EL HOTEL CORTIJO
Publicado en Mar 31, 2020
EL HOTEL CORTIJO
MIA Sí, no estaba pasando por unos de mis buenos momentos, ni siquiera era uno de mis malos momentos, era el peor momento de mi vida: mi marido se había ido con otra y la empresa en la que trabajaba no me habían renovado el contrato. Los episodios de pesadillas se iban acumulando y creciendo el miedo; una noche me desperté encima de la cama intentando sujetar el techo con los brazos levantados y las palmas orientadas a parar el desplome. ¿A alguno de vosotros le ha pasado esto alguna vez…? Me imagino que cada uno de nosotros tenemos una válvula de escape ante el miedo. Yo lo que sí sé, es que mi psicólogo no dudó en mandarme un cambio de aires, que me fuera a la naturaleza, respirara aire, comiera bien, que fuera por el campo, playa o pueblecitos, pero ¡Ya! Y ahí estaba yo, contratando un hotelito rural, un cortijo a medio camino de un pueblo en la montaña y la costa, construido en el siglo pasado, un caminito sin asfaltar en medio de la vegetación y con el nombre de cuento: El cortijo de las estrellas. Construido en piedra, rodeado de arbolitos, con terreno en donde estaba una pequeña piscina con vistas al mar, una terraza donde en las noches, se podían ver, contar, las estrellas, mientras tomabas una copa y disfrutabas la música de un tocadiscos antiguo en una mesita puesta estratégicamente al lado de la puerta que daba al mirador. Un cortijo con catorce habitaciones que incluía una sala de yoga, piscina, restaurante acristalado con acceso a la terraza para admirar el cielo en sus noches. Una preciosidad en la que renovar energía. Sí señor. Ese era mi sitio. ¿Saben? Siempre he presumido de ser una buena investigadora, sí, me refiero que nunca he tenido capacidad de analizar situaciones pero sí buscar soluciones, mi cerebro busca el medio que me dé la respuesta, no sabe hacerlo pero si sabe qué o quién me puede dar la resolución. Llamé y hablé con la propietaria, se notaba una madrileña con voz aflautada y sin parar de hablar me contó las excelencias, las maravillas que causaba el entorno ese cortijo. Que no había problema que fuera al día siguiente, que ella estaba visitando a la familia en Madrid, pero allí estaban sus dos empleados. No daba crédito de la alegría que tenía al hacer la maleta, casi no sabía que echar, eran nervios, ilusión…ya notaba el aroma a pinos, tomillo y la brisa salada del mar. En invierno me gustaba más el color azul del mar. No tardé mucho en llegar o al menos así me pareció, ayudó la costa, esas rocas y esas calas que se veían desde la carretera, conducir despacio permitía saborear el cambio. Me había levantado al amanecer así que pude disfrutar los primeros rayos de Sol, las vistas… Dejé el coche en la entrada del cortijo, solo había otro coche, parecía ser que el invierno era temporada baja para este sitio. Vi una chica pequeñita, rubia de ojos saltones azules y muy dispuesta se me dirigió por mi nombre — ¿Sabes quién soy yo? —Claro, eres la única cliente de hoy, ya nos avisó la propietaria — su acento era extranjero, luego supe que era rusa, iba vestida con vaqueros y un jersey grueso que la hacía más pequeña de lo que era, con acento marcado y una sonrisa me explicó que el hotelito estaba sin clientes hasta el día siguiente, así que si me apetecía me podía enseñar las instalaciones y las habitaciones; con un guiño de confianza me expresó que así podía saber cuál habitación podía escoger otra vez. Me imagino que había llegado a la conclusión que a los españoles se les había que tratar como si se nos conociera de toda la vida y así se ganaba nuestra confianza. Era nuestro carácter. Me quedé pensativa. Y en eso estaba cuando vi a un enorme mastín, un perro que podía subirme en él si me dieran una silla de montar. Su colosal cabeza casi asomaba por los barrotes de la perrera en la que estaba. Un inmenso espacio abierto sin techo y en cuyo fondo se apreciaba un habitáculo, con una entrada expedita, era la zona en la que este mastín reinaba. Impresionaba su mirada y su majestuoso tamaño indicaba que tonterías las mínimas; no