La Pitonisa y La Educacin
Publicado en Mar 02, 2020
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LA PITONISA Y LA EDUCACIÓN.  
            Fue abrir el buzón y ver la carta. Allí estaba como una amenaza. Ni la carta se movía ni yo hice un movimiento. Nos quedamos como retándonos. Ella estaba allí para demostrarme que mi incredulidad se había plasmado en pura realidad. No supe entonces que iba a ser mucho más de lo que me habían augurado. La cogí y me la llevé a casa. Mi hija menor, Lucía, ni prestó atención a mi cara, era una adolescente de dieciséis años que solo se preocupaba de ella y de su mundo. Su ombligo y su alrededor era lo que contaba y no había más visión. Yo no podía pensar entonces que ese mundo se le iba a romper en mil pedazos.
 
            Miraba la carta he intentaba imaginar lo que diría y si estaría relacionado con lo que se había conjeturado. Lucía no paraba de hablar de todo lo que quería y necesitaba comprar; iba de la ropa, del maquillaje, hasta de viajes…y de pronto se paró para preguntar que había para comer. En cambio, mi mente viajó a tres días antes. A esa mañana que desperté con la sensación que me había metido en una aventura de lo más absurda. Me había comprometido a acompañar a Lorena a una vidente. Sí, lo sé, suena a adolescente, a pueril, pero que le vamos a hacer. Lorena era mi amiga, tenía tres carreras y desde hacía tiempo iba a esa mujer a que le echara las cartas, y no solo la creía, sino que le daba fuerzas en la lucha del día a día. Me hizo prometer que la acompañaría y que me dejaría echar las cartas. Que tenía que perder. Yo no creía, pero por eso mismo, a qué podía tener miedo, a oír algo que seguramente se basaría deducciones lógicas o a vaticinar probables posibilidades. Así que acepté y rogué que nadie me viera entrar en la consulta para no ser el hazmerreír de algún conocido.
 
            Recuerdo que era la sala contigua a una peluquería, la habitación estaba repleta de cuadros de “vírgenes”, una mesa de camilla vestida con telas de colores fuertes tipo mexicanos y me pregunté si era requisito para ser vidente la mesa de camilla, y eché en falta la bola de cristal, en su lugar había una baraja del Tarot. Sí que estaban las consabidas velas dando un ambiente con su luz de misterio y enigma. Nos gusta a todos sentir que tocamos el lado de lo desconocido, creo que lo llevamos dentro.
            Y así me senté frente a una mujer de mediana edad, más o menos como la mía, con un aspecto bien diferente a lo que me esperaba encontrar, rubia, estilo hippy y ningún colgante o turbante que me hiciera recordar a una adivinadora... Tenía esa entonación que no dejaba lugar a dudas que fuera argentina, y ahí me relajé. Los argentinos tienen fama de ser muy psicólogos y muy habladores, la combinación perfecta. Me miró a los ojos y debió “pillar” mi pensamiento porque sonrió y me dijo que no diera por hecho nada. Que no prejuzgara. E inmediatamente arrimó la baraja y mezcló las cartas mientras me iba pidiendo que ¨cortara¨ de vez en cuando. Me preguntó qué quería saber, qué me había llevado allí.
 
—Mamá, ¿me oyes? ¿Estás aquí o dónde está tu mente…? ¿Qué hay para comer que me tengo que ir pronto…? — De pronto me vi en mi cocina y Lucia con cara de tener prisa. Era una buena niña porque a pesar del pavo que tienen todas las de su edad era responsable y cuidaba sus estudios. Como todas las de su generación me sacaba un palmo de estatura y su melena, su preciosa melena, la llevaba por la cintura. La de sábados que he invertido en lavar, secar y peinar ese pelo en el que casi me dejo el brazo. Ya le incluí en su paga ir a la peluquería. Sus facciones eran las de la familia de mi marido, que en paz descanse. Al contrario que los gemelos, de dieciocho años, ni la mitad de guapos que ella, que eran clavaditos a mí. Nunca me había importado mi belleza, ni incluso en mi adolescencia, rara hasta para en eso. Los gemelos eran, como se dice: “harina de otro costal”, siempre estaban en su mundo y no necesitaban que estuviera pendientes de ellos. Tenían sus historias de varones adolescentes, pero en cuanto los llamaba, fuera para comer o para cualquier tarea, aparecían. Ese era su tributo a cambio que no me entrometiera en sus vidas. Herméticos y cómplices, como buenos gemelos, autónomos y muy suyos… De mí solo sacaron sus rostros anodinos y ser puros nervios. Lucia, en cambio necesitaba mi opinión para todo, ya para llevarme la contraria o para decidirse en algo.
