Dada la tremenda trascendencia que ha adquirido el agua, su consumo racional y su escasez, no solo en nuestro país sino que en todo el mundo, me vienen a la mente un par de acciones que podrían colaborar de manera muy efectiva a su ahorro y conservación.
 
La primera tiene que ver con economizar agua en nuestro propio entorno, principalmente en la ducha y en el lavamanos. Una ducha promedio consume de 50 a 100 litros de agua; si pensamos que en una casa pueden vivir 4 personas, entonces tendremos que cada casa consume al día entre 200 y 400 litros (entre seis y doce metros cúbicos al mes).
La primera pista que me llevó al planteamiento que haré, la obtuve hace algunos meses atrás en que, estando en la ducha en la ciudad de La Serena, me di cuenta que el jabón y el champú con que me había cubierto, eran eliminados de manera muy fácil y rápida con el agua de ese baño; mismo champú y mismo jabón que uso permanentemente en mi hogar, pero que acá me cuesta mucho más eliminar del cuerpo, es decir, gasto muchísima más agua en el enjuague. ¿Qué ocurrió en ese baño en la nortina ciudad? Pues, que aquella agua tenía una característica muy distinta al agua que hay en mi red doméstica. ¿PH?, ¿cantidad de cloro?, ¿otros componentes? Lo concreto es que me acordé de los Químicos (de profesión) y pensé que ellos podrían saber o averiguar sobre el tema.
La segunda pista me nace al comprar un jabón bactericida y jabonarme con él en mi casa. El mismo efecto anterior; dicho jabón es eliminado con una facilidad asombrosa, cosa que nunca antes había ocurrido con mi jabón tradicional, solo que esta vez al tratar de quitar el champú de mi cabeza la dificultad anterior se mantiene. Esto significa que es perfectamente posible, interviniendo la composición de los jabones, detergentes, champús y del agua potable, lograr que los enjuagues sean efectivos con poca agua, con el consiguiente ahorro masivo que ello conllevaría.
Una tarea para autoridades de la salud, para químicos y entendidos que debería ser fácilmente abordable y solucionable.
 
La segunda acción es de tipo industrial, es más compleja y cara y tiene origen en una visita del suscrito a una planta productora de electrodomésticos en Italia, lejos de la ciudad, entre cerros y valles.
Los productos terminados de dicha planta eran sacados mediante una cinta transportadora elevada y llevados a un edificio contiguo a la planta en donde se almacenaban para el despacho. Me llamó la atención que, al lado de ese edificio-bodega, hubiera otro edificio casi del mismo tamaño y, obviamente, pregunté de qué se trataba. La respuesta me dejó asombrado: “Es la planta de purificación de agua” me respondieron. En Italia está legislado que si una empresa ocupa aguas de ríos, subterráneas o de redes, tiene la obligación de reponer esas aguas al ecosistema tal como las tomó, es decir, debe quitarle todas las impurezas adquiridas en el proceso, de manera que no produzcan daños posteriores. Y los industriales gastan en plantas purificadoras, cada una de ellas tendrá sus propias características dependiendo del proceso en que se ocupen, que depuran las aguas y las devuelven prístinas al ecosistema.
¿Por qué no hacemos algo similar acá? ¿No sabemos? ¿No queremos? ¿No se nos ocurre? ¿No nos dejan?
Otra tarea para las autoridades de salud y varias otras autoridades.
Me recuerda una visita mía a una conocida planta productiva en Santiago, que ocupa aguas para decapar sus productos de acero (el decapado es con ácido sulfúrico diluido en agua) y que vierte esas aguas con ácido al alcantarillado sin ningún tipo de tratamiento y sin ningún tipo de control.
¡Estamos muy lejos!... Ojalá estuviéramos cerca.