creo que nadie tuviera dudas. Me miró, debía suprimir el miedo para que no me lo oliera, pero os voy a ser franca, no pude remediarlo, empezó en el estómago y creció por todo mi ser. Los barrotes me salvan, pensé. La rusa aclaró: —No ladra porque estás conmigo y mira, te mira con cariño. Lo veo en sus ojos. Ellos saben. Por la noche lo dejamos libre. Así pasea. Tú no preocupes, él sabe.. tu cliente y no hacer daño — Con ese acento ruso no sabía si me estaba diciendo un piropo o una amenaza. Mi habitación estaba en el edificio principal, había habitaciones que se habían construido fuera, alrededor de la terraza, eran más pequeñas, y otras por una vía que bordeaba todo el edificio principal. Abrió la puerta de recepción, subió unas escaleras hasta una puerta de madera, una llave que se hubiera clasificado de “vintage” entró en la ranura, con un sonido que me hizo recordar años de niñez, dio dos vueltas haciendo que la puerta abriera a una estancia romántica, una gran cama blanca, con almohadas rojas, presidían una cristalera de ventanas pequeñitas enmarcadas de madera con sus pestillos; frente a la cama, una chimenea con un pequeño fuego cerrado por una puerta de cristal daba el calor necesario quitando la humedad de la que veníamos. No hay mayor espectáculo que observar el movimiento de las llamas y su sonido al chasquear la madera, podía pasarme horas hipnotizada. Giré mi mirada, dos escalones, y a la vista, una bañera redonda circundada por un ventanal cuyo fondo era la vegetación de los árboles ¡Me estaría bañando en medio de la naturaleza! La explosión de mi gesto y mi gritito sofocado por mi mano en la boca hizo comprender a la rusa que me había gustado más de lo que esperaba, claramente soy muy expresiva. Le hizo gracia, se la veía llena de satisfacción como si fuera la dueña y señora de todo aquello. Otra vez, con su acento fuerte y marcado me dio las llaves de mi habitación y de la puerta de recepción. Ella y Alejandro, el jardinero, se irían cuando acabara su jornada. Me deseó que me acomodara y descansara, la paz estaba asegurada, la salud la recuperaría seguro. Dio por sentado que había ido allí por razones de enfermedad. No iba yo a sacarle de su error y tener que contarle mi amarga historia. Le dije que ya desharía la maleta pero que me moría por dar un paseo. Casi no la dejé hablar cuando con un rápido movimiento cogí las llaves y salí a respirar ese aire tan deseado. Comí en el pueblo, no paré de pasear por las calles primero y luego por la playa; era una bendición tener el mar y la montaña cerca. Ya cuando anocheció decidí ir al cortijo, lo mismo iba al restaurante y me tomaba una infusión. La cabeza me daba vueltas pensando en mi vida, había cambiado tanto que era imposible que cambiara más, así que tocaba volver a la calma y buscar el equilibrio. Si yo hubiera sabido entonces la que me esperaba, no estaría pensando en la infusión y menos que ya había tocado fondo. La pista era tortuosa y no se veía nada ni con las luces largas. Normal. Estamos hablando que era un trayecto sin asfaltar, sin farolas, en medio del bosque y que llevaba a los pocos cortijos cerca del pueblo. El mío era el único que tenía un foco que iluminaba el cartel de “El Cortijo de las estrellas”. Al entrar no había ningún coche. Ni en el edificio, ni en la parte de recepción había luz y recordé, entonces: ”Hoy es usted el único cliente hasta mañana” “Los dos empleados se iban cuando su jornada laboral terminara” “La propietaria estaba de viaje visitando a la familia”… Y me paralicé. Estaba en un hotel en medio de la montaña sin vecinos cerca, absolutamente sola... ¿Y quién me decía a mí que no pasarían unos locos y descubrían una loca sola? No podía ser…NO HABÍA NADIE. ¡Dios mío! Había venido aquí huyendo del desasosiego y resultaba que me estaba dando de bruces con la peor pesadilla… Cerré el coche, encendí la linterna del móvil para dirigirme por la senda de piedras hacia recepción, por eso me había dado las dos llaves, la de recepción y la de mi habitación…mañana me van a oír…yo no he alquilado un cortijo…yo he alquilado un