            Ya me había presentado a varios novios que le habían durado como mucho un par de meses, pero lo entendía. Prefería que probara y fuera sacando conclusiones.
            Dejé de lado la carta. Ya me ocuparía de ella más tarde y puse en la mesa una pasta al dente con salsa de tomate y berberechos. Uno de los platos favoritos de mis hijos. Los gemelos comían fuera, tenían partido después de comer y preferían comer cerca acompañados de sus otros compañeros.
 
—Mamá, este viernes es la fiesta de graduación de mi mejor amiga, iremos todos a la discoteca y me ha dicho que me quede a dormir en su casa. Así volvemos juntas y mañana a la hora de comer estoy aquí. ¿Puedo…? — Me miró mientras se echaba pasta, pero ya sabía que la iba a dejar, me preocupaba más que volvieran juntas y seguras, que durmiera fuera. Solo había que poner las noticias para que se te pusiera la piel de gallina. Niñas violadas, asesinadas, y muertes de violencia de genero. Un mundo surrealista.
 —Además nos acompaña su hermano y su novia… — Para reconfortarme, y claro, asentí mientras me tocaba ponerme en mi plato, y siguió contando las últimas novedades sobre sus amigas. Agradecía desde el fondo de mi corazón que fuera tan comunicativa, era una edad difícil, siempre peleas por el orden y por el gasto, pero había que reconocer que me contaba todo y en los estudios iba muy bien. Una madre siempre debía preocuparse por sus hijos. Y, la verdad, cuando se trata de una chica más. Había más peligro y la protección la elevé más con ella que con los gemelos. Ellos, no paraban de salir y entrar, pero verles tan altos y grandes, siendo chicos, no me asaltaba tanto el temor. El miedo con ellos era otra cosa, era saber que no habían tenido un accidente o enfermedad. Pero no era si se les había acercado alguien con malas intenciones, son chicos. Y las cosas de chicos no me las cuentan, pero como siempre serían sobre deportes, jugar a la play y reír por tonterías, algún ligue, pero nada serio. Nunca eran de hablar de sentimientos y hasta el día de hoy les obligaba a darme un beso cuando entraban y salían de casa. Veríamos a ver cuánto me duraba, pensé.
            No le paró la boca de contar situaciones. Me recordó a mi marido cuando yo le contaba cosas y él me decía ¨y todo eso ha pasado en la media hora del café con tus amigas¨. Quiere estudiar derecho, es tan defensora de los valores, de cumplirlos y defenderlos, como su padre. Desde pequeña era capaz de enfadarse con todas sus amigas si veía una situación injusta. Una vez me llamó su profesora porque llevaba varios días que en el patio no jugaba, se quedaba en un rincón y todo porque sus amigas habían hecho trampas. ¡Y eran sus amigas! Pero se imponía ser fiel y honesta en lo que creía. No solo lo dejó bien claro, sino que les leyó la lección. Su padre era igual, llegó a ser juez y murió cuando Lucía cumplió los cinco años, no solo era magistrado de profesión, era un hombre justo.... Le he echado mucho de menos, criar hijos sola ha sido muy duro. Y ahí estaba mi niña ya casi toda una mujer, con esas piernas largas, su melena y esa sonrisa que te conquistaba nada más verla. Aterrada me tenía que alguno le pudiera hacer algo malo, muy joven e inocente todavía. Siempre le sermoneaba antes de cada fiesta, que no dejara el vaso en ninguna parte, que nunca desapareciera sola con un desconocido y que nunca, nunca, volviera sola o con alguien que acabara de conocer. Vivía en la cuerda floja pensando en mi niña.
