cuando me reconoció. ―Celina, ¿Qué haces así, vestida de monja? ―Quiero hacer saber que las monjas también coquetean. ―Cuídate Celina, Te acusaré ante la madre superiora. De inmediato cerré la ventana y entré preocupada, recordando que soy la preferida de la madre Enriqueta ―la madre superiora― ¡Tantas veces! ella ha perdonado mis travesuras. Recuerdo la vez aquella que encerré a la hermana Amparo toda una noche en un baño, por haberme hecho trotar todo el día, y ella, la madre Enriqueta, como siempre, justificando y perdonando mis comportamientos. Ahora estoy arrepentida. Me quité los hábitos de la hermana, los dejé en su sitio y me puse el uniforme del colegio. Regresaron las niñas y las monjas del desfile. Me encerré en un baño y no se dieron cuenta de mi ausencia. Cayó la noche, encendieron las luces, nos vestimos para dormir. Todas las niñas se acostaron y apagaron las luces. Cuando calculé que todas dormían, cuidadosamente me bajé de mi cama, salí del dormitorio, con mucho cuidado, pisando pasito, para que no chirrearan los pisos, hasta llegar al lugar donde estaba la foto de la madre Hortensia. Sí, Ella estaba allí, ¡increíble! la vi en persona, frente a la foto, casi me desmayo del susto, sin embargo, la llamé con voz baja: Madre, madre, la llamé varias veces y viendo que no se movía, le toqué un hombro, sentí que me congelaba, no sé cómo tuve valor para tocar su otro hombro, y su cuerpo cayó al piso convertido en bloques de hielo, que poco a poco desaparecían y luego, volvía a verse normal la foto de la madre. Busqué a la hermana Amparo, encargada esa noche de velar el sueño de las alumnas, le conté lo ocurrido y no me creyó. Al día siguiente, la hermana Amparo me ordenó que fuera a la Secretaría, porque la madre Enriqueta me iba a reprender por suplantar a una religiosa, y así fue, la madre me castigó y me amenazó con una exhaustiva investigación. La madre Enriqueta tampoco creyó que yo había visto a la madre Hortensia en persona. Pasaban noches y noches, las niñas y las monjas dormían y dormían. Yo continuaba en las noches viendo inmóvil y en persona a la madre Hortensia, frente a la foto. Sabía que no la podía tocar, simplemente me limitaba a hablar en voz baja con ella. Le contaba lo que hice durante el desfile. Bien sabía ella todas mis travesuras. Yo le pedía perdón. Ya no me asustaba su foto, no me inquietaba su presencia, porque se había convertido en mi confidente, aquella, que con paciencia me escuchaba, me bendecía, y luego volvía a su cuadro donde estaba la foto. Siempre que mis compañeras querían travesuras pensaban en mí, porque les gustaba que las hiciera reír, especialmente Gloria, que era mi mejor amiga. Un día ella me dijo que había visto llegar al colegio una lujosa camioneta, que habían recogido a cuatro monjas y se habían alejado. Supuestamente estarían invitadas a almorzar, por ser las doce de medio día. Aprovechando tal circunstancia, Gloria propuso que nos voláramos del colegio por un rato, con la tranquilidad de que no habría monja que nos controlara, y acepté. Salimos a la calle, dispuestas a divertirnos, con la idea de que pidiéramos cada una un deseo, que se nos cumpliría cuando viéramos pasar a veinte personas con gafas. Paseábamos felices por la calle, contando las personas con gafas, recordando y riéndonos de aquel día que vi sobre la camisa blanca del profesor Antonio un piojo negro que le rodeaba el cuello, y que cuando vi que se le iba a meter no pude contener mi angustia y grité: “Se va a meter, se va a meter” estando en plena clase, y el profesor me regañaba, mandaba que me saliera del salón, pero mi angustia seguía hasta cuando vi que el piojo se le metió por el cuello de la camisa, y no pude menos que gritar repetidas veces “se metió, se metió” ¿Qué se metió? ―preguntaba el profesor― ¿te acuerdas? claro que me acuerdo y que tú no te atrevías a decir, pero, que ante tantas preguntas, ―de manera burlona―, no te quedó más remedio que decir “Profesor: por el blanco cuello de su camisa vi correr un atrevido piojo negro, que por su cuello se metió” no aguanté mis nervios y por eso grité. ¡Qué gran chiste el