dormitorio, en un hotelito donde debe haber en recepción alguien las veinticuatro horas del día. Iba andando, temblando, se oía el ruido de mis botas en los chinarros y al levantar la vista, divisé un cielo estrellado que hizo que me conmoviera tanta belleza. Mi miedo se quedó a un lado, esas estrellas y sus formas parecían que estaban bailando y sus brillos me recordaban las luces de Navidad. Paz y Amor. Era bonito de verdad. Y cuando el cuello me dolió de tanto mirar hacia arriba, decidí seguir caminando. Seguí andando despacio con la pequeña luz del móvil cuando…delante de mí, se recortó la silueta del monumental perro. El mastín. Estaba suelto para que paseara…y…estaba frente a mí, a escasos veinte metros, solo veía su silueta, quieto, parado y callado… ¿estaba esperando que iba a hacer yo? ¿Estaba tanteando atacarme? Me obligué a pensar. Estarme quieta. De pie. No sentir miedo. Demasiado tarde, temblaba como un flan, en mi mano derecha estaban las llaves de mi coche, podía girarme y correr mientras abría la puerta del coche, solo tardaría varios segundos, no podría alcanzarme si lo hacía rápido, uno…, dos…, ¡TRES! Rápido. Justo todo pasó rápido. Me giré, corrí y me di de bruces con un tío enorme que me agarró en un abrazo de oso. El móvil salió volando. Grité, miré atrás para ver al mastín, pero…había desaparecido. En un ataque de histeria empecé a patalear y a gritar, no entendía qué pasaba... sentía terror… cuando de la noche salieron dos hombres más, riendo. —Mira tú, quién nos iba a decir que paseando íbamos a cazar un conejito. —Sí, y huele a conejo, a conejo asustado. —No seáis egoístas que hay que compartir como buenos compañeros. El conejito ha de comerse entre los tres. Apartarla del camino y vamos a jugar con ella. Me arrastraron por los pies sintiendo como todas las piedras se me hincaban en espalda y cabeza. Me esforcé para que el pavor no me dejara bloqueada, obligué a mi mente a pensar mientras las carcajadas y las groserías rasgaban la noche. Algo podía hacer. Debía escoger una estrategia. Y no tenía tiempo…Me soltaron y uno de ellos se puso a horcajadas sobre mí. No supe de dónde sacó una gran navaja cuya punta empezó a hincarla en la parte superior de mi seno. —No creerás que nuestro juego va a ser solo sexual, ¿verdad? La gracia es la mezcla de dolor y goce, nos irás indicando que parte de ti eres capaz de desprenderte para seguir viva. Jamás me había oído sacar un alarido como aquel y en ese momento de la nada apareció la bestia del mastín, que se echó sobre el que tenía encima y se llevó su vida destrozándole las entrañas. El susto fue mayúsculo para todos. Todo mi cuerpo se volvió energía para arrastrarme y correr al cortijo. Divisé como la cara del mastín, impregnada de sangre viraba hacia los otros dos, no sabía si me estaba salvando o era que estaba atacando. No pude observar más porque corrí con toda mi alma hacia la puerta con las llaves en el bolsillo, pero sí percibí los gritos de uno de ellos mientras pedía socorro al otro. Dejé de escuchar en cuanto entré en la casa. Me asomé por la ventana, pero estaba todo negro y no se distinguía nada. Busqué un teléfono y no encontré. Empecé a cerrar ventanas y asegurarme que no había más puertas de entrada. Y entonces le sentí: —Puta, ven, ese monstruo ha matado a mis dos amigos, pero yo he acabado con él, le he degollado mientras devoraba a mi colega, a mi hermano del alma. Ven. Te voy a matar. Por tu culpa, todo esto es por tu culpa. Joder. A quién se le ocurre ir como un conejito en medio de la noche para provocar. Tiritaba y solo quería que todo aquello fuera otra de mis pesadillas. No quería vivir eso. Quería despertar o morir deprisa, pero no vivirlo. No, no era una de mis pesadillas, sabía distinguir la percepción cuando estaba dormida, podía ser muy real pero la sensación era otra cosa. Aun así, me pellizqué y no estaba dormida, el dolor me lo confirmó ¿Y ahora qué..? No acababa de formularme la pregunta cuando unos topetazos en la puerta y unos gritos llamándome puta hicieron que el escalofrío se volviera pánico. No podía entrar en shock