LA CRUZ Y EL PERDON
Publicado en Mar 23, 2020
LA CRUZ Y EL PERDÓN--MIA Don Benito llevaba siendo cura de su pueblo toda la vida, como decían sus feligreses. Lo mismo daba una misa que un funeral, conocía los pecados y secretos de varias generaciones, nada le venía grande y todo lo comprendía. Su carácter bonachón y tranquilo le abrían todas las puertas y siempre le llamaban para impartir paz y justicia entre los vecinos. Era capaz de impartir justicia allá donde todo era pasión y venganza; no dudaba en explicar y hacer ver el equilibrio costase el esfuerzo que costase; estuvo una noche dialogando con un padre que quería matar a palos a su hija que se había quedado embarazada de un hombre casado… Y a dos hermanos por una herencia… Y a un esposo que su mujer le había engañado con su propio hermano, etc... Vino un forastero al pueblo, quería escribir un libro. Hombre grande de anchas espaldas y de gran altura que impresionaba en la primera mirada. Su rostro de color apagado empeoraba con su sonrisa quebrada. Enmarcaban el conjunto dos gruesas cejas pobladas que se unían configurando un gesto malhumorado y triste. Se presentó con el nombre de Mario. Buscaba a alguien que le contara historias del pueblo, necesitaba inspiración. Don Benito se sintió afortunado, por fin algo salía fuera de la pertinaz rutina. Invitó al forastero a un chato de vino y a un buen jamón de la tierra. Al principio no sabían muy bien como sintonizar. Hablaron del tiempo, de las montañas y de la vida en sí. —Y, tú, Mario, déjame tutearte que te veo mucho más joven que yo. ¿A qué te dedicas? ¿Vives realmente de escribir?. —Verá Padre, yo realmente amo escribir y desde pequeño tenía el sueño de ser periodista y escribir novelas pero la vida es muy extraña y… No fue posible. Hubo factores que me impidieron ser lo que quería ser y ¿qué soy?, pues un tipo de “chico de los recados”, me mandan un recado, voy y lo hago y cobro, tan simple como eso. Pensará que le estoy llorando por lo rutinario de mi vida laboral, la verdad es que no me puedo quejar, trabajo poco y está muy bien pagado. Tengo un buen nivel económico que cada vez me permite más tiempo para escribir— sostuvo una leve sonrisa y desvió la mirada hacia otro lado de Don Benito, como sino quisiera que le leyeran el pensamiento. —Hijo mío, todos tenemos caminos extraños que nos llevan a sitios y situaciones inesperadas. Pero si somos capaces de aceptarlas y asimilarlas sabremos encontrar Paz. Muchas veces es no ir contra el destino, es más bien pensar si Nuestro Señor ha querido llevarme por este camino, pues que así sea. —Interesante. No lo había pensado. Pero, cambiemos de tema y vayamos a lo que me ha traído aquí. Usted ha vivido aquí toda la vida y visto muchas situaciones. ¿Cuales podría decir que son las más duras y cuáles más dulces? —Uy, son muchas hijo, muchas, acordarme de repente, no sé, una de las más dulces fue el nacimiento de dos gemelos, uno estaba muerto. Los médicos todavía no se lo explican pero cuando llegué yo y empecé a rezar de repente se puso a llorar. Dicen que fue un milagro, yo les digo que le asusté y se echó a llorar—miró de reojo a Mario y tomó otro sorbo al vino que ya era su segundo vaso. Mario rió — Ya veo. ¿Y el más duro? ¿El que siente dolor al recordar? —Son muchos también. Son historias que no empezaron bien y no acabaron bien. Las miro ahora y son pasado. El pasado está para recordarnos que por eso estamos en el presente porque ocurrió ese pasado.— Esta vez cogió el vaso de vino y se lo terminó de un trago, también se quedó mirando hacia el otro lado, no quería que le leyeran los pensamientos. La tarde dio paso a la noche y siguieron conversando, comiendo y bebiendo. Ninguno decía de volver a casa, y como si no hubiera un mañana siguieron relatándose momentos y pensamientos. Al final llegó la hora del cierre y se tuvieron que despedir. otro día seguirían, se dijeron. La tarde siguiente durante la homilía de la misa observó Don Benito que Mario estaba en tercera fila, serio, atento y triste. Al finalizar y salir le estaba esperando."Padre, le importa que continuemos