tuyo!, nos hiciste reír. A, sí, todas nos reíamos, pero el furioso profesor, no me agradeció, sino, que me castigó ¿recuerdas? Claro que sí, cómo voy a olvidar semejante episodio. Bueno, habíamos contado con mi amiga diez y siete personas con gafas, y nos reíamos a carcajadas recordando lo del piojo, cuando al momento de doblar una esquina, vimos otra persona con gafas. Lamentablemente, esa persona era la madre Enriqueta, ella se enojó y nos castigó durante ocho días, sin recreo ¿te acuerdas? a sí, pero nos divertimos. Se acumulaban mis faltas disciplinarias, sin que fueran tan graves. La madre Enriqueta, constantemente me mandaba llamar, para dialogar sobre mis comportamientos, me hacía muchas preguntas: ―Celina, te veo rara ¿por qué te peinas con varias colitas? ―Madre, porque me gusta hacer reír a mis compañeras, ellas dicen que así me veo chistosa. ―Celina, ¿es verdad que has irrespetado al profesor Antonio? ―No madre, es todo lo contrario, le hice el favor un día de avisarle que se le iba a meter un piojo por el cuello de la camisa, y él, en vez de agradecerme me castigó. ― ¿Por qué inventaste que veías en vivo a la madre Hortensia? ―Madre, le juro que es verdad, la he visto muchas veces. ―Explícame ¿Cómo la ves? La primera vez vi a la madre Hortensia, en persona, frente a la foto, y el cuadro se veía vacío me asusté, luego fui al baño y la volví a ver. Me acerqué al cuerpo de la madre, la llamé varias veces, y como no respondía, me atreví a tocar su hombro, mi mano quedó congelada, y sin saber de dónde sacar más valor, no sé cómo me atreví a tocar su otro hombro, y su cuerpo cayó al piso convertido en bloques de hielo, que poco a poco desaparecían, y volvía ella a ocupar su lugar en la foto. Varias noches la he visto en vivo. Me acostumbré a verla frente a la foto, ya no la toco. Ella no habla, sólo escucha todo cuanto le hablo. Sé que es el espíritu de una santa. Ya no me da miedo, ella ilumina mi alma cuando llegan mis penas, y me bendice cuando en las noches la visito. Ella se ha convertido en mi confidente. ―Celina, creo que tienes en tu cabeza una fantasía. ―Dices, que el espíritu de ella te ilumina cuando a tu alma llegan penas. ― ¿Me podrías comentar alguna de tus penas? ―Sí madre, cuando la vida es injusta, cuando mis compañeras me ofenden, cuando los profesores me castigan, cuando mis padres no me visitan, más otras penas que son de mi privacidad. ― ¿Cómo vas en el estudio? ―Bien madre, ocupo el segundo lugar entre mis treinta compañeras. ― ¿Es verdad que te gusta escribir poesías? ―Sí, es vedad, me inspiro con las actitudes de los profesores, de mis compañeras, principalmente, el aislamiento de mis padres, y mi felicidad cuando ellos me visitan. He querido agregar a mis poemas, música de fondo, he ensayado en el piano, con buenos resultados. ―Pues dile al profesor de piano que te oriente. Me parece interesante que compongas música para tus poesías. Y tus compañeras ¿qué opinan de tus poesías? Mis compañeras aprovechan mi gusto por la escritura, para pedirme que escriba poemas y acrósticos con los nombres de los novios de ellas, así que he escrito poemas y acrósticos para novios que no son los míos. A ellas les molesta que mis poesías sean románticas, quieren que sean eróticas, pero a mí sólo me gusta la poesía romántica, la narrativa y onírica. ―Te felicito, Celina. La hermana Amparo comenta que ha leído dos de tus poesías: “Caminos de la vida” y “El viento” que le han parecido excelentes poesías. Ojalá sigas por el camino de la literatura y que algún día triunfes como escritora. ―Gracias, madre Enriqueta. Ella ordenó que siguiera a mi salón de clase, y me dijo: “Tendrás que dejar de ser tan indisciplinada, he recibido quejas de tus travesuras, cuídate, no sea que te ganes más castigos”. “Gracias madre, trataré de cambiar”. El viernes en la mañana, nos reunieron a todas las alumnas en el inmenso patio del colegio donde siempre orábamos antes de empezar las clases. La madre Enriqueta se había enterado de mis travesuras por el hermano de Isabel. La madre estaba acompañada por todo el cuerpo de profesores, Monseñor Peñuela, los padres