EL ENCUENTRO EN EL PARQUE
Publicado en Mar 19, 2020
UN ENCUENTRO “ESPECIAL”
Llevaban varios días hablando, sintiéndose cercanos y decidieron encontrarse. Ver si surgía la química. No querían dilatar más en el tiempo ese sentimiento que empezaba a surgir, no fuera que se esfumara con el consabido vacío y sensación de pérdida de tiempo. No se habían visto ni en foto, la gracia como ellos decían era sorprenderse, comprobar que si había sentimiento, este podía más que el físico. Lo que no se atrevían a reconocer ninguno de los dos, es que en el fondo esperaban que al verse, la realidad física hiciera decaer la magia. En el fondo a ambos les importaba la imagen, y su repercusión sobre esta recién nacida relación. Se arreglaron con muchos nervios y cada uno pensando que excusa lógica pondrían para huir. Ella, se decidió por un vestido vaporoso de flores con algo de vuelo. ¿Ropa íntima? Prefirió unas braguitas blancas con un volantito rematado en color rojo. Sabía que su pecho sin ser grande, era firme, su juventud le garantizaba que el movimiento al andar ni se iba a notar, además el escote del vestido al ser profundo le daba la libertad de ir sin nada. Se observó delante del espejo, los tacones rojos estilizaban sus largas piernas, se giró, dando una vuelta con la máxima intensidad de coqueteo, la falda voló y vio sus braguitas resaltando en su piel morena, y ese volantito cubriendo justo la línea del monte de venus, dando un efecto morboso. Se dio cuenta que su cintura, su vientre y esas braguitas que enmarcaban el comienzo de unas largas y definidas piernas atraían de una forma animal. No podía mentirse, le gustó y pensó “Vaya desperdicio para hoy” Él, también se vistió con la misma sensación que ella, así que decidió unos pantalones vaqueros con varios desgarros, camiseta blanca y unas deportivas última línea, su vestimenta no marcaba su cuerpo pero cuando uno hace tanto deporte y es atlético, va a destacar entre la media sin otra posibilidad, esos hoyuelos al sonreír, eran los cómplices necesarios para hacer irresistibles su sonrisa. Habían quedado en el parque, al lado del lago, había un banco. Como buen caballero, Jaime, llegó el primero y se sentó a esperar. A los diez minutos vio llegar a Lidia, con paso firme, el vuelo de la falda dejó ver esas piernas que se cruzaban al andar, provocando un roce en los muslos, cada roce, cada cruce y pisar, en esos tacones de vértigo, le provocaron un pellizco en el estómago que lo excitó desde el primer instante y ya cuando subió la mirada a ese escote, a ese largo cuello que manejaba el ladeo de su melena pelirroja, ya temía mirar sus ojos. Ojos verdes de gata que se quedaron prendados de sus hoyuelos. Se acercaron y al besar la mejilla e ir a besar la otra, Jaime, posó su mano en su cintura acercándola a su cuerpo y sintió como el pezón de ella, a través del fino vestido rozaba su pecho, y se ponía duro, así que muy lentamente le besó la mejilla, dando tiempo a ese contacto, no había palabras y como si sus cuerpos hablaran ella acercó su muslo a la entrepierna. A plena la luz del día y en medio de todo un parque con gente pasando. Jaime, en plena excitación y asombro, la rodeó con un gran abrazo para sentirla más cerca y presionarla, apretada en ese gran abrazo que ante la galería era un saludo fuerte de amistad. Ella respondió, asombrándolo felizmente, interponiendo su mano entre sus cuerpos y se las apañó para ir introduciéndola poco a poco en sus pantalones, solo consiguió llegar con las puntas de los dedos a rozar un pene que ya había crecido y palpitaba. Acarició unos segundos. Sintió el temblor de él. Seguían sin haber pronunciado palabra. No quería soltarla del abrazo, por la vergüenza que se le notara como estaba. Revoltosa y con malicia empezó a restregarse subiendo y bajando su cuerpo, las manos de él se iban de la cintura a bajar un poco, susurró “Vamos detrás de los árboles”. Y como si fueran uno, bien apretados, llegaron a los árboles, no había sendero así que no había gente cerca. Veían el camino que habían dejado y si estaban alertas no los pillarían. La puso de espaldas a un árbol con un inmenso tronco. La apretó a él, y la hizo experimentar su estado, en respuesta ella produjo un imperceptible sonido, no dudó en meter una de sus manos bajo la falda y rozando su muslo interno llegó a las braguitas que parecían que latían, separó con mucho tacto un pequeño hueco e introdujo un dedo, y lo retiró al comprobar que estaba húmedo, mientras su otra mano, buscaba