 
            Lucía se fue, me puse a tomar café y miré de reojo la carta. Volví al momento en que la vidente formuló la pregunta. Que me había llevado allí. Me quedé callada. ¿Qué podía decir, el azar, acompañar a una amiga, o podía realmente querer algo de mi vida que no hubiera resuelto?
Seguí callada.
Y esa argentina esperó, esperó tranquilamente a que llegaran mis palabras, a que pusiera orden en mi cabeza y su gesto era complaciente, de saber que yo podría formular lo que llevaba muy dentro desde hacía mucho tiempo Y me vino.
            —Sí… hay una cosa que me gustaría saber. Es un misterio sobre mi marido. Verá, soy viuda. Mi esposo pasó su infancia en Guinea Ecuatorial, cuando era española, su padre era un eminente médico y estaban acostumbrados a vivir en la riqueza. Una gran casa e incluso tenían negros, criados a los que les llamaban “boys”, incluso para que jugaran con él. La descolonización acabó de golpe con todo aquello, se tuvieron que venir con lo puesto de la noche a la mañana cuando todavía era un niño. Curiosamente ese gran cambio no lo traumatizó, tuvo que cambiar un estilo muy alto por uno más bien sencillo y modesto, pero se amoldó muy bien. Yo lo conocí en la adolescencia, estaba muy unido a sus padres. Cené varias veces en su casa y vi que había armonía e incluso mucho amor entre ellos. Y de pronto, un día poco antes de cumplir la mayoría de edad, todo cambió. Se volvió introvertido y dijo que no quería saber nada de sus padres. Pensé en un encontronazo, fruto de la rebeldía de adolescente, pero no. Cumplió los dieciocho y se fue de su casa. Nos casamos al cumplir 20 años y solo los visitábamos en fechas señaladas, cumpleaños y Navidad. Nunca quiso contarme que pasó. Mis suegros tampoco. Sé que debió ser algo tan importante como para mantenerlo en secreto y separarse de sus padres para siempre, cuando existía ese lazo fuerte entre ellos. Realmente esa incógnita me ha dejado muchas noches sin dormir. Y murió sin resolver la incógnita... Mis suegros me ayudaron económicamente y yo les he llevado a sus nietos todas las veces que me lo han pedido. Nuestra relación es cordial, pero hasta ahí. Respiré hondo y lo exhalé
—¿Y, tú, me podrías, aclarar o resolver el misterio…? — Me brillaron los ojos, sacar ese tema sin querer me abría la esperanza de entender más a mi marido. Y observé como iba poniendo cartas sobre la mesa de camilla, lánguida y lentamente, imágenes de cartas que no me decían nada. Estaba atenta a su cara, a su gesto, a sus músculos que me indicaran indicios de encontrar la verdad. La que no creía, estaba como un pasmarote esperando un milagro.
Las cartas estaban echadas y llegó el momento que me hablara:
—Las cartas hay que interpretarlas y de ahí viene si se acierta o no. Lo que te puedo aclarar es que es un problema muy serio. No fue un cabreo de adolescente. Él, era una persona muy integra, de fuertes valores y fiel a ellos y su decisión también lo fue. Tienes que tener fe en él. Lo que hizo, al no contarte nada, fue protegerte. Tal vez quería narrártelo en un futuro. Y claro, no tuvo tiempo… Si eso es lo que te ha traído aquí, es que es muy importante para ti. Hay una cosa que te va a ayudar. Aunque no es bueno. Recibirás una carta en unos días, una carta por correo ordinario, de un familiar directo de tu marido. Esa carta te llevará a zanjar ese enigma, aunque por desgracia, la respuesta llegará acompañada de una muerte. No sé de quién. Esto es todo lo que puedo revelarte. — Levantó la mirada y nos quedamos en tensión midiéndonos. —Te aseguro que no debes dudar de lo que te he expuesto. Hablo en serio y no especulo. Ten cuidado
 
            Estaba mirando la carta en ese momento. La prometida carta, tamaño mediano. Inspiré y me dije “Venga, quién habló de los cobardes”. Y la abrí. Podía haberme imaginado cualquier cosa, pero eso, no.
            Una invitación formal para la fiesta de los 80 años de mi suegro.