conversando, podemos pasear y le invito a un vinito… Me vino muy bien la conversación del otro día" "Por supuesto, cierro y nos vamos". Empezaron a andar por un camino tortuoso sin asfaltar que les llevaba entre huertas y luego dio paso a campo abierto, donde el olor a tomillo invadía el aire y poco a poco se empezaron a ver olivos. —Padre, cuénteme algo de las familias de aquí de hace treinta años; la novela va a ser sobre esa época. Los niños cómo eran, ¿Eran más obedientes? ... —Uy, Mario, si que tengo que hacer memoria... En esa época yo acababa de ordenarme sacerdote y llegué a este pueblo. Fue un cambio muy grande en mi vida, salía de estar toda mi vida entre los muros del seminario y protegido entre mis mentores, no había conocido otra cosa y llegué aquí. Al principio fue duro, yo tenía treinta años y no solo me hice cargo de la parroquia, también de dar clases de religión a los niños que se preparaban para la comunión, cursos preparatorios para los novios que se iban a casar y por primera vez estar cerca de la muerte dando la extremaunción. Todo era nuevo para mí. Muchas experiencias...— Se sentó bajo un olivo y Mario le siguió. Hubo un silencio mientras las imágenes del pasado parecían venir. Solo se oía el cantar de las cigarras y compartir ese momento parecía casi religioso— Los chavales... Había de todo, los desobedientes, los que no paraban de hacer travesuras… Pero había una cosa que ya se ha perdido, el respeto y obediencia a los mayores. Me acuerdo que más de uno se llevó un "pescozón" o un castigo en la habitación oscura y eso no trascendía, no iban y se lo decían a sus padres para que fueran contra el docente. Todo lo contrario, callados porque el padre le podía castigar por haberse portado mal. La estructura de la familia era otra. El anciano era la piedra angular, se concentraba en él, la experiencia, la antigüedad, la sabiduría. Ahora es un estorbo que no se sabe dónde echar. El centro, ahora, es el niño. El niño decide qué comer, lo que quiere y va pidiendo. No se le educa, se le teme. No se le puede tocar y se le cree a pies juntillas. Se ha vuelto el Dios de la familia. Ahora me cuesta más darles clases y no digo nada sobre que me obedezcan… Pero bueno, no creas que no me encuentro chavales con alma de Santos, que los hay y muy buenos. Y, tú, Mario, ¿tuviste una infancia de pueblo o de ciudad? —Mi infancia, mi infancia… Tuve una, sí. Yo me crié en un pueblo como éste. Yo quería ser escritor, me sentaba bajo un árbol y se me pasaban las horas muertas escribiendo en un cuadernillo de pastas azules. Mi madre salía a la puerta de la casa a gritar mi nombre para que fuera a cenar y me regañaba porque no tenía amigos; quería que fuera a jugar con los demás e incluso que hiciera travesuras. Por eso se puso muy contenta cuando fui a hacer la comunión y tenía que ir a los cursos... Como si un aire frio atravesara a Don Benito se quedó quieto y pensativo. Mario miraba al cielo como buscando las palabras para seguir... —Cuando eres niño solo hay lugar para los sueños, las ilusiones y la fantasía. Los adultos se encargan de ahuyentar los miedos y proteger al pequeño. Así está establecido como norma natural. Y el niño debe obedecer al adulto. ¿Verdad Padre? —¿Quién eres?—Salió como pregunta pero realmente era un temor a confirmar; la cara de Don Benito ya no era un espejo de comprensión y bondad; ahora era el terror de un temido lado obscuro que salía a dar la cara. — De lo único que fui culpable fue de ser un niño en una época en la que usted muy bien dice se debía obediencia y respeto al adulto. Mi obediencia y quietud, me hizo sentir culpable y avergonzado... Llegué a odiarme. Me odié tanto que me vine a un olivar como este y quise ahorcarme. Como siempre, fui débil y cobarde... Tal vez en estos olivos quedaron ahorcados mis sueños de niño… La verdad es que de aquí salió un hombre nuevo,... Me convertí en lo que soy. De un amante de la vida, del amor a las historias, de la sensibilidad y el arte a un, un… Sí, voy a tener que reconocer el nombre real de mi profesión… Soy un sicario, un matón, un asesino... Un ser sin alma al que