El día y la noche, antónimos, pero no solo por el hecho que uno ocurre con la presencia del sol y el otro con su ausencia, sino que además, si hablamos de las emociones del ser humano y de lo que todo esto conlleva, podemos determinar que uno es utilizado metafóricamente por este como oportunidades nuevas, como un nuevo comienzo, prometiéndose dejar atrás el pasado y enfocarse en el presente, como deseo, como vida; mientras que el otro, como silencio, oscuridad, calma, también como miedo, soledad, y muerte. Lo más probable es que a cada ser humano le genere mayor bienestar uno que otro y esto claramente va a estar determinado por sus vivencias y por los recuerdos negativos y positivos que se llevaron a cabo durante el día y la noche, mayormente en su infancia, y aunque quizás no los recuerde, su inconsciente sí. Por esto mismo, en muchas ocasiones entendemos y distinguimos que una cosa nos genera mayor bienestar y satisfacción que otra, pero no sabemos el porqué, al menos conscientemente, ya que si se logra profundizar lo más probable es que se pueda conectar eso con un momento del pasado olvidado, pero vivido y que dejó con él, un aprendizaje, un miedo, un trauma, una angustia o un placer.Los días malos como los llamamos quizás no existen, solo existe el día y la noche, y en cada ser humano, su presente y lo que este puede hacer es identificar como lo está viviendo y si se siente a gusto o elije cambiar algo que definitivamente no le está brindando bienestar, y aunque es un proceso que lleva su tiempo, si el propósito está claro, vale la pena ya que está en juego su propia felicidad. En ocasiones no logramos ver esto y actuamos impulsivamente sin entender que esto nos afecta a nosotros mismos y deseamos otra oportunidad, cuando entendemos que no supimos valorar la primera. Lo cierto es que no siempre existen esas segundas oportunidades, por lo que lo ideal sería replantearse lo que se va a realizar, sea una acción o una palabra, y así darnos una segunda oportunidad a nosotros mismos antes de actuar erróneamente y tener que esperar, en ocasiones en vano, que el destino nos de esa segunda para aprovecharla mejor.