            Nos invitaba el fin de semana a la finca que tenían en la sierra. Por lo visto iba a estar toda la familia de ambas partes de mis suegros. Unas cuarenta personas, todo el fin de semana. ¿Y esa era la carta que me llevaría a resolver el enigma? ¡Venga ya…! Una fiesta por todo lo alto, comer, beber y con música en directo ¿Esa era la gran cosa? ¿Iba a morir alguien allí? Se le había ido la olla a la argentina ¿Y que esperaba? Empecé a pensar quienes asistirían. Estarían los primos de mis hijos, aunque mi marido era hijo único, eran los hijos de los sobrinos de mis suegros.
Adelaida, quince años y lo más tonto que había parido madre. Por supuesto hija única. Egoísta como ella sola. La culpa de sus padres que antes de que abriera la boca ya tenía las cosas. No se llevaba muy bien con mi hija.
Juan y Alberto, los mejores amigos de mis gemelos, siempre metiéndose en líos desde niños, dieciocho y veinte años, trabajan mientras estudian, se pagaban sus estudios. Y sus padres eran colaboradores de una ONG, ese año tenían en acogida una chica mulata saharaui de la misma edad que mi hija, de nombre Amira, que, desde el primer día, hizo muy buenas migas con Lucía. Habían salido de fiesta alguna vez y había venido a casa a dormir. Los demás eran mucho más pequeños que los míos o adultos. Yo no tenía un trato especial con ninguno. Se iban a quedar mudos mis hijos al saber de la fiesta y así fue. Cada uno tuvo sus preocupaciones, los gemelos querían saber si seguía teniendo el abuelo caballos para montar, si Juan y Alberto llevarían el coche para salir por la noche al pueblo. Y mi hija, el trastorno de decidir que ropa llevarse y llamar a Amira para coordinarse.
            Llegamos a la finca el día previo a la fiesta, el viernes por la mañana. Una gran finca, mi suegro consiguió con el tiempo volver a tener riqueza y la invirtió en esa finca. Diez dormitorios, dos mujeres de servicio de toda la vida, piscina, cuatro caballos y un pequeño invernadero al fondo de un gran jardín. Lo dicho, una buena finca.
            Desayunamos como reyes en la cocina de 40 metros, desde café con leche y tostadas, revuelto de huevos con tomate, zumos naturales variados… a punto de reventar. Mientras los jóvenes desaparecían con sus tonterías, yo acompañé a mi suegra a la piscina, mi suegro estaba descansando, tenía buena salud, pero se levantaba tarde algunas veces.  En la piscina nos pusimos al día de nuestras vidas y nos tumbamos a tomar el sol. No habían llegado aún el resto de invitados y no se oía nada, el cantar de los pajaritos, el ruido de limpiar la piscina y alguna rama que movía el suave viento. Me vino a la memoria el encuentro que tuve, otra vez, con la pitonisa. Sí, volví a verla, no me la quitaba de la cabeza y me urgía ver lo que pensaba de la carta. Seguía sin creer, pero “necesitaba” hablar con ella, algo me impelía que lo hiciera.
            Puse la invitación encima de la mesa de camilla, como si fuera una prueba y le pedí, sí, le rogué, con amabilidad, alguna explicación a la misiva recibida, porque esta vez, estaba allí por propia voluntad y necesitaba que me dijera algo más. A ver si con eso podía darme más datos. Se lo agradecería. Y de verdad que al mirarme sentí una conexión con ella. Nada de brujería ni nada por el estilo. Sencillamente conecté con ella, que alcanzaba mi temor, mi zozobra y mi búsqueda. Apareció otra vez la baraja, y el mismo protocolo, esta vez en tensión. Mi pierna no paraba de moverse, una especie de tic, puse mi mano sobre mi muslo, no fuera ser que el movimiento distrajera la atención de las cartas.