golosa el contacto duro y turgente de sus pezones. Ella subió el gemido y arqueó el cuerpo. Se agachó, levantó la falda y se cubrió con ella. Lidia abrió los ojos espiando por si venía alguien, el miedo estaba latente. Bajó las braguitas, pasando sus dedos por los húmedos labios mayores mientras su lengua fue en búsqueda de los labios menores, el respingo de Lidia le indicó que había alcanzado el objetivo. Mientras ella disfrutaba, él quería perderse en su jugo y jugar. Le daba igual si aparecía alguien, las manos de ellas se posaron en su cabeza acariciando y dando ánimo a esa situación. Ella quería que no parara, haciéndoselo saber con sus entrecortados gemidos, mezclaba su disfrute con el miedo por si aparecía alguien y la emoción alentaba las ganas. Él siguió lamiendo, chupando, acariciando, mordisqueando… y no paraba con sus arremetidas detonando un placer para ambos. . No podían aguantar mucho más tiempo, lo sabían, seguían sin hablar y ninguno quiso romper esa magia. Cuando ya estaba muy mojada, Jaime se incorporó y en silencio bajó la cremallera, subió la falda, la miró a los ojos y puso su pene erecto entre sus piernas, la cogió por la cintura y como una pluma la tomó, ella lo rodeó con sus piernas y apoyando su espalda en el árbol sintió como iba penetrándola, suave se deslizó hacia dentro. El placer de sentirlo dentro y la presión de su cuerpo la volvió loca. Empezó a marcar el ritmo empujando con sus piernas entrelazadas las caderas de él. Y de repente apareció una persona que se quedó mirando. El deseo era demasiado fuerte, no podía parar de empujar, el sudor de ella recorriendo su pecho y su respiración mezclada con los gemidos agudos de placer le indicaban que pronto iba a llegar el climax, no sabía cuánto más tiempo iba a poder aguantar, tenía que pensar en otra cosa antes que terminar antes que ella. Eso nunca. Vio por el rabillo de ojo que esa persona se iba, lo que le sirvió de distracción momentánea a la tensión del final. Y de pronto los espasmos de ella le inundaron de alegría y el grito ahogado de su boca mordiendo su hombro le hicieron centrarse e ir a detonar su placer, no tardó ni treinta segundos, la penetró con fuerza e ímpetu, sacudiéndola hasta que un sonido gutural salió de su boca. Se paró y casi se oían los latidos de ambos corazones volver a la normalidad. Se oyeron las voces de niños que venían del camino; en silencio rápidamente se acomodaron la ropa y sin querer cada uno se fue por un lado distinto intentando aparentar normalidad, intentando pasar desapercibidos de lo que hacía segundos habían vivido. Jaime no apartaba las imágenes de su mente y se dio cuenta que no habían hablado, tanto que habían chateado y con el miedo a no gustarse al verse resultó que no habían parado de tocarse. Daría tiempo a poner las ideas en su sitio y la llamaría más tarde ¿Quién sería el que los había espiado? Lidia no daba crédito a su reacción, cómo había perdido los papeles y en un sitio público. Aunque los había pillado una persona nadie más lo había visto. Una suerte. Ni siquiera habían llegado a presentarse y se habían vuelto locos. Pues menos mal que pensaba que no se iban a gustar…Decidió entrar en uno de los merenderos del parque, para intentar calmarse, y hacer que sus piernas dejasen de temblar. Había sido una locura, … ¿Qué posibilidades había, en una gran ciudad, de encontrarse alguna vez con esa persona que los había sorprendido …? Ninguna… Ya más tranquila y relajada, levantó la mano y llamó a un camarero, que la atendió con una enigmática sonrisa... — Hombre, si es la pelirroja fogosa del parque...
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Un relato crudo, certero, que certifica lo que hoy está pasando en las interrelaciones virtuales. El chateo, la certeza o no del otro. La facilidad de comunicación en las teclas y el silencio casi mudo de la palabra y en el encuentro. La relación casual con un observador pasivo que pone punto final al relato. Erotismo y sensualidad se complementan en este juego de figuras, sensaciones y tal vez de una virtuosa interpretación del sentir de ambos personajes absolutamente jóvenes en plena ebullición hormonal
Felicitaciones Mar
Mar
Muchas gracias
Maria Jose L de Guevara
El verdadero talento de un escritor/a da licencia para que éste/a aventure en historias de toda índole.
En lo personal estoy encantada con leerte porque me considero una persona que sabe apreciar lo bueno.
Mis felicitaciones y mi afecto.
María José.
Mar
Muchas gracias