Diario del ltimo hombre
Publicado en Apr 10, 2020
Por Roberto Gutiérrez Alcalá
Sábado 29 de septiembre Se han ido. Sin decirme nada. Era de esperarse. Lo que sí me sorprende es su precipitación, su extravagante prisa. En la madrugada escuché unos pasos que se dirigían velozmente hacia la puerta de la calle. Yo apenas entreabrí los ojos y cambié de posición en la cama. Horas después, cuando la luz matinal ya había invadido mi cuarto, el golpeteo de la lluvia contra la ventana me despertó. Eché las cobijas a un lado y bajé la escalera. Fue entonces cuando me percaté de que habían dejado la puerta abierta. Salí a la calle. Nadie. Toqué a la puerta de las casas vecinas. Nadie. La lluvia arreció, por lo cual decidí volver. A pesar de que sabía que esto habría de ocurrir tarde o temprano, estoy desconcertado e inquieto. ¿A dónde fueron todos? Lo ignoro. Domingo 30 de septiembre Son las diez de la mañana, hace frío y ahora empieza a caer una finísima lluvia apenas visible a contraluz. Me quedaré todo el día aquí, encerrado. Ayer di una vuelta por los alrededores, lo cual me permitió comprobar que todo está en su sitio, intacto: las casas, los edificios, los comercios, los árboles, las bancas de los parques, los postes de luz... Sé que sonará ridículo, pero este simple hecho me tranquilizó, incluso me colmó de alegría. Poco antes del anochecer regresé y comí algo. Luego intenté leer un libro, pero no pude concentrarme. En la noche me costó mucho trabajo conciliar el sueño. Es difícil acostumbrarse a este silencio tan pertinaz, tan agudo. Tarde Aún está lloviendo. Hace un rato pensé en lo que voy a hacer mañana: me levantaré, como todos los días, a las seis y media; luego me daré un baño, me vestiré, desayunaré y saldré rumbo a la oficina. Siento la necesidad de seguir actuando como si nada hubiera ocurrido. Noche Antes de la cena encendí la televisión para corroborar lo que ya sabía: ningún canal está al aire. También prendí mi radio portátil y, por no dejar, hice girar lentamente la perilla del dial. De pronto, el corazón me dio un vuelco, pues me pareció oír una voz... Cuando logré sintonizarla bien, me di cuenta de que se trataba de un anuncio comercial que se repite una y otra y otra vez. En este momento todavía lo estoy escuchando. Habla de lo fácil y económico que resulta bajar de peso con un nuevo tratamiento naturista recién lanzado al mercado. Poco a poco, esta cantaleta interminable me ha sumido en un profundo sopor. ¿Por qué no cortaron esta grabación? ¿Se les olvidó hacerlo? ¿La dejaron puesta a propósito para sacarme de quicio? Lunes 1 de octubre Acabo de regresar de la oficina (tuve que forzar dos cerraduras y romper un vidrio para entrar). Estoy agotado, pero sobre todo confundido y... asustado, muy asustado. Cuando me encontraba allá, sentado frente a mi escritorio, fantaseando con la idea de que mis compañeros llegarían de un momento a otro y todos nos pondríamos a trabajar normalmente, entendí que la actitud que estaba asumiendo no tenía sentido, que debo encarar la realidad, por más terrible que sea. ¿Qué voy a hacer? ¿Cuáles serán mis actividades diarias ahora que las circunstancias han cambiado radicalmente? Durante el trayecto de ida, un hecho llamó mi atención: los semáforos continúan funcionando. Miércoles 3 de octubre Desde ayer me domina la desidia. Apenas he bajado a comer un pedazo de queso y tomar un vaso de jugo. Cuando termine de escribir, volveré a meterme en la cama. Quiero perderme en el sueño. El alumbrado público se ha encendido automáticamente y la lluvia comienza a caer otra vez. Jueves 4 de octubre Aún no amanece, pero ya no tengo ganas de seguir durmiendo. A esta hora, en este preciso instante, el silencio es más atronador que nunca. Lo percibo como si dentro de mi oído tuviera un enjambre de avispas enloquecidas. ¿Qué me pasa? ¿Me estoy volviendo loco? Mediodía He tomado una determinación que quizá me ayude a superar la crisis en la que me hallo: en la tarde “asumiré el control” de la ciudad. Noche Durante un par de horas deambulé por distintas calles y avenidas. Después me dirigí al mirador de la carretera que va a M., desde donde estuve contemplando “mis dominios” con una absurda y ridícula sensación de voluptuosidad. Ahora que he regresado, vuelvo a ser presa de una desesperación sorda, infinita. ¿Puedo escapar de ella? ¿Cómo? Sábado 6 de octubre En la mañana fui al supermercado a abastecerme de alimentos, papel higiénico, jabones, etcétera. Para entrar no tuve más remedio que romper un gran ventanal (me estoy convirtiendo en un experto destructor de vidrios). La alarma se accionó de inmediato y no dejó de sonar todo el tiempo que permanecí ahí, “haciendo mis compras”. Así pues, el problema de mi subsistencia está resuelto. Es más, traje a casa toda clase de carnes frías, quesos, latas y varias botellas de vino... Bien visto, esto no lo hubiera podido hacer antes con mi raquítico sueldo. He aquí una de las ventajas de mi nueva condición solitaria. Comer, descansar y, ahora, escribir estas líneas me ha sentado bien. Martes 9 de octubre Al mediodía sentí que el aburrimiento y la ansiedad podían aniquilarme en cualquier momento. Por