—Realmente acabas de pasar la puerta, ya no hay vuelta atrás, va a suceder. No quiero que te asustes solo que estés preparada. Abre los ojos. Deduzco, por lo que interpreto que en el fin de semana se te va a revelar lo que pasó, pero no creo que sea explicándotelo alguien, más bien parece que van ir apareciendo pistas y tú lo has de encajar o razonar. No olvidemos que la muerte ronda. Te recomiendo que observes, no preguntes, déjate llevar, pero no te relajes, y estate atenta a todo, cualquier cosa puede ser un indicio ¿Crees en lo que te digo? — Buena pregunta, lo clavó, no creía en los presagios sobre el futuro, ni en las adivinas, pero si creía en ella, como persona, y así se lo hice ver, y me propuso una idea, que acabó por ganarme totalmente. Me dio su número de whatsapp particular, y ese fin de semana estaríamos conectadas por este medio, yo iría explorando con ella todas las señales.
 
            Alguien me estaba echando gotitas de agua fría en mi cuerpo y el contraste con el calor me sobresaltó, ahogué un gritito de exclamación y vi a mi suegro sonriendo diciendo que ya estaban todos los invitados. Me levanté y le abracé augurándole otros 80 años dando guerra a todos. A lo que contestó con sorna y un deje orgulloso, qué ya quisiera él, y que con las preciosidades de mujeres que tenía en la familia, apostaba que lo iba a intentar. Siempre era un zalamero del género femenino, hombre de una época en la que siempre se decía un piropo a las mujeres y le gustaba que los hombres de su familia fueran los que levantaran el hogar, a su mujer nunca le faltó de nada y siempre buscaba una tontería para mimarla. A ella le gustaba esa vieja galantería, y siempre le dejaba caer, con ilusión y fingido descuido, algún deseo o capricho. Había mucha complicidad entre ellos, se respiraba en el ambiente.
            Aparecieron todos para un baño, los chicos no hacían nada más que barbaridades como saltar al agua, o hacer carreras nadando o animarse con alguna bestialidad en el agua, menos mal que mi suegro nos hizo un guiño y se fue hacia ellos. No sé lo que les dijo, pero estaban todos alrededor de él como si fuera la piedra filosofal, callados, escuchando y con caras de asombrados, espero que no les estuviera retando a algo, lo que faltaría ya.
            Y las tres chicas, Lucia, Amira y Adelaida eran el centro de admiración por sus cuerpos en biquini. Sus cuerpos delgados, piel firme, tersa, altas y esos movimientos coquetos de quienes saben que están entrando en esa edad que las se convierte, a la vez, en objeto del deseo, y dueñas del poder que ese deseo desata… Hacían que todas las miradas se centraran en ellas. Nosotras por la envidia de la juventud perdida y ellos, disfrutando de las vistas, entre la admiración y la envidia, por lo que ya no pueden tener. Seguramente más de uno tenía en mente “Lolita”, el deseo de vivir y la pasión por el cuerpo, tanto que se cultiva ahora en nuestra sociedad. Gracias a Dios, solo se tenía que esperar a que abrieran la boca para traernos otra vez a la realidad. Grititos, chillidos por admirar algún vestido, o accesorio que contemplaban en el móvil, y comentarios, de diferentes chicos que no habían puesto “un like” y se quejaban de los tontos que eran. Acababan atropellándose unas a otras sobre singularidades de música o conciertos. Vamos, que cinco minutos y teníamos todos, la cabeza a punto de explotar.
            Comimos al aire libre, tipo buffet, al lado de la piscina, pero en sombra, con la brisa se estaba muy bien. Platos caseros fríos, como gazpacho, ensaladilla rusa, pinchos de carne y de pescado, rollitos de salmón rellenos, ensaladas variadas de frutas y pasta. De postre pusieron tarta de whisky regada en autentico whisky, muy digestiva. Las niñas empezaron a hacerse fotos con todos los que estábamos. Hubo un detalle que no me gustó, mi suegro quiso hacerse una foto con ellas, pero al ponerse Amira a su lado, le pidió que dejara mejor a sus nietas, y cuando terminó las fotos, al alejarse, pasó por mi lado y le oí murmurar para sí mismo: vaya con la negra. Fue despectivo. Él siempre ha sido muy bondadoso, educado y respetuoso con la familia. Y Amira iba a ser familia durante un tiempo, que fuera mulata y viniera del Magreb… ¿Podía ser mi suegro racista? Y en cambio, un rato más tarde le vi apartado del grupo hablando con Amira como si tal cosa, incluso vi asentir y reír a la joven, debí entender el comentario mal. Si buscaba señales, una podría ser la cara de mi suegra al verlos hablar. Era cara de preocupación. Siempre pensé que las mujeres celosas, actuaban tontamente cuando una chica joven rondaba sobre sus posesiones, pero no era el caso. Amira era un encanto, intentaba empatizar con todos, incluso a mis gemelos los vi muy interesados en hacerle bromas para llamarle la atención. Tontos.