y estaba a un pequeño paso que ocurriera. Ya lo veía derrumbar la puerta y entrar…Tenía que salir y llegar al coche, allí estaba en una trampa mortal. Me dirigí a la ventana del lado opuesto, la abriría y saltaría por ahí, pero me había notado y giraba hacia donde yo estaba. No. Tenía que ser otra cosa. Lo mejor sería esconderme… Subí al piso de arriba, parecía un ratón en medio de un laberinto, no sabía qué hacer y no paraba de moverme esperando la salida. Siempre había pensado que debía llevar algo en el bolso para defenderme en el caso que estuviera en peligro. La realidad era otra cosa: preparar la mente, pensar, razonar que lo que tienes a tu alrededor puede ayudarte, todas las situaciones tienen salida, encontrarla, esa es la gracia. Pasaron minutos en los que no me decidía si salir corriendo al coche o esconderme en algún sitio cuando un humo por debajo de la puerta principal me aclaró cuáles eran sus intenciones: estaba incendiando la casa, o salía o me iba a quemar. No esperé, abrí la puerta y salí corriendo. Me estaba esperando y me intentó apuñalar con todas sus fuerzas, pero… calculó mal y rozó mi hombro abriendo una herida que empezó a borbotear sangre. No sentí dolor, pero fui consciente que no servía huir, tenía que enfrentarme…a muerte. Y ahí es cuando la línea que tenemos todos se traspasó. Dejé de sentir miedo, mis fuerzas se aunaron con un solo objetivo: luchar. Sentí fuerza, sentí vida y energía. No me importaba si iba a morir, pero si quería presentar batalla, era lo único que deseaba porque la rabia se había instalado en mi con todo su dominio. Las imágenes de las clases de artes marciales vinieron a mi mente con toda nitidez. Me acerqué cuerpo con cuerpo buscando el ángulo que me permitiera desequilibrarlo, me pegué a él e hice palanca con mi cadera para levantar su cadera y no pisara el suelo. Mi mano cogió su jersey a la altura de la pechera, Hice un movimiento de giro saliendo su cuerpo volando por encima de mi pelvis, le sujeté cuando lo tuve en el suelo boca arriba y con mi otro brazo golpeé su cuello y dejó de respirar. Yo nunca había matado antes. No sentí remordimiento, sentí liberación. Me imagino que son nuestros instintos primarios que vuelven cuando le quitamos toda la floritura de cultura y educación. Me lo quedé mirando y me senté a su lado respirando bocanadas de aire a golpes. No quería derrumbarme ni quedarme atrapada en aquel lugar, no sabía qué hacer. Esperé a recobrar el aliento y volví a fijarme en su cuello, parecía que tenía pulso, le puse una mano en el cuello y otra en la nariz, sí, respiraba, no había muerto…todavía. Curioso. No había rastro del miedo y en cambio me sentía tranquila. Estaba segura que ya no tendría pesadillas. ¿Y ahora? ¿Qué me impedía matarlo..? No iba a caer en la trampa peliculera que los buenos son buenos hasta el final. Que siempre se ha de cumplir las leyes porque ellas se dictaron entre todos para protegernos. ¿Ah Sí? ¿Si me hubieran matado esas leyes hubieran cumplido para proteger a otras posibles víctimas, les hubieran encarcelado a perpetuidad o basándose en esas mismas leyes al cabo de un tiempo estarían otra vez en la calle? Porque lo que yo veía era injusticia. Seguía inconsciente. Empezó a amanecer. Los primeros rayos atravesaron la noche y ahí estaba el dios Sol saliendo como cada día, daba igual lo que hubiera ocurrido ayer, era pasado, él salía para recordarnos que siempre saldría y daría belleza a todos los sitios. Esa belleza me llegó y con esfuerzo me levanté, ya había terminado allí. Tenía que buscar mi móvil. Era una buena chica y avisaría a la policía para que hiciera su trabajo. Ya incorporada, visualicé mi móvil cerca de mi coche. A punto estaba de dar el primer paso cuando ví la navaja abierta cubierta de sangre en el suelo. ¡Que carajo! Tardé segundos en cortarle la yugular. Ahora sí, todo estaba en su sitio, al final el conejito dejaba claro que se había defendido y había luchado ¡A tomar viento..!
Página 1 / 1
|
Lucy Reyes
Describes muy bien lo que relatas. Vale la pena leer tus textos,
Te admiro y felicito.
Lucy
Mar