no le importa a quién se ha de matar ni la historia que tiene detrás, ni el amor que arrebata a la familia que deja... Matar por el simple poder del dinero— Se levantó, se puso las manos en los bolsillos y empezó a andar haciendo círculos delante del cura: mientras intentaba respirar profundamente sin que le salieran las lagrimas. Don Benito le miraba con ojos incrédulos intentando asimilar todo lo que había escuchado. Le venía una imagen, pero no, no podía ser… Eso estaba dormido entre los muertos y no podía ahora venir a pedir explicaciones… Él había purgado toda su vida aquello con una vida entregada... En un momento de impulso, Mario, puso sus manos apoyadas al árbol frenando el acercamiento de su cara a Don Benito y con voz atronadora explosionó: —Sí, mírame bien, no soy un escritor, soy un sicario con más de cien muertes a sus espaldas. Sí, soy aquel niño que iba a hacer la comunión y solo sabía obedecer. Sí, soy aquel sobre el que liberaste todos tus más bajos instintos, sin importante el destrozo moral que le hacías. Para ti fue una necesidad vital, porque de eso se trataba, ¿No?, estar tú bien; ni siquiera te pusiste a pensar en la inocencia de ese niño, en el trauma que le ibas a ocasionar; toda la vida preparándote para llevar el Amor de Jesucristo a los demás y lo primero que haces es destrozar la vida de un niño inocente y preñando su alma de maldad sin remordimientos… Dando a luz a un asesino. Mucho tiempo macerando el secreto y el dolor; mucho tiempo… Y ahora estaba ahí, delante de los dos, sin tapar. Mario se derrumbó y como el niño inocente que alguna vez fue se sentó y se acurrucó a dar rienda suelta al llanto, mientras Don Benito se recuperaba de lo que estaba viviendo —Eres José Ángel… Te acabo de reconocer… Nunca quise hacerte daño… No creas que no he tenido remordimientos durante toda mi vida... El hábito no siempre te asegura que estés haciendo el bien... Mis acciones hacia ti, no tienen excusa, sabía lo que hacía y era mi necesidad. En aquel momento intenté convencerme de que no era algo que escandaloso, en la vida del seminario se llevaba en secreto… Pero se hacía y se sabía... Lo que hice contigo no tiene perdón, su gravedad moral me ha devorado toda la vida... Sí, soy eso… Yo también he de reconocer y poner nombre a mi orientación, homosexual… He tenido relaciones con otros adultos homosexuales; pero lo que hice, lo que te hice... Fue una bajeza, me aproveché de tu inocencia y de mi situación de poder... No fue fácil para mí, asumir mi propia bajeza… Siempre he querido tener la valentía para quitarme la vida y dejar que el dolor que me devora todas la noches o cada vez que cierro los ojos me libere— Las lagrimas le caían a raudales por los mofletes pero el llanto no le impedía que la velocidad de las palabras disminuyera y la entonación de éstas cada vez de más alegría, como las burbujas de la botella recién abierta. Sentía alegría de ver que su agonía iba a terminar— Has venido por venganza, a liberarme, a darme la muerte que me merezco. ¿Verdad? ¡Hazlo ahora! Sí, Mario había venido a hacer lo que mejor sabía hacer, matar y olvidar, su venganza le era servida en frio, después de tanto tiempo. Se levantó, lo miró, dudó, y desapareció. Pasaron tres días y como si al tercer día resucitara, volvió a aparecer en misa. Don Benito lo miró y le hizo el gesto de afirmación. Estaba preparado y como si Mario hubiera necesitado también su tiempo de prepararse. Nada más terminar Mario se acercó a Don Benito: —No, no va a ser así. Todo está mal desde el principio. Todo mal, y yo necesito volver a la vida, recuperar mi sitio, mi vida, no volver a sentirme una víctima. —Le cogió la cabeza y le dio un beso en la frente— YO TE PERDONO. Dio media vuelta y se fue andando sin mirar atrás. Don Benito se quedó sentado y miró a la Cruz. Le dejaban otra vez con su castigo… Aquel hombre colgado en la Cruz, sufriendo le respondió en silencio “Conseguir la muerte es fácil, lo difícil es soportar la cruz durante toda la vida y que Dios decida...” Almería, a 21 de julio de 2.017.
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