            En el café volví a estar al lado de mi suegra, una mujer que en su juventud tuvo que ser muy hermosa, sus facciones pequeñas guardaban un equilibrio que le hacían parecer una muñequita. Incluso ahora evocaba a la muñequita que fue. Le provoqué una risa con mi comentario sobre su belleza y no se resistió a evocar la época en que conoció a su marido.
—Nos enamoramos con locura y nos casamos inmediatamente. Nunca me he arrepentido. Hemos pasados muy malos momentos, pero siempre los hemos afrontado juntos. Él me ha dado todo lo que ha tenido y yo le he respaldado en todo. Nunca ha sido de contar ni de decir lo que le pasaba, pero yo le he entendido perfectamente. Esa es la función de una buena esposa, comprender y consolidar. Cuando estábamos en Nueva Guinea, no solo era un admirado médico, además participaba en las gestiones políticas de allí, tuvo que utilizar mano dura y en más de una ocasión organizó fiestas en el Casino, que era el no va más de la clase alta, en honor mío. No había semana que no apareciera con una agradable sorpresa y nuestro hijo tuvo los mejores cuidadores, educación, etc… Hasta que tuvimos que salir con lo puesto. ¿Sabes que hizo durante el viaje de vuelta a Madrid? Se arrodilló ante mí, tomó mis manos, las besó y me juró que haría lo posible y lo imposible para que no me faltara de nada y no tuviera que trabajar. Sabía que estaba muerta de miedo. ¿De qué íbamos a vivir?, yo no tenía estudios, y si me tenía que poner a trabajar sería de limpiadora. ¿Iba a pasar de ser una alta dama a la señora de la limpieza? Eso era caer en picado, una vergüenza y un miedo visceral me atrapó, que fue frenado por su promesa. Y la cumplió. Trabajó día y noche cogiendo todos los trabajos de médico que nadie quería, algunas veces llegaba a casa de noche sin haber comido porque no le daba tiempo. No me lo decía, pero yo lo sabía, por la rapidez con la que cenaba. ¿Y sabes? Siguió dándome regalitos cada semana, se las ingeniaba para aparecer con una tontería y me daba la sorpresa. A nuestro hijo le dio estudios y una formación complementaria de idiomas y música. Le dio valores, quería que fuera un hombre hecho y derecho mientras él trabajaba como un esclavo. Siempre presumía de los genes y que su hijo los había heredado Nunca se quejó. Poco a poco fue consiguiendo ahorros y puso su propia consulta. Era bueno en lo suyo y empezó a subir, se lo merecía. Yo he sido su compañera toda la vida y ha tenido mi consentimiento en todos los momentos. Conozco su carácter y he sabido darle lo que precisaba en cada situación, aunque no fuera del todo de mi agrado, soy su esposa, y la unión familiar es lo más importante.
            Si lo más importante era la unión familiar, ¿Qué pasó para ese distanciamiento con vuestro único hijo? No lo expresé, pero se quedó como una luz encendida en mi cerebro.
            Estaba cansada y necesitaba la siesta. Mi suegro se había llevado a los chicos varones no sé dónde, parecía el patriarca con sus polluelos, mi suegra y yo fuimos cada una a nuestros dormitorios a descansar, que luego habría la fiesta preámbulo de la fiesta de cumpleaños del día siguiente. Antes de dormirme escribí a Paula, así se llamaba la pitonisa argentina, y le conté todo. Yo no veía indicios ni señales, más bien estaba perdida. Ella en cambio me dijo que era muy esclarecedor, ¿esclarecedor? ¿Dónde veía ella eso? Me recordaba al detective Colombo de mi época, lo mismo me decía quién era el asesino después de la siesta. Le hice gracia, y dijo que era muy sarcástica, a todo el mundo yo le hacía gracia, y no le veía la gracia. Me dijo que descansara pero que estaba cerca del momento crucial… que no me acostara temprano esa noche y que sobre todo estuviera pendiente de todos los comentarios y de dónde estaba todo el mundo. Que me preguntaría a media noche, sin falta. Pensé, se le ha ido la cabeza a la argentina, pero mi instinto como madre saltó, y se lo prometí… Hice bien.