eso subí al coche y tomé la carretera que va a M. Acabo de orillarme para descansar unos minutos y poner en orden mis pensamientos. Calculo llegar a M. dentro de una hora y media o dos, cuando mucho. Sin embargo, no tengo la menor idea de lo que haré allí. Noche He llegado a M. Sus calles lucen llenas de polvo y basura. Dormiré aquí, en el coche. Cuando amanezca partiré rumbo a... no sé. Me siento muy cansado, incapaz de pensar nada. Jueves 18 de octubre Continúo mi carrera desbocada hacia ningún lado. ¿Qué busco? ¿Cuál es mi destino? La energía eléctrica empieza a faltar en varias zonas de las ciudades que he visitado últimamente. Levanto la vista. La luna y las estrellas brillan en el cielo con una inaudita claridad. Sábado 20 de octubre Ayer, cuando llegué a L. decidí estacionar el coche y caminar por el centro. Tantas horas frente al volante me habían entumido las piernas. Empecé a recorrer con paso lento la avenida principal, hasta que en la fachada de un antiguo edificio leí: “Biblioteca Pública”. Entonces me detuve, rompí una ventana (una más) y, no sin dificultades, entré en un enorme salón donde había varios anaqueles de metal repletos de toda clase de libros y unas diez o quince mesas rectangulares con algunas sillas. Tomé algunos ejemplares y fui a sentarme a una mesa. Luego abrí uno de ellos. Era un libro de historia universal. Comencé a hojearlo con una avidez incomprensible, como si se tratara de un texto sagrado. De pronto, cuando pasaba una hoja, comprendí algo que me llenó de estupor: toda la historia de la humanidad, con sus grandes hazañas y sus estrepitosos fracasos, con sus claroscuros sublimes e insondables, ya no tiene sentido. Un solo hombre, un hombre solo como yo, no puede dárselo. Martes 22 de octubre Las bombas de las gasolineras han dejado de funcionar, por lo que me he visto obligado a abrir los depósitos y sacar el combustible con un pequeño bote amarrado a una cuerda. Mañana emprenderé el regreso a casa. Noche Ya no hay luz en ninguna parte. La oscuridad es absoluta, como si toda la ciudad fuera una gigantesca cueva subterránea. No he querido bajarme del coche y caminar hasta el sitio que me ha servido de vivienda los últimos días. Me hallo en un estado de expectación febril, igual que un animal perdido. Miércoles 23 de octubre Hice un alto en el camino porque me siento mal. La cabeza me da vueltas y un escalofrío violentísimo sacude mi cuerpo de cuando en cuando. Debo llegar a H. antes del anochecer. Noche Al fin pude entrar en una casa de las afueras de H. Ahora me encuentro recostado en un sillón, a punto de cerrar los ojos y caer en un sueño que, presiento, será pesado, denso. ¿Moriré pronto? Mañana La luz del sol se cuela a través de la persiana abierta y me golpea el rostro. No sé cuántos días he permanecido inconsciente. Como entre brumas recuerdo haberme arrastrado una noche hasta el baño para tomar agua y, luego, haber regresado al sillón, desde donde me precipité de nuevo en un pozo sin fondo. Me siento muy débil. Apenas puedo sostener la pluma entre mi mano para garabatear estas palabras. ¿Por qué sigo escribiendo? Tarde He perdido la noción del tiempo (mi reloj se ha detenido). No sé en qué día vivo. Por lo demás, ¿qué puede importarme? Cada hora que pasa es exactamente igual a la anterior. Creo que aún tengo un poco de fiebre. Mañana Siento mucho frío. Noche Tengo la impresión de que han pasado varias semanas (¿meses?) desde la última vez que escribí algo en este Diario. Tarde Un día más que finaliza. La flama de la vela proyecta sobre la pared de enfrente una sombra informe que ejecuta sin cesar una danza horriblemente cadenciosa. Tarde La fiebre ha vuelto con más fuerza. Tengo miedo. Noche He tenido un sueño. Mis padres entraban en la habitación donde ahora me encuentro, se quitaban sus respectivos abrigos y me saludaban con especial efusividad. Estaban muy contentos, felices, me decían, porque habían logrado hacer un negocio bastante redituable para la familia y, también, porque finalmente habían podido deshacerse de mí. Esto último me lo comunicaba mamá con una amplia sonrisa en el rostro. A continuación, revisaban que no hubiera polvo en la superficie de los muebles y que la ventana estuviera bien cerrada. Cuando quedaban satisfechos, recogían sus respectivos abrigos, se los volvían a poner y, mientras se dirigían hacia la puerta y la abrían, me recomendaban cuidarme mucho. Oh, Dios, ¡qué no hubiera dado por despedirme de ellos con un fuerte abrazo! Noche Hace un rato tuve una revelación pavorosa: muy pronto moriré. Mañana Me obstino en ordenar un poco -tan sólo un poco- los pensamientos que bullen en mi mente con una frenética perseverancia. Tarde Convicción indiferente: si algo me mantiene vivo aún es este cuaderno en el que dejo, para nada y para nadie, noticias de mis últimos días. Por lo demás, mi existencia transcurre entre el delirio del sueño nocturno y la horrenda, desquiciante vigilia que me rodea por todas partes. Fuera de esto, no hay nada más que contar, no hay nada más que escribir. Noche No resta más que poner punto final a todo esto. Punto final, sí.
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