de familia y entre ellos mis padres. La madre Enriqueta, se dirigió a todos los presentes con las siguientes palabras: “Se me destroza el corazón al tener que expulsar públicamente de este plantel a la más querida e inteligente de mis alumnas, es inevitable, porque Celina ha irrespetado nuestros hábitos” Mis padres lloraban avergonzados, mis compañeras y profesores me miraban con desprecio. Yo sentía que el hielo me penetraba y a la vez que el espíritu de la madre Hortensia iluminaba mi pensamiento. Entonces, vistiéndome de valor, de manera respetuosa solicité a las directivas que me permitieran pronunciar mi defensa. Me fue permitida. Se escuchaba el murmullo de la muchedumbre; a todos los miré fijamente hasta lograr que no se escuchara ni el más mínimo ruido y dije: No me da miedo hablar. No me da miedo decir la verdad. Y que tiemblen las autoras de las cartas guardadas en baúles, porque entre el cielo y la tierra nada se puede esconder. Miedo me daría aislarme, para callar la verdad, y no relatar las increíbles historias que guardan paredes y baúles. Fue interrumpida mi defensa por el profesor de ética, quien impidió que continuara, y, sin lograr exponer todos mis descubrimientos, fui expulsada del colegio bajo el cargo de inmoralidad y calumnia. Hoy, con dos hijos maduros y un compañero que a sus 84 años, todavía recuerda con alegría el día que nos vimos en la ventana del colegio, vivo alumbrada por los tibios rayos del sol, que descongelan el hielo en las nubes y me guían feliz hacia el único destino.
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FLOR DE MARA DAVILA - TALEPCIO
Me encantó.Felicitaciones.
Cariño sincero. Florimar.
Lucy Reyes
Muchas gracias Flor, me agrada mucho que te guste mi estilo, es gran estímulo.
Cordial abrazo.
Daniel Florentino Lpez
Con buena técnica y sello personal inconfundible
Coincido con Enrique en que la pena aplicada a Celina fue exagerada
Felicitaciones!
Un abrazo
Lucy Reyes
Cordial saludo.
Lucy
Elvia Gonzalez
Lucy Reyes
Te mando un abrazo de agradecimiento.
Lucy
Enrique Gonzlez Matas
Ya veo que conoces muy bien lo que es un colegio de monjas con internado porque has plasmado con maestría su ambiente.
Enhorabuena y un buen abrazo.
Lucy Reyes
Muchas gracias querido amigo Enrique.
Te mando un cordial abrazo.
Lucy
Maria Jose L de Guevara
No obstante, uno de los detalles mejor aspectados de la lección que nos deja este magnífico argumento radica en el hecho del juicio arbitrario que se le hace a la niña, ocultando con ello las culpas de muchos de quienes que la rodeaban.
Felizmente, por lo que el remate de la historia nos describe, la vida se encargó de poner las cosas en orden y convertir la injusticia en una dicha.
Linda historia, Lucy, narrada con calidad.
Un abrazo lleno de cariño.
María José.
Lucy Reyes
Un abrazo de agradecimiento querida María José
Mara Vallejo D.-
Bien descrita la historia y, se siente el deseo de pasar las hojas para disfrutar cada renglón.
Buenísima.
Un abrazo
María
Lucy Reyes
Te deseo que este año se cumplan tus sueños y te abrace la felicidad en unión de tu querida familia
Cariñoso abrazo.
Lucy
kalutavon
Lucy Reyes
Cordial saludo.
Raquel
esa acción , con total inocencia para saber cómo en esa monjita dentro del hábito...El final de esta historia me dejó muy emocionada : "Hoy con dos hijos maduros y un compañero que a los 84 años , todavía recuerda con alegría el día que nos vimos en la ventana del colegio, vivo alumbrada por los tibios rayos del sol, que descongelan el hielo en las nubes y me guían feliz hacia el único destino.""..Sinceramente muy bonita la historia de este relato con un hermoso final después de las tantas fantasía...Querida amiga ..Genial...Besos..Raquel
Lucy Reyes
Te cuento que me sentí muy feliz de haber sido premiada con una mención, pasa el tiempo y repaso mi lista de felicidades de mi vida en la que figura mi premio.
Me han invitado a que concurse en otros cuentos y ya llevo algo adelantado, es hasta marzo, creo que no alcanzo.
Bueno te cuento todo esto porque sé que compartes la felicidad de todos tus amigos.
Un cariñoso abrazo querida amiga.
Lucy
Raquel