 
            Hoy en día puedo decir que lo que pasó esa noche no solo cerró mi curiosidad, sino que fue un antes y un después en mi vida. Mi hija me enseñó en lo que me había equivocado como madre, y desde entonces me he prometido muchas cosas, pero primero voy a testimoniar lo sucedido:
 
            En la fiesta, aparte de comer y bailar, bebimos mucho, yo no porque tenía una promesa que cumplir, pero sobre todo los hombres sí que lo hicieron. Uno de mis gemelos se achispó y estuvo “pesadito” halagando a Amira. Justo cuando le iba a llamar la atención, mi suegro se adelantó con un: ” No es el momento” “¿Perdona? No es el momento, intervine ofuscada, ni ahora ni nunca, a una chica no se le puede atosigar ni cuando se está pasadito de copas, ni cuando no. El respeto siempre ha de estar” El gesto de mi suegro de no darle importancia me puso de los nervios “Mujer, no te pongas así, el chico solo ha reaccionado ante el vertiginoso escote de la muchacha, anda, anda…no se hable más. Y tú, pídele disculpas” Me fui directa a mi hijo para amonestarlo y creo que fue el momento que me di cuenta que una madre ya no es nadie para un hijo que se cree ya un hombre. Me soltó “No me sermonees, que ya he pedido disculpas. Que siempre eres muy pesada. Déjame en paz” ¿Yo? ¿Pesada? ¿En paz…? ¿Desde cuándo una madre no puede ni hablar con su hijo? ¿Solo acercarme, ya era pesada? ¿Una no tiene ni derecho a razonar con su hijo? ¿Para esto he quedado…?, pensé con todo mi dolor. No sé qué me enfadó más, si me tratara de histérica o que mi hijo parecía adorar a mi suegro. Por desahogarme se lo escribí a mi bruja argentina, al menos me sonreí en pensar la cara que pondría, parecía mi diario. El baile acabó y no muy tarde, la gente se recogió a dormir porque el gran día era el siguiente. Me fui a mi dormitorio, y cuando no oí nada salí a recorrer los pasillos y comprobar dónde estaba todo el mundo. Me lo había vuelto a recordar Paula cuando recibió mi Whatsapp, yo la obedecía, pero sin ver el sentido. Era casi media noche y pronto me llamaría. Los pasillos estaban desiertos así que salí a la piscina, no había nadie.
            Di una vuelta, el cielo estaba estrellado. Todo en calma.
            Y cuando iba a volver a entrar vi que había luz en el invernadero
            Extraño. Vi sombras dentro. Al acercarme oí estruendo de música, que no llegaba hasta la casa por el gran jardín que había.
Me acerqué y el corazón se me puso a galopar. Abrí la puerta con fuerza.
El espectáculo que se me presentaba no podría haber sido más terrorífico. Lucia de pie agarrada por Alberto presentaba la cara morada y con sangre en la boca mientras pedía auxilio. Mi suegro sentado en una silla alta aplaudiendo, gritando.”Ese chochito negro palmotea que empujes más fuerte” Era Amira, desnuda,  encima de una mesa de madera, sujetándole los brazos uno de mis hijos y su primo Juan. Su cuerpo se arqueaba. Entre sus piernas estaba mi otro hijo penetrándola al compás de la música que habían puesto.
            Parecía la sala de los horrores.
