UN DÍA CUALQUIERA
Publicado en Mar 16, 2020
UN DÍA CUALQUIERA- MIA
No os creáis que su despertar era siempre como el de hoy, ni muchísimo menos. Ella era más de abrir los ojos y saltar de la cama. Nada de preámbulos, darse una vuelta e intentar seguir durmiendo, no, no, para nada. Toca el despertador y ya está en el cuarto de baño. Esto es cosa del carácter de cada uno. Pero hoy, ha sido diferente, abrió los ojos y no supo ni dónde estaba. Tuvo que esperar segundos para ubicarse y lo peor, pensar qué tenía que hacer hoy y claro, acordarse de llevar el coche a la ITV (Inspección Técnica de Automóviles) pues no le agradó. No. Si algo la definía como muy femenina era su impotencia a hacer frente a todos los artilugios electrónicos, informática y cosas del coche. Conducir sí, pero nada más. Se miró al espejo. Su melena desordenada, larga y con mechas, que en teoría daban luminosidad, enmarcaba una cara hinchada de la noche, unas ojeras ya de edad, y unos pliegues que ocultaban esa sonrisa que se empeñaba en sacar. Hizo un gesto a su imagen del espejo y se dijo. Esto es todo. Amigos. Apuntó los dedos al espejo en forma de pistola e hizo como si disparara. En la cocina, esa gran cocina que la hacía pensar en las películas americanas, preparó la cafetera italiana. Mira que la gente se empeña en esas cafeteras expreso, que das al botón y ya está ¿Hay algo menos poético que lo instantáneo?, y ¿Dónde dejamos el tiempo de espera, el preámbulo de lo deseado? ¿Ya está? Ah, no. En esa casa mientras ella viviera todo debía tener sus tiempos, y así esperó que la cafetera tuviera su tiempo anhelando que llegara el olor a café preparó las tostadas, la mantequilla la sacó del frigorífico. Mantequilla de verdad, mantequilla de Irlanda, la que se puede saborear. Y decidió que ese día no oiría las noticias. Decidió escuchar música gregoriana. Alguien ha sentido el regocijo de entrar en un monasterio o Iglesia y oír música religiosa… Ella se dejó abrazar por los acordes, la piel se le puso de gallina. Y no tenía nada que ver con ser creyente, sencillamente tocaba su sensibilidad y sus pensamientos. Si. Los pensamientos. Marga tuvo su tiempo de desayuno. Sus pensamientos. Su deleite. Sorbo a sorbo, mordisco a mordisco, iba pasando imágenes en su mente hasta que el estómago se llenó y esa energía del buen desayuno le dio la orden de ponerse las pilas. A partir de ese momento todo fueron prisas y acción… Es curioso lo que nos hace sentir la ropa, y no dudó en vaqueros y una camiseta que le sentara bien y juvenil. Hay momentos en la vida que necesitamos que nuestro vestuario nos ayude, y una ayuda es no estar pensando si me aprieta aquí o cuidado con el escote o si los tacones me pueden hacer dar un traspiés…esa ayuda de liberarte de estar pendiente, es el símil del amigo que está a tu lado en ciertos momentos, sin decir nada, pero su presencia y su cercanía nos hace sentirnos acompañados, seguimos siendo de instintos animales. Así es. Miró el reloj. Todavía no era la hora. Su amiga de toda la vida, la conocía y se había prestado a acompañarla, no la iba a dejar sola ante ese “examen”, no son importantes las cosas por definición, lo son por la importancia que le damos. Y sabía que “doña nervios” ante la primera ITV de su coche, podría provocar una aventura de salir en los periódicos. Faltaban aun diez minutos para que llegara. Volvió al espejo y miró el rostro que la había acompañado toda una vida, nunca mejor dicho, esa cara que de niñez era redondita, que radiaba inocencia, y con un ego tímido, ocultado por culpa de una gran ceja de visera, que su madre vigilaba como madre coraje con unas pinzas consiguiendo separar en dos mitades. De joven se alargó la carita y dejó la niñez para ser la carita de una comadreja como la definió uno de sus novios. Y ahora…ahora era la cara de la lucha en la vida. La cara de la satisfacción de haber llegado y dejado por el camino experiencias, alegrías y amarguras que dejaban claro que nada era gratuito. Todo se paga. No hay pena por ello, lo único no haber aprendido más deprisa, y ahora sí, disfrutar las pequeñas cosas. Toda la vida de años para aprender algo tan obvio, algo tan simple como estar disfrutando el momento, que ironía. Ya eran en punto. Ya podía bajar. Podía bajar y esperarla en el portal o fuera y así era solo parar y coger su coche. No le extrañaría que estuviera abajo esperando, ella era así. ¿Qué hacía? Bajaba o mejor tardaba un minuto más. Bueno le daba tiempo a beber un vaso de agua y mirar la casa. Todo recogido, la luz entraba a través de las cortinas y las plantas tenían la tierra húmeda. Todo bien. Tocó el interfono. Si, era ella, que bajaba ya le dijo. Que bien, no la estaba esperando abajo y así no parecía estresada. Llamó al ascensor. Nunca llegó. El ascensor cayó en picado. El cable del ascensor se había roto
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Maria Jose L de Guevara
Hayo aquí --al igual que en el resto -- facundia, sabor en los detalles, estilo personalizado (cuando escribes en tercera persona y comprometiendo tu opinión de autora), realidad cotidiana en el relato de los hechos. Además, compones una historia que nos hace reflexionar: Aquella vacilación involuntaria que le permite a la protagonista salvar de un accidente.
Si te tuviera enfrente, te abrazaría para felicitarte.
María José.