LOS SINTOMAS
Publicado en Apr 04, 2020
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LOS SINTOMAS DE LA ENFERMEDAD- MIA
 
—Veamos, Silvia, no hay fiebre; en el análisis de sangre no aparecen marcadores; sí que en el electrocardiograma se observa un repunte, pero nada especial ni debería mencionarlo… Aún así, insistes que tienes un malestar constante ¿Verdad? — El doctor García, su médico de toda la vida, la miró intrigado arqueando una ceja, gesto consabido de preocupación.
—Sí, doctor. Cuando despierto siento una incomodidad que empieza justo en el estómago, no son nauseas, y aunque coma o haga ejercicio no cesa en todo el día. En la cabeza, una opresión en el entrecejo que no logro mitigar ni con antiinflamatorios. Mantengo mi vida rutinaria, como bien sabes, tanto en comidas como en ejercicios. Desayuno y mastico las comidas más despacio que de costumbre, acelerar me hace daño; no consigo concentrarme solo quiero estar tumbada. ¿Habré perdido el norte? — Su confianza era plena en su médico y nunca dudaba en expresar sus miedos.
—No vayamos a la ligera… pensemos: Detallemos tu rutina antes de este destemple
—Ya sabe que estoy preparando unas oposiciones: Desayuno, asisto a clase con un profesor preparador y tres alumnos más. Al mediodía, incluido el maestro, almorzamos juntos en un bar de menús caseros e inmediatamente escapo a la autoescuela, donde me preparo el examen de carnet de conducir. Por la tarde desarrollo los ejercicios; repaso lo que hemos dado por la mañana; y finalizo yendo al gimnasio, para desconectar y mantener la forma física.
Volvió a repetir el levantamiento de cejas, cosa que no se le escapó a Silvia. No parecía hallar el problema.
—Bien, observo que mantienes un horario estricto y secuencial. No parece que dejes espacios para imprevistos. Y en cambio se te nota intranquila; tu cara está pálida, no descansas bien. Sigamos ¿Cada vez que terminas una de las comidas se te agudiza el dolor? ¿Haces bien las digestiones? ¿Tienes hinchazón en la barriga? —Inquirió, mientras empezó a pasear por la consulta muy pensativo.
—Sí, sí, la digestión bien. No, no tengo hinchazón. Lo único que no tengo es hambre, ni me acuerdo de comer, sobre todo al mediodía, aunque claro prefiero comer poco porque no paro de hacer cosas. Por la noche siempre he cenado ligero y ahora casi me obligo a no ir a la cama con el estómago vacío.
—Vale, vale. Uhm… esclarecedor. Cuando empezaron los síntomas, ¿Hubo algo diferente o extraño en las clases o en el gimnasio? — Preguntaba mientras seguía paseando absorto fijando la vista en un punto de la pared.
—No, nada. Bueno no por mi parte, me refiero que en la comida nos contábamos nuestras vidas y justo un compañero había pasado por una mala racha…
—¿Qué mala racha? — Ahí paró de pasear y se la quedó mirando intrigado
—Tuvo una pelea con su novia y el profesor le estuvo aconsejando que los problemas se resolvían de frente, no huyendo, lo de esconder la cabeza bajo tierra como los avestruces tampoco funciona. Aceptar la realidad, por muy inverosímil que fuera y afrontarla.
—¿Sí? ¿Y qué pasó? — Más intrigado aún.
—Un día, este mismo compañero, llegó muy triste y dijo que todo había terminado. Desde ese día el profesor nos convenció para utilizar la última media hora de clase y el almuerzo, para realizar actividades de socialización entre nosotros; cada día nos enseñaba un nuevo juego para interrelacionarnos, explicó que era importante, sobre todo, que nos ayudaría a sobrellevar los años que durase nuestra vida de opositores, que solía alargarse y hacerse opresiva.
—¿Juegos? ¿Qué juegos? — Curiosamente el doctor se sentó en su amplio sillón cruzando los brazos encima de la mesa; su actitud no podía ser de más curiosidad.
—No creo que tenga que ver con mi estómago, pero… bueno: Uno era escribir tres características que nos gustaran y tres que no nos gustaran de cada uno de nosotros. Todas las notas se introducían en una urna e inmediatamente cada uno sacaba una de las notas y por lo descrito tenía que reconocer de quién se trataba. ¡Anda que no hubo sorpresas! Me sorprendió algún punto de vista en especial y su autor (también se tenía que identificar al final).
Otro, en cinco minutos reproducir una secuencia de película o de baile en parejas por turnos. Eso sí que fue muy divertido. Yo fui un pato en lo del baile, pero la escena de Romeo y Julieta en el envenenamiento, nos salió, impresionante. Recuerdo con placer cada segundo de esa distracción.
         Y el último, los secretos, reconocer o mentir sobre un acto o pensamiento de nuestro pasado. Una vez susurrado al oído de nuestro compañero más cercano, éste, si lo daba por bueno, debía callar, quedándose con ese secreto y, si por el contrario lo daba por falso debía compartirlo, con dos más, de su cosecha, para intentar confundir al grupo. A mí me pusieron en un apuro al contarme una infidelidad, que sin dudar, di por cierta. Un secreto que guardo.
—Vaya, vaya. Muy interesante… sería el argumento de una buena trama de misterio que finaliza en un asesinato. El tuyo, claro está. No, no te asustes, es una broma mía… eso espero. — Parecía que se había relajado, en sus ojos brillantes y en su media sonrisa casi se podía leer: ¡Eureka!
—¿Asesinarme por guardar un secreto? No me lo creo, realmente es una broma de mal gusto. —  Natalia conocía muy bien a su médico, era su paciente durante más de veinte años.
—Venga, venga, no te alarmes, que vamos bien, sigamos. ¿Y estos juegos eran todos los días? ¿Cuánto tiempo duraron? ¿Llegaste a ser más cercana a alguien…?
—Sí, eran todos los días durante este último mes. Claro que me sentía más cercana… a todos. Cada uno de nosotros éramos un nuevo mundo fabuloso a conocer, que rompió con la frialdad de los primeros días.
—Y cuando llegabas a la noche, ya en la cama ¿pensabas en el día vivido? ¿Sacabas alguna conclusión…? — Se le notaba cada vez un aíre más sarcástico, acompañado de una bonita sonrisa.
—¿Pensar? Era ponerme en posición horizontal y caer absolutamente “en coma” de lo cansada que llegaba. ¿Eso importa para mi indisposición?
—Todo está conectado
—Ah, curioso
—¿Y cada día que pasaba se incrementaba ese desasosiego? ¿Sobre todo tras las actividades y el almuerzo…?
—Pues… la verdad… es que sí.
—Bueno, bueno… Silvia, creo tener tu diagnóstico, no es grave, pero tiene complicado tratamiento… Permíteme ironizar un poco con tu “enfermedad”, como tu médico y amigo de la familia. Parece mentira que no lo hayas visto venir, claro, tan acelerada, tan obcecada en los estudios...Te voy a recetar meditación y reflexión. Sí, meditar, tal como oyes. Si las pruebas físicas dicen que estás bien y el cuerpo responde a lo que sientes y piensas… Tu dolencia, es lo que vulgarmente solemos denominar “mariposas en el estómago” provocadas por la adrenalina que produce el enamoramiento. Estás enamorada, señorita opositora, y ni te has enterado.
 
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Descripción

Esa rutina que nos hace rodar y no pararnos a consultarnos que nos pasa.

Palabras Clave: enfermedad rutina estomago

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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