El Tesoro
Publicado en Oct 04, 2009
Por ser la más pequeña, me tocó aguantar y sufrir las chanzas de Carlos, mi hermano. Era la consentida de papá y lo aceptaba con naturalidad, sin pensar que esa preferencia, pudiera atraerme celos fraternales. Antes de salir para su trabajo, dejaba en mi mesita de luz, unas monedas, sabía de mi gusto por algunas golosinas que evité comprar a partir del día que Carlos me mostró la foto de una mujerona robusta y peluda, de cabello rojizo y ensortijado, como el mío y aseguró que así me vería, si seguía comiendo tantos dulces. Cuando la vi, quedé tan impresionada que lloré toda la mañana, no fueron suficientes las palabras de mamá, para calmarme. Dejé los dulces y los alfajores con una determinación sorprendente para mis cinco años. Comencé a guardar el dinerillo, en una cajita de polvos de arroz, regalo de tía Sandra que conservaba el leve y delicado perfume con que yo la identificaba. Carlos, dispuesto a fastidiarme, entró a mi cuarto, en el momento que depositaba las monedas del día para acrecentar mi tesoro, sus ojos expresaron admiración y codicia, pero en mi inocencia no cabía la desconfianza Esa tarde, lo noté muy concentrado, cursaba el tercer grado y leía de corrido. Me impresionaba su conocimiento, lo envidiaba secretamente, me acerqué para ver su libro y contra su costumbre de cerrarlo para excluirme de su selecto mundo, me enseñó, cordial, los árboles que ilustraban la página. Esa amabilidad debió alertarme, -Ana –comentó – En Menlo Park, el señor Edison, sembró monedas. Primero salieron unas plantas que con el tiempo se convirtieron en estos árboles que ves, pero en vez de frutos, daban brillantes monedas de oro. Me miró directamente a los ojos, como para trasmitirme su intención, cosa que logró sin mayor esfuerzo. – Corrí a buscar mi cajita de polvos de arroz y escoltada por el muy bribón, enfilamos para el jardín. – ¡Un momento- dijo- esto debe ser un secreto!, si alguien más se entera, todo se malogra. Escuchó mi promesa de mantenerlo, sacó una azada del cuarto de herramientas y empezó a cavar. Una vez que las monedas fueron cubiertas por tierra, la aplasté y emparejé con mis manos, corrí a buscar la regadera para acelerar el crecimiento. Todas las mañanas, apenas terminado mi desayuno, corría para ver los progresos. Con tanto riego, empezó a salir un pasto apretado y tupido que observaba con inocente arrobo. La imaginación me representaba los futuros árboles, cargados de brillantes monedas que tintineaban al roce de la brisa. Me recuerdo, a la hora de la siesta, junto a la supuesta fortuna, contándole a mi muñeca, mis planes futuros. Le compraría un cochecito para pasearla y vestidos muy bonitos. Quiso el destino que papá enfermara, vivíamos al día, el dinero escaso, no era suficiente para comprar los remedios. Vi a mi madre triste y preocupada ante la difícil situación. Conmovida, abrazándola le dije: -Mamá, no estés triste, te daré todo mi dinero, porque soy muy rica. Ella acarició mi cabello y sonrió entre lágrimas. Corrí a buscar una cuchara y escarbé en la tierra húmeda. Me costó entender que había sido engañada, mamá, al enterarse, reprochó a mi hermano su actitud, pero no con el rigor que mi frustración exigía. No sentí dolor por la pérdida de las monedas, sí por el engaño y por las burlas de que sería objeto. Lavé mis manos percudidas de tierra. A la hora de cenar, no levanté la cabeza, para evitar la mirada burlona de quien me traicionó. Sentía una cosa en la garganta que me impidió tragar los alimentos, besé a mamá y me retiré, profundamente dolida. La voz de papá, que me hablaba con dulzura, me rescató del sueño, bien entrada la mañana. Atiné a preguntarle si ya estaba curado – Sí mi princesita, contestó, el amor de ustedes, mi familia, ha hecho el milagro. Me incorporé feliz mientras me acercaba las pantuflas. Después de asearme, fuimos a tomar el desayuno.- Carlos, dijo mi padre, una vez que terminamos, -tendrás que dar una explicación muy convincente para ser perdonado por ese acto abominable que cometiste con tu hermana. Lo estaba pasando muy mal, su cara se puso roja como un tomate, empezó a balbucear y no se entendía lo que hablaba. Pidió disculpas, prometió no hacerme más objeto de sus chanzas y burlas, después sacó de su bolsillo una caja de fósforos con monedas sucias de tierra. Estiró su mano para alcanzármelas, pero habían dejado de interesarme, ya no deseaba ser rica. Con algo que entonces ignoraba que fuera legítimo orgullo, le contesté: -Si lo que hiciste fue para quedarte con ellas, nada más, me las hubieras pedido. Papá, me levantó en sus brazos, me llenó de besos y escuché de sus labios el mejor elogio que recuerdo me hayan hecho en la vida:- “Ana es mi genio y figura” Las promesas de Carlos, no fueron cumplidas, muchas veces más tuve que sufrirlo y ya no estaba papá para ayudarme. La vida, me enseñó que es una forma de entrenamiento para crecer porque a medida que trascurre, van sucediendo hechos que nos enfrentan con gente poco escrupulosa y es necesario estar alerta. Me convertí en una mujer adulta, al recordar aquellos episodios, el del tesoro, me vuelve a la edad de la inocencia,
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candido
sentimientos en ese salto atras que relatas, que tanto te impacto y enseño al mismo tiempo.
Saludos.
miguel cabeza
Enhorabuena. Pongo las estrellas en tu tesoro.