Desperté, muerto...Desde lo recóndito de mi ventana, observé, contemplé cómo el mundo siguió girando, engranaje por engranaje, lleno de vida. Y aún me parece insólito, ya que no concebía cómo el mundo pudo seguir su curso, prosiguió sin mí.Miraba desde la ventana como los adultos tomaban sus bolsos, aletargados, apresurados por terminar el día que aún no había ni comenzado. También veía a mis amigos del barrio, quienes me desconocían y se iban alejando lentamente, ya distantes en el infinito.Aun no entiendo cómo se les hizo tan fácil olvidarme. Simplemente me quedé atrás. Fuera del camino. Y no me quedo más que acomodarme entre los muebles empolvados, estático, mientras esa vida que no era mía siguió su curso.Y me sentía infectado, como si alguien me hubiese implantado una bomba bajo el pecho, que no dejaba de escuchar el incesante tic-tac a cada paso que di. Y tenía miedo de acercarme a lo que me rodeaba. Tenía miedo de gritar que me había muerto, porque quizá no me creerían y todo volaría en pedazos. Me sentía tóxico, como si pudiese contagiarlos con el virus que quebrantó mi cuerpo.Ya no podía más de la desesperación. Me sentía tan solo; alejado y distante. Porque, parecía que este agujero negro que yacía bajo mi pecho, esta oscuridad que desplazaba mi corazón, los haría desmoronarse a todos junto a mí. Y necesitaba salvarlos aunque me costase la vida. Entonces, acepté el reflejo de ese niño que no era yo. Jugué con una vida que ya no era la mía. Y mientras miraba tras de mi ventana como el mundo siguió, avanzó sin mí, me convertí en estatua con el afán de darle una oportunidad a las heridas para cicatrizar, también pa’ calmar esta alma inquieta que no dejaba de temblar.Sentí cómo la oscuridad que florecía en mí podría destruir todo lo que amaba, y quería dejar de seguir doliendo, así que, me quedé estático, tal vez olvidado, convertido en piedra pa’ continuar sobreviviendo.