Mi entrada hizo que todos se volvieran y pararan unos segundos toda la escena. Los reflejos de Lucía fueron rápidos, se deshizo del agarre, dio una patada en los genitales a su primo. Empuñó unas enormes tijeras de podar y no dudó en clavarlas en la espalda, a la altura del hombro, a su hermano. A mí me salió un grito desgarrador al igual que mi suegro. Mi hijo se derrumbó entre gritos cayendo al suelo a todo lo largo. Lucía se puso delante de Amira que no se movía, seguía encima de la mesa abierta de piernas, quieta, su primo, su hermano y su abuelo le gritaron que tirara las tijeras o… Ella les seguía amenazando y diciendo que por encima de su cadáver no iban a tocar a Amira.
            Fueron segundos, pero a mí me pareció una eternidad. Su primo se abalanzó sobre Lucía, le sujetó el brazo y de un puñetazo en la cara, la lanzó a varios metros dejándola inconsciente con la mandíbula partida.
            Las imágenes las vi a cámara lenta mientras la rigidez de mis músculos no me permitieron asistirla. Y de pronto, tras de mí, oí un disparo al aire con el grito ¡Policía! ¡Al suelo!
            Todo lo recuerdo confuso, mi suegro maldiciendo, se enfrentó a los agentes. “No iba a permitir un arresto a su familia”. Cogió la pistola que empuñaba el agente y forcejeo con él. El resultado el esperado, un disparo y mi suegro cayó con un tiro en el pulmón. Muerto.
            Los policías fueron directos a Amira y oí, está viva. Llamad a las ambulancias. Y seguidamente dijeron que la herida de mi hijo en el hombro era superficial, no corría peligro, mientras, mi hija, estaba inconsciente llena de sangre. No supe cómo había aparecido la policía, de pronto me vi rodeada por los invitados de la casa, los sanitarios se personaron en minutos, yo seguía inmóvil viendo el ir y venir de todos.
            Mi suegra surgió y escuché sus gritos. ¿Pero qué has hecho? ¡Asesina! ¿No ves que los hombres tienen sus necesidades?  Siempre ha sido así. No le iban a hacer nada a Lucía, es de nuestra sangre, a la familia se le protege. Los hombres y las mujeres no somos iguales. Las hay que se visten ofreciéndose y luego lloran porque han despertado al lobo que llevan los hombres. Mi hijo no entendió el incidente de la criada con mi marido. Iba siempre como la que no quiere la cosa provocando, eso pasa cuando se juega con fuego y mi hijo era aún muy joven para entenderlo. ¡Dios mío! ¡Asesina! ¡Maldita seas…!
            Solo recuerdo que emergieron los brazos de mi querida Paula, que no sé por qué supo que tenía que llamar a la policía, y que me abrazaron sin decir nada mientras mi temblor y mi llanto se ocultaron en ese abrazo.
            Pasaron días bajo altas dosis de sedantes mientras mi cerebro pudiera asimilar. Cada día iba al hospital a comprobar si Lucia despertaba. Mis hijos y sus primos estaban en la cárcel en espera del juicio. No fui al entierro de mi suegro. Supe que lo habían enterrado en su panteón.
            Casi a la semana, mientras acariciaba el pelo de mi hija, por fin abrió los ojos, y me sonrió, supe que recordaba y era consciente de lo ocurrido porque manifestó:
—Mamá, se te olvido educar a los chicos…
            Y era verdad, bajo riadas de lágrimas prometí muchas cosas, las madres tenemos tanto miedo en proteger a nuestras niñas que se nos olvida que su protección está en educar y enseñar respeto a los varones. Reconocí a mi hija que no me di cuenta que, a mis hijos, al ser grandes y fuertes, no les harían daño, cuando el peligro eran ellos mismos para los demás.  Prometí que sería fiel e integra a los valores de igualdad entre hombres y mujeres, a pesar que me doliera tanto cuando tocara mi circulo. Es muy bonito decir sí a la honestidad, al honor, al respeto mientras no fuera por causa de alguien de nuestro entorno.
Cumplí mi promesa cuando me avasallaron los periodistas para saber mi opinión sobre el caso, mi respuesta siempre fue muy clara:
Mis hijos y sus primos deben estar en la cárcel y cumplir toda la condena
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Foto del autor Mar
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Descripción

Es muy difcil educar a un varn y a una fmina de igual forma, pero los pilares de la sociedad parten de la educacin.

Palabras Clave: gemelos chica invernadero

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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